Manifiesto
El próximo 30 de octubre se va a presentar en el Círculo de Bellas Artes de Madrid un manifiesto en defensa de otra política y otros valores para salir de la crisis. No sé cuál es el valor real de estas iniciativas más allá de su indudable carga simbólica y de su vocación de denuncia. Pero no tengo duda de la necesidad de estos pronunciamientos cívicos para constatar que hay una parte de la sociedad que se resiste a aceptar esta democracia mutilada y viciada.
En mitad de este bochornoso espectáculo de tramas corruptas, prevaricación, pagos de favor, regalos inmorales y horteras engominados, la sociedad debe de posicionarse claramente en otro registro moral; marcar claramente las diferencias entre los que instrumentalizan la política en beneficio propio y los que creemos que otra democracia es posible siempre que haya voluntad regeneradora.
La crisis del capitalismo no puede ser un paréntesis, un descanso antes de reemprender la marcha con los mismos conductores y las mismas costumbres. Quienes desde posiciones ultraliberales han detestado el Estado y ahora en el caos reclaman su intervención, deberían de saber que los viejos tiempos han acabado. Pero me temo que la ingenua ignorancia reside en quienes no nos hicimos ricos en los años de bonanza y tampoco lo conseguiremos en el futuro. Sospecho que nuevamente somos agentes pasivos de un espectáculo en el que no se nos ha concedido la palabra. Ocupamos el gallinero del teatro mientras en el escenario esbozan una media sonrisa los que mueven los hilos de las marionetas.
El Manifiesto está firmado por personalidades variadas del mundo de la ciencia, la cultura, la educación, el periodismo y las artes. Después de dos años de una crisis que ha creado millones de desempleados y ha provocado que el número de personas hambrientas y desnutridas en el mundo alcance un nuevo record, están bien claras las causas de esta grave situación. Dejar en plena libertad a los capitales financieros y dejar que los mercados sean los únicos reguladores de las relaciones económicas sólo lleva, como estamos comprobando, a la inestabilidad permanente, a la escasez de recursos financieros para crear empleo y riqueza y a las crisis recurrentes.
Se ha demostrado también que la falta de vigilancia e incluso la complicidad de las autoridades con los poderosos que controlan el dinero y las finanzas, esto es, la falta de una auténtica democracia, sólo produce desorden, y que concederles continuamente privilegios, lejos de favorecer a las economías, las lleva al desastre. Dejar que los bancos se dediquen con absoluta libertad a incrementar artificialmente la deuda con tal de ganar más dinero es lo que ha provocado esta última crisis.
Pero también es una evidencia que las políticas neoliberales basadas en reducir los salarios y la presencia del Estado, el gasto social y los impuestos progresivos para favorecer a las rentas del capital, han provocado una desigualdad creciente. Y que la inmensa acumulación de beneficios de unos pocos, en lugar de producir el efecto “derrame” que pregonan los liberales, ha alimentado la especulación inmobiliaria y financiera que ha convertido a la economía mundial en un auténtico e irracional casino.
Y es evidente que esos desencadenantes de la crisis no tienen que ver solamente con los mecanismos económicos, sino con la política controlada cada vez más por los mercados, por el poder al servicio de los privilegiados y por el predominio de la avaricia y el afán de lucro como el único impulso ético que quieren imponer al resto del mundo los grandes propietarios y los financieros multimillonarios. Por eso la crisis económica que vivimos es también una crisis política y cultural y ecosistémica.
Las prácticas financieras neoliberales que la han provocado se justificaron con el predominio de unos valores culturales marcados por la soledad, el individualismo egoísta, la degradación mercantil de los conceptos de felicidad y de éxito, el consumo irresponsable, la pérdida del sentido humano de la compasión y el descrédito de las ilusiones y las responsabilidades colectivas. Los debates surgidos en torno a esta crisis demuestran que en las democracias occidentales se ha establecido un enfrentamiento peligroso entre los poderes económicos y la ilusión política.
Los partidarios del mercado como único regulador de la Historia piensan que el Estado debe limitarse a dejar que los individuos actúen sin trabas, olvidando que entre ellos hay una gran desigualdad de capacidades, de medios y de oportunidades. Por eso le niegan capacidad pública para ordenar la economía en espacios transparentes, y para promover los equilibrios fiscales y la solidaridad social. Y por eso desacreditan el ejercicio de la política. Pero la política no debe confundirse con la corrupción, el sectarismo y la humillación cómplice ante los poderes económicos.
La política representa en la tradición democrática el protagonismo de los ciudadanos a la hora de organizar su convivencia y su futuro. Palabras como diálogo, compromiso, conciencia, entrega, legalidad, bien y público, están mucho más cerca de la verdadera política que otras palabras por desgracia comunes en nuestra vida cotidiana: corrupción, paraíso fiscal, dinero negro, beneficio, soborno, opacidad y escándalo. Como esta crisis es política y cultural, debemos salir de esta crisis reivindicando la importancia de la política, la educación y la cultura.
No podemos confundir la sensatez y la verdad científica con diagnósticos interesados en perpetuar el modelo neoliberal y sus recetas financieras. Ahora resulta prioritario buscar una respuesta progresista a la crisis. Para evitar nuevas crisis en el futuro hay que luchar en primer lugar contra todas las manifestaciones de la desigualdad.Y para ello es necesario garantizar el trabajo decente que proporcione a mujeres y hombres salarios dignos y suficientes, y el respeto a sus derechos laborales como fundamento de un crecimiento económico sostenible.
Así mismo, es imprescindible que se lleven a cabo reformas fiscales que garanticen la equidad, la solidaridad fiscal, sin paraísos ni privilegios para millonarios, y la mayor contribución de los que más tienen, para que el Estado pueda aumentar sus prestaciones sociales y ejercer como un potente impulsor de la actividad económica. Frente a los daños ecológicos de la ambición especulativa, una respuesta progresista supone revisar los marcos jurídicos para que sea posible una mayor protección de nuestro ecosistema y establecer suficientes incentivos para promocionar la producción y el consumo sostenibles. Frente a un modelo productivo basado en la especulación financiera e inmobiliaria y en la consideración de que nuestros recursos son ilimitados, una respuesta progresista supone invertir más en educación, investigación y cualificación laboral. Frente al desprestigio de la política, una respuesta progresista supone devolverle la autoridad a los espacios públicos y a los representantes de los ciudadanos para que regulen en nombre del interés común las estrategias del mercado.
Frente a la misoginia y la discriminación de género, una respuesta progresista supone consolidar las políticas de igualdad, defender el derecho a la reproducción y medidas específicas para evitar que las mujeres se vean relegadas al paro o a la economía sumergida y a soportar muchas más horas de trabajo no retribuido que los hombres, sufriendo así en mucha mayor medida que éstos los efectos de la crisis. Frente al racismo y a la xenofobia, una respuesta progresista supone defender los derechos de los trabajadores extranjeros y asegurar el respeto jurídico a la dignidad las personas. Frente a la soledad, la pobreza y el egoísmo, una respuesta progresista supone apostar por los valores culturales de la solidaridad, que no son ideales utópicos trasnochados, sino la mejor muestra de la dignidad cívica de los sentimientos humanos.
Firmas: Ángeles Aguilera (periodista), Ana Belén (actriz, cantante), Fernando Beltrán (poeta), Felipe Benítez Reyes (escritor), Juan Diego Botto (actor), Concha Caballero (profesora de literatura), José Manuel Caballero Bonald (escritor), Juan Ramón Capella (analista social), Fernando Delgado (escritor), Concepción del Moral (librera), Luis García Montero (escritor), Jesús García Sánchez (Editor), Jordi Gracia (catedrático de universidad), Almudena Grandes (escritora), María Isabel Lázaro (arabista), Olga Lucas (traductora), Víctor Manuel (cantante), Mariano Maresca (profesor Filosofía del Derecho), Eduardo Mendicutti (escritor), Román Orozco (periodista), Benjamín Prado (Escritor), Rafael Reig (escritor), Manuel Rico (escritor y crítico literario), Javier Rioyo (cineasta y periodista), Miguel Ríos (cantante), José Ramón Ripoll, (poeta), Azucena Rodríguez (cineasta), Olga Rodríguez (periodista), Ana Rossetti (escritora), Joaquín Sabina (cantante), Ángel Sáenz Badillo (hebraísta), José Luis Sampedro (escritor), Judit Targarona (hebraísta), Juan Torres (catedrático de universidad), Manuel Ángel Vázquez Medel (catedrático de universidad), Juan Vida (pintor), entre otros.
4 comentarios
Pilar A -
La democracia participativa no funciona porque el poder no soporta que le critiquen y además poner la sala de reuniones a diposición de unos ciudadanos críticos. Así que debemos inventar algún otro modo de que los ciudadanos nos sintamos protagonistas del destino de los recursos económicos de la zona donde vivimos ¡PORQUE LO SOMOS! Y si me apurás de todo el mundo.
Democracia, Libertad, igualdad y fraternidad (de momento no existe nada mejor)
No nos dejemos contagiar por el pesimismos y fatalismo generalizado. Como dice una máxima ecologista muy sabia: actua en local, piensa en global.
Desde tu barrio, tu cole, tu centro de trabajo o la asociación en que te mueves estás haciendo política. Algunos lo seguiremos intentando siempre.
Besos y gracias por el debate
Dani -
No sé si te habrás leído el libro "Primero la gente" del Bernardo Kliksberg y Amartya Sen, pero vamos, que lo que se ve es que nos hemos olvidado de que lo importante somos las personas, no los putos estados financieros, el PIB, y la puta que los parió.
Y lo peor, es que en un par de años, cuando el tenporal haya medio amainado (en espera, creo yo, de la tormenta perfecta), todos otra vez a lo mismo.
Y los de siempre, o sea, la mayoría, a joderse...
cris -
Debe de ser una corriente telúrica, algo extraño o la situación que vivimos...pero os aseguro que llevo unos días, también, dándole vueltas a lo mismo. Hasta aqui me han acabado de empujar dos sucesos recientes. Por un lado el hecho de que un ayto (socialista)regale un solar a la iglesia para que construya un templo ¿??? y por otro la lucha de algunos movimientos en Aragón como Mhuel, que trabajan para lograr la "laicidad" del estado. Pero ¿no dice ya la constitución que lo somos?. Los problemas que dan las diversas diócesis para ejercer el derecho a la apostasía son curiosos. A un ciudadano de La Rioja le dijeron que "se encomendara a dios"..en fin.
Creo que ya empezamos a ser muchos los que necesitamos comprobar que si, que es verdad, que existen nuevas corrientes de opinión. El problema es que deberían de estar alejadas de la política, si no es asi, yo ya no las entiendo. Empiezo a no creerme casi nada y me asusta pensar que, nuestros hijos, se educan bajo el paraguas del escepticismo total.
Si, como apuntas Emilio, hasta las políticas de los pueblos más chiquitines gobiernan con el absurdo de las rencillas.."ahora voy y te quemo la panadería...". Pero ¿esto tendrá remedio?, estaré atenta Juan a lo del 30 de octubre...igual hay esperanza y no nos habíamos enterado. Y Emilio, rubrico absolutamente lo de una nueva forma de hacer, especialmente, periodismo. Vamos a piñón fijo y prima lo que prima y los actos de rebeldía se pagan muy caros. Y hablo de mínimas rebeldías que te darían la risa floja.
Gracias Juan una vez más.
¿estáis bien en casa??
Emilio -
No hay responsabilidades sobre sus actos, no se juegan nada fuera del P. Vasco claro, no se les exige ningún tipo de preparación salvo el arte de la demagogia. Es significativo que en el siglo XXI aun no hayamos tenido ni un solo presidente que hable ingles, cuando es algo exigible para cualquier puesto de trabajo medianamente cualificado. Y ya de las cacicadas de comarcas y pueblos ni hablo, que eso da para mucho.
Creo que hay que exigir una nueva forma de hacer política y periodismo. Joer, es que a veces me resisto a pensar que esta todo ya vendido.
Un saludo.