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Juan Gavasa

Kusturica, la gran fiesta balcánica

En su reciente autobiografía, “¿Dónde estoy en la historia?”, el cineasta y músico serbio Emir Kusturica revela que el día que los bosnios musulmanes derribaron la estatua del Premio Nobel de Literatura Ivo Andric (1961), comprendió que se le habían borrado las certezas para encontrar su lugar en el mundo, y entonces cayó presa del miedo. Tiempo antes Kusturica había sido objeto de una intensa campaña de desprestigio por exiliarse durante la guerra de Bosnia, y más tarde por apoyar la causa Serbia y a Slobodan Milôsevic en el conflicto de los Balcanes. Son historias que han alimentado la leyenda de este personaje poliédrico, exuberante, ingenioso e iconoclasta. Historias que, en realidad, han desenfocado la verdadera imagen de este declarado y ferviente antinacionalista.

Porque Kusturica, al igual que su admirado compatriota Ivo Andric, del que se confiesa discípulo, se ha consagrado a largo de su dilatada carrera artística a la construcción de puentes entre las diversas culturas y religiones que componían el mosaico balcánico. Como el que protagoniza la formidable novela de Andric “Un puente sobre el Drina”, valiosísima para entender la guerra de la antigua Yugoeslavia. La historia de la pasarela mandada levantar en 1577 por el imperio otomano en la ciudad bosnia de Visegrad, es una metáfora de la misma historia de los Balcanes y en cierta medida la síntesis de los irresolubles desajustes que derivaron en la tragedia de principios de los 90 del pasado siglo, cuando todos los puentes estallaron en mil pedazos.

Kusturica ha narrado a través de su brillante y original filmografía la historia de su país, los demonios que anidaban en el alma transida de sus gentes y  la compleja estructura social construida a base de teselas de etnia y religión. Lo ha hecho frecuentemente con un sarcasmo descarnado y una ironía a prueba de cualquier envestida de la ortodoxia. Inteligente manera de establecer filtros para adentrarse con inmunidad en ese turbado mapa emocional que fue la Yugoeslavia del periodo comprendido entre la muerte de Tito y el inicio de la guerra. Él, que era hijo de familia serbia y musulmana nacido en Bosnia, portaba en su genética la esencia del problema. Ese ha sido su combustible intelectual y la argamasa de su narrativa cinematográfica.

Sobradamente conocida es su extensa carrera como director, plagada de referencias y premios que muy pronto le instalaron en el pedestal de los autores de culto. Desde “¿Te acuerdas de Dolly Bell?” (1981) y “Papá está en viaje de negocios” (1985), con la que ganó su primera Palma de Oro de Cannes, hasta la poética “El tiempo de los gitanos” (1988) y la  controvertida “Underground” (1995), una épica inmersión en las simas del alma yugoeslava que le valió otra Palma en Cannes. Emir Kusturica ha pergeñado una narrativa visual trufada de imágenes de su infancia callejera en Sarajevo a base de personajes extravagantes y miserables que proyectaban en la misma medida lo más tierno e inconfesable de su sociedad.

Y es en esa esfera social de su cinematografía donde la música adquiere la categoría de almacén de la educación sentimental. Y como una sucesión lógica de acontecimientos irrumpe en 1986 en el universo de Kusturica la “No Smoking Orchestra”,  banda de “techno-rock-gitano” que dirigía Nelle Karajlic, un histrión que se proclamaba “anarco-punk” y que estaba cortado por el mismo patrón que el cineasta de Sarajevo. Kusturica, que en su juventud había tocado el bajo en grupos de punk, se une a la banda de Dr. Nelle pero la aventura apenas dura dos años. El cine exige demasiado tiempo y disciplina y en la mente del creador está fraguándose ya “El tiempo de los gitanos”.

La “No Smoking…” había surgido en 1980, el año de la muerte del mariscal Tito. Como en todas las sociedades en las que se entreabre la ventana después de años de clausura, Yugoeslavia era un volcán creativo en erupción. El aire nuevo oxigenaba las mentes reprimidas por la opresión y el país asistía a un fulgor que se antojaba liberador. La banda de Nelle Karajlic es un totum revolutum de sonidos zíngaros, rock, freejazz, punk, techno  y todo lo que se ponga por delante. Abreva en las fuentes de la tradición balcánica pero lo comprime todo en un envoltorio de sonoridades que definen la música del inicio de la década. Karajlic es la osadía, un alma libre que atiza a los políticos del régimen y pone el dedo en los conflictos religiosos que están en una inquietante duermevela.

Como aquel personaje del cuento de Danilo Kis -otra de las cumbres de la literatura serbia-, que se redime escribiendo poemas laudatorios del régimen comunista después de ser detenido por escribir todo lo contrario, el líder de la “No Smoking…” empieza a tener problemas con la autoridad y pone los pies en polvorosa. El proverbial carácter insurrecto de los serbios se vuelve en su contra. Es en ese momento cuando un Kusturica ya agasajado por los mayores premios de la industria europea se entromete en el proyecto de Karajlic por primera vez.

Tras un largo paréntesis en que el director y la banda siguen caminos por separado -con la guerra por medio, nuevos discos, la incorporación de primogénito de Kusturica, Stribor, a la batería; y después el sonado divorcio entre el cineasta y Goran Bregovic con acusaciones de plagio incluidas-, la “No Smoking Orchestra” amplía su nombre e incorpora en la guitarra el del director de Sarajevo ahora ya como figura central. Éste había llamado en 1998 a su viejo amigo Karajlic para que compusiera la banda sonora de su película “Gato negro, gato blanco”, de la que posteriormente surgiría el disco “Unza Unza Time”, el más importante en la carrera de la orquesta serbia. Inauguraba también un nuevo estilo que algunos se han atrevido a calificar como punk-funk-gitano, aunque convendría ahorrarse las juegos perifrásticos y hablar simplemente de la revitalización festiva de una herencia de siglos entre otomanos y austrohúngaros. Con ese álbum se presentaron por primera vez en Pirineos Sur en el año 2000.

Kusturica y la “No Smoking Orchestra” hacen también una versión para ópera de la banda sonora de “El tiempo de los gitanos”, que representarán tan solo en Paris a principios del verano de 2007 con la ampulosa denominación de “ópera punk”. Dos años después editan un “Best of…” para celebrar su primera década de convivencia, disco con el que llegan este viernes a Pirineos Sur y que compila los momentos más vibrantes de las bandas sonoras de Kusturica facturadas por la “No Smoking…”; es decir, “Gato Negro, Gato Blanco” (1998), “La vida es un milagro” (2004) o “Tiempo de gitanos” (1998). Y de la música de la banda ya se sabe; violines frenéticos, tubas omnipresentes, percusiones desaforadas y una atmósfera festiva gitana, tecno-étnica y rockera con unos músicos bien adiestrados en el arte de hacer bailar.

1 comentario

Pili A. -

Iremos a verlo
Hay que aprovechar que las niñas están de campamento...
Ya te contaré
Pd y el proximo viernes Bebe