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Juan Gavasa

Labordeta

Labordeta

Hace tiempo que tenía ganas de escribir de Labordeta. El homenaje que se le brindó el miércoles en el Principal de Zaragoza es la excusa perfecta. Sin duda. Sería conveniente que dijera de entrada que no me gusta el Labordeta cantante; no tengo ninguno de sus discos y en cierta medida mi conciencia de buen aragonés está tranquila porque comparto el mismo sentimiento que suele airear el propio José Antonio. “Yo no iría nunca a uno de mis conciertos”, dice con esa discreta sonrisa que todavía sostiene el fulgor infantil que nunca acabó de perder. Aunque como escribía en “Tierra sin mar”, “nunca vuelven los infinitos días de la infancia”. Otra cosa son sus letras; a alguien he leído esta semana sostener que “Somos” debería de haber sido el Himno de Aragón. Si los himnos fueran necesarios yo también opinaría lo mismo.

Ocurre que Labordeta casi siempre cantó a la tierra prometida, a los países oprimidos, a los pueblos perdedores y perdidos, a la eterna desilusión… “Somos como esos viejos árboles, batidos por el viento que azota desde el mar”.  A veces se llamaba Aragón pero en la mayoría de los casos podía ser cualquier lugar del mundo. Por eso Labordeta trasciende de lo aragonés y se erige en icono apátrida que pertenece a cualquiera que se identifique con sus anhelos. Él contaba hace poco que en su despacho de profesor de Teruel, en los últimos años del franquismo, no había colgada ninguna bandera. Sus ideales eran los únicos que vestían el habitáculo y estos, si son nobles, tampoco necesitan banderas. “Si acaso Eloy Fernández Clemente” espetaba. El Labordeta libre y librepensador, contradictorio y cenizo, encaja mal en la ortodoxia. Y peor aún en la disciplina política. Muchos le han tachado en estos años de chaquetero, impredecible, confuso, y voluble. No ha habido otro personaje aragonés al que se le haya fiscalizado tanto el pensamiento como a Labordeta. Con el tiempo he llegado a la conclusión que los que nos movíamos y cambiábamos éramos los demás: Labordeta no se apartó ni un milímetro de su lugar natural; siempre estuvo en el mismo espacio de libertad y compromiso, refractario de normas, etiquetas y convenciones. Puede que fuera contradictorio, pero también coherente. Eso es lo que todos envidiamos de él, que siempre ha hecho y ha dicho lo que le ha dado la gana. José Antonio cantante y escritor, poeta y político, profesor y pensador, activista de conciencias y movilizador de frustraciones… el hombre que puso letra a los sueños de libertad y sentó a Aragón en el diván.

“Desde tiempos a esta parte vamos camino de nada” cantaba en los años 70. En el año 2002, en plena mayoría absoluta de Aznar, en aquel tiempo de plomo y violencia verbal, en vísperas de la guerra de Irak, estuvimos con José Antonio en Madrid presentando “Orosia. Mujeres de sol a sol”. Había venido a acompañar a su hija Ángela, que participaba en el libro. Nos juntamos en la cafetería-librería de Soledad Puértolas, “El bandido doblemente armado”, con Rosa Regás y Sagrario Ramírez. Fue una mañana memorable de anécdotas y vivencias, como son todos los momentos que se pasan junto a ese inagotable contador de historias que es Labordeta. En aquellos días de diciembre de 2002 remaba solitario contra el vendaval misántropo que representaba el PP. Creo que todavía no los había mandado a la mierda pero estaba a punto de realizar una de las intervenciones más hermosas que se recuerda en el Congreso de los Diputados. La volvieron a leer Ana Belén y Victor Manuel el pasado miércoles en el Principal para constatar la contundente belleza de unas palabras que nunca entendieron aquellos políticos tecnócratas y belicistas que sólo supieron aplaudir el discurso del odio de su jefe. Labordeta habló de paz y de humanidad, de injusticias y de vergüenzas. Y recurrió a su hermano Miguel para rescatar un poema que todavía golpea en algunas conciencias.

  

Mataos,

Pero dejad tranquilo a ese niño que duerme en una cuna.

Invadid con vuestro traqueteo los talleres, los navíos, las universidades,

las oficinas espectrales donde tanta gente languidece.

Triturad toda rosa, hollad al noble pensativo.

Preparad las bombas de fósforo y las nupcias del agua con la muerte…

Inundad los periódicos, las radios, los cines, las tribunas,

pero dejad tranquilo al obrero que fumando un pitillo

ríe con los amigos en aquel bar de la esquina.

Asesinaos si así lo deseáis,

Exterminaos vosotros: los teorizantes de ambas cercas

Que jamás asiréis un fusil de bravura.

Asesinaos pero vosotros los inquisitoriales azuzadores de la matanza

 

Mariancho escribía ayer que éste es su Labordeta más admirado. También el mío. Aunque son impagables sus historias, su humor somarda tan aragonés, la sequedad de sus palabras cuando sabe que no es necesario decir más. Es ese José Antonio que está de vuelta de todo, que mira con ironía los vaivenes nacionalistas de su partido y se arma de recuerdos y anécdotas para retratar a los aragoneses. Su favorita, la que ha contado cientos de veces, es aquella de Luis Buñuel, que al regresar a Zaragoza tras ganar en Cannes la Palma de Oro con “Viridiana”, se encontró a un conocido en el Paseo Independencia que le paró y le soltó: “don Luis, muy flojica la última película”.

 

La foto es de José Antonio Melendo

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