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Juan Gavasa

Música

Amadou & Mariam; de Mali al mundo

En la mítica Tombuctú convergían las rutas transaharianas que utilizaban los comerciantes y las poblaciones bereberes y árabes del norte. Fue durante siglos un centro de poder económico y un hervidero intelectual y cultural en el que las ideas, como los caminantes, iban y venían. Mali conserva la herencia de aquel espíritu de libertad de los cruces de camino, como lo fue Tombuctú, expresada sobre todo en su maravillosa escena musical, que ha exportado al mundo talentos de la talla de Salif Keita, Boubacar Traoré, Toumani Diabaté, Ali Farka Touré y, claro está, Amadou & Mariam. Semejante despliegue de figuras no puede deberse a una casualidad. Es posible que tenga razón el periodista de “The Guardian”· Caspar Llewellyn Smit cuando afirma que el “blues nació en Mali”. La teoría se sostiene en razonamientos antropológicos que viajan en aquellos barcos de esclavos negros que arribaron en Estados Unidos para aportar mano de obra y nuevas músicas que luego se llamarían blues, jazz o góspel.

Y como todos los viajes son de ida y vuelta, en Mali surgió en los tiempos de la independencia del país, allá a principios de los 60 del pasado siglo, una generación de músicos que se batía entre las enseñanzas tradicionales y una inquietud por explorar nuevas sonoridades. En esas primeras horas de libertad de la antigua metrópoli francesa nació la música moderna del país en la que el blues africano tenía un ascendente pleno. Boubacar Traoré puso los cimientos de un movimiento musical protagonizado por virtuosos músicos habituados a foguearse con estilos propios como la mandinga pero que sentían fascinación por las orquestaciones suntuosas procedentes de Europa y Estados Unidos.

Las grandes orquestas malienses como la “Rail Band du Baffet de la Gare” de Bamako, la “Ensemble Instrumental National” o los “Ambassadors du Motel”, creada por Salif Keita, fueron escuelas para el aprendizaje técnico y para un desarrollo intelectual exento de prejuicios. Amadou Bagayoko militó como guitarrista en los Ambassadors y en alguna ocasión ha recordado que tenía que aprender a tocar rumbas, fox-trots, baladas francesas y cubanas o versiones de James Brown y Otis Reeding, pero sin descuidar el conocimiento de los tradicionales de Bamako, Sikasso, Mopti o Tombuctú. Esa mente abierta y flexible a abrazar cualquier nueva influencia modeló su personalidad como músico y hoy es el día en que los discos de Amadou y Mariam son más globales y modernos que muchos de los que integran la pretenciosamente etiquetada como “música avanzada”. El diario The Telegraph lo ha definido acertadamente: “una mezcla cocinada en una fiesta callejera, no algo cínicamente manufacturado en la oficina de un sello discográfico”.

Se refiere a “Folila” (“música” en la lengua bambara maliense), el séptimo trabajo en la discografía de la pareja invidente, grabado entre Roma, Nueva York, París y Bamako y publicado el pasado mes de febrero. Es un disco sólo al alcance de rutilantes estrellas de la industria musical, de ese tipo de fenómenos que surgen cada cierto tiempo y al que todos los artistas quieren arrimarse. Después del arrollador éxito de “Dimanche a Bamako” (2005), producido por Manu Chao, y de “Welcome to Mali” (2008), el mundo musical había depositado su atención en el dúo que se conoció hace 25 años en el Instituto para jóvenes ciegos de Mali en Bamako. Al estilo de las grandes producciones que tiene el aura de tributo, en “Folila” se suceden diversas colaboraciones de lujo que otorgan al disco la categoría de “catálogo de músicas de nuestro tiempo”. Damon Albarn, productor de “Welcome to Mali”, asegura que “no creo que haya habido una banda en África en la que se hayan involucrado tantas personas en su camino”.

Amadou & Mariam declaran su amor por el riesgo y el mestizaje. En el disco desfilan el rockero francés Bertrand Cantat, el grupo indie norteamericano “TV On the Radio”, la cantante de pop electrónico Santigold, el líder de la banda de glam-rock Scissor Sisters, Jake Shears; la cantante de soul y Rythm & Blues, Amp Fiddler, el rapero Theophilus London o la compositora británica Ebony Bones. Junto a ellos también músicos africanos como el guitarrista tuareg Abdallahag Oumbadougou o el maliense Bassekou Kouyate. El resultado del experimento es inclasificable porque hay tantos sonidos y espíritus como experiencias individuales, pero a la manera de Georges Perec, “no son los elementos lo que determinan el conjunto, sino el conjunto el que determina los elementos”. Es decir; “Folila” es una obra conceptual que agita una coctelera de influencias que conectan el blues africano con el funk, el soul, el ney egipcio, el bluegrass, el tropicalismo, el rap, la mandinga, el pop, el rythm&blues y el rock.

Hasta alcanzar el momento actual de reconocimiento pleno con “Folila”, disco que presentarán mañana en Pirineos Sur, Amadou & Mariam han recorrido un largo camino marcado en la misma medida por su invidencia y por su sólida educación musical. En unos tiempos, como ha recordado Amadou Bagayoko, en los que ser ciego “era lo peor que te podía pasar en la sociedad maliense”, la pareja desbrozó la maleza de su destino gracias al talento del primero como guitarrista y al virtuosismo de ella como cantante y letrista. Se casaron y comenzaron a grabar canciones que se vendían por Mali en cintas de cassette y que transpiraban blues, mandinga, rock, soul y funk. En 1998 se mudaron a Francia y publicaron su primer disco “Se te djon ye”, en el que ya proyectaban una imagen entre étnica y sofisticada, idónea para el mercado europeo. Empezaron a ser comparados de manera inevitable con otras parejas de artistas como Ike&Tina, Ashford&Simpson o Womack&Womack. Pero ellos, sin alejarse del todo de aquellos, sentían predilección por James Brown y obviamente por Ray Charles. Y marcando su propio tempo construyeron una trayectoria coherente, libre y extremadamente fértil que ha situado a Mali en el centro de todas las cosas, como lo fue Tombuctú hace cuatro siglos.

Kusturica, la gran fiesta balcánica

En su reciente autobiografía, “¿Dónde estoy en la historia?”, el cineasta y músico serbio Emir Kusturica revela que el día que los bosnios musulmanes derribaron la estatua del Premio Nobel de Literatura Ivo Andric (1961), comprendió que se le habían borrado las certezas para encontrar su lugar en el mundo, y entonces cayó presa del miedo. Tiempo antes Kusturica había sido objeto de una intensa campaña de desprestigio por exiliarse durante la guerra de Bosnia, y más tarde por apoyar la causa Serbia y a Slobodan Milôsevic en el conflicto de los Balcanes. Son historias que han alimentado la leyenda de este personaje poliédrico, exuberante, ingenioso e iconoclasta. Historias que, en realidad, han desenfocado la verdadera imagen de este declarado y ferviente antinacionalista.

Porque Kusturica, al igual que su admirado compatriota Ivo Andric, del que se confiesa discípulo, se ha consagrado a largo de su dilatada carrera artística a la construcción de puentes entre las diversas culturas y religiones que componían el mosaico balcánico. Como el que protagoniza la formidable novela de Andric “Un puente sobre el Drina”, valiosísima para entender la guerra de la antigua Yugoeslavia. La historia de la pasarela mandada levantar en 1577 por el imperio otomano en la ciudad bosnia de Visegrad, es una metáfora de la misma historia de los Balcanes y en cierta medida la síntesis de los irresolubles desajustes que derivaron en la tragedia de principios de los 90 del pasado siglo, cuando todos los puentes estallaron en mil pedazos.

Kusturica ha narrado a través de su brillante y original filmografía la historia de su país, los demonios que anidaban en el alma transida de sus gentes y  la compleja estructura social construida a base de teselas de etnia y religión. Lo ha hecho frecuentemente con un sarcasmo descarnado y una ironía a prueba de cualquier envestida de la ortodoxia. Inteligente manera de establecer filtros para adentrarse con inmunidad en ese turbado mapa emocional que fue la Yugoeslavia del periodo comprendido entre la muerte de Tito y el inicio de la guerra. Él, que era hijo de familia serbia y musulmana nacido en Bosnia, portaba en su genética la esencia del problema. Ese ha sido su combustible intelectual y la argamasa de su narrativa cinematográfica.

Sobradamente conocida es su extensa carrera como director, plagada de referencias y premios que muy pronto le instalaron en el pedestal de los autores de culto. Desde “¿Te acuerdas de Dolly Bell?” (1981) y “Papá está en viaje de negocios” (1985), con la que ganó su primera Palma de Oro de Cannes, hasta la poética “El tiempo de los gitanos” (1988) y la  controvertida “Underground” (1995), una épica inmersión en las simas del alma yugoeslava que le valió otra Palma en Cannes. Emir Kusturica ha pergeñado una narrativa visual trufada de imágenes de su infancia callejera en Sarajevo a base de personajes extravagantes y miserables que proyectaban en la misma medida lo más tierno e inconfesable de su sociedad.

Y es en esa esfera social de su cinematografía donde la música adquiere la categoría de almacén de la educación sentimental. Y como una sucesión lógica de acontecimientos irrumpe en 1986 en el universo de Kusturica la “No Smoking Orchestra”,  banda de “techno-rock-gitano” que dirigía Nelle Karajlic, un histrión que se proclamaba “anarco-punk” y que estaba cortado por el mismo patrón que el cineasta de Sarajevo. Kusturica, que en su juventud había tocado el bajo en grupos de punk, se une a la banda de Dr. Nelle pero la aventura apenas dura dos años. El cine exige demasiado tiempo y disciplina y en la mente del creador está fraguándose ya “El tiempo de los gitanos”.

La “No Smoking…” había surgido en 1980, el año de la muerte del mariscal Tito. Como en todas las sociedades en las que se entreabre la ventana después de años de clausura, Yugoeslavia era un volcán creativo en erupción. El aire nuevo oxigenaba las mentes reprimidas por la opresión y el país asistía a un fulgor que se antojaba liberador. La banda de Nelle Karajlic es un totum revolutum de sonidos zíngaros, rock, freejazz, punk, techno  y todo lo que se ponga por delante. Abreva en las fuentes de la tradición balcánica pero lo comprime todo en un envoltorio de sonoridades que definen la música del inicio de la década. Karajlic es la osadía, un alma libre que atiza a los políticos del régimen y pone el dedo en los conflictos religiosos que están en una inquietante duermevela.

Como aquel personaje del cuento de Danilo Kis -otra de las cumbres de la literatura serbia-, que se redime escribiendo poemas laudatorios del régimen comunista después de ser detenido por escribir todo lo contrario, el líder de la “No Smoking…” empieza a tener problemas con la autoridad y pone los pies en polvorosa. El proverbial carácter insurrecto de los serbios se vuelve en su contra. Es en ese momento cuando un Kusturica ya agasajado por los mayores premios de la industria europea se entromete en el proyecto de Karajlic por primera vez.

Tras un largo paréntesis en que el director y la banda siguen caminos por separado -con la guerra por medio, nuevos discos, la incorporación de primogénito de Kusturica, Stribor, a la batería; y después el sonado divorcio entre el cineasta y Goran Bregovic con acusaciones de plagio incluidas-, la “No Smoking Orchestra” amplía su nombre e incorpora en la guitarra el del director de Sarajevo ahora ya como figura central. Éste había llamado en 1998 a su viejo amigo Karajlic para que compusiera la banda sonora de su película “Gato negro, gato blanco”, de la que posteriormente surgiría el disco “Unza Unza Time”, el más importante en la carrera de la orquesta serbia. Inauguraba también un nuevo estilo que algunos se han atrevido a calificar como punk-funk-gitano, aunque convendría ahorrarse las juegos perifrásticos y hablar simplemente de la revitalización festiva de una herencia de siglos entre otomanos y austrohúngaros. Con ese álbum se presentaron por primera vez en Pirineos Sur en el año 2000.

Kusturica y la “No Smoking Orchestra” hacen también una versión para ópera de la banda sonora de “El tiempo de los gitanos”, que representarán tan solo en Paris a principios del verano de 2007 con la ampulosa denominación de “ópera punk”. Dos años después editan un “Best of…” para celebrar su primera década de convivencia, disco con el que llegan este viernes a Pirineos Sur y que compila los momentos más vibrantes de las bandas sonoras de Kusturica facturadas por la “No Smoking…”; es decir, “Gato Negro, Gato Blanco” (1998), “La vida es un milagro” (2004) o “Tiempo de gitanos” (1998). Y de la música de la banda ya se sabe; violines frenéticos, tubas omnipresentes, percusiones desaforadas y una atmósfera festiva gitana, tecno-étnica y rockera con unos músicos bien adiestrados en el arte de hacer bailar.

"Garotas suecas", vintage pero moderno

“Garotas Suecas” nació en Sao Paolo, una de las ciudades más cosmopolitas de Brasil y centro de acogida de culturas de medio mundo. La poderosa industria local ha sido durante décadas un incesante reclamo para la emigración, que ha ido construyendo con el tiempo un tejido social diverso y heterogéneo. En lo musical Sao Paolo es actualmente un polo de efervescencia creativa que maneja influencias muy provechosas y enriquecedoras bajo las que difícilmente se puede hablar de un “sonido Sao Paolo” o de unas características determinadas. Casi todos los estilos convergen en la ciudad más poblada de Brasil, para goce de los aficionados a la música.

“Garotas suecas” es un producto claro y original de esa diversidad social y cultural. Cuando en 2010 publicaron su primer y único álbum hasta el momento, “Escaldante banda”, la crítica internacional acogió el trabajo como un acontecimiento musical. Prestigiosos periódicos como New York Times, The Washington Post o Tim Out Chicago alabaron la habilidad de los paulistanos para mezclar funky, soul, garaje, rock psicodélico, pop y el tropicalismo de los clásicos brasileños como Os Mutantes, Jorge Ben o el mas contemporáneo Carlinhos Brown.

Después se deshicieron en elogios hacia su feliz directo; consagración del sentido festivo y hedonista de su música.  Lo que diferenciaba a “Garotas Suecas” de otras bandas brasileñas era su afecto por lo retro, que en una primera audición les clasificaba en la atmósfera de un grupo vintage que simplemente se dedicaba a copiar a los clásicos con gran fortuna.

Nada más lejos de la realidad. Como señaló entonces la escritora y crítico musical Corrie Brownstein en la revista norteamericana de referencia “NPR”, para describir el trabajo de los brasileños había que decir que “más que una revolución son una resurrección”. La eficacia del arriesgado mestizaje, que en otros casos frecuentes ha conducido a la irrelevancia del revival, es en “Garotas Suecas” su sello original, el celofán que envuelve su donosura. El artificio sonoro que han construido hunde sus raíces en los memorables 60, de acuerdo,  pero tan sólo como un punto de partida, como un referente necesario del que no quieren desprenderse innecesariamente.

Hay coros que suenan a Isley Brothers, armónicas que remiten inevitablemente a Stevie Wonder, desbocadas guitarras funk que evocan a Sly Stone o George Clinton, soul destilado al estilo de Otis Redding o Sam Cooke, poderosas secciones de viento, percusiones brasileñas o tributos a los Beatles como esa “Ela” que parece un remedo tropicalista del “Magical Mistery Tour”. Y de fondo una traslúcida capa de psicodelia que proyecta el espíritu del “Screamadelica” de los Primal Scream, hasta el punto de que la portada de su disco parece un apunte del diseño del mítico disco de los escoceses. Todo en “Garotas Suecas” parece al principio una locura improvisada, pero realmente es “brillante y locamente funky”.

El sexteto brasileño (voces, teclados, bajo, guitarras y batería) llega a Pirineos Sur acompañados de su galería de “fantasmas ilustres”, que casi resumen la historia de la música del último medio siglo. Ofrecerán su compilación de canciones con sabor vintage pero absolutamente nuevas y actuales. Será una oportunidad única para disfrutar de su elogiado directo y comprobar que las alabanzas que cosecha su puesta en escena están relacionados con la manera que tienen de entender el espectáculo: “queremos tocar en cualquier sitio donde la gente se quiera volver loca”, han señalado.

"Tutero", el alma de Camarón

Pocos días antes de inaugurarse la primera edición de Pirineos Sur murió Camarón. Si José Monge hubiera vivido más años probablemente habría acabado actuando en el festival organizado por la Diputación Provincial de Huesca. Era un escenario a la medida de su grandeza, como pudieron constatar tiempo después otras leyendas del flamenco como Paco de Lucía, Antonio Carmona, Chano Lobato, Enrique Morente, José Mercé, Manuel Molina, Manuel Tejuela, Niña Pastori, Tomatito, Vicente Amigo o Miguel Poveda, en la última edición.

Camarón no llegó a tiempo de conocer la magia del escenario flotante de Lanuza y el embrujo de la Foratata proyectándose sobre las aguas del pantano en las noches de luna llena. Seguramente José Monge habría sido un objetivo prioritario de la dirección del Festival, tan sensible siempre a la calidad y a la búsqueda de todos los géneros que conforman la cartografía de músicas del mundo.

Pero el flamenco ha sido, pese a todo, un protagonista indiscutible de Pirineos Sur y en esta XXI edición todavía va a reforzar más esa impronta. El proyecto de cooperación cultural que cada año promueve el Festival va a estar dedicado este año al flamenco y a las músicas de Marruecos con el guitarrista malagueño afincado en Huesca, Manuel Santiago, y la formación marroquí “Alquibla”. Será el próximo sábado 28 de julio en el cierre del Festival.

Antes de ese colofón hay otras citas que exploran la escena flamenca actual, sin necesidad de realizar remotas expediciones. El miércoles se presentará por primera vez en Pirineos Sur el cantaor oscense Jesús Giménez “Tutero”, una voz cautivadora que ha generado en los últimos años un apasionado debate entre los aficionados y flamencólogos. Tanto por su historia personal como por el ascendente que la figura de Camarón ha ejercido en su voz, “Tutero” ha protagonizado emotivos episodios y ha sido el centro de esos clásicos enfrentamientos dialécticos entre defensores y detractores, tan consustancial al mundo flamenco.

El caso es que el oscense tiene algo especial. “Cuando canta las piedras lloran” han dicho de él. Podrá pensarse que sus seguidores le profesan un culto desmedido pero hay pruebas palpables de su capacidad para provocar la emoción con su voz. La mismísima Remedios Amaya no pudo contener las lágrimas mientras le escuchaba en una visita realizada a Huesca hace algún tiempo. José Giménez ha tenido que superar a lo largo de su vida numerosos problemas que han realzado su figura humana y artística. Ha vencido discapacidades psíquico-físicas que probablemente le hubieran impedido el ejercicio de su arte, y ha arrastrado casi siempre las estrecheces de una falta de recursos que sólo ha podido superar con una descomunal tenacidad. La mismo que le llevó a grabar el pasado año su primer disco “Alma rota”, un compendio de sus estilos y pasiones que abarca desde la rumba, las bulerías y las tarantas hasta el fandango e incluso el reggae.

Pero hasta llegar a esta nueva etapa artística, José Giménez ha tenido que recorrer un camino demasiadas veces largo y tortuoso. A través de la Peña Flamenca Bajañí de Zaragoza comenzó a recorrer los circuitos aragoneses y del norte de España, siempre causando la misma sorpresa por unas cualidades vocales y un estilo deudores del irrepetible Camarón. Fue precisamente en la “Primavera Flamenca de Huesca” donde el que fuera productor de la mayoría de discos de José Monge, Ricardo Pachón, descubrió la brillante voz del cantaor oscense y le convino a encauzar su carrera de manera más profesional. Fue uno de esos encuentros que determinan el destino.

“Tutero” venía así a tomar el relevo a otros grandes de la siempre sorprendente comunidad flamenca oscense, un fenómeno que no deja de dar nuevos talentos y de sorprender. Con la figura siempre presente de los Willy Giménez & Chanela, los Lizana o Manuel Santiago, jóvenes músicos y cantaores como Javier Giménez “Teto” o el mismo Raúl Giménez “el Gamba”, hermano de “Tutero”, mantienen activa la escena gitana de Huesca. La fábrica es inagotable, como pudo comprobarse el pasado año en Pirineos Sur en el homenaje a Manuel Tejuela.

Jesús Giménez llega ahora a Sallent de Gállego con todo el ruido provocado por su arte entre los apasionados flamencólogos y por la admirable voluntad de su esfuerzo. No hay duda de que, una vez más, rendirá homenaje a Camarón, como lo ha hecho en algunas ocasiones a través de la formación “Camaroneros”, promovida por la Peña Flamenca Bajañí. Pero “Tutero” sabe que ha llegado el momento de construir una identidad propia y que su talento es una materia prima suficientemente sólida para consolidar un estilo personal y un sello propio. Algo de ello hay en “Ama rota” y el concierto de Pirineos Sur será un paso más en esa senda.

 

Etiopía, acústica y sicodelia

Hay noches que vienen precedidas de un misterioso halo de expectación.  Hay un ruido intenso en los días previos nutrido de rumores, intuiciones y un boca a boca frenético que anuncia maravillosas sorpresas; de esas que se producen muy de vez en cuando y que casi nunca dejan indiferentes a nadie. Con noches como éstas se forja la leyenda y el prestigio de un festival como Pirineos Sur. Y el concierto programado para este martes tiene toda la pinta de llegar con hechuras de velada imperecedera y memorable. Será la razón que Etiopía sigue siendo un misterio en el imaginario popular y que tan solo evoca lugares comunes muy alejados del lustre creativo. Será que Etiopía nos sigue remitiendo a escenas dramáticas de una tragedia inacabada. Será que una vez mas los tópicos arrastran a los prejuicios, pero los dos conciertos del martes en Sallent de Gállego anuncian una nueva visión del país etíope refractaria de estereotipos instalados en occidente.

La banda “Ethiocolor” que lidera ese Bobby Farrel etíope llamado Melaku Belay, y el dúo “Munit y Jörg” proyectan el espíritu bipolar de la sociedad y la riqueza creativa de sus brillantes músicos, que están dotados de un envidiable talento natural para abordar con la misma determinación los riesgos derivados de la sicodelia o la difícil reinvención de un estándar del jazz. Habrá que añadir además que esas incursiones suelen hacerse sin renunciar a la herencia de su música tradicional, lo que convierte sus producciones en insólitos objetos difícilmente clasificables bajo estilos convencionales.

Tan solo una minoría musicalmente muy educada se había interesado por esa corriente conocida como “ethio-jazz”, que en los años 60 y 70 del pasado siglo alumbró en Etiopía una pléyade de artistas de una calidad suprema y un estilo marcado profundamente por el jazz, pero también por el blues, el soul, la sicodelia, el trance y otras corrientes que circulaban en Estados Unidos en torno a la música negra. Mahmoud Ahmed, Tilahun Gessese o Mulatu Astatke lideraron esa generación de inmensa estatura artística. Desde una óptica etíope de la tradición asimilaron la música que llegaba de Norteamérica y facturaron unos discos antológicos que integraron sin complejos las vanguardias. Escuchados hoy en día conservan una sorprendente frescura y asombran porque siguen siendo insolentemente actuales. En Youtube es posible encontrar verdaderas joyas de la televisión etíope de la época. Inevitablemente cabe pensar que hace 40 años Etiopía ya era mucho más moderna y cosmopolita que muchos países europeos, algo que los occidentales evidentemente desconocían. 

 Garantes del legado de aquellos maestros que continúan siendo adorados en Etiopía, llegan a Pirineos Sur dos de los ejemplos más interesantes del actual panorama musical etíope. “Ethiocolor” y  “Munit & Jörg” ganaron el programa “Vis a Vis”, un interesante encuentro entre programadores españoles y artistas locales de países africanos, que este año se organizó en Addis Abeba bajo el auspicio de la Casa África en colaboración con la Agencia Española de Cooperación Internacional (AECI), y la SGAE. Las dos anteriores ediciones se habían celebrado en Senegal y Cabo Verde. Tras un fin de semana de actuaciones en diversos locales de la capital etíope, los programadores eligieron a estas dos formaciones para girar por diversos festivales españoles durante este verano, entre ellos Pirineos Sur. El crítico oscense Luis Lles, que participó en estos encuentros, ha señalado que ambas propuestas “son muy distintas entre sí, casi antagónicas. Reflejan perfectamente esa dicotomía entre la calma y el trance, que parece ser seña de identidad etíope”.

Y es que el dúo formado por el guitarrista alemán afincado en Etiopía, Jörg Pfeil, y la cantante Munit Mesfin, nacida en el país pero residente en USA durante veinte años (ahora tiene 30), es una síntesis perfecta entre modernidad y tradición. Con una puesta en escena extremadamente sencilla pero muy eficaz, se dedican a recuperar algunos de los clásicos del ethio-jazz, hacen versiones de éxitos internacionales y componen también sus propias canciones. Munit Mesfin ha calificado su propuesta como “soul ethio-acústico”, una fórmula compleja en apariencia pero sencilla en la ejecución que consiste en “coger antiguas canciones etíopes, dotarlas de nueva energía y transformarlas como si fueran nuevos temas, que cantamos en inglés y amárico”, ha indicado.

Munit se acerca a los registros clásicos de las vocalistas del jazz y de algunas cantantes pop, de ahí que los tradicionales etíopes suenen en su voz vaporosos y sofisticados, sin el vigor original. La cantante es consciente de ello y reconoce que su idea de la música es una mezcla de jazz, soul, sonidos occidentales y los temas populares de su país, siempre con un carácter versátil y flexible, sin ataduras intelectuales. El éxito del dúo ha sido notable en el último año y de hecho la propia cantante ha regresado a su país para consolidar su carrera musical.

“Ethiocolor” es otra historia. El grupo reúne a lo mejor de los músicos tradicionales de Addis Abeba con el objetivo de demostrar que la inmensa herencia musical etíope puede ser interpretada con un alto grado de creatividad manteniendo a la vez la identidad cultural. Detrás de este proyecto está el bailarín Melaku Belay, una personalidad deslumbrante que regenta uno de los templos de la noche de Addis Abeb, el club Feke, donde se celebraron algunos de los conciertos del programa “Vis a Vis”. Melaku ha desarrollado una amplia carrera como bailarín después de formarse en el Teatro Nacional de Etiopía y en diversas escuelas del país. Pese a su sólida formación académica, el bailarín etíope siempre se ha destacado por abanderar la heterodoxia en todas las parcelas de su vida, incluida la artística.

Colabora habitualmente con el grupo punk holandés The Ex y con otras formaciones como la americano-etiope Debo Band de Boston o el saxofonista Getachew Mekuria. Ha actuado en Chicago, Nueva York, Amsterdam o París y para catalogar  sus actuaciones sobre el escenario sólo se puede recurrir a palabras grandilocuentes: es un genio. Baila más de 30 danzas diferentes y posee una vitalidad y una personalidad arrolladoras sobre el escenario. Cuando comienza a contornearse con ejecutorias imposibles y frenéticas el público entra en trance. “Ethiocolor” es una banda acústica que ejecuta, sin embargo, un sonido contundente y robusto que remite a los orígenes del freejazz de Ornette Coleman o a la época negra de Miles Davis, la de “Bitches Brew” y Wayne Shorter, Chick Corea y Dave Holland. El crítico músical Luis Lles ha descrito la puesta en escena de manera gráfica: “el conjunto suena como el más atronador grupo de rock, como el más hipnótico proyecto de techno. A caballo entre lo ancestral y lo futurista, entre lo telúrico y lo cósmico”. Y en medio de todo la figura de Melaku Belay, un personaje que será recordado mucho tiempo en Pirineos Sur.

Cinco Jotas

El folclore aragonés ha sido sometido en los últimos años a una revisión en toda regla que ha removido los cimientos de un vetusto edificio poco habituado a grandes reformas. Desde influyentes formaciones de folk aragonés como Biella Nuei hasta el bailarín Miguel Ángel Berna, muchos han sido los que bajo su particular visión del arte han querido reinterpretar la venerable esencia aragonesa para adaptarla a un lenguaje más actual y fresco. Algunos no han ido más allá de una simple relectura de la tradición, sin demasiadas complicaciones ni aportaciones. Pero hay un elenco de creadores aragoneses que ha sido capaz de reflexionar e investigar sobre el folclore autóctono con el fin de reivindicarlo como una expresión actual y viva. Y ha conseguido finalmente introducir el género en una nueva dimensión que facilita su pervivencia y augura un futuro de florida creatividad y nuevas experiencias.

El trabajo de Carmen París ha sido sin duda el que mayor repercusión ha tenido, principalmente por su envergadura como artista,  su tremenda popularidad y el acierto comercial de su propuesta. Berna ha llevado la jota a unos escenarios en los que hasta no hace mucho era impensable que el público culto pudiera observar la seña de identidad aragonesa como una sofisticada producción de danza. Un efecto similar es el que ha causado el proyecto “Zambra” liderado por Alberto Gambino y los cantadores Nacho del Río y Beatriz Bernad, y que el pasado año fue programado en Pirineos Sur. Su apuesta por restituir la pureza de la jota y desprenderla de su perfil más rancio ha abierto nuevos debates sobre la necesidad de mantener en permanente evolución el folclore tradicional como única vía para fortalecer sus constantes vitales.

El trompetista oscense Gerardo López participaba de los mismos pensamientos y reflexiones cuando se decidió a promover el proyecto “Aragonian”. Pero ahora se trataba de una nueva contorsión para proyectar el folclore aragonés en clave de jazz. Los riesgos eran evidentes porque, como ha recordado López en alguna ocasión, la simplicidad armónica y melódica del folclore popular es difícil de trasladar a las composiciones de larga duración del jazz. Sin embargo han salido airosos del envite y han conseguido que esta “jota negra” no suene como una impostura sino como el resultado de un acercamiento respetuoso, consciente y cargado de sensibilidad.

El quinteto “Aragonian” (trompeta, bajo, guitarra, saxo y batería) está formado por grandes músicos aragoneses con larga trayectoria en diversas formaciones y escenarios (Alonso Martínez, Pablo Posa, Miguel Ángel Royo y Jesús Martí). Con esta distinción academicista, que es evidente sobre el escenario, el grupo navega entre los tributos a sus admirados clásicos del jazz y el insólito devenir por unas músicas que han conseguido hacer perfectamente reconocibles. Gerardo López señalaba el día de la presentación de Aragonian que “el reto principal era respetar al máximo las melodías populares porque es lo que quiere encontrar el espectador, pero utilizando una base jazzística que es la que nos permita innovar y experimentar”. Y es así como el dance de San Lorenzo, los Gigantes y Cabezudos o la Pullida Magallonera suenan contenidos y desprovistos de su vibrante garra, pero auténticos y con ese punto de melancolía propio del jazz. Estas y otras piezas forman parte de su primer álbum con un título de evocaciones múltiples: “5 jotas”.

Gerardo López ha envidado a la escena musical aragonesa a trabajar en nuevas lecturas de sus propias raíces, sin suponer ello una afrenta. Él llegó a “Aragonian” a través de unas reflexiones íntimas que extrapolaban ejemplos internacionales a la realidad autóctona. ¿Por qué no se puede mezclar el jazz y la jota como lo han hecho los cubanos, los brasileños o los americanos con su folk? La pregunta que tantas veces se ha hecho el trompetista oscense deriva de una pasión común por las músicas anglosajonas y por la tradición aragonesa. Se aproxima a ambas con una veneración plena, y sólo lo ha consumado el matrimonio después de realizar un estudio exhaustivo de nuestro folclore para evitar el riesgo de un virtuosismo superfluo. “Aragonian” es el feliz resultado.

"Fábrica de rimas"; rap para cambiar el mundo

"Fábrica de rimas"; rap para cambiar el mundo

El concepto original de world music ha quedado desfasado con el tiempo, aunque muchos lo siguen vinculando con una idea de tradición y de raíz; es decir, de folclore.  La estrategia planificada hace un cuarto de siglo por las grandes disqueras para abrir nuevos campos de negocio se ofreció al mundo como un intento loable de rescatar las culturas minoritarias y desconocidas. Algo de eso queda. Pero veinticinco años después y con una revolución digital por medio, la world music no es ni más ni menos que cualquier música del mundo; tanto las asidas a la tradición como las que bullen en las conciencias artísticas de nuevas generaciones educadas en otros lenguajes musicales, fundamentalmente urbanos y globales.

La música tradicional no es naturaleza muerta ni imaginería para hornacinas. En todos los rincones del planeta hay miles de jóvenes adaptando a nuevas narrativas sonoras lo que sus antepasados cantaron, bailaron o interpretaron. Respetan y cuidan la herencia recibida, conscientes de su responsabilidad, pero se sienten libres para hacer las cosas a su manera, actualizando los discursos y las inquietudes que vertebran las letras de sus canciones. Cargados con un fuerte compromiso social, ese inagotable caudal creativo se ha canalizado a través de culturas urbanas; fundamentalmente el rap y el hipo hop.

Hace tiempo que Pirineos Sur entendió la determinante influencia de estos géneros en la conformación de un nuevo espacio creativo entre los más jóvenes y en la definición de las músicas del nuevo siglo. Por eso le ha concedido desde hace varias ediciones un hueco fundamental en su programación. Esta apuesta decidida por el rap y el hip hop se ha plasmado en los proyectos de cooperación que ha producido el Festival, fundamentalmente en “La mirada del otro/Le regard de l’autre” en 2008, y “Casser le mur/Romper el muro” en 2009, en los que la tradición de culturas milenarias se mezclaba con sonidos urbanos de raperos de Marruecos y España. Los resultados fueron sorprendentes.

El director de Pirineos Sur, Luis Calvo, ha recordado en más de una ocasión que la música tradicional o étnica no es “música muerta o antigua”, sino que se refiere a un espacio de creatividad mucho más fértil porque aúna la conciencia de un sentimiento de identidad cultural con el deseo de experimentar e investigar nuevas sonoridades. En esa clave se encuentra el proyecto “Fábrica de rimas /Fabrique de Rimes”, que promueve la Asociación Cultural Fabricantes de Ideas con base en Madrid, bregada en decenas de proyectos de cooperación con Marruecos y varios países latinoamericanos y profunda conocedora de sus realidades culturales y sociales. “La Fábrica de rimas” se presentará este domingo en el escenario de Sallent de Gállego.

El rapero argentino afincado en Madrid, L.E. Flaco, el grupo marroquí H-Kayne y el colombiano C15 dan forma a una idea que trasciende del escenario y remite a conceptos humanistas en horas bajas como la igualdad, la convivencia, la paz y el conocimiento entre culturas. La elección de estos tres artistas no es casual, todos ellos gestionan de forma paralela a sus carreras musicales diversos proyectos solidarios, sociales y educativos en sus respectivos países, y han hecho del rap y del hip hop un vehículo de comunicación y aprendizaje. Sus promotores lo han definido como un “laboratorio cultural” que se estrena en España en Pirineos Sur y que durante este año también girará por Meknes (Marruecos) y Medellín (Colombia). El pasado 21 de junio comenzó su andadura en Casablanca en el programa de nuevas culturas urbanas de Marruecos, “Zankat”.

La música urbana y todas sus manifestaciones es el eje de este proyecto en el que sobresale el grupo marroquí  H-Kayne, fenómeno de masas en su país y auténtico responsable del movimiento conocido como “Hip hop made in Marrocco”. En 2003 actuaron ante 80.000 personas y ese concierto les consagró como el mejor grupo de rap de Marruecos, un país en el que, no hay que olvidar, existe una febril actividad musical en el campo de las músicas urbanas. H-Kane representa mejor que nadie esa idea de la tradición adaptada a los nuevos usos y costumbres.

La base es un sonido groovy oriental con influencias hip hop y rotundos scratches de fondo. Las letras se alejan de las atmósferas convencionales de la violencia y la injusticia social  y se basan en textos populares que hablan de optimismo y esperanza, y que en sus bocas suenan frescos y actuales. En Marruecos la música es una oportunidad para las nuevas generaciones que no quieren emigrar a Europa. El rap y el hip hop han canalizado esas aspiraciones vitales y se han convertido en armas políticas que representan las inquietudes de miles de jóvenes que siguen a sus estrellas musicales. Es la realidad social y cultural de Marruecos, frecuentemente tergiversada por los medios de comunicación occidentales.

L.E. Flaco es un Mc argentino de larga trayectoria. Actualmente está integrado en el colectivo Dremen, un proyecto promovido por varios raperos y músicos nacionales que ha revolucionado en el último año las redes sociales. Su lenguaje de “guerrilla urbana” quiere promover un marco creativo en el que el pensamiento crítico sea la principal aspiración. L.E. Flaco ha jugado un papel decisivo en este proyecto que es un fiel termómetro del momento creativo de la cultura urbana española. Envuelto en unos sonidos extremadamente duros y abruptos, el Flaco ha desarrollado su carrera tanto en formaciones clásicas de rap como en bandas convencionales, permitiéndole gran versatilidad y una oratoria endiabladamente ágil y punzante. 2012 es el año de su primer disco, “Mercurio”, acompañado de DJ Tony Karate y 110vs13, precisamente el impulsor de Dremen. L.E. Flaco llega a Sallent de Gállego en un momento de vibrante inspiración.

En la misma sintonía se encuentra la banda colombiana C15, una contorsión más en el vasto territorio de la música de Colombia. Surgida en la Comuna de Medellin, en un lugar en el que la muerte es una desgraciada rutina, sus letras y posiciones intelectuales están comprometidas con ese drama nacional que les tocó  muy de cerca. En 2009 su fundador, Kolacho, fue asesinado y desde entonces su espíritu y su memoria sobrevuelan en cada nueva composición, siempre con la esperanza como horizonte vital. Su propuesta sorprende por un gusto casi obsesivo por la armonía y la melodía en su flow, que suaviza y mitiga la raspadura de unos textos de crudeza desoladora y profunda trascendencia. No hay vacuidad en sus rimas. El funk y el soul están en la escuela de influencias de esta banda, y eso explica cierta sofisticación que parece milagrosa viviendo de donde vienen. Ellos han creado escuelas de hip hop para los niños de Medellin, convencidos de que a través del arte se puede formar a la juventud y otorgarle una oportunidad para creer en el futuro.

 

Julieta Venegas, música y compromiso social

Julieta Venegas, música y compromiso social

Preguntada hace dos años en una revista española por el mejor escenario en el que había actuado a lo largo de su carrera, Julieta Venegas respondió directa: “Pirineos Sur”. Fue en 2001 junto con Amaral, Atercipelados y Gabriela Epumer, presentando el proyecto “Fémina Rock” que ese año giró por varias ciudades españolas. Una noche intensa y especial la de aquel concierto, en la que la mexicana se enfrentó por primera vez a los retos imprevisibles de un auditorio que igual gime por los aullidos del viento del norte que tirita por un gélido frío invernal en pleno julio. La menuda y tímida Julieta de Tijuana triunfó y quedó atrapada por la exuberancia de ese escenario onírico varado en las aguas pirenaicas, tan extraño al paisaje de la Baja California.

Una década después regresa a Pirineos Sur la cantante y compositora mexicana. Es otra artista y otra mujer; reconocida tanto por su obra artística como por su fuerte compromiso social y político en su país natal, expresado durante las recientes elecciones presidenciales en su apoyo al movimiento estudiantil “YoSoy132”, que reclama una profunda regeneración democrática.

La Julieta crítica y honesta, escandalizada con la violencia diaria en las calles de México, valiente para afirmar que su país es “corrupto e inmaduro”, se ha convertido en un fenómeno de masas universal con más de seis millones de discos vendidos, varios Grammys y una carga de respeto en el displicente ámbito anglosajón. El mismísimo Prince confesó sentir fascinación por la mexicana y su tema “Lento”, y le invitó en una noche de verano de 2008 a cenar en su mansión de Los Ángeles junto a la moto con la que posó para la portada de “Purple Rain”; memorable momento que la mexicana cuenta todavía incrédula.

Ese año Julieta probó la ambrosía reservada tan solo a las verdaderas figuras del mainstream: la grabación de un Unplugged para la MTV en la que colaboraron entre otros La Mala, Marisa Monte y Gustavo Santaolalla. 

El pasado año fue madre y aunque ella asegura que la maternidad no ha influido directamente en la madurez de sus canciones, lo cierto es que la Julieta de hoy es más sosegada e introspectiva que la que debutó en 1997 con “Aquí”. Y es definitivamente irreconocible en aquella casi adolescente que despuntaba haciendo SKA con la mítica ”Tijuana No” a finales de los 80. El camino transitado en estos veinte años –con cinco discos entre medio- ha sido como la paleta de un pintor; repleta de colores que se van convirtiendo sobre el lienzo en capas que mudan de una textura a otra para convertirse al final en la consecuencia de infinitas mixturas y trazos.

Julieta Venegas ha fijado las formas de una fuerte personalidad musical al tiempo que ha ido dirigiendo sus sonoridades paulatinamente hacia un espacio de cierta comodidad pop en el que dice encontrarse a gusto. Sigue flirteando con la tradición de su país y mantiene colaboraciones con gente como Café Tacuba, Anita Tijoux o Gabriel Santaolalla –productor de sus primeros discos-,  pero ahora se trata de un sello de origen impreso en su música que poco tiene que ver con los derroteros que ha tomado su creatividad.

Desde el Unplugged grabado para la MTV la producción de sus discos ha puesto el acento en los arreglos electrónicos, las percusiones y los sintetizadores como base rítmica. De vez en cuando se cuela un contrabajo, un ukelele o su inseparable acordeón para conservar la atmósfera de los desiertos de Tijuana. Y de esa textura original y bien modelada brota la voz de Julieta, cada vez más educada y poderosa, que marida con todo en un ejercicio sublime de elasticidad. La noche del sábado en Lanuza la mexicana presentará las canciones de su último disco “Otra Cosa”, que le está llevando de gira por Francia, España y Alemania. En mayo estuvo tocando en su país junto a Bunbury, Calle 13 y Café Tacuba, los tres también programados en Pirineos Sur en los últimos años y compañeros todos de viejos proyectos musicales y cinematográficos.

Y como hizo entonces, Julieta Venegas también se dará una vuelta por sus clásicos más populares, que siguen asombrando por su compleja sencillez. Armonías y estribillos tan redondos que habrá que pensar que lo comercial a veces no es el camino más fácil, pese a las apariencias. Son canciones que hablan de amor y de historias que acaban mal, visiones femeninas que ironizan con el irresuelto problema del desencuentro y con el misterio del hombre.  “Lento”, “Eres para mí”, “Limón y sal”, “Andar conmigo”, “Bien o mal” o el probable colofón de “Me voy” son himnos ya de una generación que aprendió con Julieta que México es algo más que rancheras y narcocorridos.

“Bomba Estereo”, la explosión cubana

Colombia es pura efervescencia musical en los últimos años. Si la literatura había empujado el carro del famoso “boom latinoamericano” y había situado sus letras en una esfera de reconocimiento universal, la música se recluyó en cuestiones domésticas bien cargadas de tópicos. Hace años que en Colombia están pasando cosas muy interesantes en el ámbito de la música y, por suerte, festivales como Pirineos Sur han ayudado a divulgarlo.

Como señala el periodista Rubén Caravaca, especialista en músicas latinoamericanas, Colombia “es musicalmente una potencia que perfectamente puede equipararse a las de Brasil, Cuba o Argentina”. En Pirineos Sur ha habido buenos ejemplos a lo largo de los últimos años, sobre todo en la edición de 2010 dedicada al bicentenario de las independencias en Latinoamérica. Ese año pisaron los escenarios del Festival Pernett, Totó La Monposina, Aterciopelados, La Mojarra Eléctrica, Erika Muñoz y La 33. Con esa munición a nadie le quedaron argumentos para la duda. En Colombia arriban todas las influencias que hoy nutren la escena musical de Sudamérica. Y la “Bomba Estéreo”, la banda  de Bogotá que dirige Simón Mejía desde 2006, es el mejor ejemplo.

Sin renunciar al folclor del país, el grupo heredero de los legendarios Sidestepper es indefinible en tanto que diverso y urbano. Aunque en una primera audición puede intuirse un peso desmedido de ritmos tropicales tan reconocibles como la cumbia o la champeta, enseguida esa percepción se resquebraja en una contorsión de sonidos desbocados que se pisan entre sí; se retan y se yuxtaponen. Reggae, hip hop, rock o dub se mezclan en un cocktail explosivo que en directo adquiere una dimensión nueva con la intensa voz de Liliana Saumet.