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Juan Gavasa

Marianne Faithfull

Marianne Faithfull

A Marianne Faithfull le turba el peso de su leyenda. A estas alturas la vida le ha dejado una voz rota y unas cuantas cuentas pendientes con el pasado. Icono de la música popular inglesa, novia de Mick Jagger y letrista de los Rolling Stones, actriz y musa sexual de una generación que roza los sesenta; Marianne ha sido una mujer etiquetada desde que a los 17 años fuera descubierta por un productor en un café londinense. Luego ella optó por vivir la vida desde el lado más turbulento posible, coqueteando de forma retadora con las drogas hasta alcanzar un pacto de no agresión: nos necesitamos así que vamos a llevarnos bien. Y el pacto sigue vigente después de tantos años, como esos matrimonios que mantienen la impostura porque sospechan que fuera de la rutina hace demasiado frío.

La diva salió al escenario de Pirineos Sur y comenzó a moverse con su familiar descoordinación, tan sutil y seductora. “Times Square” abrió una noche inolvidable, a la altura de su misterio legendario. Hacía mucho frío en el flamante nuevo auditorio de Lanuza. La Faithfull guardó el corpiño que había lucido la noche anterior en “La Mar de Músicas” y se embutió en un traje de chaqueta negro que enfatizaba su elegancia contenida; entre una vieja estrella de country y una sofisticada dama de la alta burguesía londinense.

El formidable septeto que la acompañaba desplegó toda su capacidad sonora para envolver los desgarros de su voz arrastrada, encogidos a veces en un tono intimista y exuberantes y altivos cuando elevaba las notas. Una magistral lección de interpretación de quien está de vuelta de todo y sabe que la redención no es posible. Su voz es su leyenda y sus letras una confesión en toda regla. Marianne Faithfull interpretó temas de su vigésimo y último trabajo, “Easy come, easy go”, un álbum de versiones con destacadas colaboraciones como las de Keith Richards, Nick Cave, Rufus Wainwright o Morrisey. “Broken English”, “La balada de Lucy Jordan”, “Sing me” o “Sister morphine” sonaron magistralmente en un auditorio que apenas alcanzó los mil espectadores. Una pena.

Pirineos Sur celebró su mayoría de edad con un concierto magnífico que seguramente quedará en el recuerdo como uno de los mejores de la historia del Festival. Habituado a una programación con una notoria carga étnica, la apuesta por un mito anglosajón abre nuevas vías en el concepto artístico del Festival y puede atraer nuevos públicos, aunque todos los cambios –como las revoluciones-, necesiten de pedagogía y tenacidad. Ayer fue el primer intento. Habrá más.

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