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Juan Gavasa

Prejuicios

Prejuicios

Los prejuicios marcan en buena medida nuestra determinación en la vida. Son una fuerza extraña que al modo freudiano limitan nuestra autonomía y nos impiden ejercer con total libertad nuestro yo. Los prejuicios nacen en la adolescencia, en la necesidad de construir una personalidad que nos refuerce en el ámbito tribal en el que se desenvuelven esos años de zozobra y soberbia. El imperioso sentido de pertenencia al grupo nos exige grandes renuncias, algunas inconscientes y la mayoría insensatas. Los prejuicios hacia el otro, hacia lo desconocido, hacia lo diferente, hacia lo que nos gusta pero no nos conviene… a lo largo de la vida dejamos en forma de goteo constante una retahíla de abandonos y de renuncias. Es una huella imperecedera que adquiere el perfil de nuestra otro yo, aquél al que renunciamos un día por incómodo. Como Dorian Grey, nos miramos en un retrato que en realidad no es otra cosa que un sucedáneo de lo que realmente quisimos ser.

Esos jirones en el camino, esos desechos son la estela de una perversión. Los restos que vamos dejando dicen tanto de nosotros como todo lo que decidimos acumular. He pensado muchas veces en ese gran derribo del alma que son nuestros prejuicios. Estos días he escuchado insistentemente el nuevo CD de Bunbury, “Las consecuencias”. El zaragozano me parece un inspirado letrista que está muy por encima de la media nacional; a veces me supera su engolado y sobreactuado modo de cantar pero entiendo que forma parte de su perfil artístico y de la personalidad que ha ido tejiendo eficazmente durante dos décadas.

En ese disco incluye una versión de un tema del compositor Manuel Alejandro, “Frente a frente”, una canción que hizo muy popular en los años 70 del pasado siglo la meliflua Jeannette. El resultado es realmente sorprendente. Bunbury ha rescatado de los vertederos de la caspa nacional una canción que definió como ninguna otra la corriente baladista que asoló la música nacional en aquellos primeros años de la transición.

Pero, indirectamente, Bunbury ha querido reivindicar la figura de un compositor excepcional, Manuel Alejandro, al que su altura creativa nunca correspondió la de los cantantes que perpetraban sus composiciones. Leí el otro día a Bunbury decir que siempre le habían gustado las canciones de Alejandro. A mí también. Y el iconoclasta zaragozano, artista libre y librepensador, ha querido recuperar de forma valiente y desacomplejada un tipo de creador que no tiene hueco posible en el habitual y excluyente “establishment” nacional.

Manuel Alejandro es el típico ejemplo del creador superado por el contexto. O más bien, el claro caso de artista superviviente en un medio hostil, donde la creación estaba al servicio de un país tan triste y poco refinado como el dictador que gobernaba. En “La silla de Fernando”, Fernando Fernán Gómez reconocía que le tocó trabajar en infinidad de películas infames porque “era lo que había en ese momento”. La confesión del actor en realidad no era tal, simplemente constataba el hecho de la claudicación estética del país y, sobre todo, la necesidad de comer diariamente. Otros actores coetáneos de Fernán Gómez tuvieron que arrastrarse por el mundo cinematográfico con dolorosas interpretaciones y bochornosos guiones: Alfredo Landa, José Luis López Vázquez, José Sacristán… Cuando el dictador murió y se abrieron las ventanas y se fue el olor a cerrado y a naftalina, esos inmensos actores encontraron por fin unos guiones a la altura de su talento.

Manuel Alejandro escribió hermosas canciones pero casi nunca encontró cantantes que las hicieran mejores. A caso Nino Bravo, Raphael y poco más. Pero sus composiciones pertenecen a un tiempo polvoriento y soporífero en el que la belleza sólo se intuía y la sombra alargada del dictador emborronaba incluso las letras más inspiradas. Ese tiempo pasó y es el momento de mirarnos a nosotros mismos, sin complejos, para saber realmente cómo somos, quien se esconde realmente detrás de nuestro autorretrato.

2 comentarios

Juan -

Una alegría volvernos a encontrar, Pili. No conocía las incursiones de Alejandro como cantante. La verdad es que yo nunca tuve un disco de los cantantes que cantaron sus canciones (no es el tipo de música que escucho), pero reconozco dónde hay calidad por encima de mis preferencias personales. Y así es como, al igual que tú indicas, el debate sobre la buena y la mala música nunca tiene una respuesta objetiva, salvo en los casos evidentes, por desgracia, tan numerosos en las emisoras de radio. Casi es una invasión...

Pili A -

mi hermana mayor oía a Rafhael
Manuel Alejandro hizo un intento por cantar sus propias canciones pero no le salió bien
Yo siempre he discrepado en cuanto a lo que es o no buena música.
Si te llega, si es popular, si queda en la memoria colectiva, por fuerza tiene que estar en el camino de un clásico
Luego siempre estarán para gustos los colores

(a mi me gusta y también Bumbury)

No somos tan raros, solo que lo confesamos