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Juan Gavasa

Fago (2)

Fago (2)

Después de ver el segundo capítulo de la serie televisiva “Fago” me escandaliza todavía más que la justicia no encuentre razones para retirarla. Las apelaciones al derecho a la libertad de expresión y un supuesto vacío legal han permitido la emisión de una nueva entrega que supera en desfachatez a la anterior. Ese vacío legal más bien parece un agujero negro por el que se escapa el sentido común y la decencia. La justicia tiene estas cosas. A veces no admite como prueba una grabación que deja en evidencia el delito, y en otras como ésta considera irrelevante el riesgo de intoxicación del tribunal popular que juzgará al supuesto autor del asesinato del alcalde de Fago.

            ¿Cómo es posible? A los que vivimos en estos valles nos resulta terriblemente familiar todo lo que vemos en esta serie. Demasiados lugares comunes y demasiada información que ahora aparece tergiversada o sesgada. Por eso nuestra indignación es mayor. Los que en algún momento de nuestra vida nos hemos cruzado con Miguel Grima sabemos que era una persona complicada pero nos vemos incapaces de juzgar todos los conflictos que protagonizó con algunos habitantes de Fago. Yo, al menos, carezco de la información suficiente para tener una opinión formada. Todos se hacían lenguas de lo que pasaba pero los comentarios no tenían otra categoría que la del rumor.

            Sin embargo, la serie ha diluido cualquier posibilidad de imparcialidad. Sus responsables se han decantado claramente por el espectáculo irresponsable y han construido una enloquecida parodia de la realidad de la que sale trasquilado el propio muerto. Parece ser que había dos bandos claramente definidos en el pueblo; los que defendían al alcalde y los que le odiaban a muerte. Pero en la serie sólo encontramos las razones de los segundos. Sabemos que la mayoría del pueblo le apoyaba y le votaba en las elecciones, pero en “Fago” este dato es simplemente un detalle menor. El retrato que se dibuja del edil ofrece los trazos inconfundibles de un déspota rural, un trasunto actualizado del viejo cacique de la Restauración.

            Este Grima televisivo está construido para ser odiado, para manipular desde el primer fotograma la conciencia todavía virgen de los espectadores. No hay contrapeso. Lo he podido comprobar con mis suegros. Ellos, que viven habitualmente fuera de España y desconocían lo ocurrido, se han formado inevitablemente una idea distorsionada del alcalde asesinado. Sus fuentes sólo son las televisivas y estas sólo escupen agua en una dirección. En un momento del capítulo el policía científico que dirige los interrogatorios espeta: “tengo la sensación de estar juzgando al muerto en vez de buscar a su asesino”.  Aterradora clarividencia.

            Dice Melchor Miralles que la serie se ha basado escrupulosamente en el sumario del caso y en las declaraciones de los vecinos de Fago. Mentira.  Si fuera así, el resultado de este producto televisivo sería otro. Pero es la marca de la casa. Ya se sabe que en la factoría de Miralles se aplica aquél viejo axioma periodístico de que una verdad no te puede quitar una gran noticia. Aquí la verdad sería la justicia pero los productores optan por inflar a quienes se la toman por su cuenta. Luego lo decoran con la salmodia habitual del periodismo corporativo sobre el derecho a la libertad de expresión, y se acabó el debate.

            “Fago” es una serie muy mala y muy cutre. Los actores sobreactúan, el guión es pésimo, las situaciones improvisadas, los personajes no se los traga nadie… pero todo esto pasa desapercibido ante la dimensión de su inmoralidad conceptual. La mano de Miralles es muy alargada y alcanza hasta a algunos de los protagonistas; esos vascos de inconfundible estética abertzale y patriotismo fingido que el productor pagaría por que pertenecieran a un comando etarra. Entonces “Fago” ya sería la hostia.

 

“Fago” fue visto en la noche del lunes por 4.766.00 millones de espectadores, un millón más que en el primer capítulo.

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