Biescas
Biescas es uno de los principales centros turísticos del Pirineo aragonés. Su vocación no es nueva. Cuando la nieve no existía como industria, los zaragozanos ya disfrutaban del saludable clima estival y de una ubicación estratégica, entre el valle de Tena y Ordesa. Era el sitio ideal para esas largas vacaciones familiares que acostumbraban los forasteros pudientes.
Pero no lo ha tenido fácil, su historia está salpicada de guerras, invasiones y tragedias que han impregnado en el pueblo cierto espíritu de supervivencia. La tragedia del Camping Las Nieves en 1996, en la que murieron 87 personas como consecuencia de la riada del barranco de Arás, permanece en el recuerdo íntimo de los biesquenses pero no afectó al pueblo ni a su economía, que ha seguido mostrando síntomas de extraordinaria salud. Hoy vive buenos tiempos y se prepara para embarcarse en importantes proyectos que marcarán decisivamente su futuro. La plaza de Biescas no es como la mayoría de plazas del Pirineo. Es grande, abierta y despejada, sospechosamente expuesta para los fríos invernales que invariablemente azotan la zona cada año. Parece que alguien la concibió pensando sólo en la funcionalidad y se olvidó de que aquí las cosas no son casuales, que todo atiende a un razonamiento construido desde la experiencia. Si las calles son estrechas y los vanos de las casas pequeños es porque son necesarios remedios artificiales para males naturales. Si las fachadas miran a meridión habrá que pensar que buscan combustible gratuito en los rayos del sol.
Pero hay una explicación. Hubo en un tiempo no muy lejano otra plaza más recoleta y escondida, y casi otro pueblo que sucumbió a los bombardeos de la Guerra Civil. Biescas estuvo en mitad del frente bélico durante casi tres años, primero fue de los fascistas, luego de los republicanos y finalmente volvió a los sublevados en una espiral de autodestrucción que sesgó casi por completo su fisonomía.
Acabada la contienda, el Servicio de Regiones Devastadas diseñó el nuevo Biescas y pensó en una nueva plaza presidida por el ayuntamiento, con un pequeño recinto ferial enfrente y un gran jardín con fuente en el espacioso centro. También creó el matadero, el Centro de Salud y la Oficina de Turismo, lo que confirma que la trayectoria turística no es un fenómeno actual.
En cierta medida los arquitectos franquistas fueron responsables de un pedazo del pueblo, que casualmente hoy ya forma parte de los rincones más pintorescos. Porque una segunda reconstrucción promovida por el próspero “boom” inmobiliario ha renovado mucho de lo construido aquella época y ha creado nuevas zonas de expansión claramente reconocibles.
Así se ilustra Biescas, dividida entre el floreciente desarrollo urbano y la ansiedad por no borrar la estela de su pasado. Divida también por el río Gállego, omnipresente en su trama urbana y causante de una fisura transversal solventada con la formación de dos barrios históricos con sus respectivas iglesias, San Pedro y San Salvador, que casi parecen ajenos entre sí. Otro curso fluvial, el del canal de la central hidroeléctrica, marca por el sur un límite físico y parece que también urbanístico, pues según señala el alcalde, Luis Estaún, “éste es el límite razonable para que el pueblo crezca en un futuro”.
El norte está delimitado por el congosto de Santa Elena, una frontera natural entre la “Tierra de Biescas” (así se le conoce a su zona de influencia desde tiempos inmemoriales), y el valle de Tena. En este estrecho paso aguardaron en 1592 las tropas de Felipe II la llegada de Antonio Pérez, el antiguo secretario personal del monarca, con un ejército de bearneses dispuesto a invadir Aragón. La desigual batalla dejó la peor parte a Biescas, que fue saqueada y destruida. Esta y otras historias del frenético y trascendental siglo XVI están contadas en el Museo que ocupa la emblemática casa de “La Torraza”, formidable ejemplo de la arquitectura de aquel siglo.
También está la ermita en honor de la santa, levantada en fecha desconocida sobre el congosto, y razón de viejos litigios entre tensinos y biesquenses por su ubicación. Según el antropólogo Enrique Satué, estamos en “un lugar singular donde la geografía física, lo precristiano, las rivalidades vecinales, la romanización y la cristianización se anudan vigorosamente”.
Con las sierras Tendenera y Telera a ambos lados, Biescas se abre al sur hacia una extensa y amplia llanura que marca la frontera entre la depresión media y las sierras interiores. Todo lo que hay dentro de estos márgenes es un territorio definido históricamente que en la actualidad se concentra en torno a su cabecera. El término municipal está además compuesto por los pueblos de Orós Alto, Orós Bajo, Escuer, Oliván, Espierre, Barbenuta, Javierre, Aso, Yosa, Betés, Gavín y Piedrafita. A principios del siglo XX Biescas era la población más importante de todo el valle con 3.500 habitantes, justo el doble de su censo actual. La llegada de las industrias al incipiente Sabiñánigo provocó un severo éxodo interno del que nadie se libró. Biescas se llevó en proporción la peor parte pero todavía conserva un barniz de pueblo grande con una nómina de servicios envidiable y una trama urbana compacta y con hechuras.
“El turismo es algo natural en el pueblo desde hace tiempo –señala Fernando Gracia, director del colegio público- y por eso aquí no se han experimentado cambios tan profundos como en localidades cercanas”. El centro escolar es motivo de orgullo. 108 alumnos repartidos entre infantil, primaria y secundaria le dan una vitalidad a la plaza Mayor propia de cualquier urbe. Cada chillido de los más pequeños es un grito de vida que suena dulce y esperanzador en mitad del Pirineo. Un reciente estudio realizado por la consultora Deloitte indica que Biescas sufre una tendencia demográfica regresiva frente a la pujanza de otros núcleos del valle. Sin embargo, Luis Estaún despliega en su despacho una batería de razones para apostar por el futuro: “Yo creo que empieza a haber una inflexión en la tendencia a huir del pueblo porque los servicios, las comunicaciones y la calidad de vida han mejorado extraordinariamente. Quizá hemos pasado una época de pérdida de identidad pero ahora ocurre todo lo contrario. Nunca había habido tanto asociacionismo y colectivos culturales como ahora”.
El ciclista Fernando Escartín es uno de esos ejemplos. Al finalizar su carrera profesional decidió instalarse en su pueblo y ahora dirige en el cercano Balneario de Panticosa el hotel para deportistas de alto nivel que se está construyendo. Parece que el regreso a sus raíces tras tocar la gloria deportiva ha provocado un efecto de autocomplacencia entres sus paisanos.
Citar a Escartín es tan inevitable como recordar que a los biesquenses se les llama “pelaires”, en relación con el principal oficio del pueblo durante siglos. Máximo Palacios, es el único que todavía se dedica a peinar la lana de los batanes, aunque lo haga como un ejercicio de reivindicación de la memoria local. Fue agricultor, ganadero y trabajador de la hidroeléctrica mientras se formaba de manera autodidacta en el conocimiento de todas las ciencias que pueden explicar la Tierra de Biescas. Lo ha hecho en algunos libros y ahora lo hace a todo aquel que le quiera escuchar. “Hemos perdido el lado emocional. Se cree que el que estudia se va a liberar de trabajar cuando la cultura obliga a más trabajo”, todas sus reflexiones son de peso.
Biescas, como señala Toña Allué, “va a más porque está en un sitio privilegiado. Es posible que nosotros no tengamos mucho pero nuestro entorno es único”. Quizá allí resida la clave, en la intemporalidad de su oferta y la discreción de su presencia. No ha sido vinculado su desarrollo a ninguna nueva macroestación de esquí pero sigue siendo una apuesta segura, porque siempre estuvo ahí, incluso cuando la nieve sólo era el heraldo del invierno.
Recuerdos de una guerra
La Guerra Civil dejó una profunda herida en el pueblo que el tiempo se ha encargado de restañar, aunque los más mayores aseguran que aún tiene que pasar una generación para que el proceso se cumpla. Probablemente sea ésta una de las razones del enorme peso de la política en la vida local. En Biescas desde que llegó la democracia ningún alcalde ha repetido dos legislaturas seguidas y en algunos comicios el número de candidatos en listas ha representado cerca del 8% de la población censada. No hay otro caso similar en todo Aragón. Este hecho explica también la vitalidad asociativa, que ha dado en los últimos meses un nuevo dinamizador local, la Asociación Cultural “Erata” dedicada a la recuperación del patrimonio, la difusión de la cultura y la conservación de las tradiciones.
Artículo publicado en el número 47 de la revista El Mundo de los Pirineos (Septiembre-octubre 2005)
2 comentarios
eleñona -
Inde -
Qué verdes estamos los aragoneses sobre nuestra historia, joder. Hablo por mí... pero me parece que somos muchos. Y sin embargo es apasionante...