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Juan Gavasa

Pirineo

Pirineo

Se acabó el periplo pirenaico. Acabé exhausto después de 1.900 kilómetros por carreteras secundarias y endiablados puertos de montaña. Ya está hecho, ahora toca escribir. El Pirineo me produce frecuentemente una terrible melancolía. Comparto las mismas sensaciones que en alguna ocasión ha descrito Severino Pallaruelo, cuando habla de la triste soledad de los pueblos pirenaicos, de la desazón que le producen las calles vacías en una tarde de lluvia, las puertas y ventanos cerrados, el silencio confundido erróneamente con la paz anhelada por los urbanos. Ese ingenuo romanticismo de los neorrurales siempre me ha llamado la atención por su pesada carga de utopía e ignorancia. Tanta como la que acumula esa otra extendida tendencia que reivindica con nostalgia el sistema de valores y los modelos tradicionales de vida de la montaña. Sin duda, no saben bien de qué hablan. Como decía Enrique Satué, seguramente tiene algún vínculo con la cuestión de la identidad y la necesidad del individuo de asirse a “esquemas ya dados, angustiado por la dificultad de buscar unos propios”.

No es que reivindique lo que ahora tenemos, sino que estoy convencido de que lo que hubo era mísero, en los arrabales de la indignidad humana. Aunque ahora nos fascinen los símbolos y tradiciones de una cultura milenaria que tenemos la obligación de conservar. La revolución experimentada por la sociedad pirenaica en este último medio siglo ha sido devastadora y en cierta medida necesaria, pero ha provocado un desmoronamiento demasiado precipitado de unos modos de vida ancestrales. Satué era el que afirmaba también que “no son buenos los cambios generacionales tan bruscos, especialmente si se pierde o no se cultiva la memoria”. La misma memoria que sacralizaba el escritor británico John Berger en “Puerca Tierra”, la crónica del desmantelamiento del mundo campesino. Una historia paralela a la pirenaica.

He visitado estos días muchos pueblos que sólo pueden transmitir desesperanza. El Pirineo está pletórico y hermoso pero vive sumido en una agónica paradoja. Esos pueblos que sufrieron el impetuoso azote del éxodo en los años sesenta del pasado siglo disfrutan hoy de las mismas comodidades que buscaron sus antiguos habitantes. Pero son pueblos virtuales que se agarran a la vida con la resignación de quien conoce sus limitaciones y asume su destino. La virtualidad reside en su condición de entes subsidiarios dependientes de la arbitrariedad de las modas y, por desgracia, de la economía. Son pueblos en tanto que son productos. Su músculo se dilata en función de la demanda de ocio que genera. Se encoge cuando son olvidados.

Algunos diréis que éste no es un análisis justo, que quizá peca de apocalíptico. Y probablemente tengáis razón. Pero lo que intento transmitir es la sensación de provisionalidad que proyectan muchos de esos pueblos. Como si vivieran en la milla verde, esperando un final que llegará seguro, aunque nadie sabe cuánto tardará en aparecer. Esos pueblos tienen maravillosas casas rehabilitadas, formidables urbanizaciones de piedra, madera y pizarra para respetar la ortodoxia, pero apenas respiran. Si Madoz regresara al Pirineo ya no podría hablar de almas como hizo en el siglo XIX, sino de casas; casi todas vacías.

En el otro extremo está el voraz urbanismo que ha destrozado los paisajes y ha engordado artificialmente cascos urbanos y antiguos campos de cultivo. Eduardo Martínez de Pisón dijo que “la pérdida de la dignidad de los paisajes es la pérdida de la dignidad de las personas”. Hablaba del Pirineo, claro está. Me ha salido este post demasiado pesimista, como podréis ver, así que lo acabaré hablando de las fantásticas galletas “Birba” de Camprodón (todo un hallazgo); de Prats de Molló (hermoso pueblo amurallado en el norte pirenaico); de Castellar de N’Hug (ejemplo de conservación); del vértigo del Tourmalet; de Anciles, Artiés y Arreau; de San Pere de Roda, de la butifarra de Ribes y del sofisticado atardecer en Cadaqués. La foto es de Cap de Creus el pasado viernes, el inicio y final de este, pese a todo, fascinante Pirineo.

6 comentarios

Inde -

O sea, que si encima me llego a pelear con la segurata de la puerta para que me dejara meter la bici plegada... el ridículo habría sido más espantoso todavía...

Hostia, Juan...

Juan -

Hola Mari, la presentación fue bien, pese a que era viernes por la tarde. Media entrada en el Ámbito Cultural de El Corte Inglés. No en la FNAC compañera!!! Bueno, que no pasa nada, que al menos me alegro muchísimo de que te hubieras acordado. Un abrazo grande.

Inde -

aj, me doy cuenta de que he dejado el comentario en el post equivocado. En éste lo que tenía que decirte, o volverte a decir más bien, es la envidia que me da ese periplo pirenaico, ese trabajo que vas a hacer... y lo bien que escribes, cabronazo.

Inde -

Llegué ayer hasta la puerta de la FNAC, cerca de las ocho, como una sopa y en la bici. Fui a aparcarla por allí y no llevaba las llaves del candado. Obviamente, no pude meterla dentro; en seco, quizá habría convencido a alguien, pero ¿chorreando?

Me lo perdí, vaya. Me jode por el acto en sí y porque no pude verte...

¿Qué tal fue?

Juan -

¿Lo de "bucólico pastoril lo dices por las galletas y las butifarras? je, je, je

Pa. -

Juan, leer un post como este me remueve hasta el último poro y supongo que hay mucha gente a la que le sucederá lo mismo. Tus reflexiones son profundas y realistas aunque al final le hagas un guiño a lo "bucólico y pastoril". Tú y otro que yo me sé tenéis argumento pirenaico para rato ;)