5 preguntas sobre el Tratado de los Pirineos
¿Por qué la Isla de los Faisanes?
Después de muchas y absurdas discusiones, en las que había mucho de representación del poder real, los negociadores de Francia y España eligen la Isla de los Faisanes por ser territorio neutro en mitad de un río por cuya soberanía pugnan las dos monarquías desde hace tiempo. Ambas delegaciones construyen sendos puentes de acceso y una barraca en la que se celebrarán las reuniones. Compiten por hacer la barraca más espectacular y las decoraciones más exuberantes, pero acaban pareciéndose en fondo y forma. Se trata de una grandilocuente puesta en escena, con séquitos inmensos (duques, marqueses, condes, arzobispos, obispos y soldados), que pretende impresionar e intimidar a base de alardes de fuerza y riqueza. Sobre todo Mazarino.
En la Isla de los Faisanes –en la actualidad el condominio más pequeño del mundo-, había sido escenario habitual de ceremonias y celebraciones reales y este pedigrí pudo tanto como su carácter neutral. El politólogo Luis Ignacio Sáinz ha indicado que la Isla y el Bidasoa “representan literalmente un espacio simbólico de la no-identidad, ser errante que se niega ibérico y también rehúsa asumirse galo”.
En la isla tuvo lugar casi un año después los esponsales entre María Teresa de España y Luis XIV de Francia, previo encuentro de los soberanos el 7 de junio. Diego de Velázquez fue el decorador de los espacios españoles en la sala donde se realizó la boda. El esfuerzo del encargó le dejó en un estado pésimo de salud. Al regresar a Madrid, agotado, enfermó de viruela y falleció 2 meses después, el 6 de agosto.
¿Por qué Francia quería el Rosellón y Cerdanya?
Aunque el viejo condado del Rosellón pertenecía al rey de Aragón desde 1172, la discusión sobre su legítima pertenencia fue uno de los debates más acalorados en las conferencias del Tratado. Francia quería hacer efectiva su soberanía política “de facto” sobre esos territorios que había ocupado intermitentemente a lo largo de los dos últimos siglos aprovechando diversas guerras. Mazarino contaba con el consejo de buenos asesores, expertos historiadores y profundos conocedores del territorio, como el arzobispo Pierre de Marca o el catalán Ramón Trobat, que es el que insiste a Mazarino sobre la importancia de incorporar el Conflent porque es dependiente del Rosellón. Para ello esgrime que en ambos territorios corre la misma moneda que se labra en Perpignan, que están bajo la misma jurisdicción y que cuando estuvo empeñado el Rosellón a la Corona Francesa siempre fue incluido aquel Condado del Conflent”. Sus argumentaciones no encontraron réplica consistente en la fútil delegación hispana.
En 1462 la Generalitat catalana pacta en su guerra con Juan II la ayuda francesa de Luis XI en 200.000 doblas de oro y pone como garantía la Cerdanya el Rosellón que pasarían al reino francés en caso de no pagarse, como así fue hasta 1493. En 1641, en plena Guerra del Segadors, Catalunya pide ayuda al rey francés Luis XIII en su guerra con Felipe IV. Los franceses conquistan Perpignan y Roses y ocupan la fortaleza de Salces, que ya no abandonarían. Así pues, en la Isla de los Faisanes Francia defendió una política de hechos consumados en la que España le facilitó buena parte de su argumentario. El historiador José Sanabre recordaba que ya en 1647 España había ofrecido el Rosellón a Francia porque “se había convertido en el refugio de los exiliados catalanes contrario a Madrid y porque tenía una población mayoritariamente francesa”. Se ha especulado también con la teoría de que España quería debilitar el principado catalán amputándole su segunda ciudad más importante, Perpignan, que mantenía importantes rivalidades comerciales con Barcelona. La historiografía francesa de los siglos XIX y XX se ha acostumbrado a hablar de “retorno del Rosellón” a Francia cuando habla del Tratado o de “dominación española”, al periodo comprendido entre 1493 y 1642.
¿Por qué no se discute el Val d’Aran pese a su orientación septentrional?
Como explica el historiador Óscar Jané, el Val d’Aran no supone un tema conflictivo en las negociaciones. Por un lado, precisamente por esta idea subyacente del espacio a cambio del de Cerdaña, pero luego, fundamentalmente por dos razones: la fidelidad a Felipe IV y las tradiciones institucionales, jurídicas e históricas del valle, que lo ligaban claramente al Principado de Cataluña. La “existencia” de este caso ya es una muestra clara de inconsistencia de la idea de las “fronteras naturales” que durante tanto tiempo se ha defendido. De hecho, todo hay que decirlo, si bien el caso del Val d’Aran no es fundamental en 1659, sí que estará sobre la mesa en épocas posteriores, incluso en la década de 1920, posteriormente a la Primera Guerra Mundial, cuando los negociadores franceses por Europa y sobretodo África del Norte, eran buenos conocedores del Pirineo catalán.
¿Cuál fue la reacción en Catalunya a los acuerdos del Tratado?
Las negociaciones que dan pie a la paz de 1659 se iniciaron el mismo año en que se inició la guerra oficialmente, 1635. Esto es algo que parece poco importante, pero da idea de la pausa de los diplomáticos de la época. En cualquier caso, las negociaciones se aceleraron en 1656 en una reunión en Madrid donde se encontraron representantes de Francia y España. El momento culminante se produce en París, a principios de 1659, donde casi todo está cerrado salvo la frontera catalana, que se concretará en la Isla de los Faisanes. La lógica jurídica de la época obligaba a comunicarlo a las Cortes Catalanas, o en su defecto a la Generalitat. Las autoridades catalanas ya no eran las mismas que en 1652, la represión había sido importante también, y por otro lado, en todo momento las autoridades hispánicas fueron negando en sus comunicados cualquier cesión del Rosellón a Francia a pesar de los insistentes rumores. Ante éstos, la Generalitat envió una delegación al País Vasco, pero ya era tarde, pues a su llegada, un mes más tarde de la firma, nada se podía hacer. El rey hizo celebrar la Paz en todo el reino, incluido Barcelona. Pocos son los comunicados oficiales de la época en el Principado celebrando el contenido del tratado, aunque algún dietario, como el de Miquel Parets, un barcelonés de la época, testifican del duro golpe que suponía para la integridad y privilegios de Cataluña esa pérdida.
Hay que esperar al siglo XIX y, sobretodo, a los trabajos de Josep Sanabre ya a mediados del siglo XX, para entrever el Tratado como un atentado a la identidad catalana en la historiografía del Principado y Rosellón. Esto se ha ido matizando entre lo que representó en la época, y los efectos posteriores que tuvo el tratado, tanto en lo que respecta a la pérdida territorial, como en los ataques a la lengua y cultura catalanas en el norte del país que quedó bajo soberanía de Francia. Pero esto es algo que, como todo en la historia, tiene el “defecto” de la mirada a posteriori. En 2009 tuvo lugar un congreso internacional entre Barcelona y Perpiñán donde especialistas de todo el mundo matizaron y ahondaron en estos temas. Por otro lado, y como curiosidad, alguna vez se ha planteado el debate de Perpiñán como territorio español frente a las insistentes demandas de Gibraltar por parte del Estado. De hecho, solo les separa 50 años y tratados similares. Sin embargo, la ironía de las visiones “naturales” del territorio peninsular, difícilmente harán que ningún diplomático español exprese nunca este hecho.
¿Cómo se hace la frontera?
La frontera acordada en el Tratado de los Pirineos en 1659 no se define sobre el terreno hasta dos siglos después. De 1856 a 1868 la Comisión Mixta de Límites creada por ambos países trabajó in situ para establecer los deslindes de la frontera. El sector vasco-navarro se definió en 1856. El sector pirenaico de Aragón se hizo en 1862, el tramo entre la frontera oscense y Lleida en 1866 y de Andorra hasta el Mediterráneo en 1868. Los Tratados de Bayona, firmados durante los mandatos de Isabel II y Napoleón III, determinaron la línea fronteriza que hoy perdura. Para ello se colocaron 602 mojones a lo largo de toda la cordillera, numerados de oeste a este desde las orillas del Bidasoa hasta el Cap de Cèrber. Otros 45 mojones establecen la frontera alrededor de Llivia.
Para definir cada metro de frontera los responsables de la Comisión tuvieron que atender viejos litigios entre vecinos y soportar todo tipo de presiones de índole social, económica o política. Se intenta aprovechar el Tratado para resolver los viejos conflictos vecinales, aunque no siempre se logra. Por eso se crea la Comisión Internacional de los Pirineos (CIP), para velar por el cumplimiento de las resoluciones o mediar en nuevos conflictos.
En Navarra y Guipuzcoa, el río Bidasoa se parte en dos para compartir soberanía después de siglos de enfrentamientos entre Hendaya y Hondarribia. Se divide también el bosque de Irati –de gran valor para la explotación maderera de los dos estados-, y se separan los pastos de Kintoa, agudizando el viejo conflicto entre comunidades. Valcarlos/Luzaide, pese a su intromisión en territorio francés, sigue siendo navarro. En Zugarramurdi y Urdaz la frontera siguen siendo las regatas comúnmente admitidas como línea divisoria. Hasta la frontera con Aragón las crestas ya marcan la frontera. Continuará así en las provincias de Huesca y Lleida, donde apenas existen conflictos para resolver que sean las cumbres y divisorias de aguas las que determinen la frontera. La Val d’Aran es una excepción en la que se dan situaciones como el río Garona, que nace en Cataluña y desemboca en Francia. En Girona la historia es conocida. Hasta el Cap de Creus, Roses y Cadaqués estuvieron en discusión hasta el último minuto.