Anchel Conte
Hace unos diez años andábamos preparando un especial de la revista El Mundo de los Pirineos dedicado a analizar con perspectiva el siglo XX que estaba a punto de finalizar. Pretendíamos reflexionar sobre los profundos cambios experimentados por la sociedad tradicional pirenaica en ese periodo y calibrar el alcance de la gran revolución que derivó en la crisis y el desmantelamiento del mundo rural. No había duda de que el Pirineo se había transformado en cien años más que en los diecinueve siglos anteriores. Esta visión multidisciplinar se proyectaba con trazos gruesos pero también con las pequeñas pinceladas de la microhistoria local. Durante el siglo XX, en un mundo marginal como el pirenaico, no hubo grandes acontecimientos que cambiaron la historia universal pero sí que existieron personajes que en sus reducidos ámbitos fueron capaces de alterar el curso del destino. Y eso en el Pirineo era tanto como acabar con la pesada inercia de siglos que se parecía a una maldición bíblica. Por eso quisimos crear una galería de hombres y mujeres que merecieran un reconocimiento por la audacia de sus iniciativas para lograr el progreso de los montañeses.
Como para tantas otras cosas, llamé a Severino Pallaruelo para que me indicara qué nombres consideraba imprescindibles en esa lista. “Anchel Conte tiene que ser uno de ellos” me dijo. He de confesar que entonces yo no sabía quién era Anchel y mi ignorancia dio paso a la suspicacia. Si no lo conocía no debía de ser muy importante, pensé. Severino me habló de un joven profesor que a finales de los años 60 del pasado siglo llegó a Ainsa procedente de Barcelona para impartir clases en el Colegio Libre Adoptado Sobrarbe. Me habló de sus innovadores métodos pedagógicos inspirados en la vieja Institución Libre de Enseñanza: respeto al alumno, desprecio a los dogmas, convivencia con la naturaleza…
Severino me contó que Anchel llegaba a un mundo que se moría desangrado por la despoblación. Apareció justo en el momento en el que una época estaba a punto de clausurarse con la terrible angustia de desconocer qué es lo que iba a ocurrir después. Severino me explicaba lo difícil que era permanecer en la tierra que te había visto nacer cuando la autoestima se tendía en el suelo y el orgullo por lo propio había mudado. “Nos habíamos criado en un mundo viejo” me dijo… y entonces llegó Anchel.
Estos días he leído “Una isla de libertad”, el libro editado por el Centro de Estudios del Sobrarbe para homenajear a Anchel Conte. Es un libro emotivo y emocionante, intenso y sincero como pocos, cargado de verdades y de una profunda admiración y respeto. Varios de sus antiguos alumnos y de sus compañeros de claustro han escrito unas líneas para refrescar sus recuerdos y hacer justicia con el espíritu del viejo profesor. Son textos que nacen del agradecimiento eterno y de la nostalgia, avivados por la llama de unas vivencias que se intensifican conforme pasa el tiempo y se agranda la figura de Anchel.
Los que fueron sus alumnos escriben con la lucidez de la persona afortunada, la que es consciente de que sólo una vez en la vida alguien se puede cruzar en tu camino para hacerlo más llevadero. Y ellos tuvieron la fortuna de encontrarse con un brillante profesor que les sacó de las catacumbas para descubrirles que, lejos de las montañas, había otros mundos maravillosos en los que no había dictadores y la libertad no se exigía, pertenecía.
Anchel les hablaba de Cimabue y Botticelli, recitaba a Lorca y a Machado, cantaba a Brassens, les hacía escuchar a Verdi y a Mozart; y en el colmo de la audacia les enseñaba en pleno franquismo que existían los derechos humanos y que la dictadura era el más infame de todos los regímenes. “Cómo sonaba todo aquello cuando se había dejado dos horas antes la aldea del cerro, sin carretera ni agua”, escribe Severino en el libro.
Anchel era un tipo culto que había vivido en Italia y que estaba al tanto de todas las vanguardias culturales del momento. Podía haber liderado cualquier revolución en un instituto de Madrid o de Barcelona pero fue a parar al culo del mundo. Y actuó con el mismo compromiso social y con el mismo entusiasmo, para dicha de los adolescentes sobrarbenses de aquel tiempo. “Nos habíamos criado en un mundo viejo y nos hiciste recorrer siglos en poco tiempo” afirma Severino. El profesor aportó algo más que conocimiento; recuperó la autoestima de aquellos montañeses que vivían convencidos de que su milenaria cultura era material de desguace, sólo útil en los museos de arqueología de la memoria. Anchel ponía tanto empeño en hablar del Renacimiento y de Florencia como en conocer las ermitas de la zona, los topónimos de los campos, las tradiciones de los pueblos y la lengua que ya sólo hablaban los mayores. Promovió campos de trabajo con sus alumnos para descifrar la extraordinaria geología de la zona y la riqueza del despreciado patrimonio artístico, que se arruinaba como la misma sociedad rural. “Picasso y segallo, García Lorca y chinibro, Rosalía de Castro y jadico”.
Anchel se dedicó durante los cinco años que permaneció en Ainsa a recorrer todos los pueblos de la comarca y grabar en un cassete el aragonés que hablaban los ancianos y las danzas que ya no se bailaban desde hacía décadas. Probablemente sin ser consciente se convirtió en el eslabón perdido, en el enlace entre un pasado agónico y un futuro que empujaba sin referentes culturales. Así nació el grupo Viello Aragón, formación indispensable del folclore aragonés, formado por los alumnos de Anchel. Los abuelos lloraban al verles bailar las danzas que ellos habían rescatado de alguna sima de sus recuerdos gracias a la insistencia del profesor. Muchos de los grupos folclóricos del momento nutren sus actuaciones del trabajo de investigación realizado por Anchel en los años 70. Algunos han obviado ese detalle.
El libro está trufado de anécdotas deliciosas. La entonces alumna Mariví Broto y hoy Consejera de Educación del Gobierno de Aragón rememora la primera pregunta que le hizo Anchel en clase: “¿Conoce usted el problema de Irlanda? Ante la ignorancia de Marví el profesor le espetó retador: “Esas son las mujeres que quiere Franco”. Y hay que recordar que Franco seguía campando a sus anchas. Cuando Mariví se fue a estudiar al instituto de Huesca los profesores la enfilaron porque procedía de Ainsa. “Las alumnitas de Ángel Conte habéis aprendido más de marxismo, de decir tacos y de hacer la revolución que de cómo poneros guapas”, le dijo un profesor. Aquello probablemente fue un estigma ante el profesorado pero le generó la admiración del resto de compañeras, ávidas de descubrir los secretos prohibidos que sólo conocían los que procedían de aquella isla de libertad perdida en el Pirineo.
Anchel les llevó a Italia a conocer a los maestros del Renacimiento, les enseñó por primera vez el mar y logró que el grupo de danzas saliera varias veces en televisión, ellos que no tenían televisión en sus casas. Bailaron en Madrid ante los príncipes de Asturias el Ball de Benás, y cuando comenzó a sonar la melodía del Himno de Riego se hizo un silencio absoluto en la sala, roto en segundos eternos por un atronador aplauso del público. Hay un recuerdo estremecedor de Severino Pallaruelo: “A mí me sacó una pena honda que me enturbiaba el pecho. Yo sólo había oído en las aulas que los rojos eran criminales. Callaba y asumía un pesar hondo y difuso: yo era de aquellos, mi padre era de los vencidos y yo también. Y llegaste tú para decirnos que los rojos habían defendido la legalidad democrática y republicana frente a la barbarie fascista. Y a mí tus palabras me reconciliaron conmigo y me borraron, en un instante, tanto peso acumulado, me cambiaron la vida”. Esta actitud honesta y comprometida le acabó pasando factura y el régimen, preocupado por preservar la salud moral de sus ciudadanos, lo trasladó de destino sin explicación alguna en 1973. “Sólo yo sé el dolor inmenso que sentí al perder todo aquello que amaba”, escribe Anchel en el libro.
Anchel Conte fue el verdadero impulsor de la recuperación del aragonés en un momento en el que no existía ninguna sensibilidad hacia la lengua. Escribió y habló en aragonés y fue el autor de algunos de los libros más hermosos en fabla como el poemario “No deixez morir a mia voz” o la novela “Aguardando lo zierzo”. Con los años conocí a Anchel y he tenido la suerte de compartir con él conversaciones sobre este Pirineo que tanto nos duele. En 2003 participó en nuestro libro colectivo “Pirineo. Un país de Cuento”, con un bello relato escrito, cómo no, en fabla. Por eso y por otras muchas cosas seguramente inconfesables sorprende que cierto nacionalismo aragonés le haya arrinconado y no le perdone que ante todo sea un librepensador. El homenaje y el libro son un ejercicio de justicia y de redención, como escribe Severino, “el triunfo de lo que merece la pena, de lo sincero y profundo sobre lo aparente y falso”.
4 comentarios
Bernardino -
Samuel -
Desde Frederic Mistral con el Occitano, hace ya más de 100 años, este premio literario debería recaer en otra lengua minoritaria (no estatal).
Los suecos nos harían un favor.
Además subyace una llamamiento internacional a las obras en idiomas casi perdidos y/o extinción.
Habría que animar la inciativa, promoverla.
Anchel es el escriviente, escribano ideal...para este premio.
Hay que animar a Anchel, a que se atreva con la narrativa en aragonés, para dar culmén (tuca/cima) a su trayectoria literaria.
Julia -
NUEI -
K