Van Morrison
En el mundo de la música hay tipos desagradables y otros simplemente antipáticos. Los hay que exhiben formas impostadas y otros que rehúyen los artificios y el maquillaje. Hay quienes primero fueron niñatos, después se hicieron músicos y para desgracia de la humanidad acabaron alimentando su primera faceta en detrimento de la esencial. Hay quienes creyeron ser artistas y engordaron su estupidez mientras seguían sin ser nada. Y luego está Van Morrison, perteneciente a una casta de primos hermanos -Bod Dylan, Iggy Pop, Morrisey y alguno más-, al que su misantropía le precede como extraño símbolo de decencia y valentía. Pocos músicos alcanzan en la actualidad esa dimensión estratosférica en la que estas menudencias del ser son minimizadas.
El león de Belfast acaba de publicar un disco en directo en el que interpreta las 8 canciones que componen el mítico “Astral Week” (1968), considerado unánimemente uno de los mejores discos de la historia. Ayer fue entrevistado en El País por tal motivo y nuevamente mostró su flema más ácida y áspera; la que esperamos encontrar todos los que amamos su música. En pleno desmoronamiento de la industria musical, tal y como la hemos conocido hasta ahora, Van Morrison engarza varias perlas que más allá de su expresión formal deberían de invitar a la reflexión.
Primera verdad: “Lo único que me encanta es la música. El resto es pura mierda. El tipo de mierda que la fama atrae es muy oscura. Es muy oscura. Me gusta la música, eso es todo”. Segunda verdad: “No es como en los viejos tiempos, cuando había productores y sellos discográficos de verdad; gente que realmente sabía algo de música. El principio del fin fue cuando muchos de esos tipos vendieron sus sellos. Probablemente hayamos dejado atrás el final de la historia de la verdadera industria discográfica..." Y tercera gran verdad: “Nunca me ha interesado realmente la música pop. Me aburría y me sigue aburriendo”.
Qué queréis que os diga, hay días en los que da gusto leer cosas así, desprovistas de esa grandilocuencia meliflua tan al gusto de lo políticamente correcto. No importa que Van Morrison no salude ni se despida en sus conciertos. Da igual que casi nunca ofrezca un bis, me parece irrelevante su tendencia al nihilismo –quizá a veces profundamente compartida-. Diría que admiro la soltura con la que derrama el ácido sobre sus palabras para que su componente corrosivo actúe de forma rápida y eficaz. Tan eficaz como la belleza inconmensurable de sus melodías y el reconocible olor a poesía de sus letras.
Hoy he vuelto a escuchar después de mucho tiempo “Astral Weeks”. Abruma como siempre la sencillez de sus arreglos y la fusión perfecta de su voz con los instrumentos. La voz de Van Morrison es realmente un instrumento más, quizá el más maravilloso y versátil. A veces juguetea con una flauta y otras veces se enreda en delicados escarceos con un violín y una guitarra. Las secciones de viento irrumpen con irreverencia para engrandecer el delicado tejido sonoro que envuelve toda la grabación. En esencia es un disco de folk pero su concepto creativo se vincula con la estructura típica del jazz.
El propio Van Morrison reconocía en la entrevista de El País que “se grabó como un disco de jazz, que es como a mí me gusta hacerlo. Lo más importante era la espontaneidad de lo que estaba sucediendo”. Como las sesiones en las que se grabó “Kind of blue”, “Astral Weeks” fue la consecuencia de una concentración de talento e inspiración irrepetibles con un genio irlandés de 23 años a la cabeza. Van Morrison contó con músicos procedentes del mundo del jazz, como el contrabajista Richard Davis o el percusionista Connie Kay. Familiarizados con las técnicas de improvisación y coordinación que pretendía Morrision, en tres jornadas dieron carpetazo a la grabación y dejaron preparadas ocho piezas que recrean una atmósfera onírica y sensual. En la inabarcable trayectoria del músico de Belfast no hay otro disco como ese. Es posible que alguno le supere (sobre todo “Moondance”), pero ninguno adquiere los registros mágicos que cautivan al mismo tiempo por su desnudez y su sofisticada sencillez.
En “Sweet Thing” dan ganas de correr al campo y comenzar a recoger las primeras flores primaverales. En “Astral Weeks” y “Cyprus” recuperamos el gris otoñal y nos desfondamos en un carrusel melancólico irreparable. Morrison a veces canta, otras se pierde en retos épicos con los instrumentos y en algún momento susurra, como si lo que tuviera en sus labios fueran palabras a punto de extinguirse. Discos como “Astral Weeks” son realmente obras maestras que escuchadas con el tiempo certifican la extinción de una raza musical.
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