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Juan Gavasa

El signo de los tiempos

Costumbres

Costumbres

Leí esta semana al filólogo portugués Gabriel Magalhaes una de esas frases que desarma por su didáctica sencillez: “cuando se construye una nación, hay que desconocer un poco los demás países”. Luego citaba a Pessoa para acabar de redondear el círculo: “Todas las naciones son misterios. Cada una es el mundo entero a solas”. Probablemente el escritor portugués pensaba en su país pero bien podría ser España la aludida.

 

            Los nacionalismos vasco y catalán se construyen negando a España, y ésta se hace fuerte ninguneando cualquier disidencia interior. Unos y otros crecen acomplejados por sus propias inseguridades y se zafan del contrario buscando la vulnerabilidad de su código genético. Se trata de un juego infantil que proyecta una sombra chinesca sobre el escenario, para admiración de los parroquianos y bochorno de la mayoría latente y paciente. Unos gritan embravecidos, los más dibujan un mohín y callan. Tal expresión de inmadurez sólo puede justificarse por la necesidad de poseer un enemigo para reafirmar nuestra propia existencia. El otro nos da la vida. Antes se decía la solemne estupidez de que contra Franco se vivía mejor. No hay diferencia entre ambos supuestos.

 

            España se ve muy chiquita desde el exterior. Nuestros soporíferos problemas domésticos sonrojarían a cualquier sociedad civil mínimamente armada, y arrojaría dudas sobre el alcance de nuestra cultura democrática. Alexis de Tocqueville decía en el siglo XIX que las leyes son siempre inestables cuando carecen del apoyo de las costumbres. Venía a decir que la democracia no se podía imponer si no existía previamente un basamento social que facilitara su construcción. La administración Bush debería de haber leído, entre otros, al pensador francés para saber que con bombas no se puede imponer una democracia en lugares de escasa tradición democrática como Irak o Afganistan. “Las costumbres son el único poder resistente y duradero de una nación” concluía Tocqueville. Es posible que esa fuera también la dolencia de la II República, la falta de costumbre democrática.

 

            En España no caen bombas que dañan físicamente, pero los ciudadanos sí que estamos sometidos diariamente a un bombardeo mediático de una virulencia desproporcionada y letal. Los medios alineados a la derecha llevan años sosteniendo una estrategia de acoso y derribo en la que no importa que se resientan las instituciones del Estado si se consiguen los objetivos pretendidos: apartar a la izquierda del poder, devolver a la iglesia católica su tradicional influencia, sentar las bases de una economía ultraliberal del laisezz faire y, en última estancia, vaciar de contenido al Estado.

 

            Hay una derecha española que no cree en la democracia, se sirve de ella simplemente como instrumento necesario para alcanzar el poder. Es capaz de cuestionar al Gobierno, la Judicatura, la Policía y los medios de comunicación con tal de salir airoso de sus cuitas. En la mejor tradición de la derecha patria, se instrumentaliza el poder y se lanza a los abismos al país. En 1933 la CEDA llegó al gobierno de la II República y se apresuró a desmontar el edificio legal levantado por la izquierda de Azaña durante los dos primeros años. En el año 2000 Aznar mostró su verdadero rostro cuando logró la mayoría absoluta; se desprendió del embarazoso apoyo de los nacionalistas vascos y catalanes y se lanzó a la reconquista de la España desafecta a golpe de más nacionalismo español. En ambos casos, el desprecio del sistema era el desprecio de las preocupaciones colectivas.

 

            La historia siempre se repite. Desde hace un tiempo las amenazas a la sagrada unidad de España vienen como oleadas paradójicamente desde las comunidades autónomas gobernadas por el Partido Popular. Valencia y Madrid han sido más desleales al Gobierno central que Euskadi y Catalunya. A estos se les supone la rebeldía por cuestiones étnicas e históricas –forma parte de la “enciclopedia de nacionalidades” a la que se refiere Gabriel Magalhaes cuando habla de España-, pero a los primeros sólo se les puede atribuir un espurio interés político. Lanzan mesiánicos discursos advirtiendo de la desintegración de la secular España, y al tiempo operan de forma incisiva en la yugular del Estado por el que supuestamente se desvelan. Quizá tenía razón Weber cuando atribuía a los países de tradición católica un afán por predicar y recogerse espiritualmente, en contraste con el valor que los protestantes otorgaban al trabajo y las relaciones mercantiles. Mientras unos miraban al cielo y perdían el tiempo los otros labraban el campo. Así que inevitablemente somos un país de charlatanes, alcahuetes y mercachifles, capaz de autodestruirse mientras discute si fue penalti o fuera de juego. Si los trajes los pagué yo o la factura la perdió mi mujer. No hay costumbre.

Federalismo

Federalismo

Artículo de Suso del Toro en El País de hoy (21-05-09)

Por interés o comodidad olvidamos nuestra historia reciente, cuando Euskadi y Cataluña tuvieron un protagonismo como tales, como ciudadanías que exigían un reconocimiento nacional, en la lucha contra el Régimen. Debido a como salimos del franquismo, las fuerzas políticas que pactaron la democracia no establecieron un continuo constitucional con la II República, que había incorporado a su estructura política y jurídica las autonomías de Cataluña y Euskadi y, ya durante la guerra, la de Galicia, a cambio se reconocieron las "nacionalidades y regiones" como forma del Estado. Antes, Adolfo Suárez y el Rey reconocieron públicamente la existencia de un gobierno de los catalanes al recibir oficialmente al president de la Generalitat hasta entonces en el exilio. La vuelta de Tarradellas fue el restablecimiento de un continuo histórico. Del mismo modo que los vascos vivieron la recuperación de su autogobierno cuando regresó del exilio el lehendakari Leizaola. Y los gallegos no pudieron vivirlo por la ruptura en los años cincuenta entre los galleguistas del interior y el exilio americano, donde residió el Consello da Galiza.

Los nacionalismos de las nacionalidades no son algo coyuntural, son estructura del sistema ideológico y político español, son un continuo histórico tan largo como el del nacionalismo español. Resistieron bajo el franquismo, aquella utopía nacionalista realizada por militares y obispos, pactaron luego la Constitución para poder expresarse y, cambie o no la Constitución, deróguense las autonomías o modifíquese la ley electoral para eliminar a las minorías, seguirán existiendo.

Las autonomías, pues, no fueron una chapuza de politicastros para destruir España, sino un logro político democrático y una necesidad para sectores de la ciudadanía que sentían formar parte de una comunidad política propia, de forma exclusiva o no. Reflejan nuestra realidad demográfica, cultural, económica y política, paliaron desigualdades y crearon una España más dinámica y con más oportunidades.

Pero la dialéctica del Estado de las autonomías refleja también una tensión interna realmente profunda. Es más que un conflicto institucional, político, de intereses, es un conflicto esencial, se trata de la misma idea de España. La idea de España existente es la del nacionalismo español y frente a ella están los argumentos de los otros nacionalistas, que no proponen otra España porque precisamente la cuestionan. La España que integre su diversidad interna, el federalismo español, no tiene apenas soporte intelectual, social y político. La historia oficial, como toda historiografía nacionalista basada en invenciones ideológicas, impide que hablemos del mismo país. Paralelamente se construyen historiografías alternativas que explican Cataluña, Galicia o Euskadi como procesos históricos autosuficientes. Sin una Historia que refleje la complejidad histórica de reinos que confluyeron en los dos Estados peninsulares, un argumento aceptado por unos y otros, nunca habrá una España de todos, y ese argumento no existe. Tampoco existe un espacio ideológico y cultural español.

La España real tiene dentro varios núcleos fuertes económica y políticamente. En este periodo democrático España se estructuró institucional y políticamente sobre un eje complejo formado por partidos estatales. Y se construyó ideológicamente una nueva España que no fue integradora, sino una nación monolingüe y homogénea; y a cambio, en las autonomías gobernadas por nacionalistas, una idea de nación que pretendía también la propia homogeneidad. España como matrioskas o cajas chinas. Lo que crea artificialmente esas cajas son las ideologías nacionalistas.

En esa lucha de nacionalismos, Madrid juega un papel fundamental, una vez conquistado políticamente y transformado en una ciudadela, es utilizado como un instrumento contra esos otros nacionalismos y al servicio de otros intereses. En estos momentos Madrid no es la capital de todos. Azaña, intelectual puro, odió y amó la ciudad, su visión crítica es la de quien la vive como un destino personal, pero además comprendió que un país necesita una capital y por ello preconizó un Madrid "capital federal". Nunca ha estado más lejos de ello que hoy. Sus medios de comunicación, los grupos de intereses, el desconocimiento y desdén hacia el conjunto de la realidad española, la mirada ensimismada u hostil hacia las otras lenguas y capitales hacen que muchos ciudadanos no podamos verla como nuestra capital.

Es imprescindible la apertura de la capital para que funcione el conjunto del sistema español. Afortunadamente, esas cajas chinas no consiguen ser completamente herméticas, tenemos que utilizar la matemática de conjuntos para explicar nuestro complejo juego interno. En los años ochenta y noventa la vida social y política española se basó fundamentalmente en ese esquema de cajas chinas, unas veces hubo pactos de gobierno y otras veces no. La debilidad de ese juego político se refleja en que nunca haya habido ministros catalanistas o vasquistas, por ejemplo.

Rodríguez Zapatero propuso un modo de entender España, "la España plural". Con eso hizo un reconocimiento cultural, socioeconómico y político, no una propuesta jurídica e institucional nueva porque partía de que, en principio, la Constitución vigente es un instrumento suficiente para que quepa y se exprese esa pluralidad. A partir de ahí se pueden discutir sus pasos o sus decisiones, sometidas a condicionantes y circunstancias sucesivas.

¿Cómo se fue concretando ese reconocimiento de nuestra pluralidad? Creo que los límites de su política están entre el rechazo al llamado Plan Ibarretxe y el Estatut catalán. El rechazo al Plan Ibarretxe, aceptado a discusión en las Cortes, se debió a que, a juicio del Gobierno, su propuesta de autogobierno rompía las reglas del juego común, la Constitución. En la redacción del Estatut catalán, en cambio, se tuvo en cuenta su encaje constitucional reconociéndole a la ciudadanía catalana su voluntad política nacional y la bilateralidad en las relaciones entre Generalitat y Gobierno, principio explicitado luego por otros Estatutos.

Se puede discutir por todo, depende del interés que se tenga. Los nacionalistas necesitan discutir la palabra "nación", lo que ello significa y los símbolos que le acompañan. Del mismo modo, se puede discutir lo que se quiera sobre el concepto de bilateralidad, pero haberla la hay y además debe haberla. Las relaciones democráticas son por asentimiento o por pacto expreso, pero siempre implican reconocimiento del otro.

En el caso del Estatut catalán no se ha valorado la importancia de que, con independencia de las declaraciones ariscas para contentar a la base militante, todos los nacionalistas catalanes pactaron ese Estatuto, un pacto que los integra en el juego compartido de la ciudadanía española. No es extraño que el nacionalismo españolista haya denunciado el Estatuto, ese pacto, ante el Constitucional: necesita mantener vivo el conflicto nacional.

Pero lo que más va a caracterizar esta época de Zapatero va a ser su cuestionamiento de la política de cajas chinas. Eso es lo que significa que un socialista ocupe la Lehendakaritza, una institución creada históricamente por los nacionalistas y que sobrentendían que era suya de modo natural. Con ello y gobernando en Cataluña, el Partido Socialista afirma que es una estructura transversal a todo el Estado y cuestiona los conjuntos cerrados, cambiando así la lógica implícita hasta hoy en la política española. Es lógico que ese cuestionamiento enfade tanto a tantos.

Lo que vive no quiere morir y los nacionalismos seguirán buscando existir, pero la España más parecida a lo que somos tendrá que ser federal e integradora. Se critican las políticas culturales de Euskadi, Galicia o Cataluña pero la cultura española niega cada día esas culturas. Se ha concedido un Premio Cervantes a un escritor barcelonés que escribe en castellano, extremo éste remarcado una y otra vez, y su obra bien lo merece. ¿Pero habrá alguna obra en catalán, por ejemplo, que también lo merezca? Esa vieja idea de "la Hispanidad" que subyace en la cultura española niega a una parte de la ciudadanía española. En ese sentido, no se ha dado paso alguno.

Y uno echa en falta una intelectualidad abierta a la diversidad interna, la intelectualidad española es tremendamente nacionalista, no federalista. Ésa es su responsabilidad.

14 de abril

14 de abril

Hace 78 años el rey Alfonso XIII buscaba una salida airosa que mitigara la frustración de las elecciones municipales del 12 de abril. El pueblo se había expresado de manera contundente e inequívoca; en las principales ciudades españolas el voto republicano era mayoritario. El monarca buscó angustiado pactos insólitos que le mantuvieran en el trono, ajeno a una realidad que sonaba cada hora más atronadora en la Puerta del Sol de Madrid. “El ejército del sol, de la alegría”, que escribió Miguel Hernández. El conde Romanones –verdadero poder fáctico de la época-, intentó persuadirle de cualquier maniobra que deslegitimara lo que el pueblo ya había dictado. Sanjurjo puso a la Guardia Civil a las órdenes de la inminente nueva República, argumento demoledor que Alcalá Zamora utilizó en la desesperada reunión convocada por el propio Romanones al mediodía del 14 de abril para sondear al “enemigo”. No había nada que hacer. La II República se asomaba en la primavera del 31 con el vigor de las masas y el entusiasmo de la virginal esperanza tricolor. En la noche de ese 14 de abril el monarca cruzaba la frontera por San Sebastián camino del exilio romano: “las elecciones celebradas el domingo revelan claramente que no tengo el amor de mi pueblo…” reconoció en su escrito de despedida a la nación. Tarde comprendió el Borbón que sus súbditos querían ser tan solo ciudadanos.

            Cada 14 de abril me pregunto lo mismo: cómo actuarían los políticos de hoy en aquellas circunstancias. Quién se declararía republicano y quién confesaría simpatías monárquicas. Quién se subiría al carro de la revolución pacífica y quien conjuraría para defender el orden establecido. Quién actuaría con oportunismo y quién con mansedumbre. Quién sería quintacolumnista y quién simplemente demócrata. Mis disquisiciones se extienden, claro está, a parte de la fauna con la que a uno le toca convivir habitualmente. La pretensión final sería la de intentar buscar analogías entre la España del 31 y la de hoy como parte de un improbable experimento sociológico. Empeñados unos y otros en buscar similitudes entre la actual crispación política y la que derivó en la guerra civil, lo fácil sería aplicar de forma maniquea los mismos patrones de conducta y establecer líneas de sucesión entre los discursos y posiciones políticas de entonces y los de ahora. Pero creo que el citado experimento siempre se quedaría inconcluso y, por lo tanto, irritantemente inservible.

            Sin embargo, sí que resulta tangible el sopor de la irredenta España; la misma de entonces y la misma de ahora. La que se recluyó temerosa con el advenimiento de la República y la que ahora proclama la moral única entre cirios y saetas. Es la España púrpura y eterna que se resiste a retroceder, que niega el progreso y los derechos del individuo porque en la conquista de su libertad está también su fracaso. Es la España de santos y crucifijos, que ocupa la calle como una demostración de fuerza más que como un acto de fe. La que inunda las calles y arrolla provocadora a los iconoclastas, la que manipula la moral para arrogarse poder. Es la España de los siglos de plomo y sotana, sumida en la oscuridad de las mazmorras, aislada de la luz ilustrada y racional. Estos días esta España de fervor ultramontano me recuerda a otro país que detesto y me da miedo. Un país que regresa porque en realidad nunca se ha ido.

            Mañana martes muchos de los que han participado en esta demostración anual de músculo católico doblarán sus túnicas y guardarán sus capirotes, y acudirán a una cena republicana. Gritarán que muera el Borbón y también los curas y frailes. Cantarán el Himno de Riego y volverán a casa con su cuota de impostado republicanismo consumida hasta el año que viene. Ninguno reparará en la incoherencia de sus actos. Reivindicar lo improbable se ha convertido para ellos en un plácido ejercicio exento de riesgos morales. Nadie dijo que en la República no caben los católicos -Alcalá Zamora era un católico de misa diaria-; precisamente la grandeza de los valores republicanos reside en el respeto absoluto a las creencias y a la ideología del individuo.

El Artículo 25 del Título III de la Constitución de 1931 establece: “No podrán ser fundamento de privilegio jurídico: la naturaleza, la filiación, el sexo, la clase social, la ideas políticas ni las creencias religiosas”. Es decir, la sublimación de la igualdad del ser humano. Desde mi agnosticismo irreversible respeto la fe del creyente e incluso admiro su devoción, pero no logro entender a quienes ponen una vela a Dios y otra al diablo. Pienso, como escribía Buñuel en “Mi último suspiro”, que “Dios no se ocupa de nosotros. Si existe es como si no existiese”. Hay aspectos que defiende con vehemencia esta iglesia católica española que son manifiestamente incompatibles con el ideario republicano, en tanto que valores democráticos. Decía Bertrand Russell que “la mayoría de la gente cree en Dios porque le han enseñado a creer desde su infancia”. Así es como se llega a la confusión entre fe y tradición, y se esgrime ésta última de forma demagógica cuando no farisea. Por eso me cuesta observar sin sospecha a quienes se declaran republicanos y después se escudan frívolamente en la tradición para empujar un paso o portar a la Santa en romería. No es esto, no es esto; que diría Ortega y Gasset.

Alcaldadas

Alcaldadas

Hace días que quería escribir sobre el tenaz despropósito de Belloch y su cruzada a favor de poner una calle en Zaragoza al fundador de Opus Dei. La cuestión ha alcanzado notoriedad nacional. Desde el final de la EXPO no se había hablado tanto de la capital maña en la prensa nacional. A diferencia de aquel acontecimiento, ahora se ha escrito de Zaragoza en clave de sorna y con una preocupante recuperación de la caspa; vinculada desde tiempos inmemoriales a lo más rancio de la ciudad. Todo eso ha vuelto y parece que de repente ese multimillonaria campaña de imagen que fue la EXPO se ha borrado de un plumazo. La modernidad fue un bien efímero, de nuevo se habla de Zaragoza para citar a la Pilarica y ahora a Escrivá. ¡Bien por Belloch! Wyoming fue más allá y con su habitaul retranca dijo el otro día aquello de que "si Hitler hubiera sido maño ya tendría una calle dedicada en Zaragoza". Excesivo pero doloroso.

Hoy Julián Casanova escribe un artículo en El País que me parece de imprescindible lectura. Es didáctico, riguroso, esclarecedor y desolador para los zaragozanos. Al leerlo he entendido que mi post sobre el asunto era innecesario. Ahí va:

 

Los nombres de las calles en España, como las ceremonias conmemorativas, los festejos o los monumentos, son un claro reflejo de nuestra historia zigzagueante en los siglos XIX y XX. Liberales y absolutistas, ya durante el primer tercio del siglo XIX, bautizaron plazas y calles con nombres constitucionales o antirrevolucionarios, según quién ocupaba el poder, pero fue en las últimas décadas del siglo XIX y primeras del XX, con el crecimiento y expansión de las ciudades, cuando más ocasiones se presentaron de dar nombres a las calles.

Las principales ciudades españolas doblaron su población entre 1900 y 1930. Barcelona y Madrid, que superaban el medio millón de habitantes en 1900, alcanzaron el millón tres décadas después. Bilbao pasó de 83.000 a 162.000; Zaragoza, de 100.000 a 174.000. No era gran cosa, comparado con los 2,7 millones que tenía París en 1900, con la cantidad de ciudades europeas, desde Birmingham a Moscú, pasando por Berlín o Milán, que en 1930 superaban la población de Madrid o Barcelona. Pero el panorama demográfico estaba cambiando notablemente. La población total de España, que era de 18,6 millones a comienzos de siglo, llegaba a casi 24 millones en 1930. Mientras que hasta 1914 esa presión demográfica había provocado una alta emigración ultramarina, a partir de la I Guerra Mundial fueron las ciudades españolas las que recogieron los movimientos migratorios.

La irrupción de la industria y el incremento de la población transformaron el paisaje agreste, de corte medieval, que mantenían todavía muchas ciudades españolas a finales del siglo XIX. Los nuevos callejeros se dedicaron a honrar a los políticos del momento, liberales y conservadores, a nobles, terratenientes y a las buenas familias de la industria y de la banca. Junto a ellos, aparecieron también las glorias de España, los héroes de la Reconquista y mitos medievales, reyes y emperadores. Y como en España no hubo ruptura religiosa en tiempos de la Reforma protestante y el catolicismo se convirtió en la religión del statu quo, hubo una fusión del españolismo con el catolicismo, bien reflejada en los nuevos callejeros, repletos de personajes de raza, militares y santos. Una historia de hombres, con muy pocas mujeres, salvo las más santas y algunas reinas. De las dos primeras décadas del siglo XX procede además el culto masivo a la Virgen del Pilar y el Corazón de Jesús, dos emblemas de la religiosidad popular española que se trasladaron al callejero de numerosas ciudades y pueblos para recordar a sus habitantes la identidad católica.

Con ese crecimiento de las ciudades, apareció una clara división social de espacio urbano, con barrios ricos y bien equipados y otros pobres e insalubres, y germinó también la semilla republicana, anarquista y socialista sembrada ya en la segunda mitad del siglo XIX. Germinó frente a ese bloque social dominante, del que formaban parte los herederos de los antiguos estamentos privilegiados, la aristocracia y la Iglesia católica, junto con la oligarquía rural y los industriales vascos y catalanes. De ese bloque procedía la mayoría de los gobernantes de un sistema político, el de la Restauración borbónica, seudo-parlamentario y corrupto que excluía, con el sufragio restringido o por el fraude electoral, a eso que empezó a llamarse "pueblo", a los proletarios urbanos, artesanos, pequeños comerciantes y a las clases medias. Muchos de los profesionales que formaban parte de estas últimas eran o se harían republicanos, que intentaron acercarse a los obreros, competir con el socialismo y el anarquismo, con los que compartirían ingredientes básicos de una cultura política común, sobre todo a través del racionalismo y de la crítica a la Iglesia, intentos, en suma, de superar la dependencia de la religión católica.

Esas clases trabajadoras aparecieron en el escenario público con sus organizaciones y protestas, pero siguieron excluidas del sistema político y sus principales representantes nunca alcanzaron el reconocimiento y la honra con lápidas, monumentos o nombres de calles. Hasta que llegó abril de 1931, la II República y la quiebra de ese orden tradicional. Entonces, los símbolos religiosos cedieron paso a otros ritos laicos, más o menos reprimidos hasta entonces, y se rebautizaron calles y plazas mayores de pueblos y ciudades. Hubo más nombres de significado republicano (plaza de la Constitución, plaza de la República, calle 14 de abril) que de orientación obrera o revolucionaria, aunque la presencia anarquista, comunista o socialista en la zona republicana durante la Guerra Civil dejó su huella en las calles de ciudades como Madrid, Valencia o Barcelona, las tres capitales de la República en esos tres años, con nombres que honraban a personajes tan dispares y distantes como Durruti, Pablo Iglesias, Marx o Lenin.

Duró poco, sin embargo, esa huella, borrada a golpe de fusil del callejero y de la historia a partir del 1 de abril de 1939. Acabada la Guerra Civil, los vencedores ajustaron cuentas con los vencidos, recordándoles durante casi cuatro décadas quiénes eran los patriotas y dónde estaban los traidores. Calles, plazas, colegios y hospitales de cientos de pueblos y ciudades llevaron desde entonces los nombres de militares golpistas, dirigentes fascistas de primera o segunda fila y políticos católicos. Algunos se repitieron mucho, como Franco, Calvo Sotelo, José Antonio Primo de Rivera, Mola, Sanjurjo, Millán Astray, Yagüe u Onésimo Redondo. Se honraba a héroes inventados, criminales de guerra y asesinos en nombre de la Patria, pero también a ministros de Educación como José Ibáñez Martín, quien, con su equipo de ultracatólicos, echaron de sus puestos y sancionaron, durante la primera década de la dictadura, a miles de maestros y convirtieron a las escuelas españolas en un botín de guerra repartido entre familias católicas, falangistas y ex combatientes.

Cuando Franco murió, en noviembre de 1975, era difícil encontrar una localidad que no conservara símbolos de su victoria, de su dominio y de su matrimonio con la Iglesia católica, en calles y monumentos. Algunos de ellos desaparecieron en los primeros años de la transición a la democracia, sobre todo tras las elecciones municipales de 1979 que llevaron a los Ayuntamientos a numerosos alcaldes y concejales de izquierda. Pero los cambios siempre fueron objeto de disputa y a nadie se le ocurrió aprovechar el callejero para formar o educar a los ciudadanos en una nueva identidad democrática. Muchos políticos de derechas, y sus fieles que les apoyan, siguen defendiendo ahora, pese a la aprobación de la Ley de Memoria Histórica en diciembre de 2007, que no hay que tocar los nombres de las calles, para no herir susceptibilidades o remover los fantasmas del pasado. Los símbolos franquistas, que aparecieron por la voluntad de los vencedores en una guerra de exterminio contra un régimen legalmente constituido, se funden así con otros tradicionales, patrióticos y religiosos, representando una especie de "imagen oficial" de España, mientras el Estado y las instituciones democráticas se desentienden del asunto o no muestran ningún interés por ocupar los espacios públicos con modelos más dignos para las generaciones venideras.

Por eso no es una cuestión irrelevante la polémica suscitada estos días por el empeño del alcalde de Zaragoza, Juan Alberto Belloch, en dar a una calle el nombre de San José María Escrivá de Balaguer. Su primera intención fue rebautizar con el nombre del fundador del Opus Dei la calle general Sueiro, coronel de infantería en julio de 1936 y uno de los protagonistas de la sublevación militar y de la represión en la capital aragonesa. Cuando apareció la noticia, Luisa Fernanda Rudi, presidenta del Partido Popular de Aragón, declaró que ella "no tenía ni idea" de quién era ese general y que mejor sería que los ediles se dedicaran a algo más productivo que cambiar calles de gente desconocida. En definitiva, la ex alcaldesa de Zaragoza no conocía a uno de los golpistas contra la legalidad republicana en su ciudad y el actual regidor decide honrar a un personaje, santo para la Iglesia católica, inextricablemente unido, él y su institución, a Franco y a su dictadura. El catolicismo, y en este caso un tipo de catolicismo no compartido por muchos de sus creyentes, se impone a los valores cívicos y laicos en el territorio de la política democrática. Pura historia de España. 

Medallas

Medallas

España no está alcanzando sus objetivos en Pekin. Dicen los entendidos que el equipo olímpico estaba en condiciones de superar las 22 medallas de Barcelona 92 y alcanzar las 30, a la altura de incuestionables potencias mundiales del deporte como Italia, Australia o Gran Bretaña. La cosa no está saliendo como esperaban las autoridades deportivas del país. Es posible que si la previsión la hubieran hecho los técnicos deportivos y los entrenadores, este optimismo desaforado y un punto insensato hubiera resultado más prudente y menos osado. Ésta es otra de las razones que explica el estrecho nexo de unión entre el deporte y la política; evidencia que unos y otros se empeñan en negar cada vez que surgen los conflictos que empañanan el esplendor ólímpico. La política sólo puede ser el medio para ganar medallas, ¿o son las medallas el medio para hacer política?

Estos días resulta indignante seguir los JJOO a través de algunos medios de comunicación. Sus periodistas no hacen el más mínimo esfuerzo por maquillar la frustración que les causa el fracaso de algunas deportistas españoles en la conquista de las preseas. Sólo les importa sumar y sumar para que el prestigio patrio se mantenga intacto. Les interesa poco la historia humana que se esconde tras el deportista, apenas prestan atención a las explicaciones del atleta, no hacen el menor esfuerzo por conocer las interioridades de un deporte que volverán a olvidar cuando se acaben los Juegos Olímpicos. Si no hay medalla no hay vida. Si no se gana se fracasa. No hay más. Esta peculiar forma de entender el deporte que corresponde al concepto patria-negocio articulado por el movimiento olímpico en los últimos 25 años, ha sido asimilado por todos con una naturalidad que asusta. Esta unanimidad sólo puede decepcionar a los que nos gusta el deporte como una fiesta y una competición en la que sólo está en juego un resultado. Yo no creo que lo que se dispute sea la dignidad de un país y su pujanza en el concierto internacional. Aunque lo parezca.

Por eso me encantaría que los periodistas deportivos sólo vieran deporte en los JJOO. Me gustaría que no cayeran reiteradamente en la tentación de hacer política con las medallas. Les diría que evitaran caer por la cuesta de la melancolía cada vez que un deportista no hace lo que esperaban sus responsables políticos o federativos. Me haría feliz que fueran capaces de disfrutar con los ojos de un niño con la carrera de Usain Bolt, o el salto de Isinbayeva, o la fuerza de Nadal o la épica de Phelps. Eso eran los Juegos Olímpicos hasta no hace mucho.

Expo

Expo

Empezó la EXPO y he de reconocer que tengo sentimientos enfrentados con el evento en cuestión. No dudo de su importancia para la microhistoria de Zaragoza y de su categoría como evento de masas. Entiendo el entusiasmo colectivo que ha generado principalmente en la capital aragonesa y no es necesario esforzarse mucho para percibir que acabará siendo un éxito popular. Esto del éxito o el fracaso es un valor relativo que nunca se suele someter a juicios objetivos. Por sistema en este país los grandes y también los pequeños acontecimientos que nacen de una iniciativa pública suelen ir acompañados de un discurso triunfalista vacunado ante cualquier crítica. No se admiten las “moscas cojoneras”, salvo que se expongan a ser descalificados y tachados de antipatriotas. En el caso de la EXPO no deja de resultar sospechosa la unanimidad absoluta que ha brindado la clase política y los principales medios de comunicación en estos tres últimos años. Ni una mácula ni una duda; nada podía desenfocar el objetivo final.

 

Tengo mis dudas sobre el verdadero valor de la EXPO más allá de su condición de extraordinario y muy caro acontecimiento social y cultural. La verdad es que no tengo argumentos sólidos para defender mi tesis; más bien parte de una ligera intuición y del conocimiento superficial de experiencias similares celebradas en el pasado. Estos días creo que tanto los políticos aragoneses como los periodistas y analistas de temporada se han emborrachado con la euforia de la inauguración y han entrado en una dinámica de declaraciones y asertos grandilocuentes de escaso rigor. Dicen que Zaragoza ha recuperado la autoestima con la EXPO; parece ser que el orgullo de una ciudad se alimenta a base de ladrillo, hormigón y fantasía arquitectónica. Costoso tratamiento que al final puede generar el efecto contrario al deseado: una depresión colectiva si el dorado no era tal.

 

Está claro que la autoestima no se recupera con cultura, civismo, solidaridad y bienestar. De unos años a esta parte estos conceptos -que serían objetivos irrenunciables de cualquier colectivo- se maquillan con grandes obras civiles que explotan nuestro orgullo ciudadano pero dejan intacto cualquier atisbo de conflicto moral. Los edificios emblemáticos y los cinturones de circunvalación acaban con cualquier sentimiento de inferioridad. No hay mejor antídoto contra la depresión y las deudas históricas.

 

La EXPO además creo que va a empeorar aquél doloroso diagnóstico del sociólogo Mario Gaviria, que en plena transición hablaba del “Zaragoza contra Aragón” para describir las profundas desigualdades de la comunidad y su irreversible macrocefalia. A más Zaragoza menos Aragón. Pero quizá ésta era la última de las preocupaciones de quienes se inventaron la EXPO para espabilar a la provinciana capital. Fueron hábiles y buscaron en el agua la coartada perfecta para justificar el invento y dotarle de la legitimidad social y política exigida. El lema como excusa necesaria.

 

No he ido a la EXPO pero iré. Por eso no hablo de su contenido ni me atrevo a adelantar opiniones de las que luego me pueda arrepentir. Por la televisión tiene buena pinta; el puente de Zaha Hadid es impresionante y la torre del agua tiene hechuras de icono. Un desapasionado vistazo a los periódicos nacionales logra encontrar el matiz crítico que en Aragón no surge ni por asomo.  Veremos en los próximos meses. De momento, os hablo de otra EXPO que se celebrará en Zaragoza del 28 de junio al 6 de julio pare denunciar los conflictos que el agua genera en todo el mundo. El agua aquí no es la coartada; es el drama.

 

Como es sabido, entre Junio y Septiembre tendrá lugar en Zaragoza la Expo Internacional – 2008 bajo el lema “Agua y Sostenibilidad”. A pesar del lema, esta EXPO dista mucho de inscribirse en la lógica de la Nueva Cultura del Agua, al haber entrado en contradicción flagrante con los principios más elementales de la sostenibilidad; por otro lado, supone un gasto ingente de dinero público que podría y debería tener otros destinos más razonables.

 

Por ello, un amplio abanico de colectivos y movimientos sociales hemos decidido organizar el Foro Mundial de la Luchas del Agua (FMLA), a modo de un Foro Social del Agua, al margen de la Expo, abierto a la participación de los diversos movimientos que vienen luchando en todo el mundo por una Nueva Cultura del Agua basada en principios de sostenibilidad, equidad y participación ciudadana. El FMLA acogerá y dará espacio de apoyo y debate a los representantes de los colectivos y movimientos que defienden el derecho de los afectados a vivir en sus pueblos, hoy amenazados por la construcción de grandes presas y trasvases; a las comunidades que viven de la pesca y defienden la salud de los ríos, lagos, humedales y manglares de los que depende su supervivencia; a los pueblos que vienen oponiéndose a la privatización de los servicios de agua y saneamiento, bajo la presión del Banco Mundial; a los movimientos que defienden el derecho humano al agua potable y que luchan contra la mercantilización del agua y de los ecosistemas acuáticos; a los que luchan contra la minería a cielo abierto que envenena las cabeceras fluviales y mata poco a poco a millones de personas; a las comunidades indígenas que luchan por preservar sus derechos ancestrales y su derecho colectivo a existir como pueblos…

El FMLA, que se celebrará entre el 28 de junio y el 6 de julio de este año en Zaragoza, se convoca para acoger en nuestra casa a todos aquellos que están y han estado implicados en las luchas del agua. A todos aquellos que habiéndose sacrificado con generosidad para conservar lo más importante hoy se ven criminalizados y reprimidos con brutalidad en muchos casos. El Foro quiere convertirse en altavoz de denuncia, espacio de información y de participación ciudadana, al tiempo que en ámbito de solidaridad y acogida. Los días del Foro serán también reivindicativos. No queremos ni podemos callarnos; y no puede ser de otra manera en organizaciones nacidas en la lucha por la defensa de los derechos más inalienables.M uchos de esos grandes proyectos hidráulicos, de las actividades contaminantes más agresivas y de los procesos de privatización de aguas en países en desarrollo, están siendo protagonizados por empresas Europeas, e incluso Españolas. Por ello los movimientos de afectados en esos países buscan en Zaragoza, y encontrarán en este Foro un espacio de información, de denuncia y de solidaridad frente a estas empresas, que venden en los países desarrollados imágenes corporativas bien diferentes.

 

Por la mañana tendrán lugar reuniones y encuentros entre los diversos movimientos en lucha, no sólo de nuestro entorno europeo, sino de todo el mundo, abordando cada día un área temática. Junto a los debates y encuentros se están organizando actos reivindicativos. Por la noche, la Plaza de San Bruno será el espacio ciudadano de la Nueva Cultura del Agua y, tras presentar las conclusiones del día, disfrutaremos, en compañía de amigos y amigas, los conciertos diarios que se han organizado gracias al apoyo desinteresado de los artistas y grupos que han comprometido sus actuaciones.

 

El Sábado tendrá lugar, en el Teatro Principal, un solemne y emotivo acto de homenaje a los pueblos que luchan en los múltiples conflictos de agua abiertos en todos los continentes. Con la participación de artistas, poetas, cantantes y personas de alto reconocimiento nacional e internacional, vinculadas en muchos casos a los movimientos altermundialistas, se rendirá un emotivo homenaje a los representantes invitados que vienen de Narmada (India), Tres Gargantas (China), Yacyretá (Argentina-Paraguay), Chixoy (Guatemala), La Parota (Méjico), Río Senegal (Senegal), Kariba (Mozambique), Mekong (Camboya), Cochabamba (Bolivia), Ilitsu (Kurdistán), Cajamarca (Perú), Alta (Noruega), Loira (Francia), Vajont (Italia), Klamath (EEUU). Junto a estas personas rendiremos también el merecido homenaje a las gentes que han luchado y luchan en nuestro país: Yesa, Biscarrués, Santaliestra, Jánovas, Delta del Ebro, Mularroya, El Val, Itoiz, Genal, Río Grande, Riaño, Castrovido, Ter, Bajo Júcar… entre otros. Por último, el domingo 6 de Julio, cerraremos este Foro con la gran fiesta reivindicativa de los ríos europeos: el Big Jump, el Gran Chapuzón, que se convoca cada año en preparación de la convocatoria fijada para que en 2015 (cuando la Directiva Marco de Aguas esté completada) cientos de miles de europeos se bañen a la misma hora en sus ríos, como espacios ciudadanos a recuperar.

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Crímenes perfectos

Crímenes perfectos

He recordado una canción de Andrés Calamaro al leer hoy el escalofriante reportaje que firman en El País R. Chisleanschi y A. Burgo sobre el treinta aniversario de la inauguracón del Mundial de fútbol de Argentina. Lo han titulado "El Mundial más tétrico", aunque bien pudieran haber tomado prestada la canción del cantante argentino. "Crímenes perfectos" trata en realidad del desamor y de corazones rotos, de los destrozos de la ruptura, de las simas que se abren en el alma cuando asoma la soledad. Es verdad que no hay crimen trazado con mayor frialdad que el del abandono. "Todo lo que termina, termina mal" canta Calamaro. Pero no le he evocado hoy por ello. En esa monumental balada hay una estrofa que retrata a toda a una generación de argentinos:

"Me parece que soy de la quinta que vio el mundial setenta y ocho, me tocó crecer viendo a mi alrededor paranoia y dolor".

Hace treinta años el mundo miraba a Argentina y un país entero ocultaba bajo la alfombra su terrible ignominia mientras se entregaba a sus futbolistas. Sólo durante la celebración de ese mundial desaparecieron más de 60 argentinos. La rutina del terror y la picana en la que estaba instalada la Junta Militar de Videla no paraba ni para celebrar los goles de Kempes, que probablemente son mis primeros recuerdos sólidos en una pantalla de televisión. 

Hoy no quería hablar de fútbol sino de ciclismo -mi verdadera pasión deportiva- y de Contador, ese excepcional ciclista que tiene la insolencia de Delgado, la sensatez de Indurain y el carácter de Amstrong. Pero no escribiré de ciclismo. Otro día será. "La moneda cayó por el lado de la soledad".

Claudio Morresi, actual secretario de Deportes del Gobierno argentino, tenía 16 años en 1978 y era un prometedor centrocampista de la cantera del Huracán. Dos años antes, el 23 de abril de 1976, la dictadura militar que llevaba un mes en el poder había secuestrado a su hermano mayor, Norberto, quien desde entonces permanece desaparecido. Morresi sabía que el 1 de junio, día inaugural de la Copa del Mundo, los integrantes de la Junta Militar que gobernaba el país estarían presentes en el estadio del River Plate. Incluso, que el presidente de la misma, Jorge Rafael Videla, daría un discurso. Pero el amor por el fútbol pudo más. Se abrigó bien para combatir la fría tarde invernal y se acomodó en las gradas junto a otros 75.000 espectadores. "Cuando habló Videla, me quedé de brazos cruzados, insultando para adentro", recordó. La gran mayoría, en cambio, aplaudió. Gritó "¡Argentina, Argentina!" y se sumó a la fiesta del Mundial más polémico y controvertido de la posguerra, una mezcla de fútbol y utilización política; celebrado en medio de una brutal represión cuya dimensión, sin embargo, muy pocos conocían. Alemania y Polonia disputaron aquel encuentro inaugural. Un triste empate sin goles.

Treinta años después resulta imposible deslindar lo que se pudo ver por televisión y por primera vez en colores desde las heladas canchas argentinas (1978 fue, hasta la fecha, el último Campeonato del Mundo jugado con camisetas de mangas largas) de lo que simultáneamente ocurría alrededor.

El Alemania-Polonia se jugó a la misma hora que en la plaza de Mayo, frente a la Casa de Gobierno, un grupo de mujeres caminaba en torno a la pirámide con pañuelos blancos en sus cabezas. La ronda se repetía desde hacía más de un año ante la indiferencia general, pero la televisión holandesa decidió emitir la imagen minutos antes de conectar con el estadio del River. Las Madres de Plaza de Mayo, que pedían por sus hijos secuestrados, recibían al fin difusión masiva en el exterior. Justo en el instante en que la Junta iniciaba su gran campaña propagandística.

Para los milicos que derrocaron a Isabel Perón en marzo de 1976, el Mundial fue un maná. Argentina había sido designada en 1964, cuando perdió con México la votación para organizar el torneo de 1970. Desde entonces apenas se habían designado las sedes y, en tiempos de Isabel y José López Rega, se diseñaron la mascota y el logotipo, que evocaba los brazos levantados de Juan Domingo Perón sosteniendo una pelota.

Recién asumido el poder, Videla, Agosti y, sobre todo, Emilio Massera, el marino de la Junta, tal vez el más feroz de los represores y, sin duda, el de mayor ambición política, vieron en el Mundial su gran escaparate. Se creó una sociedad organizadora, el EAM’78, y se estrecharon los lazos con la FIFA para asegurarse que nada haría cambiar la sede del torneo.

El general Omar Actis y el contralmirante Carlos Alberto Lacoste, mano derecha de Massera, fueron designados al frente del EAM. Pero Actis, contrario a los grandes dispendios y a las pretensiones de la FIFA de montar un sistema de televisión en color para retransmitir los partidos al resto del mundo, fue asesinado el 21 de agosto de 1976, dos días antes de presentar su modesto proyecto. Su lugar lo asumió el general Antonio Merlo, pero, en la realidad, Lacoste quedó al mando y bajo su tutela Argentina montó el Mundial más caro de la historia hasta entonces, con más de 700 millones de dólares de gasto legal y una suma imposible de calcular pagada en comisiones y prebendas. Con el retorno de la democracia, Lacoste sería acusado de administración fraudulenta y enriquecimiento ilícito e implicado en el asesinato de Actis, pero João Havelange, entonces presidente de la FIFA y cuya compañía de seguros fue beneficiada con el 25% de las pólizas durante el torneo, le mantuvo como vicepresidente del máximo organismo del fútbol hasta 1984.

Los militares siguieron secuestrando: según el libro La vergüenza de todos, del periodista Pablo Llonto, 63 personas desaparecieron durante los 25 días que duró el Mundial.

Con la segunda fase llegaron los mejores momentos de fútbol. Holanda y Alemania brindaron un vibrante 2-2; Brasil se pareció a sí mismo frente a Perú (3-0) y Polonia (3-1) con un deslumbrante Dirceu al mando; Austria se dio el gusto de eliminar a Alemania con Krankl en plan estrella (3-2), y Argentina encontró en Kempes el goleador que necesitaba. Un golazo de Haan desde fuera del área metió a Holanda en la final a costa de Italia (2-1) y el célebre 6-0 a Perú clasificó a Argentina para el partido decisivo. Esa noche, en el momento en que Luque marcaba el cuarto tanto, una bomba estalló en el domicilio de Juan Alemann, secretario de Hacienda y crítico acérrimo de los manejos económicos en torno al Mundial. Nunca se conoció a los autores.

La final se jugó el 25 de junio en el Monumental, de Buenos Aires. Argentina ganó por 3-1 en la prórroga, Havelange le permitió a Videla entregar el trofeo a Passarella, el capitán argentino, y Ernst Happel, el entrenador holandés, sugirió off the record que en las dos finales sucesivas perdidas por el equipo naranja (1974 y 1978) "el laboratorio lo manejaban nuestros rivales".

Millones de argentinos inundaron las calles celebrando el título. Entre ellos iba Graciela Daleo, detenida en el centro clandestino de la ESMA, a escasos 500 metros del estadio de la final. Sus carceleros pensaron que sería una buena idea que ella y otras compañeras pudieran ver la explosión de júbilo popular. Acabaron cenando juntos en un restaurante a las afueras de la ciudad.

Al día siguiente nacía Guido, hijo de Laura Carlotto, secuestrada en 1977 y asesinada poco después de dar a luz. Guido fue dado en adopción con otro nombre. Su abuela, Estela Carlotto, es la presidenta de las Abuelas de Plaza de Mayo, organización que ya ha recuperado a 87 niños de los cerca de 500 que se calcula nacieron en cautiverio, y continúa buscándole. Carlotto todavía recuerda sus reproches a los familiares que gritaban los goles argentinos de aquel Mundial.

País

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No sé qué méritos hay que reunir para ser Ministro de Defensa. No sé si es recomendable haber sido cabo furriel o alférez provisional en la mili. Quizá el mejor atributo es ser un cabronazo con pintas o tener una mala hostia considerable para que los uniformes no se te suban a la chepa. Desconozco qué galones tenía Narcis Serra, qué experiencia acumulaba Federico Trillo en el asunto castrense o cuáles eran las virtudes que supo ver Zapatero en Bono para mandarle al frente de las tropas. Sí que supimos con el tiempo de Trillo que, a parte de graciosillo, era un tipo pragmático y displicente con lo accesorio. No tuvo el menor escrúpulo en aprobar la falsificación de los restos de los militares fallecidos en el Yakolev 42 para acelerar los trámites y evitar engorros innecesarios a sus familiares. Todo un detallazo. Otro civil masculino que hizo carrera al frente de uno de los cuerpos de seguridad del estado fue el aragonés Luis Roldán. Lo suyo fue meteórico y digno de introducirse en esos manuales que desentrañan el dédalo que conduce al éxito rápido y seguro. Además él nos podía aportar una adenda extremadamente valiosa: qué hacer cuando te pillan.

Estos días este país que se llama España ha enseñado la patita. El nombramiento de Carme Chacón como Ministra de Defensa ha soliviantado a medio país, que no necesariamente coincide con el que suele votar al PP. Y esto es lo más desmoralizante. Que la derecha cavernícola y ultramontana se escandalice con que una mujer catalana y embarazada dirija al ejército se puede comprender y hasta cierto punto aceptar. A estas alturas no nos vamos a rasgar las vestiduras por estas naderías. Lo extraño probablemente es que lo hubieran recibido con entusiasmo patrio. Así que por ese lado la cosa ha resultado como se esperaba. Los más bestias han gritado un prietas las filas en defensa de los más rancios valores castrenses y los que tienen un puntito intelectual han resuelto su agravio echando mano de ese zafio humor español que huele a macho y cantina.  No sé qué es peor. A los primeros les alientan la indignación y a los segundos les ríen las gracias.

Lo más lamentable, comentaba, es que en una parte de la supuesta España civilizada el nombramiento tampoco ha sentado bien o, lo que es peor, no se ha entendido. Por lo tanto habrá que colegir que en el tema de la igualdad de sexos este país sigue por donde solía. Cosa que, por otro lado, no tenía duda alguna de que ocurría. Muchos amigos y conocidos con los que suelo coincidir casi siempre en lo que nos duele de España, me confesaban la semana pasada que no comprendían cómo era posible que una mujer sin experiencia pudiera dirigir al ejército.  La unánime declamación (de ahí mi sorpresa), apenas encontraba alivio en mis respuestas, quizá demasiado sincopadas y poco entusiastas.

Como cantaba Brassens, la música militar nunca me supo levantar y mi escaso brío patrio apenas tenía fuelle para defender algo que resulta tan obvio e indiscutible en un país democrático. Pero en España hay cosas sobre las que todavía es necesario hacer mucha pedagogía. En mi proverbial ingenuidad sigo otorgando gran importancia al valor de los símbolos en la política porque frecuentemente son el único resquicio por el que se cuela el antagonismo ideológico entre izquierda y derecha. Que sea mujer u hombre el Ministro de Defensa es algo que me da exactamente igual porque no debería de ser motivo de debate. Sólo debería trascender su cualificación para el cargo y que yo recuerde nunca antes se entabló tamaño debate nacional con sus antecesores. Se deduce que al ser hombres y haber hecho la mili ya estaban al tanto de todo lo que debía de saber un buen ministro.

A mí me gustó ver a Carme Chacón, “en su plenitud femenina” (esto creo que se lo oí a la conversa Pilar Rahola), pasando revista a las tropas españolas. No sé si está preparada o no para el cargo, de igual forma que nunca me preocupó si lo estuvieron los otros. Pero que los periódicos de medio mundo abran sus ediciones con la política embarazada pasando revista sólo puede ser recibido con sincero regocijo en un país que hasta no hace mucho era un inmenso cuartel. Paísss, que diría Forges.