Falcón, el hombre y el río
Lo recuerdo perfectamente, como se conservan esas imágenes de la infancia que perduran con una nitidez asombrosa. Sentado en la barra de la cafetería Somport, con su inseparable pipa, el pelo blanco revuelto y una libreta en la que escribía de manera aleatoria, guiado más por los impulsos inciertos de la inspiración que por el método y la constancia. Era José Manuel Falcón, el dueño y también el artista, aunque esto lo he sabido mucho tiempo después.
Aquel Somport no era como el resto de bares de Jaca a los que me llevaba mi padre en el vermout dominical. Tenía algo especial y desconocido que luego con los años descubrí que se llamaba cosmopolitismo, o más bien, para huir de ese provincianismo pretencioso, modernidad y bohemia. Exhibía un piano que le daba un aspecto cinematográfico y sus paredes de pulcra madera blanca nada tenían que ver con el habitual alicatado del país o el amarillo con sabor a cognac y humo de eternos puros vespertinos. Casi siempre reunía a una clientela francesa de Pernod y Ricard que se alejaba notoriamente del estereotipado jaqués de la época. A principios de los 80 cerró pero ese local todavía sigue siendo el del Somport.
El Gobierno de Aragón organizó en Zaragoza hace ya cinco años una exposición antológica con la obra pictórica de José Manuel Falcón. Dirigida por Concepción Lomba y Antonio Pérez Lasheras, la muestra repasaba la vida del artista, fallecido en Granada en 1990, y dibujaba los retazos de una personalidad tan atrayente, poliédrica y controvertida como su propia creación artística. Fue entonces cuando descubrí la verdadera dimensión del hombre de la pipa y el pelo blanco, su talla como creador, intelectual, iconoclasta y activista político en una Jaca que dormitaba apaciblemente bajo el calor de una dictadura renqueante pero insoportable.
El Somport (y ahora ya no lo veía a través de los ojos del niño), resultó ser un islote de libertad, progresismo e inconformismo, un oasis en medio de un desierto de espesa y pesada arena, tan pesada y compacta como la oligarquía religiosa, política y económica local. Y José Manuel Falcón se erigió a través de su restaurante en una “mosca cojonera”, en un irreductible y constante luchador, porque la vida y una hemofilia heredada desde la infancia no le dejaron otra alternativa que la de la lucha como escenario vital.
Desde su nacimiento en Zaragoza en 1938 sufrió las fatídicas consecuencias de la dolencia, que le postraron en cama durante largas temporadas y le perfilaron el carácter del típico superviviente; fuerte carácter, gran sensibilidad y una tendencia al relativismo cuando no al escepticismo. Su padre Julián, anarquista afiliado a la CNT, es detenido en 1946 cuando es descubierta una célula comunista que solía reunirse en el Niza, el café que regentaba en la capital aragonesa. Este suceso provocó el cierre del establecimiento y la decisión familiar de instalarse en Jaca, donde en el verano de 1949 abrirá Los Cuatro Vientos, pequeño quiosco de bebidas. Cuatro años después funda el Bar-Restaurante Somport.
A los 16 años José Manuel tiene clara su vocación artística, que había estado cultivando durante la infancia y la adolescencia como parte de su universo de limitaciones y penurias físicas. José Ramón Marcuello le recordaba en aquellas tardes de verano participando en las correrías de la pandilla por Jaca: “... y afuera de todo, un vendaval incontenido duramente conquistado palmo a palmo, pedrada a pedrada, cuquera a cuquera. Era aquella una guerra vedada para Pepe, prisionero prematuro de una injusta y traicionera tiranía. Una tiranía que hizo de él un curtido partisano, un entrañable encajador de malas rachas y un fiel y generoso amigo para siempre al que en el fondo y sin nunca saberlo, todo envidiábamos un poquico”. A esas alturas ya ha escrito, ha creado versos y ha pintado, tiene una innegable capacidad creativa pero necesita encauzar tamaño caudal artístico. Fue, sin embargo, la muerte de su madre, Goya Pérez, en 1955, a la que estaba muy unido, la que definitivamente le hace decantarse por la expresión artística como medio de vida, después de algunos tanteos con la arquitectura.
Entró en la prestigiosa escuela de Alejandro Cañada, la más notable de la época, por la que pasaron también artistas de la talla de Julio Dorado, Maribel León o Julián Borreguero. Luego se trasladó a Barcelona a la Escuela de Bellas Artes de San Jorge y más tarde a la madrileña de San Fernando después de unos años de empeoramiento de su enfermedad que le obligaron a permanecer mucho tiempo en cama. Viajó por Italia y Francia (residió un tiempo en París) y compartió inquietudes con numerosos pintores coetáneos (Antonio Saura, Manuel Violsa, José Beulas...). De él escribieron que nunca “se dejó seducir por las corrientes artísticas emrgentes en aquellos años, un periodo de tiempo cargado de novedades estéticas que iban desde el informalismo, pasando por el “pop art” hasta el arte conceptual, el objetual o la nueva figuración”.
Tanto en su pintura como en la poesía mezcló la crítica social con las evocaciones del hermoso espacio pirenaico. Prefirió siempre los paisajes rurales a los grandes edificios monumentales que se esparcían por el Pirineo, porque entendía que la arquitectura rural de los pueblos representaba la humanización del paisaje. Así se explica la proliferación de estampas y rincones de pueblos de la Jacetania en toda su producción, que se caracterizó por el desarrollo de dos ejes temáticos: el paisaje y el realismo crítico, basado según Concha Lomba, “en un carácter expresionista que se torna casi mágico. Delicada, irónica y dura expresión de la pasión y el amor, la tensión o el repudio que el entorno natural y el ambiente social del momento le producían”. En este ámbito hay que destacar la serie dedicada a Santa Orosia inspirada en el conocido trabajo fotográfico de Francisco de Las Heras, que muestra evidentes influencias de los grabados de Goya.
Al mismo tiempo escribía bajo los impulsos del lector voraz que era, aunque en ocasiones confesaba que la escritura era un pequeño entretenimiento burgués. Como adolescente, y por mediación de su padre, había asistido a algunas de las tertulias literarias del conocido como Grupo del Niké (en referencia a la cafetería zaragozana), en el que figuraban importantes escritores como Miguel Labordeta, Manuel Pinillos, José Antonio Rey del Corral o Emilio Gastón. Pronto mitificó este espacio, que perduró como referencia intelectual, y puede encontrarse en él el origen de su pasión por la charla y la conversación. También de esos encuentros heredó la visión hipercrítica de la vida de Miguel Labordeta, a la que se refirió como la “gran farsa”.
A finales de los sesenta regresa Jaca y comienza una intensa actividad cultural con la organización de exposiciones individuales y colectivas, la programación de representaciones teatrales al abrigo de los Cursos de Verano de la Universidad de Zaragoza, y la consolidación del Somport como espacio de tertulias políticas en el que, según José Antonio Labordeta (asiduo del lugar), “intentábamos darle al ambiente una patina de intelectualidad inexistente”. En 1969 José Manuel Falcón contrae matrimonio con Marichu Gracía-Fresca Herrera en Santa Cruz de la Serós y en 1972, tras la muerte de su padre, ambos asumen la regencia del restaurante. “Allí estaba el “cojo Pepe” con su bastón y su pipa en ristre y su cara de sorna, siempre dispuesto a retar al primero que se dejara a un debate de agudezas, cual gracianesco aragonés”, recordó de él tiempo después Félix Monge. En 1973 fundó junto a otros artistas e intelectuales de Jaca el grupo artístico, cultural y de debate Asociación Mozalla, germen de futuras exposiciones y movimientos socioculturales que contribuyeron a cepillar el páramo cultural local.
En 1979 cerró temporalmente el Somport ante el avance de su enfermedad, y abrió una herboristeria en la calle San Nicolas que filtró en la impermeable Jaca de ternasco y patatas “a lo pobre” los beneficios desconocidos del naturalismo y la comida vegetariana. Otra cosa de rojos comunistas. Ya entonces comenzaba a rumiar la idea de abandonar Jaca e instalarse en Granada, decisión que tomó poco después de pasar unas vacaciones en casa de Conchita Fernández-Montesinos, sobrina de Federico García Lorca. En 1986 abandona el Pirineo para afrontar en el sur la última etapa de su vida. No dejó de escribir ni de pintar, ni de recordar el Pirineo, al que se refería constantemente en sus versos. “¿Cómo estará la nieve en mi otra casa? Frente a L´Arbesa, Peña de Oroel. ¿Desgajará la nieve los árboles del parque?” escribía en 1988. Murió el 26 de diciembre de 1990 sin ver cumplido su deseo último de regresar a Aragón.
El Somport, un islote cultural
Llegaba el verano y Jaca se desmelenaba. En los 60 los Cursos de Verano de la Universidad de Zaragoza traían aire fresco a la ciudad y un arsenal de intelectuales confluía en el único lugar capaz de abosrber tanto progresismo furtivo. “Supuso un foco de aire fresco y de cultura en una ciudad lastrada por un conservadurismo atroz y rígidamente controlado por los poderes fácticos. Estos veranos convertían la ciudad en algo completamente diferente de lo que era el resto del año, ya que se vivía un pequeño oasis cultural e intelectual que se mantenía en los meses de julio y agosto y desaparecía, como por espasmo, al entrar septiembre”, describe Antonio Pérez Lasheras. En el Astoria se proyectaban las películas de Luis Buñuel, la gran pianista Pilar Bayona ofrecía recitales musicales, visitaban regularmente la ciudad hispanistas como José Manuel Blecua o sus hijos Alberto y José Manuel, Alan Deyermond, Ildefonso- Manuel Gil o Mariano Baquero, historiadores como Manuel Tuñón de Lara o novelistas de la categoría de Carmen Martín Gaite. Eso era Jaca en verano, una hermosa máscara estival que escondía la mediocridad cultural del resto del año, “la monotonía de ciudad provinciana con pretensiones burguesas” según Pérez Lasheras.
Y en ese ambiente de multiculturalidad el Somport fue el punto de encuentro y José Manuel Falcón su “alma mater”. Dice Labordeta que su terraza “era como un barco varado en la orilla de la carretera que conducía al país vecino, que enfrentaba las miradas a la calle Mayor –“ya no la rondan chavales”- y que en los mediodías invernales, con el sol golpeando las cabezas de los contertulios, resultaba un lugar paradisiaco, mientras que en verano, recubierto con sus toldos, cobijaba a los profesores de la Universidad de Verano y a los alumnos y alumnas extranjeras -¡qué ricas estas últimas!-“.
En su microcosmos particular Falcón fortaleció sus certezas y convicciones, su amor por la pintura y la escritura (realizó a lo largo de su vida varias antologías políticas), y sus convicciones políticas, que le llevaron a ingresar en el PCE y enarbolar una bandera roja con la hoz y el martillo el día de la legalización del partido por las calles de Jaca. Labordeta recuerda que “naturalmente, el negocio dejó de tener clientes locales y sólo los foráneos entrábamos en la casa que, poco a poco, iba llenándose de sombras y de ausencias”. Colaboró en la mítica Andalán (su anuncio “Restaurante Somport (Jaca). Se come bien”, era uno de los fijos), lo que le causó, según Eloy Fernández Clemente, más de un problema, que no hacía sino engrosar la larga lista de incordios que causaba en la derechona local. “Cada quince días pasaban los tenaces miembros no sé si de la Guardia Civil o de la Brigada Político Social a preguntar en los puestos de venta los nombres de los compradores que, claro, habitualmente eran pocos y aun así regateados. En el fondo Pepe disfrutaba enormemente con aquella situación que, sin embargo, fue en aquellos años realmente delicada, peligrosa”,
En la vida o eres río o eres hombre, dice Labordeta, “y tipos como José Manuel, que podían ser las dos cosas, difícilmente entran más de uno por millón, y aquí apenas lo somos”. Fue un utópico en un desierto entre montañas.
Artículo publicado en la revista "Jacetania" que edita el Centro de Iniciativa y Turismo de Jaca y realiza Pirineum Editorial.
2 comentarios
Isabel Falcón García-Fresca -
Sólo una pequeña aclaración: El herbolario era de Marichu, mi madre: Amante del naturismo y de la libertad.
Julián Falcón García-Fresca -