Beijing
Mi principal temor antes de decidirme a publicar este blog era mi pudor casi patológico y la fundada sospecha de que muy pronto se me acabaría la imaginación y la disciplina para alimentarlo. De momento he de confesar que este ejercicio se ha vuelto en algo adictivo y estimula unos cuantos instintos que creía desaparecidos. El otro gran miedo, este aterrador, era y es el riesgo de acabar opinando de todo en la mejor tradición del contertulio radiofónico español, el taxista “copero” o el bravucón de casino de provincias y barra de bar. Este miedo me va a perseguir siempre así que prefiero hacer esta declaración antes de que la inercia me conduzca por caminos que no deseo transitar. Espero que nunca ocurra.
Digo esto porque hoy quería escribir de los Juegos Olímpicos de Beijing, las amenazas de boicot y la campaña internacional a favor de la causa tibetana. Para ahorrarme discursos hieráticos diré que estoy absolutamente en contra de cualquier boicot a los Juegos Olímpicos como acontecimiento deportivo. Pero respaldo fervientemente que sean utilizados como altavoz de injusticias humanas tan flagrantes como las que sufre el Tibet. Si los Juegos Olímpicos vienen siendo utilizados por todos los gobernantes -desde Hitler en 1936- para mostrar al mundo sus logros políticos, no hay razón para considerar una manipulación que algunas minorías se aprovechen de ellos para denunciar su sufrimiento.
Es irritante escuchar estos días a los responsables del Comité Olímpico Internacional y al propio gobierno chino en sus escasas y lacónicas intervenciones. ¿qué esperaban? ¿nunca midió el COI las consecuencias de su polémica decisión? ¿Acaso confiaban en que la grandeza de los Juegos Olímpicos iba a disipar cualquier atisbo de rebelión social? Si hay un culpable de esta situación es, sin duda, el COI, que fue el primero que se dejó seducir por la política para elegir a Beijing, como hizo con Londres para los Juegos de 2012 en detrimento de París, y con Sochi para los de invierno de 2014 pese al sentido común que recomendaba la elección de Pyongyang.
Hace mucho tiempo, probablemente desde que Juan Antonio Samaranch accedió a la presidencia del COI, que el deporte cedió terreno a la política y el dinero para construir el nuevo “movimiento olímpico”. A estas alturas a nadie puede engañar Jacques Rogge cuando dice que no se puede mezclar política con deporte. No lo puede decir el presidente del organismo que mejor ha sabido interpretar el pensamiento de Clausewitz y adaptarlo a su trinchera: el deporte es una extensión de la política.
Beijing fue elegida sede de los Juegos Olímpicos del 2008 porque es la capital de un país habitado por más de 1.000 millones de personas; es decir, 1.000 millones de consumidores que ven televisión y compran. El tinglado olímpico se sostiene gracias a los derechos televisivos que pagan las cadenas norteamericanas y a un “Top Ten” de patrocinadores que son los que aportan el dinero y explotan la prestigiosa marca de los cinco aros. En ese grupo de “partners” hay alguna conocidísima marca de ropa deportiva que tiene fábricas en China y que se nutre de mano de obra barata, por no decir esclava. El círculo de intereses es redondo y cerrado como la luna llena. No hay fisuras en el negocio. Que la China que no respeta los derechos humanos y ejerce una férrea y abyecta dictadura fuera sede del mayor acontecimiento universal era cuestión de tiempo.
Por razones profesionales tuve la ocasión de participar en la Asamblea General de los Comités Olímpicos Europeos que se celebró el pasado mes de noviembre en Valencia. En esa reunión anual intervienen las ciudades que van a organizar los Juegos Olímpicos para presentar su Informe de Progreso, un documento en el que explican cómo llevan la preparación del evento. En Valencia el Comité Organizador de Beijing tenía su última comparecencia antes de los Juegos y por lo tanto los asamblearios preguntaban cosas muy concretas: qué pasa con el tráfico de la ciudad, qué se va a hacer con la contaminación, qué ocurre con la limitación de acreditaciones para los periodistas, por qué se demoran las inscripciones de deportistas, por qué la burocracia está retrasando tanto unos procesos habitualmente más fluidos… a nada de esto respondieron los delegados de Beijing. Lo único que salía de sus labios era una salmodia resumida en una frase: “lo solucionaremos”. Nadie exigió a los chinos mayor rigor en su información, nadie se escandalizó.
El periodista oscense Antonio Broto, corresponsal de la Agencia EFE en China, afirma en su blog ChinaChano que el boicot a los Juegos es un error porque “despertará a la bestia. China no se volverá más buena sino que se encerrará en sí misma al considerarse insultada por la comunidad internacional”. No hacerlo entra dentro del mismo juego político que justificó su concesión; es necesario complacer al gigante porque nos interesa a todos. El corresponsal de Asuntos Mundiales de la BBC, Paul Reynolds, escribía recientemente que el canciller británico David Militan “había declarado que los diplomáticos ya no deben tener miedo de hablar sobre derechos humanos con China para no dañar las relaciones económicas”. No se puede ser más cristalino.
El columnista de The New York Times, Nicholas D. Kristof recordaba la importancia del valor de los gestos propagandísticos como el de los atletas negros en los Juegos de Mexico 68. Y por eso, al igual que otras asociaciones internaciones, defiende un boicot mediático a Beijing 2008 que no afecte a los deportistas ni a la competición, los únicos protagonistas de esta historia que realmente no pueden sufrir las consecuencias de la desmedida ambición de sus dirigentes.
La causa del Tibet tiene poderosos defensores que han universalizado su mensaje. Esto es algo que tampoco valoraron los dirigentes chinos. No tengo el conocimiento suficiente para juzgar el problema, aunque objetivamente la invasión del Tibet por parte de China en 1959 es un hecho histórico riguroso. Un amigo, profundo conocedor de la causa tibetana, me decía hace poco que las nuevas generaciones de tibetanos no compartían el discurso pacifista del Dalai Lama y que en un futuro muy cercano el conflicto podría entrar en una dinámica violenta que haría añorar a los dirigentes chinos la situación actual.
Insisto, no tengo opinión al respecto ni comparto esa visión romántica y edulcorada que se tiene desde occidente del Tibet. Pero tengo claro que en todo esto el problema no son los tibetanos sino la pretensión de impunidad que intentó transmitir el COI el día que eligió a Beijing como sede de los Juegos Olímpicos. China pretende aplicar con el acontecimiento más mediático del mundo las mismas políticas opresoras y oscurantistas que practica en su interior. Y esto, por suerte, hoy en día ya no es posible.
4 comentarios
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