Las sobras completas
Fue Boris Vian el que se refirió a “las sobras completas”, no se sabe con certeza si en alusión a una suerte de detritus intelectual o más bien como declaración de un ejercicio de reciclaje en el que cabían influencias, filias y fobias. El Guincho, alter ego de Pablo Díaz-Reixa, es un artista que ha hecho de la necesidad virtud con la interminable lista de débitos musicales sobre los que ha manufacturado su producto. Los “gurús” de la escena musical patria lo recibieron en 2008 como si de un nuevo mesías del “indie” se tratara, un visionario insolente con aspecto de estudiante aventajado que acababa de publicar “Alegranza”. La fusión perfecta entre Animal Collective y Fania, dijeron. El canario había formado parte como baterista de los originales y excéntricos “Coconut”, también una formación que arrastraba un rosario de influencias decorosas e indecorosas, más cercanas al mainstream y al pop más comercial.
La fórmula de El Guincho era aparentemente sencilla. Sobre el escenario se situaba con una mesa de mezclas desde la que empezaba a mezclar, como si de una coctelera se tratara, sonidos tropicales, ritmos africanos y samplers prestados de aquí y de allá. El pasado año publicó “Pop negro” y la crítica nuevamente se rindió ante el eruditismo del canario, que plasmaba en sus creaciones un vasto conocimiento musical tan heterodoxo como irreverente. “Mondo Sonoro”, “Rock de Luxe” o “El Ojo Crítico” de RNE lo consideraron el mejor disco de 2010.
Así que con estos antecedentes El Guincho se presentó en Lanuza acompañado de un guitarra, un bajo y su mesa de mezclas con aspecto de caja de pandora de la que salen rayos y truenos. La cosa tenía aspecto a veces de caótico mejunje pero en realidad el secreto del canario reside en su capacidad para orquestar desde su individualidad un torrente de sonidos familiares, compatibles e incompatibles; una ceremonia multirrítimica a base de corta y pega y reciclajes varios que resumen la historia de la música de las últimas décadas con fondo de calypso. Hay una actitud sobre el escenario que responde a la confesada admiración que Pablo Díaz-Reixa siente por las bandas de pop español de los 80, en especial por Mecano. Él, que no tiene problema en afirmar que le gustaría producir un disco a Bisbal o a Bustamante, se reveló la noche del viernes en Lanuza como un artista total. Como la mítica “naranja mecánica” de Cruyff en la que todos podían jugar en cualquier posición. A El Guincho lo han etiquetado como miembro de la escena indie, pero para ser exactos habría que situarle en un contexto mucho más amplio, casi inabordable. Como un almacén de la memoria musical pasado por el filtro del chiringuito y la farándula.
Después irrumpieron en el escenario los lisboetas Blasted Mechanism, una de las apuestas más atípicas de la historia del Pirineos Sur. Este trasunto de Kiss y los fineses Lordi confirma el punto de efervescencia que vive la escena musical portuguesa, probablemente en el primer lugar de la vanguardia europea. Su actitud teatral sobre el escenario los hace definitivamente diferentes, sin epígonos posibles. En su caso la forma dice mucho más que el fondo. Como dicen ellos, “se trata de un estilo de vida”. Su puesta en escena es realmente impactante, con un extravagante vestuario de “futurismo étnico” coronado con máscaras que sitúan a los personajes entre el Mars Attack de Tim Burton o el Jack Sparrow de Piratas del Caribe.
En cualquier caso, sobrepuesto de la hipnosis de la primera impresión, el público se dedicó a bailar desatado con un sonido rudo, contundente y poderoso, que mostró el lado más rockero de la banda. En el pasado los ubicaron en un campo de acción en el que también jugaban Femi Kuti, Goran Bregovic o Talvin Singh. Pero el viernes por la noche fueron una potente banda de electro rock que hacía sutiles guiños al folclore sudamericano o galaico, más como una cuestión estética que como una confesión de fe. Buenos músicos y solventes actores en un teatro de máscaras y carnaval posmoderno al que da la impresión que todavía le queda mucho por explorar.
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