Medallas
España no está alcanzando sus objetivos en Pekin. Dicen los entendidos que el equipo olímpico estaba en condiciones de superar las 22 medallas de Barcelona 92 y alcanzar las 30, a la altura de incuestionables potencias mundiales del deporte como Italia, Australia o Gran Bretaña. La cosa no está saliendo como esperaban las autoridades deportivas del país. Es posible que si la previsión la hubieran hecho los técnicos deportivos y los entrenadores, este optimismo desaforado y un punto insensato hubiera resultado más prudente y menos osado. Ésta es otra de las razones que explica el estrecho nexo de unión entre el deporte y la política; evidencia que unos y otros se empeñan en negar cada vez que surgen los conflictos que empañanan el esplendor ólímpico. La política sólo puede ser el medio para ganar medallas, ¿o son las medallas el medio para hacer política?
Estos días resulta indignante seguir los JJOO a través de algunos medios de comunicación. Sus periodistas no hacen el más mínimo esfuerzo por maquillar la frustración que les causa el fracaso de algunas deportistas españoles en la conquista de las preseas. Sólo les importa sumar y sumar para que el prestigio patrio se mantenga intacto. Les interesa poco la historia humana que se esconde tras el deportista, apenas prestan atención a las explicaciones del atleta, no hacen el menor esfuerzo por conocer las interioridades de un deporte que volverán a olvidar cuando se acaben los Juegos Olímpicos. Si no hay medalla no hay vida. Si no se gana se fracasa. No hay más. Esta peculiar forma de entender el deporte que corresponde al concepto patria-negocio articulado por el movimiento olímpico en los últimos 25 años, ha sido asimilado por todos con una naturalidad que asusta. Esta unanimidad sólo puede decepcionar a los que nos gusta el deporte como una fiesta y una competición en la que sólo está en juego un resultado. Yo no creo que lo que se dispute sea la dignidad de un país y su pujanza en el concierto internacional. Aunque lo parezca.
Por eso me encantaría que los periodistas deportivos sólo vieran deporte en los JJOO. Me gustaría que no cayeran reiteradamente en la tentación de hacer política con las medallas. Les diría que evitaran caer por la cuesta de la melancolía cada vez que un deportista no hace lo que esperaban sus responsables políticos o federativos. Me haría feliz que fueran capaces de disfrutar con los ojos de un niño con la carrera de Usain Bolt, o el salto de Isinbayeva, o la fuerza de Nadal o la épica de Phelps. Eso eran los Juegos Olímpicos hasta no hace mucho.
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