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Juan Gavasa

Frank Belsué; Paco de Jaca

Frank Belsué; Paco de Jaca

Francisco Belsué Galindo nació en Jaca en 1935 en el seno de una familia numerosa. Su madre era la mondonguera más popular de la ciudad y su padre trabajaba en la serrería de Altahoja. Los duros años de la postguerra los pasó entre las aulas de los Escolapios y como monaguillo en las liturgias diarias, en las que se quedaba absorto contemplando el arte sacro, ajeno a las diatribas del sacerdote de turno. Ahí nació su pasión por el diseño, que con el tiempo se convirtió en una fructífera carrera profesional que le condujo en 1968 a Canadá. En el país de la hoja de arce ha vivido desde entonces y ha dejado su singular concepción de la estética publicitaria en infinidad de trabajos, algunos de los cuales se convirtieron en reconocidos iconos que compitieron en popularidad con la propia bandera rojiblanca. Hoy, jubilado pero activo en su producción creativa, piensa en su próximo viaje a Jaca mientras sigue a través de internet la actualidad de su pueblo y de Aragón. Su despacho lo preside una gran foto hecha desde Oroel y el remite de sus emails lo firma con un expresivo “Paco de Jaca”. 

En el verano de 2004 conocí a Francisco Belsué en Toronto, la próspera capital de la provincia de Ontario, en el sureste de Canadá. Allí vive desde que llegó hace ahora cuarenta años. Ocupa un pequeño adosado de dos plantas cerca del barrio de “Greekville”, una extensa zona del sur de Toronto habitada por la numerosa colonia griega. Está a escasa distancia del omnipresente lago de Ontario, desde donde se disfruta de todo el skyline de la ciudad, con la popular CN Tower, el Air Canada Center, el estadio del mítico Toronto Maple Leafs (NHL) y de los Toronto Raptors (NBA), y el moderno centro financiero, expresión del espectacular crecimiento económico experimentado por la ciudad en las dos últimas décadas.

Paco tiene una sonrisa contagiosa y un timbre de voz casi infantil que no se corresponde con su inmensa figura, rematada por una barba blanca que le da un aire entre intelectual y bohemio, algo ácrata y sin duda inconformista. Media vida en Canadá no ha sido suficiente para borrar las huellas de su origen, plasmado tanto en los cuadros que decoran la casa (estampas de Prado Largo antes de ser urbanizado, Albarracín, Rapitán...) como en su particular forma de expresarse, una nueva versión del incipiente “spanglish” transformado en “sparanglish”. En su conversación se mezcla el “lunch-time” con el “mozo”, el diseño “nice” con el “hay que joderse”, o el “anyway” con el muy jacetano “jodo”. Uno no ha anulado al otro, simplemente se han sumado para enriquecer su vocabulario.

           La historia de su vida está marcada por el viaje que decide realizar en 1968 a Canadá para trabajar en una película de dibujos animados. Su amigo Juan Tudela había recibido una carta en la que pedían dibujantes españoles, cotizadísimos entonces entre todas las agencias publicitarias. Eran unos privilegiados en aquella España triste y casposa que empezaba a desperezarse con el desarrollismo industrial y el turismo emergente. Paco no desperdició la oportunidad y con el aval de su experiencia en tres agencias de publicidad de Zaragoza decidió cruzar el Atlántico y establecerse en un desconocido país que no era habitual receptor de la emigración española. “Aunque yo siempre he dicho que emigré para viajar, era lo único que quería hacer, no tenia intención de quedarme tantos años, pero, ya ves, la vida siempre está dispuesta a sorprendente” señala.

Antes de iniciar la inconsciente diáspora, su vida entre Jaca y Zaragoza es un guión escrito con casualidades, abierto a la improvisación y modelado a impulsos de una personalidad que tenía mal encaje en la provinciana España franquista. Crear sin resultar sospechoso, admirar el arte sin prejuicios raciales y aspirar a un horizonte más abierto formaban parte de una declaración de principios poco considerada con el poder establecido. “Muchos nos sentíamos asfixiados en la España de entonces, aunque ahora compruebo que la dictadura de Franco era como la de Bush”. Aquí emerge el Belsué mas combativo, el mismo que critica sin miramientos la política belicista de la administración norteamericana, el poder de las multinacionales –“me jode haber trabajado para grandes compañías”, asegura-  o la gestión hidráulica del anterior gobierno español. La suya es una actitud permanente de hostilidad ante cualquier poder.

Desde niño se vincula a las actividades religiosas de casi todas las iglesias de Jaca. “No soy una persona religiosa –asegura-, he sido monaguillo de todas las iglesias del pueblo. Siempre digo que soy creyente por si acaso. Yo estaba de monaguillo y me perdía fascinado por lo que veía. Me quedaba embobado viendo los retablos, era lo que verdaderamente me interesaba”. Con doce años ayudaba a misa en las Benitas y recibía en compensación un pedazo de chocolate que las monjas de clausura le dejaban en el torno. “Allí tenían una habitación que ya no está en la que se guardaba en sepulcro de Doña Sancha. Yo tenía llave y la enseñaba a los turistas porque la conocía perfectamente” recuerda.

Infancia entre retablos y olor a incienso que marcó definitivamente su vocación creativa y su pasión por el arte sacro. Sus primeras creaciones nacieron de los duros de oro y plata que le traía el padre capuchino Esteban para que los transformara en alambre para rosarios. “Hice montones de pulseras”. Eran los años de la escasez y el racionamiento en una Jaca acongojada por la cercana guerra civil. El ritmo diario lo marcaba la iglesia, el ejército y una burguesía local que se había preocupado en acrecentar las diferencias entre clases. Con la mirada del niño y la memoria del adulto, los recuerdos infantiles se empapan de ese sabor agridulce que siempre queda en el poso de las cosas. “Un mes de febrero los escolapios nos hicieron subir a los “externos” del colegio, así nos llamaban a los que no podíamos pagar la matrícula,  todos los ladrillos que hacían falta para construir la segunda planta del edificio de la calle mayor. Los que pagaban no lo hicieron, por supuesto. Es algo que todavía recuerdo”.

Otro escolapio, el padre Benito, le encargó que calculara cuántas baldosas había que comprar para alicatar el popular zócalo del patio interior del colegio. “Dibujé todos los cuadritos, uno por uno, y al final me equivoqué en muy pocos. Confiaban en mí para estas cosas y ellos también se quitaban responsabilidades”.

 Poco después empezó a trabajar en la Joyería Muñoz como aprendiz y más tarde en la librería El Siglo. Un día llegó Víctor Sarriá, un viajante que comercializaba las postales Victoria, y le ofreció un trabajo en Zaragoza y 300 pesetas de sueldo. Así comenzaba la etapa zaragozana y su dedicación definitiva al diseño. Enseñó dibujo en las Escuela Pías y estudió en la Escuela de Artes y Oficios con los profesores Félix Burriel y Luis Berdejo, aunque siempre se ha definido como “un autodidacta en todo. Fui profesor sin acabar el bachillerato, mi único título es el de Maestro Artesano, aunque lo considero una anécdota”, apunta.

Su calidad le permitió entrar como diseñador en los afamados Talleres Quintana, especializados en orfebrería religiosa. Era la culminación de un sueño tan anhelado que había prometido diseñar un manto para Santa Orosia si conseguía el trabajo. Lo hizo en 1958 y hoy se sigue exponiendo cada 25 de junio. Paco seguía los pasos de su hermano Santiago, que ya se había convertido en un reputado encuadernador y restaurador de libros. Entre 1956 y 1957 trabaja intensamente en las reformas del camarín de la Virgen del Pilar y en el diseño de la corona que se coloca en la ofrenda de flores. Suyas son también las vidrieras, sagrarios y comulgatorios de la iglesia de Caldearenas. La impronta religiosa está presente en esos primeros trabajos de forma palmaria y comprueba hasta qué punto ha sido rentable su infancia entre curas y retablos, “conocía la iconografía religiosa a la perfección y pude trabajar desde muy joven adaptando sus interpretaciones a mi gusto”.

El cierre de Talleres Quintana le obliga a especializarse en publicidad y artes gráficas. Combina el trabajo en varias agencias con la formación junto a Natalio Bayo, Juan Tudela y José Luis López Velilla en el estudio de pintura de Alejandro Cañada. La orfebrería y la cristalería han dado paso a los anuncios de Pikolín, Konga o la Pitusa. En Zaragoza una generación pionera de excelentes dibujantes se forma de manera autodidacta en las artes del diseño publicitario. Francisco Belsué es uno de sus principales ejemplos.

UN SÍMBOLO DE CANADÁ

Los Blue Jays son el primer equipo de béisbol de Canadá y el principal emblema deportivo de Toronto, sólo superado por el equipo de hockey sobre hielo de los Toronto Maple Leafs, uno de los seis históricos fundadores de la NHL, la primera liga del mundo. El club se fundó a mediados de los setenta con un despliegue mediático inusitado y el respaldo de algunas de las primeras compañías del país. El diseño del logotipo había sido adjudicado a la agencia Savage Sloan Ltd. en la que acababa de desembarcar Paco Belsué. No le gustaba el deporte pero recibió el encargo de diseñar la imagen del equipo.

El blue jays es un pájaro azul, blanco y gris que abunda en toda la zona noreste de Norteamérica. Con esa imagen hizo unos cuantos bocetos hasta dar con el definitivo. Sin pretenderlo, acababa de diseñar uno de los iconos más populares de Canadá, el símbolo más conocido después de la hoja de arce. Sólo la primera semana generó diez millones de dólares de beneficio, aunque Paco sólo cobró su cheque semanal en la empresa. Fue el artista anónimo para el logotipo más reconocido. En el libro “This side of Spain”, que reflejaba la actividad de la colonia española en el país en los años 80, se referían a Belsué asegurando que “su contribución a Ontario y Canadá ocupará un lugar en la historia del país”.

            Aquél logotipo fue modificado tiempo después por los dueños del club, pero los auténticos aficionados siguen llevando en cada partido el de Paco, el primero de todos. Incluso en la página web del equipo se sigue utilizando y comercializando. No ha sido el único. Empresas como American Express, Banco de Italia, Viscount, Benson & Hedges o Kellogg’s han pasado por las manos del jaqués.

3 comentarios

Francisco J. Belsué Galán -

Paco era mi tío, hermano de mi padre Luis Belsué Galindo. En Canadá vivimos juntos por varios años y luego él quiso hacer vida por su cuenta. Él nos trajo a vivir a Canadá. Fué gran inspiración artistica para mí y me ayudó en cierto modo a salir adelante en el ámbito de las artes gráficas.
No siempre acertó en sus decisiones pero siempre tenía las mejores intenciones en mente. Me introdujo a Hispanoamérica y el arte y cultura mesoamericanos.
Su hermano Luis, mi padre, murió en abril y seis meses despues le tocó a él. Espero que los dos descansesn en paz.

Victor Belsué -

Ambos genios descansan en paz. Después de tantos años, vuelven a estar juntos, desde dónde espero velen por nosotros y nuestra familia.
Un beso y un abrazo primo, un beso y un abrazo para toda la familia.

Santiago Gaya BELSUÉ -

Soy nieto de su hermano Santiago Belsué que fue gran encuadernador autodidacta, que murio en el 84 y Paco, mi tio-abueloo murio recientemente.Ambos hermanos tenian un pensamiento libertario.Que los dos descansen en paz