Fútbol
Me gusta el fútbol, pero soy un descreído convencido. La razón habrá que encontrarla en que soy del Atlético de Madrid desde que tengo uso de razón y eso convierte la afición en una práctica furtiva de las emociones. Nos hemos acostumbrado a reprimir el orgullo y a aguantarlas de todos los colores. El Atleti sería el paradigma de la parodia en que se ha transformado, desde mi punto de vista, el fútbol; un deporte de egos hinchados, oscuros intereses económicos y almacén de la peor calaña de directivos. Cuando era niño y luego adolescente aún veía en los fútbolistas a admiradas estrellas rutilantes que me hacían soñar. Ahora sólo veo (salvo contadas excepciones), semianalfabetos niñatos millonarios, en acertada definición del escritor Juan Bolea. Qué le vamos a hacer, el fútbol ha perdido para mi todo el sabor del gran acontecimiento. Ha dejado abandonada en el camino la inocencia de lo puro, cuarteada en cachitos de vanidad, o lo que Santiago Segurola definiría sencillamente como "vedettismo".
En este teatro de las vanidades todos hemos contribuido a la exacerbada idolatración de los futbolistas, que pienso que es una de las causas de esta conversión del renegado. Los aficionados en tanto que apasionados hinchas alimentan los mitos con su pasión y con la fe irreductible en sus colores. Es cierto aquello de que se puede cambiar en esta vida de cualquier cosa menos de equipo de fútbol. Pero creo que son los periodistas los responsables fundamentales -complices necesarios- de engrasar esta máquina que construye leyendas con la misma velocidad que las destruye como juguetes rotos. Me parece insoportable la trascendencia que algunos periodistas se empeñan en conceder a las declaraciones siempre planas e inocuas de los fútbolistas. Sus lugares comunes, su anoréxica retórica y esa estética de nuevo rico advenedizo me ponen de los nervios. En este caso la forma ha acabado pervirtiendo la esencia, que no sé bién dónde para.
Que conste que yo pertenezco a esa inmensa mayoría que alguna vez se ha abrazado con un desonocido en un campo de fútbol para celebrar un gol. Estuve en Neptuno celebrando aquél irrepetible y lejano doblete del Atleti en 1996, y cada año renuevo mis votos rojiblancos con la misma ingenuidad infantil de siempre. Una renovación que pronto encuentra el mismo escenario de la decepción y la frustración como respuesta. Por lo tanto esta invectiva hacia el mundo del fútbol proviene de un futbolero resentido y escocido; pero de un futbolero al fin y al cabo para que no haya sospechas de desapego. Y es aquí donde viene de perlas introducir uno de los tópicos capitales del fútbol mundial: el fútbol es así.
Todo esto viene a cuento por la literatura que estos días ha generado el descenso del Zaragoza a la segunda división. La prensa deportiva aragonesa se ha embarrado en una disección en canal del moribundo, al que muchos ya le firman el acta de defunción. El debate es de una gravedad mayúscula, a tenor de los recursos semánticos utilizados por unos y otros. El maximalismo se ha apoderado de los periódicos aragoneses. No dudo de la negativa influencia del descenso en la microeconomía zaragozana y en la metafísica colectiva, pero quizá es tiempo de sensatez y ponderación. Fútbol es sólo fútbol. Por eso me ha encantado leer a Mario Ornat en su blog. Mario es uno de los periodistas que mejor escribe en Aragón y desde luego una de sus mentes más lúcidas. Su post es, en realidad, lo que a mi me hubiera gustado escribir hoy.
Me extraña cómo pueden parecerse tanto los días a los recuerdos de otros días. El 6 de mayo de 2002 llovía con gris lentitud como hoy, 19 de mayo de 2008. Nos protegimos del agua bajo el tejadillo de lata del aparcamiento de la Ciudad Deportiva, y ahí escuchamos las últimas declaraciones de Savo Milosevic como zaragocista. La noche anterior el equipo había descendido a Segunda División en Villarreal, Láinez se pegó o bien le pegó a un aficionado que lo había agredido saltando al campo, Acuña derribó a otro tras una persecución tabernaria, de un zarpazo, como hacen los felinos en la sabana con las gacelas Thompson. Finalmente Milosevic, en medio de la furia desatada y el caos, retrató de un manotazo a Oliver Duch, fotógrafo y amigo del Heraldo, cuando éste lo intentó retratar a su salida del campo.
Aquella fue una mañana muy triste y la lluvia se me quedó grabada en la memoria como una postal metafórica. Esa noche, en Villarreal, escribí con una rabia avergonzada, agresiva y revanchista. El domingo por la noche, cuando relaté este nuevo descenso del Zaragoza, me di cuenta de que me estoy haciendo un periodista mayor o algo veterano, o bien resabido, o bien un poco más sabio, o tal vez desencantado, puede ser que sereno, o puede que sólo escribiera protegido del efecto terrible de lo que estaba contando por otros problemas más acuciantes; o bien, como creo yo, simplemente porque tenía asimilado el descenso hace semanas, muchas semanas. Creo que la primera vez que dije "nos vamos a Segunda" lo dije con absoluta convicción, sabiendo que no se trataba de la lástima reactiva a una goleada o a otro partido lamentable del Zaragoza; era una conciencia absoluta, indudable, de cuál iba a ser el desenlace. Eso ocurrió en la jornada 25, con trece aún por jugarse, en el descanso del partido Sevilla-Zaragoza. Lo puse en un sms que envié a una amiga que me preguntaba qué le pasaba al equipo. Unos días después me encontré por la calle con Charlie Cuartero y él me preguntó qué pensaba que iba a ocurrir. Le repetí mi triste convicción (esos días estaba verdaderamente triste, por esto y por más), y él me vaciló: "Entonces, cuando nos salvemos te la envainarás y escribirás que no confiabas en este equipo". Desde luego, le dije. Esa misma semana me había disculpado por un artículo bastante desagradable contra los futbolistas y le dije que un periodista que se disculpa en público está dispuesto a envainársela y a lo que haga falta. Por desgracia, no tendré la oportunidad de hacerlo.
Cuando tenga un rato dejaré la crónica de hoy en AS, que más que una crónica del partido viene a ser un juicio con el que cada cual estará más o menos de acuerdo. No puede ser de otra manera. Probablemente esta noche. Siento todo esto por la afición, y esto no es demagogia populista. En Villarreal recuerdo haber llorado cuando vi llegar a la gente del Zaragoza al estadio, cantando, sosteniendo las últimas esperanzas de un equipo que se iba, que se fue. Siempre he tenido en cuenta que los periodistas, en cuanto al Real Zaragoza, estamos por obligación uno o dos escalones por debajo de sus socios y aficionados. Lo nuestro (con sentimientos por el medio, porque muchos sentimos al equipo como el que más) tiene un inevitable lado profesional; el fútbol es y siempre será de la gente que lo mira, lo quiere, lo siente y lo paga. Sobre todo, la que lo paga. Parece una anécdota pero se trata de una diferencia esencial, definitiva. Al menos, para mí lo es.
Por eso, hoy que leo los diarios, me pregunto si muchos de los analistas que han florecido en esta lluvia primaveral, con los puños cargados de verdades, soportarían que alguien escribiera una, dos, tres o cuatro páginas analizando los resultados económicos y editoriales de cada medio; las crónicas, la gramática, la sintaxis de sus frases, la valía profesional de sus periodistas y por supuesto sus sueldos, sobre todo sus sueldos. Me pregunto qué se podría decir de la pérdida masiva de lectores, de los resultados en las oleadas del Estudio General de Medios, de la marcha en fila de profesionales punteros en sus áreas, de los modelos redaccionales, de las noticias que se dan y no se dan, o de los resultados publicitarios y de ventas. Sería interesante. Sobre todo puede que fuera divertido. Más que nada, sería justo. Sería justo que alguna vez nos diéramos cuenta de que nuestra posición no nos otorga la plenipotencia de un deus ex machina para construir patíbulos, que en muchos casos deberían incluirnos. Habría que pensarlo. Resulta bastante higiénico hacerlo, al menos para compensar esa costumbre tan entretenida de pedir que dimitan todos los demás, especialmente los que nos caen mal o nos miran con recelo o no se fían de nosotros.
El cinismo no hace periodistas. Naturalmente, yo soy un loco y seguramente también un cínico ocasional Yo mismo voy a tener que escribir alguno de esos análisis y ya lo he hecho alguna vez. Pero lo que de verdad me gustaría es escribir los otros, lo juro. Los de los periodistas y nuestros periódicos, radios y televisiones. Eso sí que me daría placer profesional y sobre todo personal. Con el punto final, por descontado, iría a pedir el finiquito. Afortunadamente no pertenezco a ninguna asociación, para así poder hacer lo que me dé la gana sin que nadie me expulse del cuerpo corporativo corporizado. Con la cifra que me metiera al bolsillo, me compraría un billete a la Antártida y desde allí os contaría semana por semana el flujo de las mareas, el catálogo de estrellas del hemisferio contrario y la frecuencia de las banquisas de hielo en los canales del fin del mundo. Y recordaría que mi vida profesional me proporcionó en 1995 una oportunidad impagable: quedarme en el paro de mi trabajo de periodista y poder ver a mi equipo ganar la Recopa como lo hace un zaragocista de verdad, pagando un pasaje en clase turista, la entrada más cara del Parque de los Príncipes y zorro como un canasto después de haberme pasado el día cantándole al vino y al Zaragoza por las calles de París.
3 comentarios
Albinegre -
De todas maneras no hay mal que por bien no venga, y es que al año que viene habra derbi autonomico en la categoria de plata.
Saludos
obispo de binacua -
miguel pardeza -
He vuelto. K