Fran
Cuando nos llamaron estábamos en la plaza mayor de Oiartzun, absortos intentando descifrar los rostros de aquellos hijos del pueblo que colgaban de la fachada del ayuntamiento. Héroes para sus vecinos, asesinos fuera de la siniestra lógica terrorista. ¡vaya paradoja! Ante nosotros los ojos de quienes desprecian la vida; y por teléfono nos anunciaron que la vida había despreciado a Fran. ¡qué putada nos has hecho! No quiero hablar bien de tí, sería demasiado fácil en estos momentos. No quiero caer en la cómoda tentación del recuerdo redentor, no quiero la lágrima, no quiero pensar que todo ha sido tan estúpido y desconcertante como realmente ha sido.
Bromeábamos muchas veces con el fatal destino que nos esperaba a muchos si seguíamos retando a nuestros cuerpos de esa forma tan desconsiderada. Éramos inconscientes porque no aceptábamos el final de nuestros días gloriosos -si es que existieron-, pero en esa ínfima probabilidad no estabas tú. Tú eras diferente; eras el más joven, un pedazo de tío que nos acomplejaba cada viernes en el vestuario. En ese vestuario que se convirtió este viernes en un impensable cadalso de amargo estupor.
Nunca supe qué había que decir en un entierro. No supe o no quise aprenderlo porque frecuentemente me parecía algo impostado. La retórica de las despedidas suele ser un catálogo de mentiras y convenciones. Pero hoy no puedo despedirme de ti porque te voy a seguir viendo cada viernes en el vestuario. No logro quitar tu rostro de mi mente. No entiendo la vida, no entiendo qué paso el viernes. Pero ayer lo tuve que aceptar ante tu tumba oculta por las flores.
2 comentarios
Juan -
Carlos -
Gracias por esas palabras