Premios
Herbie Hancock ha sido el gran triunfador de la última edición de los Grammy. Una de las últimas leyendas vivas del jazz acumula los premios más importantes (mejor disco del año) del galardón más comercial, previsible, superfluo y convencional de la industria musical. Sería una excelente noticia si los premios significaran algo, pero detrás de esa aureola de prestigio no hay más que combustible para el ego, que es la máquina que alimenta el mundo de la creación. Y dinero, más dinero.
Hace tiempo que no creo en los premios; en ninguno de ellos. Siempre he pensado que el oscuro secreto que guía a algunos de sus promotores es ser ellos mismos los receptores algún día de su criatura. Así se cierra el círculo y todos estamos contentos. Tranquilo muchachos que habrá para todos. Los premios Nobel sirven para poner a prueba nuestra culturilla general, sobre todo los de Literatura y la Paz, que son los únicos en los que todo el mundo tiene opinión aunque no se sepa de qué se está opinando. Lo de economía o ciencia es un rollo que a nadie interesa, claro está.
Reinterpretando a Groucho diría aquello de que no puedo aceptar unos premios que nunca premiaron a Lorca o Machado, por poner ejemplos cercanos. Y aquí, lo siento, soy intransigente. La reciente apertura de los archivos de la academia sueca ha puesto al descubierto la zafiedad oportunista de los criterios manejados por los académicos en sus deliberaciones. Escribes bien pero hablas demasiado; me gusta cómo escribes pero no cómo piensas… así que no hay nada que hacer. Qué pena, si a éste no lo hubieran fusilado por maricón y rojo igual le hubiéramos premiado… pero ya es demasiado tarde.
Pero parece que estamos subidos en una corriente en la que lo propio y recomendable es conjeturar sobre los premios como si fuéramos alquimistas de la incertidumbre y lo arbitrario. Nos gusta especular con las especulaciones de los jurados y nos encanta todavía más hacer esas quinielas que sólo sirven para alimentar los mitos sobre los que se han construido tantos premios que sólo tienen piel; no hay ni vísceras ni pulmones y muchos menos corazón.
¿Alguien sabe de dónde procede el supuesto prestigio internacional de los premios Príncipe de Asturias? A estas alturas ya parece algo incuestionable pero yo creo que fuera de aquí pasan desapercibidos. En este país todos los medios de comunicación ya sólo se refieren a ellos con la concesión previa de esa categoría que, a mi entender, debe de usarse con infinita prudencia. Eduardo Haro Tecglen hace tiempo recordaba que era muy español lo de pasarse en los elogios, casi tanto como en las críticas. Cuando leía que una obra de teatro había triunfado “de forma memorable y unánime” en su primera representación fuera del país, él solía acudir a la prensa de ese país extranjero para comprobar que o pasaba desapercibida o sólo era objeto de escarnio. Y en todo esto los medios tienen buena culpa. Se otorga el dogma de la infabilidad al desconocido jurado de turno que toma decisiones, supongo, con criterios arbitrarios y subjetivos influídos por cómo se ha levantado ese día..
La tentación es libre pero me niego a seguir el juego. Los Goya son el esperpento versión hispana con su punto rancio y kitsch. Hay premios para todos, y si no nos ha dado la gana darte uno no te preocupes que cuando estés a punto de morir nos inventaremos otro para tapar todos los feos que te hemos hecho en vida. ¡Será por premios! Y los Oscar… ahí reconozco que lo tengo más difícil. Nunca he visto una gala de entrega por la televisión; suelo dormirme demasiado pronto y me aburre tanto esa liturgia de agradecimientos y falsas pulsiones que azuza mi pereza congénita. Pero, lo dicho, aquí juego en campo contrario y no poseo el balón.
A Elia Kazan le dieron un Oscar honorífico a toda su carrera, incluida supongo su etapa de confidente y dedo acusatorio de sus compañeros en la peor etapa del macarthismo. Pero era lo políticamente correcto y para eso los americanos no tienen pudor. No los tuvieron tampoco para loar a Nixon el día de su muerte, banalizando casi el episodio de su dimisión como consecuencia del pequeño desliz del Watergate. Una chiquillada.
Perdón por la digresión. Hablaba de Kazan pero quería hablar también de Clint Estwood, premiado por la menor “Million Dollar Baby” en compensación por la huérfana y excelsa “Mistyc River”. A eso me refiero, a la injusticia histórica de los premios, a la falsa apariencia de objetividad y rigor cuando lo que se lleva entre manos es el poder de decidir y manipular, de ensalzar y de humillar, de conceder y negar, de premiar y de castigar. Las trayectorias quedan supeditadas al momento, encapsulado en una suerte de gloria efímera que congela la parte por el todo. Hay tantos castigos históricos como reconocimientos memorablemente injustificados en la trayectoria de los Oscar. El premio como medio, no como fin.
Quizá el único honesto sea el Planeta. El que se presenta lo hace por la pasta y el que gana no hay duda de que exulta de alegría por los 100 millones de pesetas (50 después de impuestos) que le han tocado. No hay imposturas ni falsa retórica. Lo del prestigio y el honor está muy bien pero 100 kilos son 100 kilos. Así que volviendo a los Grammy de este año, uno que adora el jazz asiste indiferente al premio al mejor álbum del año que ha recibido Hancock por su excelente revisión de la obra de la canadiense Joni Mitchell en “River: The Joni Letters”. Pero inevitablemente el premio es sospechoso. Desde el memorable y lejano encuentro entre Stan Getz y Astrud Gilberto no se había vuelto a premiar un disco de jazz fuera de su categoría. Ahora le toca al autor del magistral “Maiden Voyage” con un disco que ni de lejos es el mejor de su trayectoria. Justicia a medias. Supongo que alguien habrá tocado arrebato y se habrá convenido que era necesario abrir la ventana para que entrara aire fresco; para volverla a cerrar de inmediato por si alguien se enfría. No es bueno cuestionar la industria ni experimentar demasiado. En 2009 seguro que volveremos por donde solíamos transitar: U2, Santana, Madonna, Beyoncé… en su estertor camuflados como lo más “cool” del momento.
Por cierto, ha muerto Henri Salvador. Hasta siempre maestro.
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Juan Gavasa -