La nueva Bebe
Habrá que medir el alcance del fenómeno Bebe por el ruido que precedió a la publicación de su tercer disco, “Un pokito de rocanrol”, el pasado mes de febrero. La rumorología se hacía lenguas sobre una ruptura con su pasado, sobre un cambio radical con un nuevo sonido que iba a marcar un antes y un después incluso en la música española. La prosopopeya envolvió el dictamen de unos y otros: de los que anticipaban un “suicido comercial” y de los que hablaban de un “álbum histórico”. Lo cierto es que hace muchos años que la aparición de un disco español no causaba tanta expectación ni generaba tanta literatura musical. Cuando la extremeña anticipó en concierto en noviembre del pasado año algunas de las canciones de su nuevo trabajo, la industria de la música (músicos, productores, promotores, periodistas…) ardió en un juicio público sin medias tintas; se dividieron en dos bandos de “bebistas” y “antibebistas”.
Lo que pasó en las semanas posteriores sólo se explica por la descomunal fama adquirida por Bebe desde que apareciera en la escena musical española en 2004, y por la reputación ganada entre la crítica gracias a dos discos vibrantes, comprometidos y honestos. Eran razonadas, por tanto, las expectativas que había creado la salida de su nuevo trabajo, ahora bajo la producción de Renaud Letang, un mago del estudio al que le deben su sonido y parte de su éxito artistas tan reconocidos como Manu Chao, Jane Birkin, Feist, Franz Ferdinand o Sergent García.
Pero el cambio que anunciaba Bebe fue toda una reencarnación, una reinvención plena que borró cualquier huella de su pasado musical. El periodista y crítico musical de El País, Fernando Neira, habló de “una ruptura sumarísima” y en general las reacciones fueron de estupefacción en diferente grado. “Ha pasado un tiempo, te apetece hacer otras cosas y tu energía está de otra manera”, arguyó entonces la cantante para explicar el abisal alcance de esta catarsis que ha alterado la reconocible sonoridad de sus anteriores trabajos, la estructura de las canciones y la profundidad íntima y doliente de sus letras.
Sin duda el viraje en la carrera musical de Bebe es un gesto de valentía poco habitual en trayectorias consolidadas, más tentadas por el regazo de la continuidad que por las incomodidades de un rumbo incierto. “Un pokito de rocanrol” se ha construido sobre una piel de música electrónica con importantes bases de percusión y una atmósfera punk a la que contribuye la voz a veces desbocada y desgarrada de Bebe, sobre todo en “Qué carajo” y “KIEREME”. Hay derivas hacia otros territorios sonoros como el R&B, el reggaetón, el rap o el synthpop, estilos todos ellos nunca antes explorados por Bebe y que pertenecen a la zona de influencia del productor Letang. Éste ha señalado que desde el primer encuentro con la cantante española en su estudio de París –el mítico Studios Ferber-, encontró unas canciones “simples, modernas e inteligentes, un sentimiento latino mezclado con una cosa inglesa y electro”. La nueva Bebe evoca a otras cantantes de la factoría Letang, como la anglo-tamil M.I.A. o incluso los LCD Soundsystem. Pero incluso en esto de las comparativas, la crítica musical tampoco se ha puesto de acuerdo, lo que quizá debería hacer pensar que estamos ante un disco singular y tan personal como los anteriores de la extremeña.
Al margen de las diferentes reacciones que suscita el trabajo, es indudable que ha captado un sonido moderno y atrevido que retrata el espíritu libre de la cantante y su enorme versatilidad para plegarse a diferentes estilos y ritmos. Bebe ha querido abrir nuevos ámbitos musicales y lo ha hecho con osadía y determinación, asumiendo los riesgos de la aventura y sus posibles efectos comerciales. De la acústica sofisticada y cadenciosa de los discos grabados junto al productor Carlos Jean, ha pasado a una base rítmica agresiva y contundente sobre la que despliega fraseos de rap y riffs vocales tremendamente efectivos. Las letras han perdido ese tono de desdicha, lamento y escozor para adquirir otro más festivo, frívolo y desenfadado, acorde con el estado de excitación y felicidad que dice la cantante haber experimentado durante la grabación de “Un pokito de rocanrol”. “Este disco huele a diversión, a energía, a baile”, resumió.
El giro copernicano de Bebe retrata al personaje, ese espíritu indómito e independiente que va por libre aunque caigan chuzos de punta. En su breve trayectoria artística ha protagonizado episodios que la definen incluso más que su música y sus letras. Tras el inmenso éxito de “Pafuera telarañas” (2004) y desbordada por una fama tan repentina como abrasiva, decidió retirarse para dedicarse a su carrera de actriz junto a Julio Medem, José Luis Cuerda, Fernando Colomo y Jesús Bonilla. Cuando regresó en 2009 con su segundo disco “Y”, aseguró que “a mí se me sobrevaloro todo”, pero tanto la crítica como el público volvieron a elogiar un trabajo que era más lujurioso e introspectivo que el primero.
La inmensa reputación lograda por la cantante extremeña echó raíces en un estilo nuevo y una poética musical directa y tremendamente expresiva. La cantante ponía letra y voz a los problemas y conflictos de la gente normal, principalmente de las mujeres. Cantaba verdades como puños y lo hacía con un lirismo callejero mucho más cercano y eficaz que la retórica feminista al uso. “Malo” y “Ella” pasaron de la noche a la mañana a convertirse en himnos femeninos, precisamente en un tiempo en el que una determinada clase política hablaba de la violencia de género como “un problema de ámbito doméstico”. Bebe se convirtió en la voz de una parte muy representativa de la sociedad, que adoraba su estilo directo y su sensibilidad hacia determinadas problemáticas. Hoy sigue siendo la misma pero, además, ha encontrado el lado hedonista de la música.
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