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Juan Gavasa

Labordeta, el jacetano

Labordeta, el jacetano

En el mapa sentimental de José Antonio Labordeta, fallecido el pasado 19 de septiembre, estaban marcados en rojo varios rincones de Aragón y de La Jacetania. Su cartografía vital estaría definida por coordenadas muy precisas: Zaragoza, donde nació en 1935; Belchite, el pueblo de su padre y cruel testigo de la guerra civil que tanto marco su infancia y también su pensamiento; Teruel, donde a finales de los años 60 se estrenó como profesor y como hombre público; Canfranc, escenario de los veranos de su infancia y Villanúa, lugar que eligió para construir su segunda residencia hace 40 años.

Desde el pasado 27 de noviembre el auditorio del Palacio de Congresos de Jaca lleva el nombre del cantautor. En un emotivo acto organizado por el Ayuntamiento de Jaca con la presencia de su viuda, Juana de Grandes, y de dos de sus hijas, Ángela y Paula, la primera detalló el fuerte vínculo de su padre con la Jacetania: “A mi padre le gustaba ir a Jaca, pasear por sus calles e ir a la Peña Oroel. Villanúa fue una parte fundamental de nuestra vida porque allí pasó Nocheviejas y reía con sus amigos. Canfranc también es lugar de recuerdo, y Astún y Candanchú”. El Labordeta jacetano dejó grandes amigos en nuestra comarca y sobre todo el paisaje de una vida que comenzó a descollar en los veranos de su infancia en Casa Marraco, frente a la estación internacional de Canfranc.

El alumno y el profesor

La profesora Marisa Bailo, probablemente una de las amigas más cercanas a José Antonio Labordeta, acota el territorio afectivo y asegura que “él sólo tenía raíces en Zaragoza y Canfranc. Luego las echó en Teruel y Villanúa”. Bailo fue compañera de universidad de Labordeta y de la que luego sería su mujer, Juana de Grandes, en la promoción de 1956 de la Facultad de Filosofía y Letras de Zaragoza. Labordeta empezó Derecho pero al poco tiempo cambió de carrera. Allí surgió una amistad que se fortaleció con el paso de los años.

Marisa habla con admiración de su compañero de aula y reconoce en él el impulso intelectual que movilizó a toda su generación. “Su lucha por las libertades y por la cultura se remonta a los años de la facultad. Allí nació su compromiso a través de una personalidad que influyó en todos los que éramos sus compañeros”. En aquella promoción estaban muchos estudiantes que años después ocuparían la vanguardia intelectual y académica del país. Emilio Gastón, Mario Gaviria, Emilio Alfaro, Eduardo Martínez de Pisón o Agustín Ubieto poblaban unas aulas dirigidas por un oscuro claustro afecto al Régimen y por el temible SEU (el sindicato estudiantil falangista fundado por Primo de Rivera).         

El choque de trenes era previsible. Labordeta, procedente, como él solía recordar, de una familia pequeñoburguesa republicana con poso intelectual, comenzó a trabajar en lo que hoy se llamarían actividades extraescolares. Formado intelectualmente bajo el poderoso influjo de su hermano, el gran poeta Miguel Labordeta, y moldeado en las tertulias poéticas del zaragozano Café Niké, donde nació la apócrifa Oficina Poética Internacional, Labordeta puso patas arriba la molicie intelectual que residía en aquella vetusta universidad.

Albert Camus recibió en 1957 el Premio Nobel de Literatura y ese mismo año el grupo de Labordeta organizó un ciclo de lecturas del escritor francés. También unas conferencias sobre Ortega y Gasset, fallecido dos años antes, y un ciclo de cine de Buñuel. Tanta provocación intelectual despertó las conciencias aletargadas de decenas de estudiantes de aquella facultad. De repente descubrieron que la vanguardia cultural estaba en Francia y que el mundo bullía en reflexiones sobre el sentido de la vida mientras en España la abulia corroía todo. “De Camus pasamos a Sartre, Simon de Beauvoir y el existencialismo. De Buñuel al surrealismo, y de Ortega y Gasset a la Segunda República y los intelectuales en el exilio”, recuerda Marisa Bailo.

Ese era el joven José Antonio Labordeta, un activista cultural que ocupó junto a otros compañeros la primera línea de un frente intelectual que se dividía en trincheras para combatir la maquinaria de demolición del franquismo. Desarrolló esa misma actitud en Teruel, adonde llegó en 1963 en su primer destino como profesor de geografía e historia en el instituto “Ibáñez Martín”. Los que entonces fueron sus alumnos recuerdan su bonhomía y la ruptura radical que impuso con los métodos de enseñanza de la época. Labordeta era un profesor cercano que compartía con sus alumnos espacio, inquietudes y sensibilidades. Se inspiraba en la Institución Libre de Enseñanza de Giner de los Ríos y abominaba del muro generacional, clasista y pedagógico levantado entre el profesorado y su alumnado.

En Teruel Labordeta rompió barreras mentales y fraguó su aragonesismo ligado a la tierra y sus gentes, influencia directa del compañero Eloy Fernández Clemente. Luego llegarían las primeras canciones, las primeras grabaciones (Cantar i Callar, 1974), y su irrupción en el espacio público, que ya no abandonaría hasta su muerte. El resto de la trayectoria vital de Labordeta es sobradamente conocida.

La infancia, veranos en Canfranc

Contaba el poeta en su libro de memorias “Banderas rotas”, editado en 2002, que en la recepción con el Rey tras conseguir su acta de diputado por CHA en las elecciones generales de 2000, el monarca le preguntó: “Y eso de cantautor, ¿de dónde le viene? Ya ve –le respondí en broma-, de cantarles a las chicas de la Sección Femenina en Canfranc. Él se echó a reír”. Y es que la localidad altoaragonesa bien podría ser la única patria de la que hablaba Rilke, aquel universo de la infancia en el que nacieron las primeras certezas de la vida y la conciencia de una tierra y de un país sometido al yugo terrible del dictador. También la amistad con los hermanos Marraco, Santiago y Pepe, determinante en su vida.

Es posible que en Teruel se revelara definitivamente el perfil intelectual y comprometido de Labordeta. Pero fue muchos años antes, en los primeros años de la década de los 40 del pasado siglo, cuando afloró la conciencia de pertenencia a un paisaje en los largos veranos que la familia Labordeta pasó en los Arañones. Escribió Rosa Montero que “de niños nos construimos una imagen cándida del mundo que de mayores se enturbia y se marchita. De algún modo vivir es traicionarse”. Son las banderas rotas que cantó Labordeta, las “que rompió la vida, la lluvia y la ventolera de nuestra dura derrota”.

En Canfranc el niño Labordeta vivió las primeras experiencias de una sociedad fracturada y oprimida. Una sociedad de “sospechosos habituales” en la que ciudadanos como Mariano o el abuelo Hilario eran bajados arbitrariamente a la cárcel de Torrero de Zaragoza cada vez que el maquis operaba por la zona. Mientras la vieja Europa se desangraba en la segunda guerra mundial, en torno a la majestuosa estación de ferrocarril surgió un nuevo mundo y una frenética actividad.

La esvástica nazi ondeaba en el lado francés de la estación pero en Casa Marraco convivían con aparente normalidad agentes de las SS, viejos republicanos represaliados, guardiaciviles, espías aliados y fugitivos. Esa atmósfera cosmopolita y cuartelaría recibió al niño Labordeta y le marcó para siempre. El que fuera Alcalde de Canfranc y compañero de largas charradas, Víctor López, afirma que “él creía que la experiencia de la infancia en Canfranc le había aportado mucho a su formación ideológica”. Los días de aquellos veranos en Canfranc transcurrían entre tardes de monotonía y excursiones a Ordesa, el Balneario de Panticosa, Echo, la Selva de Oza o visitas furtivas a las fortificaciones de la Línea P con el aliento de la Guardia Civil en el cogote.

Labordeta ha contado en infinidad de ocasiones la amistad que surgió entre su padre y el comandante en jefe del ejército alemán destinado en Canfranc. “Una tarde mi padre paseaba por el andén de la estación con un sacerdote amigo, compañero de seminario y colega de cátedra de latín, cuando se acercó el militar nazi, muy correctamente, y en un latín purísimo les dijo que era profesor de Lenguas clásicas en la Universidad de Heidelberg; y entendiendo que al menos el sacerdote conocería el idioma, deseó saludarles y ofrecerles su amistad. Y todas las tardes, ya hiciese bueno o malo, los tres paseaban por el largo itinerario del extenso andén”. De aquellas largas conversaciones surgió una amistad que incluso perduró después de acabado el conflicto bélico.

Los alemanes se fueron y la tarde en que la colonia francesa volvió a colocar en el mástil de la estación la tricolor, “un buen número de amigos españoles estuvieron con ellos escuchando La Marsellesa que, a voz en grito, salía de las gargantas de hombres y mujeres, chicos y chicas de la nación vecina, y resonaba y retumbaba por las montañas como si todo el cielo se abriese a la esperanza”, describe Labordeta en sus memorias.

Esas montañas abruptas y descarnadas fueron para siempre un referente en el imaginario del escritor. A Canfranc le dedicó un poema en el que habla de la roca, los precipicios y el río Aragón: “Es la piedra y el reino de la piedra, lo que sobre los hombres permanece. De niño escondí en esta tierra mi inocencia, después de que la lluvia haya cesado”. Son la piedra y la estación de ferrocarril el decorado de color sepia que adquieren los recuerdos y la nostalgia. El periodista Luis Granell, amigo personal de Labordeta, rememoraba recientemente sus conversaciones sobre la anhelada reapertura: “Tenía una casita en Villanúa desde cuya terraza se tiene una hermosa vista de la ladera por la que discurre la vía, entre la estación de Villanúa y el viaducto de Cenarbe. Y muchas veces hablamos del Canfranc. Él me contaba sus viajes de antaño y yo mi ilusión por verlo abierto de nuevo al tráfico internacional. Recuerdo que alguna vez me preguntó: “¿Tú crees que alguna vez conseguiremos reabrirlo?”

La madurez y Villanúa

Porque después de Canfranc, muchos años después y seguramente por la imposición lógica del destino, Labordeta regresó al valle que surca el río Aragón para establecer su segunda residencia. Fue en Villanúa, y ya con su mujer Juana y sus hijas Ana, Ángela y Paula. Luis Terrén y su mujer Conchita Sanclemente, propietarios durante muchos años del Hotel Rocanevada y amigos de la familia, matizan que “a él le gustaba Canfranc pero siempre decía que había poco sol. Cuando llegaron en 1970 Villanúa era un desierto y en compañía de otros amigos como Santiago Marraco (con el que fundaría el PSA), su hermano Donato o Luis Gracia de Trías montaron una cooperativa y construyeron la primera urbanización de adosados junto a la carretera que sube a Francia. La llamaron Don Aire”.

Cuenta Terrén que aquella decisión le granjeó algunos reproches de los amigos de toda la vida de Canfranc. Pepe Marraco, que fue durante muchos años alcalde canfranqués, le solía preguntar con su conocida sorna: “qué José Antonio, todavía tienes la casa en Villanúa o el viento ya se te la ha llevado a Castiello”. Esa deuda moral le apretaba el zapato y aprovechaba cada ocasión para recordar a sus paisanos sus raíces afectivas. En el artículo que escribió en el programa de las últimas fiestas de Canfranc, cuando el ayuntamiento decidió poner su nombre a la calle que sube a las escuelas, Labordeta se excusó nuevamente y dejó escrito “aunque a veces resido en Villanúa, Canfranc –Los Arañones-, sigue vivo en toda mi memoria”. Seis años antes el Ayuntamiento le había nombrado Hijo Predilecto y fue el encargado de leer el pregón de aquellas fiestas.

Bajo la sombra de la imponente mole de Collarada la familia Labordeta y los amigos pasaron veranos, navidades y casi todos los periodos de ocio que le dejaba su cada vez más apretada agenda. Villanúa es clave en su producción literaria y en sus composiciones musicales. Su ya universal “Canto a la libertad” lo compuso en su casa pirenaica “una Navidad. Estaba en la cama y me surgió la letra y la melodía. Me levanté a grabarla para que no se me olvidara”.

Labordeta escribía por la noche y por la mañana tenía una rutina que apenas alteraba. Terrén recuerda que “en Villanúa buscaba la inspiración. Se levantaba tarde y lo primero que hacía era cruzar la carretera y venir a nuestro hotel a tomar el cortado o a La Estrella. Le gustaba andar pero no era montañero”. También lo corrobora Luis Granell, que se llevaba a sus hijas a esquiar a ASTUN mientras el escritor se perdía en sus costumbres: “José Antonio solía escribir por la noche, así que por las mañanas dormía hasta tarde, mientras Ana, Ángela y Paula se venían conmigo a esquiar”.

Labordeta y el Canfranc

La llegada de los Labordeta a Villanúa coincide con la última etapa de la dictadura y el despertar de los anhelos autonomistas. La reapertura del Canfranc se transforma en la bandera reivindicativa que blande el movimiento aragonesista y Labordeta es su mejor portavoz. Son años de grandes movilizaciones sociales y de posicionamiento ante la inminente desaparición del dictador. Y en La Jacetania Labordeta protagoniza numerosos actos reivindicativos que contribuyeron a forjar su leyenda. Carlos Reyes, antiguo concejal de CHA en Jaca, recuerda un concierto en Sabiñánigo en septiembre de 1975, en la víspera de los últimos fusilamientos de Franco. “El ambiente era espeso. Todos pensábamos que ese concierto no se iba a hacer pero se hizo. Labordeta salió al escenario, se quitó la camisa que llevaba y se puso otra negra de luto riguroso. Ese gesto simbólico nos envalentonó a todos, nos quitó el miedo que teníamos encima. Gestos como ese sólo lo podían hacer personajes de la talla moral de Labordeta”.

Luis Granell cuenta que “una vez que cantó en la sala grande del casino Unión Jaquesa, acudió un inspector de policía provisto de las letras de sus canciones, en folios sellados por la delegación del Ministerio de Información y Turismo. Se colocó en primera fila, debajo del escenario, siguiendo con el dedo para ver si José Antonio cantaba exactamente lo que allí estaba escrito. A pesar de que el inspector pertenecía a lo que entonces llamábamos la Secreta, sus intentos eran tan evidentes para el público como para el cantante, que alteró a idea el orden de sus canciones. Había que ver al policía, entre nervioso e histérico, intentando encontrar la canción que oía, hojas adelante, hojas atrás, o haciendo gestos para que el cantor le esperase”.

Labordeta frecuentó el ambiente de los Cursos de Verano de Jaca y reforzó sus lazos con otros lugares de la comarca. En sus memorias confiesa que “un día tendré que contar que mi primera canción, con letra y música de un servidor, la inventé e interpreté una noche de desgarro surrealista en la casa del fotógrafo Tramullas de Jaca, mientras un ilustre profesor de la nada intentaba domesticar un perro lobo que huía de él como alma que lleva el diablo”. Solía acudir a Echo a la casa de Emilio Gastón y a su borda bajo Peñaforca, donde esparcieron las cenizas del amigo comunista Vicente Cazcarra. Viajaba con cierta frecuencia a la que tenía José Carlos Mainer en Ansó, o a la que poseía en Jaca el profesor Juan José Carreras. En los primeros años de la transición Labordeta cantó en casi cada rincón de la comarca: el Instituto “Domingo Miral” de Jaca, Ansó, Echo, Canfranc… Luego, en los años 90, su voz y su guitarra se alzaron para defender la vida en el Pirineo y rechazar los proyectos hidráulicos de nuevos embalses. La Asociación Río Aragón siempre pudo contar con él y todavía suenan los ecos atronadores del concierto celebrado en enero del año 2000 en el Polideportivo de Jaca. Labordeta aseguró aquella noche: “si este concierto se hubiera celebrado en Cataluña hoy saldríamos en el Telediario nacional”.

El 25 de septiembre de 1975 el cantautor ofreció un multitudinario concierto en la puerta de las escuelas de Canfranc, al que acudió el entonces secretario general de Comisiones Obreras, el histórico Marcelino Camacho, en el primer acto en Aragón del recién legalizado sindicato. Fue el primero de otros muchos en defensa de la reapertura del Canfranc. Víctor López aprovechó la permanente disposición de Labordeta para intentar amplificar las reivindicaciones de reapertura de la línea. “Cuando él venía a Villanúa yo bajaba a verle y planeábamos qué cosas podíamos hacer. Él me ofrecía los contactos de todos sus amigos y fue entonces cuando descubrí la atracción especial que José Antonio tenía sobre todo el mundo. Él me decía, espera que llamo a Aute y le cuentas lo que quieres hacer. Y así, gracias a sus contactos, yo pude hablar con Sabina (que luego frecuentaría Villanúa durante una temporada), Rosana, Manolo García, Eva Amaral, Serrat, Ismael Serrano… todos respondían sin condiciones a su llamada”.

Por La Jacetania

Ese magnetismo de Labordeta, al que tantos se han referido en los días posteriores a su muerte, desmontaba al ciudadano de a pie y al artista consagrado. Esa infinita modestia, la ausencia de impostura en sus palabras, golpeaba en las conciencias. “Cuando Celtas Cortos estaba en lo más alto de su popularidad –señala Víctor López-, presenté a Labordeta a Jesús Cifuentes. Vi que él estaba supernervioso y al final me dijo; no sé qué tiene este hombre pero me impresiona”.

En los últimos años José Antonio Labordeta siguió prodigándose por La Jacetania, manteniendo casi intacto su ritmo de compromisos pese a la enfermedad. En 2008 recibió en el Festival de Música y Cultura Pirenaicas PIR, el Truco por su trayectoria en defensa del Pirineo. Ese año presentó en Jaca en el marco de la Feria del Libro su obra “Memorias de un Beduino, en un acto introducido por su amiga Marisa Bailo. Un año después participó con Paco Ibañez y Joaquín Carbonell en un recital en homenaje a Goytisolo y nuevamente en la Feria del Libro.

Labordeta colaboró activamente con la editorial jaquesa Pirineum. Participó en el libro colectivo “Pirineo. Un país de cuento” y en “Canfranc. El Mito”, libro por el que se confesaba fascinado. El cantautor, fiel a su estilo directo y sincero, fue el primer crítico de la joven editorial cuando en 1998 editó su primer libro “Historias de Contrabando en el Pirineo aragonés”. “El libro está bien pero tenéis que editar en un papel sin brillo para que los que hemos perdido la vista podamos leer, fue el primero comentario de José Antonio”, apunta Sergio Sánchez. Un año después dedicó una hermosa crítica al libro “Historias de maquis en el Pirineo aragonés” en la edición nacional de El Mundo.

El Labordeta cantante y escritor fue ante todo, “un amigo de sus amigos”. Así resumía su viuda, Juana de Grandes, el espíritu de quien se acababa de ir. Un hombre que nunca supo decir que no –solía bromear que si hubiera sido mujer habría sido prostituta porque no sabía decir que no-, y que se movió siempre por las causas nobles y por sus amigos. Así era Labordeta; libre, librepensador y bueno, en el sentido machadiano del término. Por eso a veces su impulso inicial, arrastrado por el compromiso de la amistad, quedaba en una ausencia cuando tiempo después había que cumplir ese compromiso. Pero era Labordeta y, como a los genios, se le perdonaba alguna informalidad porque su generosidad compensaba todo. Como sostiene Marisa Bailo, “todo lo que hizo en la vida fue por compromiso con sus amigos”. Y en La Jacetania dejó unos cuantos.

Artículo publicado en el número 230 de la revista Jacetania.

La fotografía pertenece a la presentación del libro "Orosia. Mujeres de sol a sol" (ED. Pirineum), en diciembre de 2002 en la cafetería-librería "El bandido doblemente armado" de Madrid. En la foto aparece Juan Gavasa junto a José Antonio Labordeta,Sagrario Ramírez, Ángela Labordeta, Rosa Regás y Soledad Puertólas. 

1 comentario

Pili Amparo -

Igual, igual que la vida de los estudiantes de hoy...
Fue un hombre cercano. Te sentabas a su lado en algún comité o asambleya y era uno más.
De todas formas, yo siempre tengo el pudor de "no molestar" Y creo que eso, y mi timidez natural de la que intento librarme, me han privado de participar en unas cuantas conversaciones interesantes en mi vida...

No vale la pena lamentarse. A Labordeta lo tendremos siempre en lo que deja: sus escritos, sus canciones y sus documentales.

Gracias por este interesante artículo... podrías muy bien escribir un libro con su apasionante vida. Seguro que la familia te daría permiso. Y los demás, agradeceriamos leer la vida de esta persona que sí era imprescindible.

Besos y feliz año.
Que el 2011 te traiga muchos, muchos y buenos libros