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Juan Gavasa

Laicismo

Laicismo

El pasado sábado el suplemento Babelia de El País publicaba una inteligente conversación entre dos escritores brillantes y mordaces: Eduardo Mendoza y Fernando Savater. El encuentro entre los dos viejos amigos giraba en torno al libro recién publicado por el primero, “El asombroso viaje de Pomponio Flato” (Seix Barral), una hilarante novela de crímenes en la mejor línea cómica de Mendoza, ambientada en la Galilea de Augusto y Herodes. He comenzado a leerla y desde la primera página el escritor catalán ofrece muestras de haber recuperado el músculo ingenioso que se le había atrofiado tras “La aventura del tocador de señoras”.

            Volviendo a la conversación entre Mendoza y Savater, ésta giraba fundamentalmente en torno a la religión, o “a la cuestión pendiente de la religión”, como se solían referir los políticos durante la Segunda República. Una cuestión pendiente desde los anhelos liberales de los primeros Ilustrados españoles hasta esta democracia supuestamente consolidada y madura en la que nos encontramos. Inevitable es sospechar de esta madurez en una sociedad en la que todavía se producen debates al respecto propios de ensayos democráticos abocados al fracaso. No es el caso, pero es evidente que la fractura provocada por los cuarenta años de dictadura no se ha logrado recomponer y todavía existen amplios sectores sociales que defienden la existencia de una iglesia católica que, como afirmaba el escritor Juan Cruz: “ha tomado en su mano, de manera infame, el tópico de la ultraderecha, que la democracia no tiene derecho a existir sin tutelas: sin la tutela del Ejército, sin la tutela de Dios”.

            Era Bertrand Russell en su ensayo “Por qué no soy cristiano” el que ya alertaba en 1927 que “el hombre que posee el arte de despertar el instinto de persecución de la masa tiene un poder particular para el mal. (…) Contra este peligro, la protección principal es una educación sana destinada a combatir las inclinaciones a las explosiones irracionales de odio colectivo”. Russell fue encarcelado en dos ocasiones por decir cosas como ésta.

            La iglesia católica sabe muy bien que lo que advertía el filósofo británico era una verdad palmaria y por eso nunca despreció sus enseñanzas; muy al contrario, las aplicó con eficacia a lo largo de la historia y con especial énfasis durante el siglo XX. Savater cree que “la religión cristiana ha sido domesticada por el mundo civil”, y puede que tenga razón. Pero lo que no ha conseguido la sociedad civil española es que la iglesia católica asuma su subordinación al poder civil. Con el arma arrojadiza del laicismo el clero ha pretendido construir una supuesta conjura política y social de extrema izquierda que, a su juicio,  sólo pretende acabar con la libertad de expresión y por extensión con la religiosa. Sorprende este repentino interés de la iglesia católica por defender la libertad del individuo, cuando nunca a lo largo de su historia la ha practicado.

            Y aquí encontramos una nueva mentira; la perversa manipulación de los conceptos laicidad y laicismo. Como recordaba recientemente Gregorio Peces Barba, “la persona de fe, el creyente, está protegido en las sociedades democráticas modernas por la libertad ideológica o religiosa y por las instituciones y los procedimientos de una democracia laica. La laicidad supone respeto para los que profesan cualquier religión, mientras que personas e instituciones religiosas con visiones integristas o totalizadores, lo que abunda en sectores católicos antimodernos, no respetan al no creyente”. Es, por lo tanto, necesario aclarar que la laicidad nada tiene que ver con el laicismo, que es una actitud enfrentada y beligerante contra la iglesia. Dos ortodoxias enfrentadas.

            Russell decía también que la decadencia de la fe dogmática sólo puede hacer bien. Yo creo que las sociedades modernas y democráticas debemos de luchar por hacer real la separación de la iglesia del Estado. No una separación retórica (como la que sufrimos en España), sino un distanciamiento valiente, enérgico y civilizado. Es nuestro derecho y así aparece reflejado en el artículo 16.3 de nuestra Constitución. Es un derecho y no podemos renunciar a él. Juan Cruz defiende que la sociedad reclame “muy alto que la Iglesia vaya por su cuenta y el Estado afirme su voluntad laica, aconfesional, civil". Mientras eso llega, haremos lo que recomienda Eduardo Mendoza: “en estos tiempos, la religión es el último reducto del humor. Nada me ha divertido más que las encíclicas papales”. Pues eso, riámonos… a carcajadas.  

3 comentarios

Etelberto -

La distinción que se hace en este interante artículo entre laicidad y laicismo no es universal. Laicismo según el DRAE es la“doctrina que defiende la independencia del hombre o de la sociedad, y más particularmente del Estado, respecto de cualquier organización o confesión religiosa”. Laicidad, no reconocido aun por el DRAE generalmente significa la mutua autonomía entre Iglesia y Estado (más o menos lo que el DRAE dice de “laicismo”). Laicismo, para muchos, es una suerte de proselitismo en favor de una laicidad plena, una forma de lucha social para que la laicidad se concrete verdaderamente y no sólo a nivel discursivo o aparente. Para muchos el laicismo se ejercer con gran respto hacia cualquier iglesia, pero sin intransigencias ni blanduras, obviamente.

39escalones -

Pues la cuestión pendiente de la religión sigue pendiente, y al parecer nadie quiere resolverla. En fin, entretanto, echémosle humor.

Inde -

En efecto, el humor nos salva de la caspa y el oscurantismo. Ya veremos a ver lo que dicen de la novela de Mendoza... que, por cierto, es brillante y para partirse de risa. Qué bien me ha venido, no te haces idea.

Un abrazo