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Juan Gavasa

El mito

El mito

Al final nos hemos decidido a reeditar "Canfranc. El Mito", el libro que publicamos en 2005 sobre la historia de la línea ferroviaria y la estación internacional. Se agotó en apenas cuatro meses y desde entonces han sido constantes las peticiones de adquisición procedentes de todo el país e incluso de Sudamérica, donde es sorprendente el conocimiento que se tiene del Canfranc. El libro lo presentaremos el próximo 18 de julio en el Hotel Santa Cristina de Somport, coincidiendo con el 80 aniversario de la inauguración de la línea. Creo que no podía ser mejor día para presentar la segunda edición. La fecha se las trae. El destino (y una pandilla de miltares) quiso que ese 18 de julio, que el periódico zaragozano El Noticiero bautizó como "San Canfranc", pasara a ser ocho años después el símbolo del alzamiento nacional y el día del inicio del horror. En Canfranc el 18 de julio era la representación de la vida, una exaltación festiva; la estación dio origen al poblado de Arañones y como en las historias épicas del viejo Oeste americano, el tren llegó para instalar el progreso y la modernidad. Un contraste terrible con el triste significado que tiene para la mayoría de españoles.

Este solapamiento de "emotividades" creó no pocas suspicacias en los años de la transición. De hecho, los primeros ayuntamientos democráticos de Canfranc, arrastrados por esa necesaria corriente depurativa que quería limpiar las miasmas de la memoria franquista, decidieron trasladar la fecha de las fiestas para que nadie dudara de su sentido y oportunidad. En esa entendible esquizofrenia ideológica, donde la sospecha tenía el peso de la certeza, el 18 de julio desapareció del calendario sentimental de los canfranqueses, pese a que ellos sabían bien que aquél día de 1928 un tren les apeó en la estación de la esperanza. Esperanza, bien es verdad, que pronto se tranformó en la mayor de las frustraciones que ha experimentado esta tierra en el último siglo.

80 años después la estación de Canfranc está en pleno proceso de rehabilitación para su conversión en un hotel de cinco estrellas. El majestuoso edificio diseñado por el ingeniero Ramírez Dampierre nunca volverá a recibir un tren, pero al menos ahora sabemos que tampoco correrá el riesgo de hundirse; hipótesis muy real hasta no hace mucho. En otoño desaparecerá el enorme andamio que ahora cubre la estructura del edificio y entonces podremos ver el resultado de la primera fase de su restauración. Pero aún tendrán que pasar algunos años más para que el inmueble vuelva a tener un uso definido y desaparezcan los vacíos y los silencios. 

El Canfranc nunca ha tenido buena suerte. Incluso ahora, cuando por fin las administraciones se deciden a frenar su vergonzoso deterioro, la crisis económica jugará seguramente a medio plazo en contra de sus intereses. La restauración del edificio la pagará el Gobierno de Aragón con las plusvalías que le genere la urbanización y construcción de la inmensa playa de vías que se extiende en el lado francés. El parón del sector inmobiliario va a afectar directamente a las vías de financiación del proyecto. A mi me sigue sorprendiendo la tibieza de los apoyos que recibe el Canfranc en contraste con otros proyectos que se han desarrollado en Aragón en los últimos años. Si el ferrocarril pertenece al territorio de los símbolos y sobre él se construyó el discurso autonomista en los años de la transición, cómo es posible que cueste tanto dignificarlo. ¿No está en juego nuestra propia dignificación como sociedad? Yo creo que si.

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