De las Heras
Francisco De Las Heras está considerado el fotógrafo más prolífico de Aragón del primer tercio del siglo XX. Este dato para la estadística sería irrelevante si no se tuviera en cuenta las condiciones en que desempeñó su trabajo. Lejos de los grandes centros urbanos y siempre a remolque de las innovaciones que irrumpían en el joven mundo de la fotografía, De Las Heras desempeñó en Jaca desde 1910 hasta 1945 una intensa actividad que sólo ha sido reconocida medio siglo después de su muerte. Fue un fotógrafo discreto y silencioso, sin veleidades artísticas ni pretensiones intelectuales, un obrero de la cámara que recorrió buena parte del Pirineo en busca de la noticia y del tiempo perdido.
De las Heras nació en 1886 en Torre de Valdealmendras (Guadalajara). Con 22 años se traslada a Zaragoza y comienza a trabajar en el estudio del prestigioso Coyne, uno de los referentes indiscutibles de la fotografía aragonesa. Junto a su privilegiado maestro se sumerge en las nuevas técnicas y aparatos que impone el mercado y participa en algunos de los acontecimientos más notables de la época como la Exposición Universal de 1908.
Dos años después siente que ha alcanzado la madurez suficiente para emanciparse profesionalmente y se traslada a Jaca para dar continuidad al negocio del recientemente fallecido Félix Preciado. La llegada de De las Heras a la ciudad pirenaica es recogida por el semanario local, El Pirineo Aragonés, como un acontecimiento. Se loan sus conocimientos en la materia y su experiencia junto al gran Ignacio Coyne en algunos artículos que todavía destilan cierta desconfianza hacia “el aparato de retratar”.
Es el año 1910 y el Pirineo está sumido en profundos cambios. Jaca todavía está amurallada pero muy pronto se liberará de ese cerco medieval. Muy cerca se está construyendo el ferrocarril de Canfranc, la obra más importante en el Aragón de la época. Miles de trabajadores procedentes de todo el país han llegado hasta ese recóndito lugar de la península, y con ellos un cargamento de ideas revolucionarias que chocan de lleno con el carácter desconfiado y supersticioso de los montañeses.
De las Heras se encuentra con ese paisaje en pleno proceso de catarsis. También con unos pueblos que alcanzan el máximo índice demográfico de todo el siglo XX, en los que todavía perduran los usos y costumbres casi inalterados desde la Edad Media. Pero es un Pirineo que se desintegra a marchas forzadas, a impulsos de un desarrollo que se manifiesta en forma de centrales hidroeléctricas y pantanos.
En septiembre de 1910 edita su primera colección de postales sobre Jaca y antes de finalizar el año otra sobre el Monasterio de San Juan de la Peña. En muy pocos meses sienta las bases de su negocio y comienza a consolidar la actividad por la que sería conocido en toda la región. La costosa producción de postales es su sello de identidad, una arriesgada pero visionaria apuesta comercial que le daría excelentes resultados.
Esas primeras postales muestran paisajes de Jaca y de su entorno, pintorescas calles y recoletas plazas. No son fotos de autor ni pretende introducir criterios de diseño. Muestra la realidad tal y como es, desprovista de filtros y carente de ambiciones estéticas. Nada que ver con el trabajo de algunos de los fotógrafos coetáneos aragoneses más reconocidos como Ricardo Compairé o Aurelio Grasa. Pero ahí reside su valor, en la enorme fuerza documental de sus imágenes.
Francisco De las Heras fue el único fotógrafo que residió permanentemente en el Pirineo. Por eso huyó de lo que otros consideraban pintoresco y evitó los tópicos en su producción fotográfica. Quizá ahí resida la razón del profundo olvido al que ha estado sometido durante varias décadas. Fue, en realidad, un notario de lo cotidiano, un fotógrafo de pueblo que tan pronto acudía a una boda como fotografiaba un terrible alud en el Balneario de Panticosa. A veces inmortalizaba a los niños jacetanos en el día de su Primera Comunión y otra veces se detenía en todos los detalles que brindaba la monumental obra del Canfranc.
Respondió De Las Heras con una soberbia capacidad de trabajo a los retos que le ofrecía el arriesgado negocio de la fotografía en aquellas primeras décadas del siglo XX. Su producción de postales aumentó de forma considerable y pasó de ser una anécdota a convertirse en una verdadera industria. Primero fue Jaca y sus alrededores pero mas tarde el Balneario de Panticosa, Ansó, Echo, el desaparecido Balneario de Tiermas, la incipiente Sabiñánigo, el valle de Roncal, el valle de Tena, Biescas, Huesca, el valle de Aspe... Pocos rincones quedaron fuera del objetivo del fotógrafo jaqués. Hoy esas postales se cotizan al alza en las tiendas de coleccionistas y los mercados de viejo.
Luis Serrano, uno de los más importantes coleccionistas de postales antiguas de Aragón, no tiene dudas en afirmar que “De las Heras es el fotógrafo más prolífico de nuestra tierra, no hay nadie más que produjera la ingente cantidad de postales que produjo él. Su mérito es tremendo porque no hay que olvidar que él no estaba en Zaragoza, donde todo era mucho más sencillo. Vivía en Jaca, que entonces era un pueblo de 5000 habitantes sin apenas comunicaciones. Y sin embargo fue mucho más hábil, más dinámico y más visionario respecto al mundo de la fotografía que el resto de fotógrafos aragoneses y muchos de los españoles”.
Para explicar la extraordinaria dimensión del legado de De las Heras hay que ahondar en su encomiable labor comercial. A diferencia de otros fotógrafos contemporáneos, hacia fotos para comer y en aquellos años eso no era sencillo todos los días. La prensa jaquesa de la época describe con lucidez las penurias de buena parte de la población para encontrar trabajo y la escasez de recursos.
En ese contexto, su hiperactividad responde por igual a un meritorio desarrollo vocacional y a un ejercicio de supervivencia que no admitía pausas. En Jaca De las Heras era el fotógrafo de las bodas, bautizos y comuniones y en el exterior el promotor de interesantes colecciones de postales sobre el Pirineo. Los pioneros del turismo de montaña y los furtivos esquiadores las utilizaron para mostrar a lejanos parientes las bellezas de la cordillera. Pero además ejercía de periodista gráfico para el Heraldo de Aragón, el ABC o la revista Aragón. Fue un impagable corresponsal de prensa que firmó interesantes reportajes ahí donde otros no llegaron a tiempo.
Hizo de la necesidad virtud y supo sacar el máximo rendimiento de los escasos medios disponibles. Se convirtió en un maestro del retoque fotográfico, que utilizaba para maquillar una imagen y utilizarla en dos colecciones distintas de postales. Pintaba la nieve para diseñar una serie de paisajes nevados y después la borraba cuando lo que vendía era el Pirineo primaveral. Un prodigio del marketing cuando éste no existía.
En 1923 dio el salto y se instaló en un espacioso local de la calle Mayor, la principal arteria de Jaca. Él mismo diseño la fachada de ese edificio con reminiscencias árabes que todavía hoy se puede contemplar en el número 30. Ese año inauguró también el primer estudio con luz natural de la ciudad y prosiguió en su labor de promoción del Pirineo aragonés Cuatro años antes había realizado una incursión en el mundo de los libros al editarle al historiador Ricardo del Arco el lujoso libro “La Covadonga de Aragón. San Juan de la Peña” profusamente ilustrado con sus propias fotografías.
El fotógrafo de pueblo ya había alcanzado la categoría de gran empresario, reportero, editor, documentalista, promotor turístico y divulgador. Es en este tiempo cuando desarrolla probablemente sus trabajos más meritorios y perdurables. Suyas son las únicas fotografías conservadas del Balneario de Tiermas, desaparecido en los años 50 bajo las aguas del pantano de Yesa. A él se debe también el detallado seguimiento visual de las obras del ferrocarril de Canfranc, al que dedicó largos años y notables esfuerzos. Esa dedicación culminó el 18 de julio de 1928 cuando fotografió a Alfonso XIII y el presidente de la República Francesa, Gaston Domuergue, en la inauguración de la Estación Internacional. Esa imagen forma parte de la historia gráfica española del siglo XX.
Dos años después fue el único fotógrafo que pudo captar las primeras horas de la sublevación republicana de los capitanes Fermín Galán y Ángel García Hernández. Cuando cuatro meses después se proclamó la II República, De las Heras se apresuró a publicar un anuncio en la prensa en el que recordaba que el retrato de Galán que blandían miles de españoles en las primeras manifestaciones de entusiasmo republicano había sido realizado por él. Esa foto se había convertido de la noche a la mañana en un icono del nuevo Estado.
Pero quizá su aportación más valiosa a la historia de la fotografía es su serie sobre las “endemoniadas” de Jaca tomada en 1922. Aquella patética procesión de mujeres que creían estar poseídas por el diablo bajo la peana de Santa Orosia es hoy un documento antropológico de un valor incalculable. Incluso en esas circunstancias cuenta el antropólogo Ángel Gari que “una de esas fotografías está retocada. Una de las posesas se quitó la camisa al experimentar mejoría, pero De Las Heras la tuvo que pintar en el contacto final ante las amenazas de un familiar”.
Tras la Guerra Civil, De las Heras fue perdiendo el pulso fotográfico y pasó los trastos a su yerno, Primitivo Peñarroya. Todavía tuvo tiempo de plasmar otro horror, el del incendio que asoló en 1944 el pueblo de Canfranc. Las llamas que acabaron en unas horas con la milenaria población fueron como la metáfora del tiempo vivido, el periodo más convulso de la historia del Pirineo retratado con primorosa dedicación para las futuras generaciones.
La cámara de De las Heras ha dejado testimonios de gran valor sobre los profundos cambios experimentados por la cordillera aragonesa en la primera mitad del siglo XX. Probablemente sin ser consciente de su trascendental labor histórica, captó escenas irrepetibles, paisajes modificados por el hombre para siempre y una sociedad que ya sólo será posible conocer a través de sus fotografías. Cuando murió en 1950, la pequeña ciudad que le había recibido con los brazos abiertos cuarenta años atrás comenzaba su transformación en centro turístico. Cincuenta y ocho años después sus nietos Carlos y Rafael mantienen abierto el negocio fotográfico en el mismo edificio que él diseño en 1923.
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