Barry, la voz del nuevo Marruecos
Hay una generación de nuevos músicos marroquíes que se ha alimentado en la cultura urbana y que utiliza sus vías de expresión como medio de resistencia y supervivencia. Es la generación nacida entre 1975 y 1990, en mitad de uno de los periodos más críticos y complejos de la historia de Marruecos, sobre todo para las libertades individuales. Mohammed Bahri, Barry, nació en 1980 en el barrio de Hay Mohamedi de Casablanca y creció con la conciencia crítica que emanaba de las grandes formaciones musicales que en ese tiempo combatían con tanta valentía como imaginación la represión autoritaria del régimen de Hassán II. Grupos como Batma o Nass El Ghiwane lideraban la vanguardia intelectual y social de un deseo de libertad, eran la voz de los oprimidos en los tiempos de plomo de la brutal represión oficial. Sobre todo estos últimos, de los que el director Martin Scorsese llegó a decir que eran los Rolling Stones africanos e incorporó a la banda sonora de su polémica “La última tentación de Cristo” (1988)
Mohammed Bahri se empapó en su adolescencia de esta música y de su discurso al mismo tiempo reivindicativo, crítico y esperanzador, que además se expresaba en darija, la lengua coloquial del país. El barrio como microcosmos y centro de todas las cosas, es el núcleo desde el que surgen las corrientes creativas y los movimientos sociales en Marruecos. En la popular barriada de Hay Mohammadi en Casablanca existía una intensa y agitada vida cultural que marcó la personalidad y las inquietudes del Bahri. Éstas fueron madurando y adaptándose a los lenguajes que se importaban de la cultura urbana y que eran hijos de su tiempo. Aunque existe una conexión directa con la tradición y con la herencia de los grandes grupos marroquíes, los nuevos músicos han construido su propio discurso con esquemas e identidades que podían parecer rupturistas, aunque en realidad son renovadores.
Barry (nombre artístico de Mohammed Bahri), formó parte del grupo pionero del rap marroquí “CasaMuslim”, y luego creó “Barry and Survivors” con el que ganó en 2001 el premio del público en el prestigioso festival “Boulevard des jeunes musiciens”, ese “foro de looks excéntricos e insólitos”, en palabras del investigador Amel Abou El Aazm. Este estudioso y activista franco-marroquí recuerda que “esta nueva ola parece decir en voz alta lo que todo el mundo piensa por lo bajo, evitando el lenguaje estereotipado”. En 2005 Barry grabó el tema “”Labelisé, elevado a la categoría de himno juvenil en su país, y un año después publicó su primer disco, “Sleeping system”. En sus canciones el músico de Casablanca mostraba abiertamente el estilo evolucionado durante años, una síntesis del espíritu vindicativo de grupos como Nass el Ghiwane y de todas las músicas que educaron su adolescencia y que fluctuaban entre el folclore marroquí, el pop, el tecno, el reggae, el rap y el rock magrebí.
La formación con la que actúa en directo e incluso su estética son más propias de un combo anglosajón, con el clásico cuarteto de guitarra, bajo, batería y teclados. Es en vivo donde Barry se manifiesta como una verdadera estrella, manejando el groove con la soltura de quien ha vivido casi toda su vida en el escenario. El músico de Casablanca lidera una joven generación que sostiene el arrobo de lucha de los viejos trovadores darija pero lo actualiza de acuerdo a unos códigos y estilos musicales en los que influye el rap, el hip hop, el reggae, la música electrónica o el tecno.
Es una juventud formada en la globalización, probablemente más informada y consciente de los derechos civiles que sus antecesores, pero preocupada también por romper los tópicos sobre el Magreb que frecuentemente se asocian a las músicas tradicionales y, como mucho, al rai. En sus letras hablan de problemas eternos como la corrupción, la pobreza o los abusos del poder, y de otros que son expresión de su tiempo como la droga, la política o la lucha social. Mohamed Barry actúa mañana en Pirineos Sur para presentar su nuevo disco, “Siba” publicado este mismo año, que profundiza en las mismas texturas sonoras y en los conflictos irresueltos de un país y de una sociedad que vibra con el talento desbocado de sus jóvenes creadores.
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