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Juan Gavasa

#Latinos4To2015

#Latinos4To2015

¿Cuál es el peso de los latinos en Canadá? ¿Qué influencia tiene el español en una ciudad como Toronto? ¿Pueden ser las redes sociales el mejor vehículo de difusión y expresión de nuestra lengua? ¿Qué hacemos mal los hispanos cuando nos enfrentamos a los Social Media? ¿Por qué los Juegos Panamericanos de 2015 son más norteamericanos que latinoamericanos? Keiter Feliz y Diana Padilla han  conversado con la experta en Social Media, Pina Russo, y el periodista y escritor, Juan Gavasa, sobre redes sociales en español y el futuro de nuestra lengua en Canadá.

                El español es la 3ª lengua más utilizada en redes sociales en todo el mundo después del inglés y el chino. Un 8% de los 2 billones de usuarios en internet lo hace en nuestro idioma. En Facebook  80 millones de perfiles se publican en español. Estas cifras muestran el poderoso músculo de la lengua y su imparable crecimiento con casi 500 millones de hispanohablantes. Pero en Canadá la comunidad hispana todavía no ha desembarcado masivamente en las redes sociales y sigue siendo una asignatura pendiente su uso como herramienta de proyección profesional. El bajo perfil de los latinos en plataformas como Twitter, Facebook o LinkedIn puede acentuar la impresión de que nuestra comunidad sigue siendo invisible en muchos ámbitos de la sociedad canadiense.

                La celebración de los Juegos Panamericanos en Toronto en 2015 tiene que ser un punto de inflexión en el reconocimiento de LATAM como uno de los colectivos más influyentes y prósperos de Canadá. Pero hasta el momento la oportunidad de los Pan Am no está sirviendo para tender puentes entre la sociedad anglosajona y los hispanohablantes; por el contrario se intuye cierta falta de voluntad en el Comité Organizador a la hora de establecer vínculos y sinergias con la cada vez más numerosa comunidad latina. En 2 años Canadá y Toronto estarán en el punto de mira de todos los países hispanohablantes y es ahora el momento decisivo para conseguir que el gran evento deportivo sea algo más que unas cuantas semanas de competiciones. La comunidad latina en Toronto tiene que reivindicar su protagonismo en los Panamericanos y contribuir a su éxito. #Latinos4To2015

#It'sCoolToHaveAnAccent

#It'sCoolToHaveAnAccent

Hace algunas semanas conocí a los responsables de 360Fm, una emisora de radio de Toronto que emite a través de internet para una audiencia mayoritariamente de habla hispana. Desde su fundación en 2012 han hecho fortuna con un slogan que, al margen de su notable potencial publicitario, posee asombrosas virtudes terapéuticas: “It’s cool to have an accent”. La frase es la  primera parte de un juego deductivo que ellos suelen cerrar como si se tratara de un ejercicio de autoayuda: si tienes acento es porque hablas dos idiomas. La conclusión adquiere la categoría de idea fuerza y remite directamente al trémulo universo de las inseguridades del emigrante. Una vez allí actúa como un estímulo que activa una energía que sólo puede ser positiva, como un puñetazo encima de la mesa.  

Hay que vivir en un país con un idioma diferente al propio para entender la dimensión emocional del slogan creado por 360FM, para admirar la sencillez de su composición y la entidad sustantiva del mensaje. El día que conocí a sus responsables, Keiter Feliz y Diana Padilla, en España todavía funcionaba a pleno rendimiento la cadena de producción de chistes a cuenta de la intervención en inglés de Ana Botella en la presentación de la candidatura de Madrid a los JJOO de 2020. En aquellas horas me llegaban ya aquellos chistes con el cansancio de lo que había dejado prematuramente de ser gracioso. Porque más allá de las críticas –probablemente justificadas-, al discurso de la alcaldesa lo que realmente se exponía era el proverbial sarcasmo español, tan fértil y a veces tan insoportable.

Luego la escritora Elvira Lindo plasmó en su columna semanal en El País el sentimiento que arrastramos todos los que vivimos en otro país: “El español es ese individuo que habla un mal inglés y que se ríe de otro que habla un mal inglés. Así podría resumirse nuestra sarcástica relación con los idiomas. Sarcasmo que se cura, en parte, cuando se vive fuera y se convive con compatriotas que luchan, como tú, por hacerse entender”. El mensaje de Lindo era esencialmente el mismo que el de 360FM. Cuando tienes que expresarte a diario en un idioma que no es el tuyo acabas comprendiendo que lo único importante es lograr comunicarte y esto en la mayoría de las ocasiones ocurre gracias a un formidable esfuerzo colectivo de comprensión. En Canadá debes hablar en situaciones cotidianas con ciudadanos procedentes de China, o de Pakistán, o de Irak, o de Afganistán, o de Egipto… algunos de ellos con acentos cerrados e indescifrables. Pero la comunicación fluye y el inglés avanza a trompicones dejándose girones en el camino.

En la pugna diaria del emigrante aquellos chistes de España me parecieron la misma impertinencia que alimenta cierta confortable ignorancia, tan castiza y tabernaria. Algo que Muñoz Molina explica bien en su atormentado libro “Todo lo que era sólido” cuando habla de la tendencia de los españoles a encerrarse “en la satisfacción orgullosa y a la vez extremadamente vulnerable de lo propio”. Vivir en otro país no es sencillo, la lista de renuncias y sacrificios probablemente nunca se compensa pero te otorga una valiosa capacidad para observar tu lugar de origen con un nuevo ojo crítico. Porque las dificultades que experimentas a diario son las que te permiten avanzar en tu comprensión del mundo y a la vez te vacunan contra el cainismo, ese ropaje que luce una parte importante de la sociedad española con impúdica satisfacción.

Cuando Ramón J. Sender regresó a España después de 36 años de exilio en México y USA reconoció en su primera entrevista que volvía a su país porque estaba cansado de no poder expresarse en su idioma, de no poder discutir en inglés como se discute en español. El escritor había sido profesor en la Universidad de San Diego y, por lo tanto, dominaba la lengua anglosajona pero confesaba acomplejado al periodista que la frustración siempre estuvo con él en sus años americanos. Un idioma ajeno puede actuar con la misma determinación como puente o como muro cuando no se domina plenamente, y esto casi nunca se consigue.

Recordé aquellas palabras del gran Sénder al escuchar a Keiter Féliz defender la importancia de la comunicación por encima de cualquier otro prejuicio, transformando nuestra debilidad en una de nuestras cualidades en el país que ahora nos acoge. Keiter; un dominicano con voz de trueno y carisma arrollador, uno de esos tipos capaz de sostener el tiempo cuando comienza a hablar, explicaba a la audiencia que el acento es nuestro orgullo, lo que nos hace diferentes en Canadá. Supongo que todos los que hemos decidido vivir lejos de nuestro país necesitamos reinventarnos para continuar pero lo más llamativo es que mientras tanto, aquello que nos acompleja a diario sigue siendo en España la misma chanza que, en palabras de Muñoz Molina, “ha alimentado a conciencia el sedentarismo satisfecho”.

Influencia de los hispanos está creciendo en Canadá, según expertos

Influencia de los hispanos está creciendo en Canadá, según expertos

La influencia de los hispanos está aumentando en Canadá, donde no solo está creciendo el número de personas de origen latinoamericano que vive en el país sino también su perfil profesional, según indicó hoy un grupo de expertos en Toronto.

Para 2015 se prevé que el número de personas de origen latinoamericano en Canadá se situé en unos 740.000 personas, según datos presentados hoy en la conferencia "Hispanovation: La creciente influencia hispánica en Canadá" que forma parte del Social Media Week de Toronto.

Pina Russo, directora de Mercadotecnia Intercultural de Mercatto Media, y una de las organizadoras de la conferencia, dijo a Efe que los hispanos que están llegando en estos momentos a Canadá son "profesionales extremadamente calificado".

"A medida que Canadá ha hecho más estricta su política migratoria, está llegando gente de más calidad. El perfil del latinoamericano es que no sólo tiene el poder adquisitivo sino que tiene las credenciales académicas y profesionales. Son la gente que va a marcar la diferencia ", añadió Russo.

Según Fernando Blasco, otro de los organizadores del evento, director de Desarrollo Empresarial de la empresa Drake dedicada a la captación de profesionales, "la cantidad de talento hispánico en Canadá está aumentando año tras año". Las cifras que maneja Drake es que un tercio de los hispanos que llegaron a Canadá entre 2007 y 2012 cuentan con educación de postgrado, un 44 % son menores de 35 años de edad y un 33 % quiere ser empresario.

Esa ambición se traduce en que sólo en la región de Toronto haya ya 500 empresas propietarias de latinoamericanos y con un alto nivel de éxito, según Blasco. "En general, el nivel de los empresarios latinoamericanos en Canadá es muy alto. Han aprendido la cultura canadiense, porque de media trabajan aplican su experiencia empresarial que han tenido en su país de origen", declaró a Efe.

"Yo diría que la tasa de éxito de los empresarios latinoamericanos que antes han trabajado en Canadá es de entre un 70 % y un 80 %. Pero aquellos empresarios que vienen directamente de Latinoamérica y se meten en el mercado canadiense, ese es mucho más difícil", añadió. Blasco también dijo que los españoles tienen "muchísimas" oportunidades de trabajo en el mercado canadiense.

 "Trabajamos con muchas empresas multinacionales, sobre todo de construcción porque muy pocos en Canadá saben que mucha de la infraestructura que se está creando en el país lo están haciendo grandes constructoras españolas", aseguró. "Hay muchísimos trabajadores españoles que han venido con las empresas españolas, o que han venido de rebote. Los sectores más activos ahora son gentes en oficios para sectores como el de gas y petróleo en el oeste de Canadá", añadió.

Por su parte, el periodista español Juan Gavasa explicó que en centros urbanos como Toronto los medios de comunicación digitales del futuro para la creciente población hispana serán bilingües. "Cualquier medio digital se tiene que dirigir a la generación de hispanos que han llegado en los últimos seis o siete años, gente que ha crecido en una cultura digital, bilingüe, con un alto nivel educativo y buenos trabajos", explicó.

"Este tipo de gente consume medios bilingües de forma indistinta. Hay que buscar el hecho diferencial en medios de comunicación que busquen ese perfil de persona que consume medios digitales y que se expresa tanto en español como en inglés", terminó señalando. (Agencia EFE)

En memoria de Jules Paivio, el último brigadista canadiense

Jules Paivio, arquitecto, profesor y último veterano del batallón canadiense Mackenzie-Papineau, de las Brigadas Internacionales, murió el pasado 4 de septiembre a los 97 años.

Creció al norte de Ontario, en el seno de una familia de padres finlandeses emigrados a Canadá que creían en la justicia, la libertad y una sociedad justa para todos. A sus 19 años Jules Paivio –como el doctor Norman Bethune, como otros  más de 1.500 canadienses– marchó a España para unirse a la lucha contra el fascismo junto a los Mac-Paps y el pueblo español.

Llegó pronto a España, a finales de 1936, lo que le permitió participar en las batallas del Jarama y Brunete. Luego trabajó como topógrafo en la base de Albacete hasta que, en marzo de 1938, se unió de nuevo al batallón Mackenzie-Papineau. Fue el mes de las “retiradas”, es decir, de la ofensiva franquista de Aragón. Jules era el jefe de una sección de la 1ª compañía. El 1 de abril Paivio fue hecho prisionero por los Flechas Azules italianos. Ese día fueron capturados 15 canadienses más y el día anterior 100 británicos, entre ellos Frank Ryan y Bob Doyle. A punto estuvo Jules de perder la vida, pero el día anterior se había desprendido de la chaqueta con las enseñas de oficial y, posteriormente, los italianos pensaron en convertir a los prisioneros en moneda de cambio para sus propios prisioneros.

Jules fue encerrado el 7 de Abril en el campo de concentración de San Pedro de Cardeña, junto con otros 1.000 internacionales y varios miles más de prisioneros vascos, cántabros y asturianos. Allí padecieron las sevicias propias del aparato de terror nazi-fascista, con frecuentes visitas de la Gestapo. Bajo la influencia de ésta, el psiquiatra Vallejo-Nájera aprovechó la presencia de ese material humano para hacer estudios sobre el “gen rojo”; quería demostrar que el fanatismo marxista era una perversión de la naturaleza, más propio de los seres con inferioridad mental o tendencia a la psicopatía antisocial.

Paivio pudo superar la prueba y en enero de 1939 volvió a su país.  Fue un triste regreso. Como “premio” por haberse anticipado a la lucha contra el fascismo el Gobierno encargó a  la Policía Montada que vigilara a los voluntarios en España, cosa que hizo hasta hace muy pocos años. Todavía no se ha reconocido oficialmente su papel en Canadá. El Museo Nacional de Canadá no los menciona. Tan solo el esfuerzo de los veteranos, de sus amigos, y de alguna que otra autoridad -como la del Gobernador General Adrienne Clarkson- permitió levantar algunos monumentos a estos héroes como los existentes en Ottawa, Montreal, Victoria y en otros lugares.

75 años después Jules Paivio, con  94 años,  solicitó la nacionalidad española, esa que Don Juan Negrín les había prometido en octubre de 1938 para cuando terminara la guerra…  ”He estado esperando para disfrutarlo”, dijo. “España es ahora un país al que realmente quiero pertenecer”. El 25 de enero de 2012  el Cónsul  General de España en Toronto le entregó el pasaporte. Jules expresó su gratitud  y su orgullo por la concesión de la nacionalidad: “Luché junto con el pueblo español contra Hitler, Mussolini y Franco”… Una lucha de la que no sólo él estaba orgulloso. Su padre, el poeta fino-canadiense Aku Paivio escribió un largo poema, To my son in Spain, en el que le alienta a destruir el fascismo, “ese envilecedor del pueblo”.

He aquí algunos de sus versos:

El tiempo pasa, y en la espera

llegan noticias

de que superas obstáculos, pero

has llegado a tu destino - España.

Más noticias.

Tallos de la muerte, pero  has sobrevivido.

Oigo que

con tus bravos compañeros

estás con honor haciendo lo que se debe hacer.

 

Artículo publicado en periodismohumano.com

 

Canadá, instrucciones de uso

Canadá, instrucciones de uso

Canadá es posiblemente uno de los experimentos sociales más fascinantes del planeta. El país se ha ido construyendo a lo largo de los últimos 150 años sobre la idea básica de la multiculturalidad; un factor que le da carácter en la misma medida que le expone a riesgos que en cualquier otro país hubieran originado graves conflictos sociales. Aquí no ha ocurrido, pero esas tensiones están presentes, como suspendidas en la atmósfera; confundiéndose a veces con el paisanaje para pasar inadvertidas.

En la naturaleza de Canadá está la diversidad. Por lo tanto no se puede desprender de ella porque afectaría directamente a su sentido como entidad política, a su trascendencia en el tablero geopolítico, a su razón de ser en definitiva. Canadá dejaría de ser el admirado país que generoso abre cada año sus fronteras para acoger a miles de refugiados, ciudadanos del mundo que huyen de sus países en guerra para salvar sus vidas. Canadá sería un país preso de la melancolía, sin pasado glorioso ni sentido colectivo.

Su construcción se forjó en la épica de la emigración, en las historias dramáticas de millones de personas que en diferentes oleadas durante el último siglo llegaron primero en busca de trabajo y después a encontrar seguridad y paz. No es sencillo construir una sociedad homogénea con esos mimbres y, efectivamente, la canadiense no lo es.

Neil  Bissoondath escribió en 1994 un libro titulado “Selling Illusions: The Cult of Multiculturaism in Canadá” en el que condenaba el multiculturalismo como impulsor de una sociedad distribuida en guetos étnicos. Cuando este autor publicó su polémico libro habían pasado casi 25 años desde la solemne promulgación del multiculturalismo como el eje fundamental de la política y de la sociedad canadienses, un proyecto que aspiraba a integrar plenamente a las nuevas etnias.

Casi veinte años después probablemente haya que reconocer que Bissoondath no iba desencaminado y que la sociedad canadiense se ha fragmentado tal y como auguraba en su libro, incapaz de confeccionar un tejido social homogéneo e igualitario. La diversidad es real pero la sociedad no es multicultural sino un conjunto de colectivos étnicos que han construido compartimentos estancos.

Muchas veces se habla en Canadá de unitarismo como una aspiración que no debe confundirse con la uniformidad. Creo que Canadá está lejos de ambos conceptos pero es cierto que este proyecto de sociedad se enfrenta a diario con retos que se antojan hercúleos. Aunque en muchos aspectos la idea idílica de Canadá como sociedad de acogida habría que matizarla, es verdad que en el juego de las comparaciones sigue saliendo bien parada.

El primer ministro Stephen Harper es un político conservador de perfil bajo y con pocas simpatías entre sus ciudadanos. Podría competir con cualquier estadista europeo en la carrera por desmontar con mayor empeño el estado de bienestar, pero sin embargo mantiene una sensibilidad casi orgánica en el asunto de las políticas de emigración pese a que su gobierno ha endurecido las condiciones de entrada al país. Su discurso haría sonrojar a los políticos conservadores europeos, siempre dispuestos a culpar a los emigrantes de todos los males de sus respectivos países.

Por eso Canadá es un proyecto social diferente, porque incluso en los críticos y convulsos tiempos que vivimos, cuando las convicciones se escapan por el aliviadero, sigue manteniendo posiciones que le hacen digno de admiración. Por eso ha sido un escándalo formidable en Canadá las desafortunadas declaraciones de la Primera Ministra de Quebec, la independentista Pauline Marois, en las que afirmaba que las políticas a favor del multiculturalismo en Inglaterra “han llevado a sus ciudadanos a golpearse entre ellos y a poner bombas porque la sociedad no tiene un sentido de identidad claro”. Podrá haber problemas de convivencia pero en el final de cualquier debate un canadiense siempre reconocerá que la diversidad es la principal seña de identidad de su país.  Y esto es algo que un ciudadano de la vieja Europa sigue observando entre perplejo y fascinado.

Ayer comencé nuevamente mis clases de inglés y conocí a mis nuevos compañeros: tres de ellos son egipcios que llegaron a Canadá hace tres meses desde El Cairo, hay un sirio que huyó de su país hace dos meses gracias a un pasaporte sellado en Polonia, dos iraquíes que vivieron un tiempo en Alemania, dos afganas que lograron escapar de Kabul y tres pakistaníes que hicieron bromas con la seguridad de su país nada más comenzar la clase. Para ellos fue la mejor manera de romper el hielo y explicar por qué “Canada is very good and very paceful”.  Mi primera clase de inglés del curso fue en realidad una lección de humildad.

¿#Marca España?

¿#Marca España?

La mayoría de mis amigos canadienses no conoce nada de España salvo Barcelona, Madrid, Mallorca, los encierros de San Fermín y la tomatina de Bunyol. Son incapaces de establecer una línea precisa entre la historia individual de los países que componen la Unión Europea y los problemas económicos que afectan a sus miembros del sur. Existe una idea homogénea de Europa como entidad económica e histórica que no admite segmentaciones. Algo parecido a lo que nos ocurre a los españoles cuando pensamos en Sudamérica o en los países de Oriente Medio.

Cuando hablo con ellos debo hacer grandes esfuerzos de trazo fino para filtrar las noticias que ellos consumen a diario sobre Europa, para explicarles que la unidad económica no ha fagocitado la diversidad cultural y que lo que ocurre en Grecia no tiene un reflejo inmediato en España o que los problemas de Portugal exigen un diagnóstico diferente a los que sufre Italia o Irlanda. En Canadá generalmente lo español se confunde con lo latino y lo latino con lo italiano. Nuestra entidad en el exterior es tan débil y difusa que se pierde entre abstractas nociones de geografía y confusas lecciones de historia. Pero no deberíamos de ofendernos; nosotros no andamos mejor en política exterior.

La mayoría de mis amigos son licenciados con buenas posiciones profesionales, gentes viajadas y con nivel cultural que manifiestan, sin embargo, un desconocimiento bastante notorio sobre España y la realidad europea. Esta ignorancia es mutua, tan relevante como la que nosotros tenemos sobre Canadá o Norteamérica más allá de los tópicos de consumo habitual. Mis amigos, sin embargo, andan alarmados con la situación económica de España y la observan como un exotismo caracterizador de los países latinos. Hay días en los que vienen con una interpretación espontánea del último dato de desempleo leído en el National Post o de los escándalos de corrupción, aunque estos últimos ya se han integrado plenamente también en su paisaje político.

Mis amigos apenas balbucen algunos nombres en español pero sorprendentemente han aprendido a pronunciar un nombre fonéticamente endiablado para un anglosajón: Eufemiano Fuentes. Todos ellos practican deporte y hace tiempo que me restriegan la laxitud española con el dopaje; han naturalizado la rutina de situar bajo sospecha cualquier triunfo deportivo aunque a veces es la misma posición de perplejidad que nosotros mismos adoptamos con el otro, con el que nos gana con frecuencia.

Al contemplar estos días las reacciones en España tras la eliminación de Madrid en la primera ronda de la elección para los JJOO de 2020 he pensado mucho en mis amigos. Los que vivimos fuera de nuestro país tendemos en ocasiones a situarnos en una posición de superioridad moral, como si la distancia nos concediera una clarividencia que no poseen los demás. Es, sin duda, un error pero muchas veces me sorprendo a mí mismo escribiendo con una inconsistente soberbia de origen tan poco fiable como insolvente.

Pero es verdad que la distancia modula el ruido y, como en la anécdota sobre el fotógrafo de guerra que recordaba Enric González, en ocasiones no nos queda otra que alejarnos de la morgue para poder soportar el olor de los muertos, aunque expliquemos que lo que realmente buscamos es una mejor perspectiva para hacer la foto. En la distancia España no se entiende mejor pero se observan con mayor nitidez los desvaríos y las exageraciones; se tiene otra medida de las cosas.

 He seguido el guirigay montado con la intervención en inglés de Ana Botella, un asunto gestionado en las redes sociales con la familiar sonoridad de la barra de bar. No me parece que fuera lo peor de la presentación madrileña, aunque sí que reunía los atributos indispensables para el escarnio público. La alcaldesa de Madrid hizo un esfuerzo por comunicarse en inglés y es un gesto que hay que saber reconocer; por mi experiencia sé que hay miembros del CIO que tienen los mismos problemas para expresarse que ella, lo importante es intentar comunicarse y hacerse entender. En esta clase de foros internacionales se atiende más a los gestos que a la sustancia de las cosas, por eso la torpe sobreactuación de la alcaldesa no pasó de un asunto de consumo interno. Fue peor el soporífero discurso de Rajoy en español que la incontinencia onanista de Botella.

El cachondeo en España me pareció algo muy español, muy nuestro; un país que se descojona del nivel de inglés de los demás cuando apenas una minoría puede presumir de dominar bien este idioma. No recordaré ahora la anécdota de Unamuno y Shakespeare pero cada cierto tiempo hay que recuperarla para constatar que seguimos donde solíamos.

Otra cosa es la profunda incompetencia de nuestra élite política, asunto ya de una gravedad insoportable. Ana Botella pertenece a un partido político y a una élite económica extractiva empeñada en desmontar el sistema de educación pública con la tramposa coartada de la excelencia. Sin embargo ellos están muy lejos de cumplir con los niveles de exigencia académica que imponen al resto de la ciudadanía para acceder al sistema de becas. En la presentación de Madrid 2020 quedó retratada esa incongruencia entre el modelo de país que pretenden construir y el mediocre nivel de preparación que muestran, muy lejos de esa excelencia de la que tanto hablan.

Emboscada en una exposición bilingüe e interactiva de 45 minutos, la España vieja y patosa de nuestros representantes políticos sucumbió ante la moderna, vigorosa y cosmopolita de nuestros mejores deportistas. Ellos fueron los únicos que estuvieron a la altura de su prestigio internacional, de la admiración que provocan en todo el mundo. Se entiende pues el empeño de los políticos en hablar de España como una marca, en el convencimiento de que aprovechando el resplandor de sus éxitos acabaremos por tapar todas nuestras vergüenzas.

Pero cuando a un país se le pretende manejar como una marca se corre el riesgo de cosificarlo y, por lo tanto, de desactivar su capital humano, que es lo único que realmente nos distingue. No existe tal Marca España sino una serie de hombres y mujeres que en el campo del deporte y la cultura han trascendido en el tiempo y han generado un estímulo cuya inercia se quiere aprovechar colectivamente. Dalí, Picasso, Calatrava, Goya, Gaudí, Rafa Nadal, Miró, Tapiés o Pau Gasol no forjaron su obra pensando en una empresa común superior; fueron y son talentos individuales que causan admiración por encima de su origen, algo que siempre es un accidente.  

El otro

El otro

Al principio te dedicas a buscar sombras, sombras de tu propio pasado que te aporten las certezas extraviadas en el nuevo país. Buscas en realidad un lugar en el que reconocerte o un simple síntoma de que tu existencia es real. Lo agarras en una etiqueta escrita en español en el supermercado, en una conversación entre argentinos cazada al vuelo en la cola del Go-Train o en el niño que lleva la camiseta del Barça. Cualquier cosa vale.

Con el paso de los meses aquellos pequeños detalles devienen paisanaje y pierden la capacidad de sorpresa, se vuelven fruslerías porque ya no interesa tanto estar como ser. En el momento exacto en el que uno es consciente de que empieza a mimetizarse en la nueva sociedad es cuando asimila el hecho de la emigración, nunca antes. El día en que asista perplejo a su propia transformación estará indicado por un suceso revelador, de esos que inauguran un nuevo tiempo: se habrá quitado los ropajes de la ignorancia porque, como escribía Xoan Tallón, “los prejuicios son los mayores proveedores de ignorancia”. Y comenzará a entender todo.

Verá a partir de entonces derrumbarse ante sus narices el edificio en el que había habitado caliente y confiado en el pasado; con sus miedos y sus creencias, con sus certezas y con sus dudas, con sus lugares comunes y sus fobias, con sus mierdas y sus seguridades incluidas. El que emigra tiene que estar dispuesto a quedarse en calzoncillos en el camino, como si fuera asaltado por una banda de cuatreros en mitad del bosque sin más salida que la plomiza y vergonzosa rendición.

Pero esta desnudez no nos volverá pudorosos y ridículos. Bien al contrario nos proporcionará cierto placer y calidez, un regocijo casi lascivo y prohibido que se emparenta con el hallazgo de nuestra propia reinvención, un asunto que merece todos los honores. Nunca se acaba de entender el país de acogida y sus costumbres pero tampoco existe la obligación, que demandaría una renuncia en toda regla. Basta con aceptar la convivencia con “el otro” como un trabajo que sólo exige civismo, incompatible con el miedo. Se sabe que el miedo al otro es el combustible que atiza todos los nacionalismos, a veces incluso en Canadá.

Canadá, el nacimiento de una nación

Canadá, el nacimiento de una nación

El 1 de julio se celebró el Día de Canadá. Los canadienses no conmemoran en esa jornada ni una batalla épica ni una derrota gloriosa; recuerdan un pacto, un acuerdo por el que los territorios británicos del norte de América decidieron constituirse en dominio federal en 1867. Fue el acta oficial de nacimiento de la nación, aunque tuvo que pasar más de un siglo hasta que la Constitución de 1982 consagrara la plena independencia de la metrópoli. Antes se produjeron otros sucesos que forjaron la identidad nacional y vertebraron el país en un sentido estrictamente literal: la construcción del Ferrocarril Pacífico de Canadá entre Ontario y la Columbia Británica entre 1881 y 1886 fue más importante para crear una conciencia común que cualquiera de los textos legales redactados en aquellos años para dar cuerpo a la nueva entidad.

Ese ferrocarril fue una obra de ingeniería colosal y un empeño político de dimensión histórica pues aquel nuevo, inmenso y deshabitado país sólo podía ser viable con unas comunicaciones eficaces que facilitaran el asentamiento de nuevos pobladores. Los fundadores de Canadá eran conscientes de ello y en la empresa invirtieron grandes capitales financieros y humanos sin reparar en esfuerzos. Sabido es que la Columbia Británica, la provincia más occidental de Canadá, sólo se incorporó a la Confederación en 1871 cuando tuvo la garantía de que el tren llegaría hasta sus confines. Como en su vecino del sur, el ferrocarril fue a la historia de Canadá lo que los matrimonios dinásticos a la construcción europea.

En las obras del gran ferrocarril del Pacífico participaron más de 10.000 obreros procedentes de medio mundo, pero fueron los trabajadores chinos los que de manera particular protagonizaron el drama mayúsculo de la epopeya modernizadora. Las condiciones en las que desempeñaron su labor se emparentaban con la esclavitud y al margen de la sumisión diaria al capataz tenían que enfrentarse a una geografía terrible que ofrecía constantes desafíos y trampas mortales. El paso por las Montañas Rocosas es un capítulo que debería de pertenecer al libro de de las grandes locuras de la humanidad.

La contribución de la colonia china al progreso de Canadá está muy presente en la historia del país y se han publicado diversos libros que narran desde una óptica redentora el sacrificio al que fueron sometidos miles de trabajadores extranjeros en nombre del tren civilizador. En aquella obra de ingeniería está condensado el nacimiento de la nación y de algún modo el origen universal de Canadá como país de acogida, como proyecto multicultural. Ese recuerdo pesó siempre en el subconsciente colectivo y después se reforzó con la llegada de otras comunidades –escoceses, holandeses, alemanes, italianos, portugueses, pakistaníes…- que hicieron tanto por  la creación de una identidad propia como los primeros colonos franceses y británicos.

Los canadienses suele referirse a ellos mismos como una sociedad “Melting pot”; es decir, como un crisol en el que realmente nada es auténtico salvo las comunidades nativas. El escritor torontiano Robertson Davies lo explicaba muy bien en su fantástica “Trilogía de Deptford”, cuando narraba que de niño pensaba que los escoceses eran “la sal de la tierra” y que su madre, tercera generación de escoceses en Canadá, “no era menos escocesa que cuando sus abuelos se marcharon de Inverness”. La anécdota revela lo que ya he contado en otros artículos de este blog, que los que han emigrado a Canadá no han renunciado nunca a su país de origen, aunque sólo sea espiritualmente.

Por eso los desfiles que se prodigan durante las celebraciones del Día de Canadá son una fiesta de la diversidad, aunque esta convivencia armónica sea en realidad pura apariencia, como uno más de los tópicos que definen al país. Al que yo asistí este lunes era la representación más fiel de la sociedad canadiense, compuesta por músicos, colectivos de inmigrantes, comerciantes locales, pequeños empresarios, asociaciones de ayuda social y representantes de la comunidad gay; cada uno mostrando libremente lo que aporta al país. Los únicos uniformes de ese desfile fueron los de las bandas de música. Qué quieren que les diga, para mí es un progreso un desfile sin militares ni carros de combate, sin loas a la patria ni evocaciones de grandes y falsos mitos bélicos; un desfile de ciudadanos.