Canfranc, 81 años
Para la historia del ferrocarril del Canfranc han quedado grabados con letras mayúsculas los prohombres que alentaron y promovieron su construcción. Nobles, políticos, acaudalados empresarios y clérigos que pertenecían a la oligarquía dominante en una región de profundas desigualdades económicas. En la memorable jornada de la inauguración sus nombres se reproducían de manera laudatoria como paladines de una epopeya humana de dimensiones magistrales. Basilio Paraíso, Florencio Jardiel, Louis Barthou, Joaquín Gil Berges... todos ellos recibieron sonoros reconocimientos populares bañados en la prosa decimonónica de la época.
En aquellos días de julio de 1928 nadie recordó a los obreros muertos en su construcción, nadie midió la magnitud del Canfranc por el sacrificio humano ocasionado. Pero desde el inicio de la perforación del túnel de Somport en 1908 hasta la inauguración de la línea internacional veinte años después, decenas de obreros perdieron la vida sepultados bajo las rocas arrancadas a golpe de dinamita de la montaña pirenaica, o arrollados por las máquinas que operaban en la vía. Muchos de ellos fueron anónimos mártires de un progreso que, como lamentaba el periodista jaqués Carlos Quintilla en 1912, “no sabe abrirse paso si no a fuerza de destrozar hombres y de quebrar ilusiones”.
Cuando comenzó a horadarse el túnel del Somport, el ferrocarril de Canfranc ya era la empresa de mayor envergadura de Aragón junto a la sociedad Minas y Ferrocarriles de Utrillas. Las obras de perforación y de explanación del valle de Arañones exigían cuantiosa mano de obra que fue demandada a todo el país. Ya en 1888, en las vísperas del inicio del tramo entre Huesca y Jaca, La Crónica de Huesca informaba de la presencia en la ciudad de “numerosos pobres que imploran la caridad pública. La casi totalidad de ellos, jornaleros que acuden ante la idea de hallar trabajo en las obras del Canfranc”. El tren sirvió en aquellos primeros empentones ferroviarios para “aliviar el hambre de muchos infelices”, en expresión de la época.
A Canfranc llegaron en 1908 centenares de trabajadores procedentes de todo el país. La creciente actividad e influencia del movimiento anarquista (un año antes, en Barcelona, se había constituido Solidaridad Obrera) llegó hasta el corazón del Pirineo en el zaguán de aquella masa proletaria que muy pronto se dejó oír. Alfonso XIII, asiduo visitante de las obras, había sufrido un grave atentado el día de su boda en 1906, cuando el anarquista Mateo Morral lanzó dos bombas al paso de la comitiva y luego se suicidó.
En julio de 1909, coincidiendo con el estallido en Barcelona del movimiento revolucionario conocido como la Semana Trágica, más de 100 obreros del túnel del Somport se declararon en huelga en protesta por el cambio del horario de descanso, que les dejaba expuestos más tiempo de lo aconsejable a los gases emanados de los explosivos utilizados para abrir la roca. La movilización se transformó en fuertes disturbios que obligaron a intervenir a cerca de cincuenta miembros de la Guardia Civil y del cuerpo de Carabineros procedentes de los puestos de Canfranc y Jaca. Las negociaciones no surtieron efecto y se reforzó la presencia de la fuerza pública tras perpetrarse cuantiosos destrozos en el material de las obras. Al día siguiente se logró persuadir a los huelguistas y se reanudaron los trabajos, aunque la mecha ya no se apagaría.
El reclamo de las obras del ferrocarril provocó un flujo constante de obreros que, en muchos casos, se veían obligados a regresar a sus lugares de origen tras comprobar que las peonadas estaban cubiertas. En abril de 1910 El Pirineo Aragonés de Jaca informaba de que muchos de esos trabajadores tenían que “pedir socorro para regresar a sus casas”. Dos meses antes había muerto el primer obrero tras chocar dos vagonetas. En julio fallecía un peón dentro del túnel al ser aplastado por una piedra desprendida de la bóveda. No se conoció su nombre ni el del tercer obrero que pereció una semana más tarde arrollado por otra vagoneta. Varios compañeros resultaron con heridas de gravedad.
A mediados de julio de 1910 se declaró la segunda huelga en Canfranc, que fue secundada por 300 obreros. Estos exigían un aumento salarial de una peseta en compensación por el riesgo que corrían sus vidas ante la aparición de numerosos manantiales que dificultaban la ejecución de la obra. El tiempo demostró que aquella denuncia tenía sentido. Los yacimientos obligaron a paralizar en numerosas ocasiones la perforación del túnel y causaron graves accidentes que exigieron modificaciones en el proyecto.
En todo caso, el brote huelguista era fiel reflejo de lo que estaba ocurriendo en el resto del país. Las campañas anarquistas habían tenido gran repercusión en las principales ciudades industrializadas (Barcelona y Bilbao), y el intento de asesinato del político conservador Antonio Maura había estrechado el cerco sobre los líderes anarcosindicalistas. En un Pirineo envuelto todavía en las brumas de la Edad Media, Canfranc era un remedo de la revolución industrial. El impacto social de aquella masa proletaria en mitad de las montañas merece un exhaustivo estudio.
En octubre otro obrero, esta vez en el tramo de la vía que se construía a la altura de Castiello, perdía la vida como consecuencia de un brutal desprendimiento. Eran muertes sin nombres ni apellidos, anónimos obreros que habían buscado en el Pirineo una oportunidad laboral que escaseaba en el resto del país. Mientras tanto, la perforación del túnel avanzaba con serios problemas. En marzo de 1911 los jornaleros tuvieron que abandonar el tajo durante varios días por los escapes de agua registrados en el interior del túnel.
El clima de descontento crecía cada día con nuevos accidentes y una sensación general de inseguridad laboral que los responsables de la empresa constructora, los prestigiosos ingenieros italianos Caldera y Bastianelli, difícilmente podían mitigar. La Nochebuena de 1911 se produjo un enfrentamiento en el lado francés entre varios trabajadores españoles (la gran mayoría de los obreros que construyeron el tramo francés del Canfranc también eran españoles), que se saldó con un muerto y varios heridos.
La tragedia sobrevolaba el puerto de Somport constantemente. Aun así, a principios de 1912 seguían llegando trabajadores a Arañones. Una partida de 108 obreros procedente de Cartagena pasaba por Jaca camino de la frontera. Era la primera que llegaba al Pirineo tras el anuncio publicado en los principales medios de comunicación nacionales de la necesidad de dos mil obreros para intensificar los trabajos con la llegada de la primavera. Paradójicamente, en esos días una gran filtración de agua inundó más de un kilómetro de la galería del túnel. Durante una semana las obras se paralizaron hasta que pudo ser contenido el manantial que escupía 70 litros por segundo.
En abril fallecían dos obreros en el túnel número 5, cerca de Aratorés, al explosionar de manera fortuita dos barrenos cuando se encontraban trabajando en el interior. Antonio Callizo y Salvador Granada, los dos de Villanúa, quedaban destrozados por la dinamita y varios compañeros sufrían graves heridas. Al mes siguiente más de 200 obreros tenían que abandonar el túnel durante varios días al anegarse nuevamente el interior. Las dificultades crecían y también el miedo entre los trabajadores.
El cantero jaqués Mariano Vizcarra perdía la vida en septiembre al ser aplastado por una roca cuando operaba en la vía con una vagoneta. Pero el suceso más dramático se produjo pocos días después cuando Ildefonso Sansegundo y su hijo Gaspar, ambos de Ávila, morían al ser arrollados por un vagón descarrilado del convoy de materiales. En un clima de incontenible indignación visitó ese mes las obras el rey Alfonso XIII y entregó 500 pesetas a un grupo de obreros. Poco valor para tanta pérdida. El túnel estaba apunto de ser perforado en su totalidad pero la falta de agua en el lado francés dejó a más de quinientos obreros españoles sin tajo en el lado norte y deambulando por las calles de Jaca.
A finales de 1912, año convulso para la monarquía alfonsina con el asesinato de Canalejas, el presidente del Gobierno, se unían las dos partes del túnel y se celebraba una fiesta en la que el ingeniero italiano Gino Valatelli proponía grabar en lápidas los nombres de los obreros muertos en la obra y colocarlas a la entrada del túnel. A esas alturas se contabilizaban doce pérdidas humanas, pero habría más.
En los primeros días del nuevo año una brigada nocturna que operaba en vagoneta volcó, muriendo Higinio Rodríguez y Raimundo González. Los que iban a relevarles en el turno se encontraron con el macabro espectáculo y a los pocos minutos un nutrido grupo de obreros se declaró en huelga. Hizo falta la presencia de 20 soldados destacados en el fuerte de Coll de Ladrones y varias parejas de la Guardia Civil para reprimir las manifestaciones de protesta.
En junio fallecía aplastado por un desprendimiento en el interior del túnel el trabajador abulense Ignacio López Martín, y un jornalero era sometido a una operación para amputarle uno de sus brazos tras sufrir la explosión de un barreno. Canfranc seguía siendo un lugar peligroso pero también la única esperanza de trabajo para cientos de trabajadores que seguían llegando del sur de Huesca huyendo de la sequía que arrasaba las tierras de cultivo.
En mayo de 1914 se producía el suceso más grave desde el inicio de las obras. Una tremenda explosión registrada en la fragua instalada a la salida del túnel acabó con la vida de tres obreros. Abel Soria tenía 27 años y era de Mianos. Joaquín Cavero y Lorenzo Beltrán eran naturales de Canfranc; el segundo de ellos sólo tenía 14 años. Las crónicas dicen que la explosión “descuartizó los cuerpos de los tres infelices, lanzándolos a más de 100 metros de distancia”.
Avanzaba el año y las obras del túnel estaban cerca de su fin. Pero estalló la Primera Guerra Mundial y Francia paralizó los trabajos, acuciada por las exigencias bélicas. “Una verdadera irrupción de españoles ha llegado a Jaca por el puerto de Canfranc. Son los obreros del ferrocarril (...) cuyos trabajos han quedado totalmente paralizados con motivo de la angustiosa situación que Europa padece”. El Pirineo Aragonés hablaba en su crónica de 1500 obreros.
El invierno de 1915 fue uno de los más gélidos del primer tercio del siglo xx. Las grandes nevadas obligaron a la 6ª División Hidrológico Forestal a replantear todos los sistemas de contención de aludes, una vez demostrada la fragilidad de los proyectados hasta entonces. Un gran alud había arrasado el albergue de presidiarios situado en la boca del túnel, aunque no hubo muertos. La nieve causó estragos en aquel invierno de 1916. El último de la larga lista de ”mártires del progreso” falleció en 1925 al quedar sepultado bajo una montaña de arena. De nuevo otro obrero anónimo, triste metáfora para quienes dieron su vida por la gloria ajena.
5 comentarios
Juan -
Pedro -
¿Sabes si existe documentación sobre las personas que trabajaron en el Somport?
Juan -
Ramon -
Mi familia y yo siempre hemos estado unidos a Canfranc, donde pasabamos largas temporadas.Mi web esla muestrade una pequeña colección personal de fotografías, postales y documentos que he ido adquiriendo con el paso delos años y con el afán de compartirla con quien pueda interesar, hecha desde el cariño al lugar y la admiración al ingente trabajo que supuso la apertura de la línea de ferrocarril. La web está hecha para intentar mostrar a quien interese esta parte de la historia aragonesa, donde se aunó el esfuerzo y sufrimiento de muchos y la esperanza de todo un pueblo.
Espero que la disfrute.
Josemi -
Te puedo asegurar que cada vez que subo en bicicleta a Somport no dejo de imaginar y rememorar escenas de algunos de los pasajes de "Canfranc, el mito".