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Juan Gavasa

Música

Mali, el centro de todas las cosas

Mali es tristemente actualidad por un nuevo conflicto armado que está desgarrando el país. Recupero un artículo, más vigente que nunca,  que publiqué este verano con motivo de la actuación en el Festival Pirineos Sur de Amadou & Mariam, exponentes del maravilloso universo cultural del país. Otra forma de enfocar la realidad de Mali, lejos de las armas y las luchas religiosas y territoriales.

En la mítica Tombuctú convergían las rutas transaharianas que utilizaban los comerciantes y las poblaciones bereberes y árabes del norte. Fue durante siglos un centro de poder económico y un hervidero intelectual y cultural en el que las ideas, como los caminantes, iban y venían. Mali conserva la herencia de aquel espíritu de libertad de los cruces de camino, como lo fue Tombuctú, expresada sobre todo en su maravillosa escena musical, que ha exportado al mundo talentos de la talla de Salif Keita, Boubacar Traoré, Toumani Diabaté, Ali Farka Touré y, claro está, Amadou & Mariam. Semejante despliegue de figuras no puede deberse a una casualidad. Es posible que tenga razón el periodista de “The Guardian”· Caspar Llewellyn Smit cuando afirma que el “blues nació en Mali”. La teoría se sostiene en razonamientos antropológicos que viajan en aquellos barcos de esclavos negros que arribaron en Estados Unidos para aportar mano de obra y nuevas músicas que luego se llamarían blues, jazz o góspel.

Y como todos los viajes son de ida y vuelta, en Mali surgió en los tiempos de la independencia del país, allá a principios de los 60 del pasado siglo, una generación de músicos que se batía entre las enseñanzas tradicionales y una inquietud por explorar nuevas sonoridades. En esas primeras horas de libertad de la antigua metrópoli francesa nació la música moderna del país en la que el blues africano tenía un ascendente pleno. Boubacar Traoré puso los cimientos de un movimiento musical protagonizado por virtuosos músicos habituados a foguearse con estilos propios como la mandinga pero que sentían fascinación por las orquestaciones suntuosas procedentes de Europa y Estados Unidos.

Las grandes orquestas malienses como la “Rail Band du Baffet de la Gare” de Bamako, la “Ensemble Instrumental National” o los “Ambassadors du Motel”, creada por Salif Keita, fueron escuelas para el aprendizaje técnico y para un desarrollo intelectual exento de prejuicios. Amadou Bagayoko militó como guitarrista en los Ambassadors y en alguna ocasión ha recordado que tenía que aprender a tocar rumbas, fox-trots, baladas francesas y cubanas o versiones de James Brown y Otis Reeding, pero sin descuidar el conocimiento de los tradicionales de Bamako, Sikasso, Mopti o Tombuctú. Esa mente abierta y flexible a abrazar cualquier nueva influencia modeló su personalidad como músico y hoy es el día en que los discos de Amadou y Mariam son más globales y modernos que muchos de los que integran la pretenciosamente etiquetada como “música avanzada”. El diario The Telegraph lo ha definido acertadamente: “una mezcla cocinada en una fiesta callejera, no algo cínicamente manufacturado en la oficina de un sello discográfico”.

Se refiere a “Folila” (“música” en la lengua bambara maliense), el séptimo trabajo en la discografía de la pareja invidente, grabado entre Roma, Nueva York, París y Bamako y publicado el pasado mes de febrero. Es un disco sólo al alcance de rutilantes estrellas de la industria musical, de ese tipo de fenómenos que surgen cada cierto tiempo y al que todos los artistas quieren arrimarse. Después del arrollador éxito de “Dimanche a Bamako” (2005), producido por Manu Chao, y de “Welcome to Mali” (2008), el mundo musical había depositado su atención en el dúo que se conoció hace 25 años en el Instituto para jóvenes ciegos de Mali en Bamako. Al estilo de las grandes producciones que tiene el aura de tributo, en “Folila” se suceden diversas colaboraciones de lujo que otorgan al disco la categoría de “catálogo de músicas de nuestro tiempo”. Damon Albarn, productor de “Welcome to Mali”, asegura que “no creo que haya habido una banda en África en la que se hayan involucrado tantas personas en su camino”.

Amadou & Mariam declaran su amor por el riesgo y el mestizaje. En el disco desfilan el rockero francés Bertrand Cantat, el grupo indie norteamericano “TV On the Radio”, la cantante de pop electrónico Santigold, el líder de la banda de glam-rock Scissor Sisters, Jake Shears; la cantante de soul y Rythm & Blues, Amp Fiddler, el rapero Theophilus London o la compositora británica Ebony Bones. Junto a ellos también músicos africanos como el guitarrista tuareg Abdallahag Oumbadougou o el maliense Bassekou Kouyate. El resultado del experimento es inclasificable porque hay tantos sonidos y espíritus como experiencias individuales, pero a la manera de Georges Perec, “no son los elementos lo que determinan el conjunto, sino el conjunto el que determina los elementos”. Es decir; “Folila” es una obra conceptual que agita una coctelera de influencias que conectan el blues africano con el funk, el soul, el ney egipcio, el bluegrass, el tropicalismo, el rap, la mandinga, el pop, el rythm&blues y el rock.

Hasta alcanzar el momento actual de reconocimiento pleno con “Folila”, Amadou & Mariam han recorrido un largo camino marcado en la misma medida por su invidencia y por su sólida educación musical. En unos tiempos, como ha recordado Amadou Bagayoko, en los que ser ciego “era lo peor que te podía pasar en la sociedad maliense”, la pareja desbrozó la maleza de su destino gracias al talento del primero como guitarrista y al virtuosismo de ella como cantante y letrista. Se casaron y comenzaron a grabar canciones que se vendían por Mali en cintas de cassette y que transpiraban blues, mandinga, rock, soul y funk. En 1998 se mudaron a Francia y publicaron su primer disco “Se te djon ye”, en el que ya proyectaban una imagen entre étnica y sofisticada, idónea para el mercado europeo. Empezaron a ser comparados de manera inevitable con otras parejas de artistas como Ike&Tina, Ashford&Simpson o Womack&Womack. Pero ellos, sin alejarse del todo de aquellos, sentían predilección por James Brown y obviamente por Ray Charles. Y marcando su propio tempo construyeron una trayectoria coherente, libre y extremadamente fértil que ha situado a Mali en el centro de todas las cosas, como lo fue Tombuctú hace cuatro siglos.

Minutos musicales

Gregory Porter "On My Way To Harlem"

Souad Massi, vaporosa voz argelina

La noche de hoy en Lanuza la abrirá la portentosa voz de la argelina Souad Massi, una verdadera estrella en su país y una de las cantantes más talentosas y brillantes del Magreb. Con cuatro discos a sus espaldas, Massi ha llevado la música de Argelia de raíz tradicional a un escenario contemporáneo, creando una suerte de folk rock argelino con importantes influencias del folk americano, la chanson francesa e incluso el jazz. Sus registros son diversos y su prodigiosa voz conduce su música por otros derroteros a veces inesperados como el pop o el fado portugués. Puede parecer al mismo tiempo Amália Rodrigues o la Jane Birkin de Gaisnbourg. Encuentros sorprendentes cuando su sonido se envuelve de guitarras, mandolinas y ukeleles. En su último disco, “Ô Houria” (Libertad), incorpora las colaboraciones de Francis Cabrel en la producción y Michel Françoise a la guitarra, responsables en buena medida del sonido más europeo y vaporoso del disco. Incluye duetos de una belleza conmovedora, como el que protagoniza junto al mítico Paul Weller en la canción “Let me in peace”. Souad Massi esconde tras ese aspecto frágil y contenido, una personalidad valiente y comprometida, que se alza contra los problemas políticos en su país o en defensa de la mujer argelina.

 

El espíritu de Al Andalus cierra Pirineos Sur

El flamenco nacido en Aragón y la música arábigo-andalusí establecen nuevamente territorios de entendimiento en el proyecto que lidera el guitarrista malagueño afincado en Huesca, Manuel Santiago. La veta la abrieron hace dos años el guitarrista zaragozano Alejandro Monserrat y el colectivo de músicos marroquíes Al-Baïda, también en el marco del proyecto de cooperación cultural que bajo el nombre “Miradas cruzadas/Regards Croises”, promovió Pirineos Sur en colaboración con el Festival L’Boulevard de Casablanca. Monserrat habló entonces de “un encuentro de músicos más que de músicas”, para subrayar la importancia básica que las relaciones humanas tenían en el establecimiento de diálogos interculturales. Desde esa lógica de entendimiento es más fácil explorar después los lugares comunes entre dos sociedades y sus respectivas tradiciones. Así fue como “Miradas cruzadas” logró hacer verídica y coherente la fusión de la música marroquí tradicional con el flamenco y con otras expresiones mas actuales como el reggae, rap y hip hop. Aquella experiencia de reencuentro definió un amplio espacio de colaboración y posibilidades, y una insólita gama de sonoridades.

            Manuel Santiago lidera ahora una nueva expedición por el pasado común de España y Marruecos con el objetivo de profundizar en las raíces culturales y en los lenguajes musicales. Aceptó la propuesta de Pirineos Sur como un reto cultural y personal, como una de esas aventuras artísticas que se intuyen perecederas en la trayectoria de un músico. También se ha buscado un juego de etimologías y un punto físico en la línea espacio-tiempo para determinar el origen de las catas. “Al-Baida” hacía referencia a la Zaragoza bajo dominación musulmana, que en árabe significaba, “la ciudad blanca”, como la Casablanca marroquí. El grupo que acompañará mañana a Manuel Santiago en el escenario de Lanuza se hace llamar “Alquibla”, el barrio árabe que existió en Huesca durante la Edad Media. Como se ve, no es necesario realizar contorsiones históricas para encontrar puntos de encuentro. Los tenemos en cada girón de nuestro pasado. Como explicaba en Pirineos Sur hace dos años el músico ney Mohammed Yassine, “la música siempre ha sido el punto de reunión entre España y Marruecos, tenemos las mismas raíces en la historia y en el Mediterráneo”. La convivencia de los músicos ha creado una paleta de sonidos amplia y atractiva que perfecciona el maridaje entre los ritmos flamencos y las melodías magrebíes, con incursiones en la música gnawa.

            Santiago se hace acompañar de esta Alquibla formada por tres gitanos flamencos de la inagotable cantera oscense y por otros tantos músicos marroquíes. Los de casa son lo mejor de lo mejor; todos ellos protagonistas de las aventuras musicales más inspiradas y serias que ha dado la historia del flamenco en Huesca. La voz de Raúl Giménez “el Gamba”, hermano de “Tutero” y antiguo miembro del mítico grupo “Lizana”, aporta el poderío vocal al grupo. Junto a él Javier Giménez “Teto”, guitarrista de largo recorrido que estuvo en Willy Giménez y Chanela, Lizana y ahora en el proyecto “Aramenco”, que dirigido también por Manuel Santiago fusiona la jota y el flamenco. Por último destaca el teclista Adán Giménez “Nano”, con un curriculum similar.

            La aportación marroquí es también de gran calibre. El baterista Abrahim Tekemani ya sabe de qué va la cosa puesto que participó en Al-Baïda junto a Alejandro Monserrat. Conoce las dinámicas de grupo cuando a falta de una lengua común para entenderse sólo sirve la música como vía de comunicación. Fardi Ghanna, canta y toca el bajo y el gumbiri. Sus dotes vocales son excepcionales, como pudo comprobarse en la presentación del proyecto el pasado mes de mayo en el Instituto Cervantes y en el festival L’Boulevard de Casablanca. Jamal Nouman incorpora la guitarra y el laud a la acústica del grupo.

Y como maestro de ceremonias descuella la figura de un Manuel Santiago en plenitud. El malagueño de Huesca atraviesa uno de los momentos más productivos y fértiles de su carrera, afirmación que debe situarse en el contexto de un artista que en sus más de 40 años de profesión ha trabajado con los más grandes (Camarón, Antonio Canales, Fosforito, José Mercé, Carmen Linares, Remedios Amaya…), y ha forjado su carácter como músico en la dura escuela de los tablaos y corralas. Ha exportado la guitarra flamenca en largas giras por medio mundo para acabar encontrando su espacio vital en la capital oscense, donde ejerce la docencia y agita la vida cultural con nuevos proyectos e ideas. 

La nueva Bebe

Habrá que medir el alcance del fenómeno Bebe por el ruido que precedió a la publicación de su tercer disco, “Un pokito de rocanrol”, el pasado mes de febrero. La rumorología se hacía lenguas sobre una ruptura con su pasado, sobre un cambio radical con un nuevo sonido que iba a marcar un antes y un después incluso en la música española. La prosopopeya envolvió el dictamen de unos y otros: de los que anticipaban un “suicido comercial” y de los que hablaban de un “álbum histórico”. Lo cierto es que hace muchos años que la aparición de un disco español no causaba tanta expectación ni generaba tanta literatura musical. Cuando la extremeña anticipó en concierto en noviembre del pasado año algunas de las canciones de su nuevo trabajo, la industria de la música (músicos, productores, promotores, periodistas…) ardió en un juicio público sin medias tintas; se dividieron en dos bandos de “bebistas” y “antibebistas”.

Lo que pasó en las semanas posteriores sólo se explica por la descomunal fama adquirida por Bebe desde que apareciera en la escena musical española en 2004, y por la reputación ganada entre la crítica gracias a dos discos vibrantes, comprometidos y honestos. Eran razonadas, por tanto, las expectativas que había creado la salida de su nuevo trabajo, ahora bajo la producción de Renaud Letang, un mago del estudio al que le deben su sonido y parte de su éxito artistas tan reconocidos como Manu Chao, Jane Birkin, Feist, Franz Ferdinand o Sergent García.

Pero el cambio que anunciaba Bebe fue toda una reencarnación, una reinvención plena que borró cualquier huella de su pasado musical. El periodista y crítico musical de El País, Fernando Neira,  habló de “una ruptura sumarísima” y en general las reacciones fueron de estupefacción en diferente grado. “Ha pasado un tiempo, te apetece hacer otras cosas y tu energía está de otra manera”, arguyó entonces la cantante para explicar el abisal alcance de esta catarsis que ha alterado la reconocible sonoridad de sus anteriores trabajos, la estructura de las canciones y la profundidad íntima y doliente de sus letras.

Sin duda el viraje en la carrera musical de Bebe es un gesto de valentía poco habitual en trayectorias consolidadas, más tentadas por el regazo de la continuidad que por las incomodidades de un rumbo incierto. “Un pokito de rocanrol” se ha construido sobre una piel de música electrónica con importantes bases de percusión y una atmósfera punk a la que contribuye la voz a veces desbocada y desgarrada de Bebe, sobre todo en “Qué carajo” y “KIEREME”. Hay derivas hacia otros territorios sonoros como el R&B, el reggaetón, el rap o el synthpop, estilos todos ellos nunca antes explorados por Bebe y que pertenecen a la zona de influencia del productor Letang. Éste ha señalado que desde el primer encuentro con la cantante española en su estudio de París –el mítico Studios Ferber-, encontró unas canciones “simples, modernas e inteligentes, un sentimiento latino mezclado con una cosa inglesa y electro”. La nueva Bebe evoca a otras cantantes de la factoría Letang, como la anglo-tamil M.I.A. o incluso los LCD Soundsystem. Pero incluso en esto de las comparativas, la crítica musical tampoco se ha puesto de acuerdo, lo que quizá debería hacer pensar que estamos ante un disco singular y tan personal como los anteriores de la extremeña.

Al margen de las diferentes reacciones que suscita el trabajo, es indudable que ha captado un sonido moderno y atrevido que retrata el espíritu libre de la cantante y su enorme versatilidad para plegarse a diferentes estilos y ritmos. Bebe ha querido abrir nuevos ámbitos musicales y lo ha hecho con osadía y determinación, asumiendo los riesgos de la aventura y sus posibles efectos comerciales. De la acústica sofisticada y cadenciosa de los discos grabados junto al productor Carlos Jean, ha pasado a una base rítmica agresiva y contundente sobre la que despliega fraseos de rap y riffs vocales tremendamente efectivos. Las letras han perdido ese tono de desdicha, lamento y escozor para adquirir otro más festivo, frívolo y desenfadado, acorde con el estado de excitación y felicidad que dice la cantante haber experimentado durante la grabación de “Un pokito de rocanrol”. “Este disco huele a diversión, a energía, a baile”, resumió.

El giro copernicano de Bebe retrata al personaje, ese espíritu indómito e independiente que va por libre aunque caigan chuzos de punta. En su breve trayectoria artística ha protagonizado episodios que la definen incluso más que su música y sus letras. Tras el inmenso éxito de “Pafuera telarañas” (2004) y desbordada por una fama tan repentina como abrasiva, decidió retirarse para dedicarse a su carrera de actriz junto a Julio Medem, José Luis Cuerda, Fernando Colomo y Jesús Bonilla. Cuando regresó en 2009 con su segundo disco “Y”, aseguró que “a mí se me sobrevaloro todo”, pero tanto la crítica como el público volvieron a elogiar un trabajo que era más lujurioso e introspectivo que el primero.

La inmensa reputación lograda por la cantante extremeña echó raíces en un estilo nuevo y una poética musical directa y tremendamente expresiva. La cantante ponía letra y voz a los problemas y conflictos de la gente normal, principalmente de las mujeres. Cantaba verdades como puños y lo hacía con un lirismo callejero mucho más cercano y eficaz que la retórica feminista al uso. “Malo” y “Ella” pasaron de la noche a la mañana a convertirse en himnos femeninos, precisamente en un tiempo en el que una determinada clase política hablaba de la violencia de género como “un problema de ámbito doméstico”. Bebe se convirtió en la voz de una parte muy representativa de la sociedad, que adoraba su estilo directo y su sensibilidad hacia determinadas problemáticas. Hoy sigue siendo la misma pero, además, ha encontrado el lado hedonista de la música.

"Clorofila", tecno corridos del siglo XXI

¿Podía hacerse trip hop sonando de fondo un acordeón y un bajo sexto sin caer en la verbena? ¿Podía llevarse la atmósfera de Bristol de principios de los 90 a Tijuana sin que estallara el caos en la frontera mexicana? ¿Podía mezclarse la música norteña con secuencias electrónicas sin que la cosa sonara a broma? Hace algo más de una década Nortec Collective aportó respuestas afirmativas a estas y a otras prevenciones cuando revolvieron la escena musical mexicana con su primer álbum en 2001. Panóptica (Roberto Mendoza), Bostich (Ramón Amezcúa), Hiperboreal (Pedro Gabriel Beas), Fussible (Pepe Mogt) y Clorofila (Jorge Verdín), todos ellos con proyectos independientes al margen del colectivo, conformaron  en Tijuana el núcleo original de una especie de “cooperativa de ideas” que quería explorar las posibilidades que ofrecía la fusión de la música electrónica con la norteña y la de banda sinaolense mexicana. Al mismo tiempo introducían la imagen y el diseño como piezas fundamentales de una identidad visual tan meditada e importante como la musical.

En aquellos años otros grupos ya se habían decidido a explorar el inabarcable territorio del folclore para crear nuevas texturas sonoras trasplantadas a la musicalidad del nuevo siglo. Gotan Project desde París fusionaba con gran éxito comercial el tango y la electrónica, y el Señor Coconut había forzado aún más la máquina al agitar en la misma coctelera temas de Kraftwer con cumbia y salsa. No había límites para la aventura más allá de los que imponía el buen gusto y la coherencia, demasiadas veces una frontera difusa. En esas, los fundadores de Nortec Collective dieron sustancia a una idea puramente intuitiva. La versión oficial en boca de Jorge Verdín dice que escucharon en una boda a una de las típicas bandas sinaloense de México, en la que predominan los instrumentos de viento –tubas, saxos, trombones, trompetas…-, al estilo de las grandes fanfarrias europeas. “Aquello sonaba a “Drum&Bass”, recuerda Jorge Verdín (Clorofila) con trazas de epifanía.

Ya se sabe que los músicos siempre se movilizan ante una buena idea o un brote de inspiración. Y la tentación de mezclar samplers con toda una sección de viento sinaloense ofrecía prometedoras experiencias sensoriales. Las grabaciones en estudio acabaron de confirmar las expectativas de aquel experimento embrionario, hasta entonces sólo carburante de la ensoñación de los músicos. El nuevo sonido ya siempre se conocería como “nortec”, por razones obvias. “Los acordeones, los bajos, los metales, la tuba y la percusión nos dieron el anclaje geográfico en Tijuana” afirma Verdín, quien siempre ha insistido en la obsesión del colectivo por que “Nortec” “sonara a Tijuana, sonara a México”. El grupo grabó dos vibrantes álbumes en 2001 y 2005 “The Tijuana Sessions Vol 1 y Vol 3” con una política de equipo cooperativista y asamblearia; cada miembro aportaba al colectivo sus propias canciones y la suma de ellas configuraba el disco. Aquellas sesiones de Tijuana causaron una honda conmoción en la escena electrónica mundial, cuya reacción fue entre cautivadora y displicente. En México arrasaron con unos directos electrizantes, nunca mejor dicho.

“Nortec” se disolvió en 2007 y desde entonces sus componentes han continuado grabando en solitario pero siempre con el sello “Nortec Colective” como preámbulo y etiqueta. Cada uno de ellos ha seguido realizando catas sobre la tradición mexicana pero conservando reconocible esa mixtura de música norteña y electrónica que ya han hecho universal. Los mexicanos todavía recuerdan la que montaron al alimón Bostich y Fussible en la ceremonia inaugural de los Juegos Panamericanos celebrados el pasado año en Guadalajara. No había mejor manera de mostrar al mundo el México moderno y vanguardista, alejado de los tópicos.

Jorge Verdín “Clorofila” ha sido el más activo de todos los “Nortec” y probablemente el que ha experimentado una evolución intelectual más interesante y reconocida. Ha conservado su personalidad individual y al mismo tiempo ha trabajado en el proyecto alternativo “Trémolo audio”, en una línea más lounge y soft music. Mañana presentará en Pirineos Sur las canciones de su disco “Corridos urbanos”, publicado en 2010. Se trata de un acontecimiento musical de primer orden, puesto que el músico mexicano actuará en el escenario de Sallent de Gállego con el formato más amplio de los tres que maneja en sus actuaciones. Estará acompañada de la Banda Agua Caliente con su espectacular sección de viento sinaloense, una vocalista y un videoDJ.

El directo de “Clorofila” es como un gran cabaret postmoderno, una verbena electrónica del siglo XXI en la que su responsable promueve la polifonía de ritmos orgánicos y samplers como si fuera un director futurista. Su “tablet” atestada de sonidos pregrabados dirige a este combo que suena a Tijuana pero ensambla con el espíritu presente de Massive Attack, Chemical Brothers, Bassament Jaxx, Rinoceroise, Portishead, Tricky, LCD Soundsystem, Moby y tantos otros. Jorge Verdín ha hecho un reciclaje de sonidos y como si de un proceso de deconstrucción se tratara, los ha deformado hasta convertirlos en un artificio sonoro enigmático y atmosférico.

Un producto lujoso y sofisticado parido en la frontera mexicana, en esa tierra mestiza y caliente educada en la cultura popular del corrido e impactada cada día por una violencia infinita. Como ha recordado Jorge Verdín, su concepto de la música y el estilo “nortec” “son hijos de un espacio de mestizaje, en la Tijuana mexicana profundamente influenciada por la música norteamericana y Europea”. Sólo allí podía inventarse un sonido tan mexicano pero tan moderno y global a la vez.

Manu Chao, la verbena punk

Mañana miércoles se cerrará un círculo en Pirineos Sur. Su director, Luis Calvo, había confesado coincidiendo con la XX edición celebrada el pasado año que el único artista que no había conseguido traer al auditorio de Lanuza era Manu Chao. Ya está hecho. El cantautor francés de origen español actuará mañana en el Valle de Tena como consecuencia, en recientes palabras del periodista de El País, Luis Hidalgo, “de una adecuada conjunción astral”. Porque en esta ocasión ha sido el propio Manu Chao el que ha elegido Pirineos Sur para cuadrar las fechas entre su gira francesa y un concierto en Cascais (Portugal) el pasado domingo. La fortuna del calendario ha sonreído al festival oscense.

Luis Calvo ha señalado que “Chao tenía ganas de venir hace tiempo a Pirineos Sur y ahora se han dado las condiciones para que fuera posible”. Son solo dos conciertos en nuestro país (Pirineos Sur y Porta Ferrada de Sant Feliu de Guixols); los primeros programados en mucho tiempo al margen de los que suele hacer frecuentemente de forma espontánea y casi clandestina en pequeños recintos. Con Manu Chao las cosas son así, él decide cuándo y cómo tienen que ser las cosas y  a este irreductible comportamiento se debe buena parte de su prestigio intacto. Diego Manrique dijo de él que era “el hombre más libre del negocio musical”.

Cuando Pirineos Sur echó a andar en el verano de 1992, los “Mano Negra” viajaban en el carguero Melquiades por toda Sudamérica ofreciendo conciertos gratuitos en plazas públicas con el patrocinio del gobierno francés. Aquel proyecto denominado “Cargo92” acabó con la convivencia de los miembros de la banda. En julio de ese año dieron en Buenos Aires el último concierto de su historia con la formación original. La publicación dos años después de “Casa Babylon” con el impactante “Sr. Matanza” se produjo con la banda técnicamente disuelta. En aquél tiempo la figura de su líder, Manu Chao, comenzaba a adquirir un aura mítica por su activismo social, su actitud siempre irreverente con los poderosos y sus constantes peregrinaciones por los rincones más recónditos y míseros del mundo pobre. Su estética era entonces la representación máxima de lo alternativo, su discurso un puñetazo en las conciencias y su música un festín de ska, punk, salsa, rumba, flamenco, hardcore, reggae, blues, funk y canción francesa.

Pirineos Sur crecía, se afirmaba y comenzaba a explorar territorios ignotos y culturas tradicionalmente marginadas y desconocidas. Y de algún modo el espíritu que reverberaba en la figura musical e intelectual de Manu Chao era un sincretismo de todos los valores que el festival oscense empezaba a divulgar como seña de identidad. Y ya desde entonces quedó para siempre consolidada la especie de que Pirineos Sur era a los festivales lo que Manu Chao a la música; la voz de las culturas sin voz, la música como energía y no como aditivo, y el espíritu de cooperación como horizonte. Así que sólo podía ser cuestión de tiempo que el cantante acabara tocando en un Festival que ha perfilado a lo largo de los años un tipo de público “muy de Manu Chao”.

El autor de “Próxima estación: Esperanza” ha adquirido una dimensión social que incluso ha llegado a ensombrecer su figura como músico y compositor. Como señala el periodista musical Gonzalo de la Figuera,  a raíz de la publicación en 1998 de su primer disco en solitario, “Clandestino”, el cantante hispano-francés “se convirtió en un icono alternativo cuyo alcance excedía lo puramente artístico para entrar en el peliagudo terreno de lo sociológico”. Encumbrado a la categoría de líder del inconformismo y azote de lo políticamente correcto, Manu Chao se ha situado por encima de su propia carrera musical en un estadio acomodado tan solo a los referentes generacionales.

Pese a que sus últimos discos “Radio Bemba Sound System” y “La Radiolina” no han tenido la repercusión de los primeros ni tampoco el impacto como producto musical que tuvo su etapa al frente de Mano negra, cada movimiento de Chao o cada rumor de nuevo concierto se convierten en un acontecimiento que acontece en una esfera cercana a la mitología popular. Aunque en cierta ocasión afirmó que no se sentía líder del movimiento antiglobalización ni aspiraba a ocupar ninguna vanguardia social, lo cierto es que su manera de vivir siempre en el lado más desdichado y su música tan cercana han influido en varias generaciones de jóvenes artistas que han querido ser como él, algo probadamente imposible.

Manu Chao, hijo del periodista y escritor español exiliado en París Ramón Chao, lideró junto a su hermano Antoine y su primo Santiago Casariego los míticos Mano Negra, un original grupo que en el tránsito entre los 80 y los 90 del pasado siglo alumbró un estilo musical nuevo enraizado en el punk con sonoridades multirraciales y unas letras comprometidas e ingeniosas. “Mala Vida” o “King Kong five” fueron canciones que hicieron mundialmente famoso al grupo y causaron el asombro de la crítica especializada, impactada con esa combinación efervescente de rock, ska, reggae, rumba, salsa, canción francesa y otros estilos en la misma onda. Luego llegó la consagración definitiva con la traslación al directo de esos sonidos reconvertidos en una verbena del siglo XXI de energía frenética.

La historia de Mano Negra terminó mal. En 1994 después de numerosas desavenencias entre sus miembros y algunos episodios que pertenecen ya a la leyenda del grupo, sus componentes se dispersaron por diversos caminos y Manu Chao decidió entonces emprender su carrera en solitario. Durante algún tiempo trabajó en diversos proyectos musicales como Radio Bemba, pero cuando en 1998 publicó “Clandestino”, ya lejos del mestizaje multirracial de Mano Negra, su figura musical se agrandó en una dimensión digna de estudio sociológico. Su mirada musical ya estaba puesta fundamentalmente en Sudamérica, aunque sus letras hablaban de la pobreza y de las injusticias de cualquier parte del planeta. Canciones como “Clandestino”, “Bienvenido a Tijuana”, “Bongo Bong” o “Desaparecido” mudaron de la noche a la mañana en himnos generacionales. “Próxima estación: Esperanza” consolidó en 2000 su trayectoria con canciones que mantenían el pulso y la soltura comercial, sobre todo “Me gustas tú”, en una línea de continuidad compositiva y formal.

El fenómeno global que es Manu Chao se construye sobre unas bases musicales populares y tremendamente eficaces, que parecen no agotarse debido fundamentalmente al carisma desbordante del cantante y a las letras siempre beligerantes que nutren su discurso antisistema. En este caso el mensaje es lo más importante, una agria letanía más vigente que nunca vestida con los ropajes de una música que obliga a saltar, gritar y cantar. Los conciertos de Manu Chao son de una intensidad agotadora, una descarga de punk, ska y reggae con la que solo es posible botar.

Barry, la voz del nuevo Marruecos

Hay una generación de nuevos músicos marroquíes que se ha alimentado en la cultura urbana y que utiliza sus vías de expresión como medio de resistencia y supervivencia. Es la generación nacida entre 1975 y 1990, en mitad de uno de los periodos más críticos y complejos de la historia de Marruecos, sobre todo para las libertades individuales. Mohammed Bahri, Barry, nació en 1980 en el barrio de Hay Mohamedi de Casablanca y creció con la conciencia crítica que emanaba de las grandes formaciones musicales que en ese tiempo combatían con tanta valentía como imaginación la represión autoritaria del régimen de Hassán II. Grupos como Batma o Nass El Ghiwane lideraban la vanguardia intelectual y social de un deseo de libertad, eran la voz de los oprimidos en los tiempos de plomo de la brutal represión oficial. Sobre todo estos últimos, de los que el director Martin Scorsese llegó a decir que eran los Rolling Stones africanos e incorporó a la banda sonora de su polémica “La última tentación de Cristo” (1988)

Mohammed Bahri se empapó en su adolescencia de esta música y de su discurso al mismo tiempo reivindicativo, crítico y esperanzador, que además se expresaba en darija, la lengua coloquial del país. El barrio como microcosmos y centro de todas las cosas, es el núcleo desde el que surgen las corrientes creativas y los movimientos sociales en Marruecos. En la popular barriada de Hay Mohammadi en Casablanca existía una intensa y agitada vida cultural que marcó la personalidad y las inquietudes del Bahri. Éstas fueron madurando y adaptándose a los lenguajes que se importaban de la cultura urbana y que eran hijos de su tiempo. Aunque existe una conexión directa con la tradición y con la herencia de los grandes grupos marroquíes, los nuevos músicos han construido su propio discurso con esquemas e identidades que podían parecer rupturistas, aunque en realidad son renovadores.

Barry (nombre artístico de Mohammed Bahri), formó parte del grupo pionero del rap marroquí “CasaMuslim”, y luego creó “Barry and Survivors” con el que ganó en 2001 el premio del público en el prestigioso festival “Boulevard des jeunes musiciens”, ese “foro de looks excéntricos e insólitos”, en palabras del investigador Amel Abou El Aazm. Este estudioso y activista franco-marroquí recuerda que “esta nueva ola parece decir en voz alta lo que todo el mundo piensa por lo bajo, evitando el lenguaje estereotipado”. En 2005 Barry grabó el tema “”Labelisé, elevado a la categoría de himno juvenil en su país, y un año después publicó su primer disco, “Sleeping system”. En sus canciones el músico de Casablanca mostraba abiertamente el estilo evolucionado durante años, una síntesis del espíritu vindicativo de grupos como Nass el Ghiwane y de todas las músicas que educaron su adolescencia y que fluctuaban entre el folclore marroquí, el pop, el tecno, el reggae, el rap y el rock magrebí.

La formación con la que actúa en directo e incluso su estética son más propias de un combo anglosajón, con el clásico cuarteto de guitarra, bajo, batería y teclados. Es en vivo donde Barry se manifiesta como una verdadera estrella, manejando el groove con la soltura de quien ha vivido casi toda su vida en el escenario. El músico de Casablanca lidera una joven generación que sostiene el arrobo de lucha de los viejos trovadores darija pero lo actualiza de acuerdo a unos códigos y estilos musicales en los que influye el rap, el hip hop, el reggae, la música electrónica o el tecno.

Es una juventud formada en la globalización, probablemente más informada y consciente de los derechos civiles que sus antecesores, pero preocupada también por romper los tópicos sobre el Magreb que frecuentemente se asocian a las músicas tradicionales y, como mucho, al rai. En sus letras hablan de problemas eternos como la corrupción, la pobreza o los abusos del poder, y de otros que son expresión de su tiempo como la droga, la política o la lucha social.  Mohamed Barry actúa mañana en Pirineos Sur para presentar su nuevo disco, “Siba” publicado este mismo año, que profundiza en las mismas texturas sonoras y en los conflictos irresueltos de un país y de una sociedad que vibra con el talento desbocado de sus jóvenes creadores.