Misiones Pedagógicas
He leído estos días un hermoso libro. Se trata del catálogo de la exposición sobre las Misiones Pedagógicas desarrolladas durante la Segunda República, que organizó en Madrid hace algo más de un año la Fundación Francisco Giner de los Ríos y la Institución Libre de Enseñanza. El libro-catálogo está editado primorosamente con un cuidado diseño y una valiosa aportación fotográfica que da buena cuenta de lo que fue aquella formidable experiencia. Es un libro que emociona en la misma medida que entristece. Una tristeza inevitable por el conocido final de la historia.
Las Misiones Pedagógicas fue el proyecto regenerador y educativo promovido por el gobierno republicano para intentar acabar con la proverbial incultura de las zonas rurales del país. Un España mísera y abandonada que había detenido el reloj del progreso en el siglo XIX; “esa pobre España que bosteza, con hambre, sueño y frío, porque tiene estómago vacío, vacío el corazón y la cabeza”, en los versos de Machado.
Durante casi todo el periodo republicano (1931-1936) un amplio grupo de profesores, actores, artistas, escritores y pintores recorrieron los pueblos más recónditos del país para llevar brotes de cultura a donde no solía llegar ni la luz eléctrica ni el agua. Como mercaderes ambulantes, transportaron su mercancía imperecedera por caminos de herradura e inhóspitos parajes. No sabían lo que se iban a encontrar en cada aldea, desconocían la reacción de unas gentes que nunca habían tocado un libro ni tenían constancia de la existencia de un maravilloso invento llamado cine.
La iniciativa del gobierno republicano estaba inspirada en un viejo proyecto del pedagogo Manuel Bartolomé Cossio, alumno de Giner de los Ríos en los primeros años de la Institución Libre de Enseñanza, y años después miembro de su claustro de profesores. Dentro del debate instalado en una parte de la sociedad española de la época sobre la necesidad de solucionar los males endémicos del mundo rural, Cossio defendía el derecho de los habitantes de esa España marginada a una formación similar a la de los ciudadanos de las grandes urbes, que les permitiera participar en la cultura universal.
Así se creó el Patronato de Misiones Pedagógicas un mes después de proclamarse la República, sobre las bases del proyecto madurado durante décadas por Cossio. Éste se fundamentaba en la creación de bibliotecas y la exposición itinerante de reproducciones de los cuadros más importantes del Museo del Prado, la proyección de películas, el servicio de música y coros del pueblo y las representaciones teatrales. Es decir; casi todas las manifestaciones artísticas iban a integrarse en el ambicioso programa educativo.
Es interesante y en ocasiones descorazonador rescatar los debates políticos de la época. Las Misiones Pedagógicas encontraron la indiferencia y el escepticismo de los partidos derechistas, que desconfiaban de los resultados de la experiencia y mostraban abiertamente sus dudas sobre el interés real de la España rural por ser culturizada. ¿Pero eso sirve para algo? Se preguntaban constantemente. En palabras de Ramón Gaya, “Cossio no quería que sirviera para nada concreto, sólo quería que existiera, quería regalar eso de una manera desinteresada”.
Las fotos del libro editado por la Fundación Giner de los Ríos resuelven la duda. Los rostros de asombro y sorpresa, de inmensa felicidad y desconcierto, de interés y desconfianza… esos rostros absortos confirman que el proyecto de Cossio mereció la pena. Fue un intento honesto y real, un gesto de inteligencia que pretendía acabar con siglos de injusticia social y dar forma a la “España del cincel y de la maza”, recordando nuevamente a Machado.
Las Misiones Pedagógicas de la Segunda República reunieron a la mejor generación de maestros e intelectuales que dio España durante el pasado siglo. María Zambrano, Luis Cernuda, Miguel Hernández, Ramón Gaya, Alejandro Casona, José Val del Omar… Decía María Zambrano que “la inteligencia no funciona incondicionalmente, sino sobre las circunstancias sociales, políticas y económicas en las que se mueve”. Y eso era precisamente lo que querían cambiar; el destino marcado de cientos de miles de españoles pertenecientes al submundo del campo.
Muchos de los “misioneros culturales” fueron fusilados en la Guerra Civil, otros huyeron fuera de España y una gran parte sufrió un silencioso y abyecto exilio interior. El franquismo borró de un plumazo la obra de las Misiones. Volvía “esa España inferior que ora y bosteza”.
“Muchos de los hombres y, desde luego, casi todas las mujeres y los niños no habían salido jamás de este lugar. Vimos chiquillos que primero huyeron y luego corrían tras de nosotros asombrados y llenos de júbilo. Las mujeres vestían de negro; las niñas de diez o doce años tenían el aspecto de mujeres minúsculas con sus faldas largas hasta los pies, que recogían al correr. Los niños eran tristes y temerosos y la mayor parte de ellos no cesaba de toser mientras nos contemplaban. Tratábamos de acercarnos a los grupos de hombres y mujeres que, aun convencidos de nuestro carácter pacífico, se resistían, sin embargo, a entrar en relación con nosotros”.
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