Ordesa
El mítico Roldán, rodeado por los árabes, lanzó su espada para poder ver su tierra antes de morir. Durandal atravesó con violencia las paredes de Ordesa y se perdió en el horizonte, dejando una brecha que realmente parece un tajo. Ese abrupto corte es depositario de leyendas y de historias humanas que hablan de contrabando, peregrinos y evadidos. Es uno de los rincones más visitados del espectacular Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido, cuya entrada principal por el bello pueblo de Torla ve pasar cada año a más de medio millón de personas.
Aunque existen cuatro entradas naturales, ésta es la más popular. Desde aquí se domina una de las panorámicas con mayor poder iconográfico de todo el Pirineo; se trata de la cara sur del imponente murallón del macizo de Mondarruego. Torla representa uno de los valores más interesantes de Ordesa; su carácter humanizado. Pese a las figuras de conservación que rigen en el Parque, Ordesa no es una reserva. Existen varios pueblos en su interior y todavía es posible ver explotaciones ganaderas, algo que los biólogos consideran fundamental para la conservación del hábitat. En el valle siempre hubo presencia humana, como así lo atestiguan las viejas fotos de principios del siglo XX, que muestran la desnudez de grandes extensiones de pastos en lo que hoy son frondosos bosques.
Desde Torla se inicia el breve trayecto en autobús hasta la gran pradera en la cabecera del valle. La tupida red de pinos, abetos y hayas origina nuevos espacios recogidos en la penumbra que facilitan la conservación de determinadas especies que son endémicas del Pirineo. Otro de los rasgos más característicos de Ordesa es la gran variación de temperaturas y de humedad que se registran a diario, lo que genera profundas inversiones térmicas que quedan perfectamente reflejadas en la distribución de sus pisos vegetales. En sus majestuosos circos, en sus fallas y planicies, en sus impresionantes pliegues se puede observar la orogénesis de la cordillera pirenaica con una soberbia claridad didáctica. El geógrafo francés Franz Schrader describió mejor que nadie a finales del siglo XIX el Paisaje de Ordesa: “es un inmenso poema geológico”.
En la pradera del parque está el infinito. El río Arazas discurre a la derecha y a la izquierda se alza imponente el inconfundible Tozal del Mallo. El gran valle de origen glaciar en forma de U, se adentra durante 15 kilómetros rodeado de impresionantes paredones pétreos de imposible verticalidad, reconocibles por el rojizo de las areniscas y el color grisáceo de las dolomías. Son el ADN de esta maravilla natural, que certifica con exactitud científica que en el pasado todo lo que contemplamos fue un fondo marino. La exuberante vegetación aliviada por los infinitos caminos de agua que surcan las laderas representa un contraste absoluto con los desiertos kársticos de las cumbres del valle, muchas de ellas por encima de los 3.000 metros. Marboré, Cilindro, Taillón y, por supuesto, el Monte Perdido.
Aquí se comenzó a escribir la historia del pirineismo en 1802, cuando el barón alsaciano Ramond de Carbonniéres conquistó la cima por primera vez. No obstante, la leyenda y quizá la lógica, aseguran que los pastores de Ordesa ya lo habían hollado mucho tiempo atrás. Un siglo después, otro compatriota suyo, Lucien Briet, recorrió los senderos de Ordesa y fotografió sus paisajes y sus gentes. Hoy se recuerda con una placa de bronce junto al río Arazas su determinante contribución a la creación del Parque Nacional en 1918.
El recorrido más popular en esta parte del Parque es el que conduce al Circo de Soaso y la famosa Cola de Caballo, un espectacular salto de agua situado a 1.758 metros de altitud, colgado del mismo Perdido. Se trata de una excursión relativamente sencilla y apta para casi todos los públicos. Son cerca de 4 horas de caminata que permiten descifrar buena parte de los arcanos naturales que guarda Ordesa.
Uno de los más valiosos es su fauna, representada principalmente por la perdiz blanca, el buitre leonado, el singular quebrantahuesos, la marmota o el accesible rebeco. Ya no queda, sin embargo, ningún ejemplar del mítico “bucardo”, una subespecie de la cabra hispánica que desapareció hace algunos años por el afán aniquilador del hombre.
El río Arazas es la principal referencia. Nace en las faldas del Monte Perdido y va a desembocar al Ara, el único río no regulado del Pirineo aragonés. En su curso recibe las aguas de numerosos torrentes y su adaptación a la endiablada orografía convierte su recorrido en una suerte de saltos, cascadas y rápidos de una belleza selvática. Probablemente uno de los lugares más emblemáticos son las Gradas de Soaso, unas curiosas terrazas de origen glaciar en las que el Arazas adquiere formas insospechadas. Como ocurre frecuentemente, el legendario popular atribuyó connotaciones mágicas al lugar.
La belleza casi indómita de este rincón contrasta con el espectacular valle de Añisclo, incorporado al Parque Nacional en 1982 junto a los de Escuain y Pineta. Es un profundo cañón en cuya cabecera tiene un circo de origen glaciar. Al valle se accede desde el pueblo de Escalona por una estrechísima carretera que sigue paralela al curso del río Bellós entre cascadas y correntías.
Trece kilómetros después de Escalona se alcanza el hermoso puente de piedra que salva el cañón y la ermita rupestre de San Urbez, punto de inicio real del conocido como Cañón de Añisclo. En el pintoresco pueblo de Escuaín se encuentran las gargantas del río Yaga, cuyas aguas descienden impetuosas desde el Monte Perdido por una brecha de 200 metros de profundidad.
Artículo publicado en el nº 172 de Viajes de National Geographic
2 comentarios
Juan -
Angel -
Dentro del Parque no hay ningún pueblo