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Juan Gavasa

Los otros

Los otros

En el primer tercio del siglo XX la zozobra en la que estaba sumida España se manifestaba en el ámbito artístico en la confluencia de diferentes corrientes que buscaban la regeneración del país, el regreso a las raíces castellanas en la búsqueda de los valores tradicionales o sencillamente la reinvención misma del estado. El vendaval creativo que arreciaba con fuerza en Europa y América había consolidado una cronología de ismos que parecía enterrar definitivamente la visión de los naturalistas de la realidad por su carácter reaccionario. En medio de esta confusión de estilos, de esta lucha entre adversos, la fotografía adquirió su mayoría de edad con una efervescencia creativa que le situó definitivamente en la categoría de expresión artística, privilegio discutido hasta entonces con denuedo.

En el Alto Aragón la vida iba un paso por detrás. El atraso secular del país adquiría en la remota provincia oscense tintes casi dramáticos, sólo matizados por una incipiente pero tímida industrialización y el inicio del “asalto civilizador” al Pirineo con la llegada de las centrales hidroeléctricas y el tren, la construcción de los primeros pantanos y el desmontaje de las estructuras sociales vigentes durante siglos.

Paralelamente a este proceso, y quizá como consecuencia directa de él, en Aragón brotó con fuerza una corriente institucional y social que reivindicaba la recuperación de los valores patrios, encarnados en la exaltación del paisaje y el folclore aragonés como representantes máximos de una herencia que era necesario preservar y divulgar. Era parte del discurso regeneracionista que lideró Joaquín Costa. Así nacieron los primeros clubes de montaña o el Sindicato de Iniciativa y Propaganda de Aragón (SIPA) en 1925, que consiguió aglutinar a la mayoría de las personalidades más influyentes de la región. Su vocación turística pronto derivó en una pujante organización regionalista que asumió las principales reivindicaciones del regeneracionismo aragonés. Esta evolución explica con claridad la convergencia de intereses que en aquellos años unía al turismo y la política, sin saber bien qué era lo verdaderamente prioritario.

Esta contextualización es necesaria para explicar el trabajo que realizaron en esas primeras décadas del pasado siglo varios fotógrafos aragoneses y españoles en el Pirineo aragonés, y en concreto en la comarca de la Jacetania. La búsqueda del tipismo, la divulgación del folclore de cada localidad, el enaltecimiento de los tópicos y la admiración del paisaje fueron los ejes de una producción fotográfica que dejó para la posteridad un inabarcable catálogo de archivos y fotógrafos de desigual calidad artística pero de indudable valor documental.

La gran mayoría se sintieron cautivados por las gentes, los pueblos y el paisaje de la Jacetania, aunque sin duda fue Ansó la localidad que atrajo al mayor número de fotógrafos. La singularidad y belleza de sus trajes, el soberbio casco urbano y la impresión real de retroceder en el tiempo ejercieron un influjo irresistible para decenas de profesionales y aficionados. Probablemente no hay otro caso similar en Aragón. Los grandes fotógrafos y etnógrafos de principios de siglo pasaron antes o después por Ansó. Y cuando a los nuestros les tocó luego reivindicar lo propio no encontraron mejor icono que el hombre y la mujer ansotanos. José Ortiz Echagüe, Fritz Krüger, Juli Soler Santaló, Ramón Violant i Simorra, Adolf Mas, Aurelio Grasa, Ricardo Compairé, Diego de Quiroga, Hauser y Menet, De las Heras… la lista es interminable.

Los salones fotográficos, exposiciones y concursos que proliferaron en aquellos años se nutrieron de estampas recurrentes del traje típico. El objetivo tenía tantos detalles que encuadrar que apenas se esforzaba por ofrecer enfoques originales o poco convencionales. Pero vistos hoy, todos son excelentes documentales gráficos que enorgullecen el pasado de la localidad y revalorizan su riqueza antropológica. No es de extrañar que esa fama de lo ansotano traspasara las fronteras aragonesas y acabara convirtiéndose en un referente fundamental del tipismo español. Cuando Joaquín Sorolla eligió una estampa ansotana para representar a Aragón en su monumental “Las regiones de España” para la Hispanic Society de Nueva York, el aislado pueblo pirenaico tenía ya una clara proyección nacional.

La publicación de postales, la divulgación de fotos y los reportajes en la prensa de la época hicieron el resto. A diferencia de otras zonas del Pirineo aragonés, la Jacetania disfrutaba en las primeras décadas del siglo XX de unas dignas comunicaciones (se podía acceder por tren y carretera), y su legado histórico y monumental proporcionaba numerosos elementos susceptibles de ser fotografiados por la nueva y entusiasta clase turista. San Juan de la Peña, San Pedro de Siresa, la estación de Canfranc y, por supuesto, Jaca con sus monumentos y su trama urbana fueron objetivo prioritario. El caso de la capital de la comarca ha sido suficientemente tratado en monografías y en los ensayos históricos publicados en los últimos años.

A partir de los años 30 del pasado siglo la irrupción de las Kodak democratizó además lo que hasta entonces había sido coto de los profesionales y las clases privilegiadas. En ese momento surgió una nueva estirpe de fotógrafos que aunaba su interés por este arte con una inquietud inagotable por el conocimiento de nuevos paisajes, el excursionismo y la cultura tradicional. En ese grupo se puede incluir a personajes como el citado Compairé, el catalán Alfonso Foradada o los oscenses Ildefonso San Agustín o Julio Escartín, por poner sólo unos ejemplos cercanos.

La fabril actividad fotográfica de los años 20 y 30 del pasado siglo se frenó abruptamente en 1936 con el inicio de la Guerra Civil. Los estragos de la contienda y la primera postguerra rasgan la creatividad en los trabajos que se reemprenden a mitad de la década de los 40. Se adaptan a la retórica del nacional-catolicismo con una enfatización del folclore como expresión de los valores más tradicionales de la patria. Son fotos en las que nuevamente el paisaje adquiere gran protagonismo, pero con huellas evidentes del nuevo estado fascista. Los campamentos de la OJE, en los que se alentaba el nuevo espíritu nacional, o las acciones educativas plasman las costuras de un país aturdido y triste al que el blanco y negro de las fotografías le hace tremenda justicia. Si sobradamente conocido es el trabajo de Ricardo Compairé o Francisco De las Heras, por poner un ejemplo, esta sobreexposición de su obra ha dejado en la sombra otro material igualmente interesante y en algunos casos realmente brillantes. Los otros fotógrafos de la Jacetania acaban de completar un friso artístico, antropológico e histórico de una riqueza extraordinaria.

Artículo publicado en la revista "Jacetania", que edita el Centro de Iniciativa y Turismo de Jaca y realiza Pirineum Editorial. / La foto que ilustra el artículo es de José Ortiz Echagüe y está tomada en Ansó.

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