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Juan Gavasa

Republicanos

Republicanos

El 14 de abril de 1931 España fue una fiesta. Lo sabemos por las fotos de Alfonso en Madrid, por las de Martín Chivite en Zaragoza, las de Centelles en Barcelona, las de De las Heras en Jaca… la primavera republicana iluminó a los españoles de esperanza y anhelos de regeneración y justicia. Si alguna vez este país se levantó unido por un entusiasmo colectivo, si la República fue alguna vez feliz e hizo feliz, lo fue aquella tarde del 14 de abril de 1931, cuando Alfonso XIII abandonó España y el gobierno provisional republicano asumió el poder.

            De un tiempo a esta parte se han multiplicado exponencialmente los Círculos Republicanos por todo el país. Es una buena noticia. El pudor conminatorio de la Transición y cierta amnesia provocada por un inconsciente y perdurable sentimiento de culpabilidad habían reducido el republicanismo español al ámbito íntimo y al universo de la izquierda desacomplejada.

            Han tenido que pasar tres décadas desde la muerte del dictador para que en este país se pueda hablar y vindicar la República sin la compañía habitual de un halo autoinculpatorio y furtivo. Si como decía Azaña la “República o es democrática o no lo es”, sigue siendo un misterio el perverso mecanismo de la mente humana que bloqueaba hasta no hace mucho la legítima defensa de esta tautología. La quiebra que ocasionó el franquismo en la cultura democrática de este país es posiblemente la principal razón de esta sinrazón. Y esos espesos y pegajosos polvos nos han dejados unos lodos que no  logramos quitarnos ni con agua hirviendo.

            Ahora se ha hecho habitual que los que nos sentimos republicanos reunamos nuestra fe en torno a una mesa y un mantel una vez al año. Sin duda, el republicanismo español todavía se conforma con muy poco, consecuencia a mi entender de un lacerante complejo de inferioridad que es necesario enterrar definitivamente para aspirar a una tercera república. Lo que comenzó siendo una vía de oxigenación democrática y la recuperación de un orgullo maldito, ha derivado en una impostada retórica de formas y gestos. Como escribió con malévola puntería cierto escritor, han proliferado en los últimos años los republicanos de mesa y mantel, que se visten con la tricolor una vez al año, gritan “salud y república”, se cagan en los borbones y en los curas y berrean el Himno de Riego en su popular versión anticlerical. El ardor republicano dura lo que dura la cena.

            Al día siguiente muchos de ellos vuelven a sus reuniones de cofradías, llevan a sus hijos a colegios católicos, explotan a los trabajadores inmigrantes, practican la xenofobia, cuestionan el exceso de libertad de la democracia, maldicen a catalanes y vascos, y matizan que no son monárquicos, que son “juancarlistas”. Algunos también se embarran en ese insólito placer de las conjuras políticas y cortesanas, tan propio de partitocracias y políticos de medio pelo.

            En una conferencia sobre la educación para la ciudadanía, José Miguel Sebastián se veía en la obligación de recordar que “la ciudadanía republicana es la disposición del ciudadano a comprometerse con la cosa pública” y que la democracia “no se limita a que los ciudadanos elijan a sus representantes cada cuatro años”. El republicanismo democrático incide, para Sebastián, en la búsqueda de fórmulas de democracia deliberativa “que permitan al ciudadano ser algo más que un mero elector, incentivando su participación en los asuntos públicos e introduciendo mayores exigencias de responsabilidad, transparencia y rendición de cuentas”.

            Tengo la fundada sospecha de que en España ese concepto cívico de naturaleza republicana es inexistente. Es lo que el filósofo Philip Pettit definía en su conocido libro “Republicansimo. Una teoría sobre la libertad y el gobierno”, como la necesidad de “repensar las instituciones democráticas, desplazando la noción de consentimiento a favor de la disputabilidad”. Creo que hay una importante mayoría de ciudadanos que se encuentra más cómoda en su condición de súbditos usufructuarios del sistema de libertades.

            La asistencia a estas comidas me ha hecho llegar a otra conclusión igual de lamentable: la República es un concepto que se guarda en formol como la iglesia guarda los restos de un santo en una urna. Los expone una vez al año para agitar la fe de los fieles y alimentar el dogma. No conviene abrir debates porque se corre el riesgo de cuestionar la infabilidad. Estoy cansando y aburrido de que el aniversario de la República sólo se utilice para recordar la memoria de los fusilados en la Guerra Civil, llorar el drama del franquismo y denunciar los estragos de la represión. Todo este trabajo de historiadores e investigadores es fundamental, no hay duda, para recomponer la dignidad de este país y hacer justicia con los que no la tuvieron durante 40 años. Pero es llamativo que en el empeño del desagravio se caiga en el tremendo error de ratificar las tesis de la historiografía franquista de presentar la Guerra Civil y los cuarenta años de dictadura como la consecuencia directa del caos republicano, en una sucesión histórica indisoluble.

            Albergo la impresión de que algunos de los que promueven estas conferencias, mesas redondas y seminarios en el marco de la efemérides republicana no tienen el menor interés por entablar debates actuales y valientes sobre la vigencia y sentido del discurso republicano en los albores del siglo XXI. Y no lo tienen porque más de uno se vería retratado. Resulta muy placentero reivindicar la memoria de la Segunda República pero muy comprometedor trabajar por la Tercera en la búsqueda de la virtud cívica o, lo que es lo mismo, una ciudadanía que se autogobierne en lo público y en lo privado, en palabras de José Miguel Sebastián. Añoramos la nostalgia de lo que nos hubiera gustado ser pero sabemos complacidos que nunca nos veremos en la obligación de serlo.

            Aquél lejano 14 de abril de 1931 millones de españoles se echaron a las calles convencidos de que la nueva República iba a traer por fin el impulso necesario para regenerar, modernizar y culturizar el país. El golpe de estado de la cuadrilla de militares africanistas frenó ese ímpetu; pero a mi me gustaría que cada 14 de abril se reviviera de verdad el fervor republicano, que cada acto fuera una fiesta reivindicativa y no un coro de plañideras con la tricolor en la cabeza.

2 comentarios

Paloma Rojas (de las rojas de toda la vida) -

chapó.

1. interj. U. para expresar admiración por algo o por alguien.

39escalones -

Hay muchos republicanos nostálgicos de la II República, de su recuerdo e imaginería. Pero la República hoy habría de ser forzosamente otra cosa. La II República tiene muchos minutos en la televisión, el cine, muchos párrafos en la prensa o en los libros, etc. La III, ninguno.
Salud