¿Es Canadá un país corrupto?
¿Es Canadá un país corrupto? Probablemente lo sea menos de lo que sospechan sus ciudadanos pero algo más de lo que se cree en el exterior. La idílica imagen que tradicionalmente ha proyectado el país, epítome de buenas conductas democráticas y robusta conciencia cívica, se está tambaleando en los últimos meses al calor de una secuencia de escándalos de corrupción poco edificante y bastante chusca. Sus protagonistas son algunos de los políticos más relevantes del país y el efecto corrosivo ha alcanzado directa o indirectamente a sus instituciones más representativas.
Hace escasos días fue detenido en su domicilio particular el alcalde de Montreal –la segunda ciudad más importante de Canadá-, Michael Applebaum, acusado de vínculos con la poderosa mafia que controla el negocio de la construcción en Montreal, encabezada por la familia Rizzuto. Pero es que Applebaum había sustituido el pasado mes de noviembre al anterior alcalde, Gérald Tremblay, acusado también de recibir sobornos de grandes empresas de la construcción para su grupo político. El relato de los hechos resulta muy familiar para alguien que viene de España.
Desde hace algunos meses la conocida como Comisión Charbonneau está investigando con luz y taquígrafos las estrechas relaciones de la mafia y las empresas de la construcción de Quebec con los principales partidos políticos de la provincia. Sus explosivas sesiones e interrogatorios, que se realizan a puerta abierta, están sacando a la luz todo el complejo entramado de corrupción que anida en la “Belle Province” desde hace algunos años y que no es más que otro capítulo del viejo manual universal de prácticas sobre sobornos y financiación ilegal.
La exigua victoria del Partido Quebecois (PQ) en las elecciones legislativas de Quebec del pasado mes de septiembre, que dio pie a todo tipo de interpretaciones en clave nacionalista, se debió en buena medida al insoportable olor que procedía de las filas del Partido Liberal, en el poder en los últimos nueve años y zarandeado por escándalos de corrupción en la contratación de obras públicas. Las revelaciones de la Comisión Charbonneau se dirigieron posteriormente a la ciudad de Laval, uno de los principales suburbios de Montreal. Su exalcalde, Gilles Vaillancourt y otras 37 personas fueron detenidas en mayo acusadas de conspiración, fraude, tráfico de influencias y “gangsterismo”. Los canadienses han abierto la tapa y han descubierto el grado de podredumbre de las alcantarillas del poder.
La histórica rivalidad entre Ontario y Quebec ha encontrado un punto de consuelo en la reprobable conducta de sus políticos, por primera vez simétrica y sincrónica. Si el ayuntamiento de Montreal anda de bote en bote el de Toronto –la ciudad más importante de Canadá- está a punto de arder con la figura de su orondo alcalde, Rob Ford, inmolándose frente al City Hall del arquitecto finlandés Viljo Revell. Ford, que llegó inesperadamente a la alcaldía torontiana en 2010 como independiente, vive instalado en una controversia permanente; cuando no por sus conflictos de intereses por su azarosa vida privada. Recientemente se divulgó una fotografía en la que se le podía ver fumando crack junto a dos supuestos traficantes en Etobicoke, uno de los principales barrios de Toronto.
La imagen pertenecía supuestamente a un vídeo que los narcotraficantes ofrecieron a The Toronto Star (el periódico de mayor tirada de Canadá), y a la web norteamericana Gawker a cambio de 200.000 dólares. Los dos medios abrieron una suscripción popular para recaudar esa cantidad pero cuando lo lograron no pudieron volver a establecer relación con los dueños de la cinta, que habían desaparecido del mapa. El asunto ha dado pie a un incesante caudal de rumores, sospechas y cruces de informaciones que vinculan a Ford con supuestas adicciones y turbios tejemanejes. También ha generado un vigoroso debate sobre la ética periodística, un asunto que en este país suele irrumpir cada vez que se ponen en duda las garantías de cualquier ciudadano, aunque éste sea el alcalde de Toronto.
Mientras tanto, Ford ha negado insistentemente la mayor, ha rechazado las acusaciones y ha desmentido la naturaleza de esa instantánea en la que aparece un tipo que, en cualquier caso, se parece mucho a él. En su numantina defensa del sillón municipal ha arrastrado a seis de sus más estrechos colaboradores, que por razones nunca bien explicadas han abandonado sus cargos o han sido sustituidos en mitad de todo el escándalo. Rob Ford tiene las maneras de un chisgarabís y las artes de un político populista que alcanzó el poder porque decía lo que la gente quería oír. Es decir; nada nuevo bajo el sol. Pero desde que llegó al poder ha tenido que desmentir permanentemente sus problemas de adicciones, aunque en 1999 fuera detenido por conducir borracho y en posesión de marihuana y tiempo después por enfrentarse borracho a una pareja en un partido de hockey.
Pero si elevamos el vuelo sobre el gran mapa canadiense los escándalos se reproducen a escala nacional, aunque el caso más grave es el que se resuelve estos días en el Senado, una de las dos cámaras del país. Los senadores Pamela Willin y Patrick Brazeau tuvieron que renunciar a su honorable cargo tras ser acusados de recibir miles de dólares de forma irregular. El mecanismo utilizado fue también un prodigio de originalidad: cobraban las dietas de desplazamiento por asistir a las sesiones del Senado en Ottawa pese a tener residencia en la capital canadiense. El mismo escándalo afectó al senador conservador Mike Duffy, que renunció a su cargo en el Partido pero no a su asiento de Senador.
La avaricia de los políticos pareció quedar resuelta después de que un comité independiente dictaminara que tenían que reembolsar el dinero, cerca de 90.000 dólares canadienses en el caso de Duffy. Pero si las cosas pueden empeorar no hay duda de que lo harán y pocos días después se conoció que ese dinero no lo había pagado el senador de su bolsillo sino Nigel Wright, jefe del gabinete del Primer Ministro, Stephen Harper. Wright tuvo que dimitir acosado por las evidencias que demostraban además que estaba pactando un acuerdo en la trastienda para que la investigación abierta en el Senado no fuera agresiva con Duffy.
El informe sobre Índice de percepción de la corrupción de 2012, Canadá ocupa el noveno puesto en la lista de países menos corruptos del mundo y el primero si se limitan los datos a América. http://www.transparency.org/cpi2012/results Según Transparencia Internacional, el organismo que cada año evalúa los índices de corrupción de cerca de 200 países, los que consiguen las mejores calificaciones cuentan con “sólidos sistemas de acceso a la información y normas que regulan las conductas de quienes ocupan cargos públicos”. En esta lista Dinamarca ocupa el primer lugar con 90 puntos (100 es la pureza máxima), 6 más que Canadá. Para encontrar a España hay que descender hasta el puesto 30 con 65 puntos, al nivel de Estonia, Bostwana o Buthan.
Según el último Índice para una Vida Mejor, http://www.oecdbetterlifeindex.org/es/countries/canada-es/ que cada año elabora la OECD/OCDE (Organisation for Economic Co-operation and Development), Canadá es uno de los 4 mejores países del mundo para vivir, de acuerdo a una tabla en la que se valoran conceptos diversos como la vivienda, los ingresos, el empleo, el compromiso cívico, la salud o la seguridad.
Pero la estadística generalmente camina por un lado y las percepciones del ciudadano por otro. Los canadienses observan la corrupción desde el mismo ángulo que lo hacen los ciudadanos de las democracias consolidadas; saben que existe y que pertenece a la naturaleza de la política, por lo que no pierden demasiadas energías en sofocarse. Pero a diferencia de otros países, Canadá tiene unos órganos de control y fiscalización independientes y eficaces que suelen garantizar la independencia de los tres poderes y la persecución de la corrupción política.
4 comentarios
Juan -
Muchas gracias por visitar mi blog.
Juan -
Muchas gracias.
Rosmery -
Mario -