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Juan Gavasa

Guara

Guara

 “Edgar Allan Poe no hubiese podido imaginar nada mejor para la puesta en escena de uno de sus fantásticos relatos”. El viajero Albert Lequeutre, sobrecogido y fascinado, se refería así al barranco de Mascún en el trayecto que realizó por Sierra de Guara en 1871. Sus evocaciones quedaron impresas con una prosa precipitada pero atildada en su cuaderno de viaje junto a otras reflexiones de similar registro. La literatura fue frecuentemente, cuando la fotografía todavía no tenía la virtud de la  réplica y la pintura era tan solo accesible para una élite cultivada, el territorio en el que se expresaron certeramente las impresiones del viajero.

            La Sierra de Guara, esa inmensa montaña calcárea completamente hueca, despertó la inspiración de viajeros y escritores que apenas acertaban a dar con el adjetivo preciso para describir ese perturbador desafío de la naturaleza. “Las abandonadas soledades de esta áspera tierra”, como escribió el inolvidable naturalista David Gómez, perfilan paisajes de una belleza dura y doliente. “Si alguien se atreviera a dibujar esta extraña fantasía de la naturaleza, lo tratarán de embaucador” sentenciaba en el mismo viaje Lequeutre.

            Y qué decir de la experiencia casi iniciática de Lucien Briet a su paso por el estrecho de La Tamara. “No se puede imaginar nada más transitable” escribía, pensando seguramente en la manera más directa de provocar a las mentes ansiosas de aventura de sus lectores parisinos. “El cielo apenas atreve a mirarse” sentenció para zanjar el inquietante dilema entre explicar el realismo de unos paisajes inexplicables o azuzar la imaginación de quien anhelara adentrarse en las inhóspitas gargantas de la Peonera.

            ¿Era bello o era insólito? Seguramente las dos cosas. Briet dijo de Guara que “a pesar de su tristeza y de su falta de belleza, las sierras acaban por ser atractivas”. Los viajeros del XIX y de principios del XX transitan entre la admiración y el desconcierto cuando se enfrentan a Guara. Las convenciones de la época y el tipismo que dirige frecuentemente el tour son impermeables a la sorpresa. Cierto gregarismo habilitado a través de las recurrentes guías de viajes no deja espacio a la iniciativa individual. Y Guara requiere la contemplación desacomplejada y casi libertina, como quien se enfrenta por primera vez al espectáculo del impresionismo pictórico, contemporáneo de aquellos viajeros franceses en el Pirineo. En cierta medida las sobrehumanas edificaciones kársticas, las vigorosas gargantas fabricadas en siglos de erosión fluvial inerme y las infinitas galerías que surcan  el interior de sus montañas son el resultado de una distorsión de la realidad iniciada hace 50 millones de años.

            La otra distorsión se forjó en la mente del viajero y en su percepción del paisaje. Ocurrió en el último tercio del siglo XX, cuando lo que durante siglos habían sido inquietantes e inhóspitos barrancos que pertenecían al lado más sombrío del imaginario popular, se convirtieron de repente en atractivas formas de la naturaleza que permitían nuevos placeres y una capacidad lúdica ilimitada. La sociedad del ocio devoró a la milenaria civilización pirenaica, colapsada entre atávicos miedos y supersticiones. Esa transformación del paisaje ante los ojos del viajero ha sido la gran revolución que ha convertido a Guara en uno de los paraísos de ocio del Prepirineo.

            En 1990 se creó oficialmente el Parque Natural de la Sierra y Cañones de Guara, que lo dotaba de las principales figuras de protección y reconocía su estructura territorial como una misma unidad. 47.450 hectáreas integran el Parque más 33.775 hectáreas correspondientes a la zona periférica de protección. Guara abarca los municipios de Abiego, Adahuesca, Alquézar, Arguís, Bárcabo, Nierge, Boltaña, Caldearenas, Casbas de Huesca, Colungo, Loporzano y Nueno. También un pedazo de los extensos términos municipales de Sabiñánigo y Huesca pertenecen a la zona protegida.

            El Parque se constituye así en un espacio con identidad propia, marcado por profundos contrastes entre los paisajes y el clima de las vertientes norte y sur. Su ubicación entre los Pirineos y el Valle del Ebro le confiere unas características climáticas específicas; mezcla del atlántico y mediterráneo. En la cima del Tozal de Guara, cumbre del Parque con 2.077 m se aprecia en toda su plenitud la estratégica ubicación: al norte la cordillera pirenaica en su inmensidad y al sur los Monegros oscenses.

            El interior del territorio se articula de oeste a este mediante las sierras de Gabardiella, Guara, Arangol, Balced y Sevil. Los ríos Flumen, Guatizalema, Calcón, Formiga, Alcanadre, Isuela y Vero cruzan  el Parque y se constituyen, junto a sus afluentes, en el principal atractivo del Parque con espectaculares gargantas, barrancos y resaltes; paraíso anual de miles de barranquistas. La naturaleza se materializó aquí de manera singular: cuevas, simas, dolinas, surgencias, manantiales y poljes conforman la textura de un sistema kárstico cuyo corazón reside en los Llanos de Cupierlo. Aquí más de 300 dolinas cretácicas distribuyen hacia el interior el agua que después escupirán las fuentes y surgencias de manera prodigiosa e imprevisible por los ríos del Parque, para deleite de barranquistas. Cinco puertas se abren a los secretos de Guara. Son los accesos más transitados: Loporzano, Bierge, Alquezar, Colungo y Nocito.

Extracto del dossier publicado en el número 87 de la revista El Mundo de los Pirineos

1 comentario

conchita -

hombre!!!!!! ya era hora que le dieras un poco de marcha al bloc que lo tenia tan abandonado como a tus lectores.
Creo que merece la pena parderse por esa sierra,que yo,aunque no deberia decirlo,no la conozco....aún habiendola tenido tan cerca tantos años.Pero bueno,siempre estará alli esperando