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Juan Gavasa

Defensa

Defensa

He comenzado a leer el último libro del escritor italiano Alessandro Baricco. Se trata de un ensayo titulado "Los bárbaros" en el que recopila los artículos publicados en el periódico La Reppublica entre el 12 de mayo y el 21 de octubre de 2006. Escritos con la precipitación que exige el ritmo casi irreflexivo de los diarios, son sin embargo un friso clarividente de las mutaciones que está sufriendo el mundo. El propio escritor (su popular novela "Seda" acaba de ser llevada al cine), advierte en el prefacio de la imperfección estilística de sus textos, una mácula pretendida que refuerza su valor como documento notarial de un tiempo que se presume la antesala de una  nueva sociedad probablemente peor. Baricco reconoce que "podría haber hecho algo más ordenado, más sólido y menos bárbaro, pero hubiera quedado un poco muerto y decidí conservarlo tal cual, sin correcciones, porque lo más importante para mi es la fuerza y la vitalidad".

Ha utilizado el fútbol, el vino y la industria editorial para construir las metáforas sobre las que se asienta su autopsia de un cadáver agredido por esos bárbaros que están mutando los valores culturales consolidados durante más de medio siglo. El buscador Google es el paradigma de todos ellos, un mecanismo -denuncia el escritor- que ha conseguido que las prospecciones culturales se queden en la superficie, imbuidas por un frívolo espíritu que se conforma con las luces del boato mediático en detrimento de la pausada y reflexiva búsqueda del verdadero conocimiento.

No soy un gran conocedor de la obra de Baricco pero su literatura me atrapa con frases certeras capaces de sintetizar un millón de sentimientos. Hay una especialmente sugestiva y terriblemente triste, extraida de uno de sus relatos que casualmente también ha publicado en su blog el escritor Daniel Gascón. Utiliza al defensa de un equipo de fútbol para dibujar la metáfora del ser resignado, limitado por sus miedos ancestrales y sus prejuicios religiosos. El miedo a la vida es el temor del defensa a subir al ataque y participar del éxtasis colectivo del gol. El gol es la verdadera fiesta de la vida, el deseo de libertad. Dice Baricco: "en esa época tenía yo la idea de que la vida era un deber que tenía que cumplirse, no una fiesta que había que inventar". Es conmovedor. Reproduzco parte del artículo, os lo recomiendo.

Cuando empecé a jugar con la pelota eran los años sesenta y todavía no existían Moggi ni Sky. Era el único que no tenía botas de fútbol (no éramos pobres, pero éramos católicos de izquierdas), por lo que jugaba con las botas de montaña atadas en el tobillo: por eso, y según una lógica imperiosa, los mayores decidieron que tenía que jugar en la defensa. En esa época tenía yo la idea de que la vida era un deber que tenía que cumplirse, no una fiesta que había que inventar, y por eso durante años me ceñí a esa indicación categórica, creciendo con la mentalidad de un defensor y ascendiendo en las categorías futbolísticas llevando en la espalda el número 3. Era, en esa época, un número carente de poesía, si bien aludía a una disciplina enérgica e imperturbable. Se correspondía más o menos con la idea, imperfecta, que me había hecho de mí mismo.

En ese fútbol, el defensor defendía. Era un tipo de juego en el que si uno llevaba en la espalda el número 3, podía jugar decenas de partidos sin traspasar nunca la línea del centro del campo. No era necesario. Si el balón estaba allí, tú esperabas aquí, y te tomabas un respiro. El asunto te proporcionaba una extraña percepción del partido. Yo, durante años, he visto a mi equipo marcando goles lejanos y vagamente misteriosos: era algo que ocurría allí al fondo, en una parte del campo que no conocía y que, a mis ojos de defensa lateral, reproducía el aura legendaria de una localidad balnearia, más allá de las montañas: montañas y gambas. Cuando marcaban un gol, allá en el fondo se abrazaban, esto lo recuerdo bien. Durante años vi cómo se abrazaban, desde lejos. De vez en cuando incluso me dio por recorrer todo el campo para unirme a ellos, y abrazarme yo también, pero la cosa no salía muy bien: uno siempre llegaba un poco tarde, cuando la parte más desinhibida del asunto ya había terminado: y era como emborracharse cuando los demás están volviendo a casa.

1 comentario

Inde -

Es precioso...