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Juan Gavasa

Cadaqués

Cadaqués

“Cadaqués era uno de los pueblos más bellos de la Costa Brava” recordaba García Márquez en los años 70 del pasado siglo. César González Ruano escribió que Cadaqués daba “una impresión paradisiaca de fin del mundo”. Josep Pla pensaba que era uno de los lugares más bonitos del Mediterráneo “pero por discreción y timidez se abstenía de manifestarlo”. Incluso García Lorca apuntó que era “el fiel del agua y la colina”. Decenas de intelectuales y bohemios se enamoraron a lo largo del siglo XX de Cadaqués y expresaron su amor de forma poética. Ningún otro rincón del Pirineo logró encandilar a talentos de la talla de Picasso, Man Ray, Santiago Rusiñol, Marcel Duchamp, García Lorca, Truman Capote, Luis Buñuel y, sobre todo, Salvador Dalí.

 

            Por eso el viaje a Cadaqués está rodeado de un aura mítica alimentada por las palabras de los grandes genios. Entrar en el círculo mágico de Dalí requiere capacidad de ensoñación y una mente expansiva. La fama del pueblo es tan robusta que el viajero llega predispuesto. Pero alguna de las primeras sensaciones es más prosaica que los bellos versos de Lorca. Quien mejor lo supo describir fue el inolvidable escritor catalán Manuel Vázquez Montalbán: “Uno lo comprueba al conseguir meterse en el pueblo tras una cola de tres cuartos de hora y, una vez dentro, continuar la caravana en busca de aparcamiento, una búsqueda angustiosa por lo inútil. Aquí no hay quien aparque, y el carrusel de los coches tristes y frustrados sirve de correlato móvil al deambular de gentes pintorescas en un medio pintoresco”. Y es que en determinados momentos del año resulta evidente que Cadaqués ha muerto de éxito. “El pueblo es tan inaccesible que se ha hecho invisible por lo visible” sentenciaba Vázquez Montalbán.

 

            Repuestos de ese primer e inevitable inconveniente que se suele superar con algo de paciencia y de fortuna, Cadaqués es como lo cuentan; un hermosísimo pueblo pesquero formado por casas de blanco nuclear que permanece inalterado pese al empuje del turismo. Hay una segunda evidencia: su turismo no es el familiar de la costa levantina. Aquí se respira bohemia, intelectualidad y un glamour contenido que generalmente habla francés. El escritor Juan Marsé tenía la explicación: “las playas de piedra de Cadaqués no son del gusto del turismo familiar, esa ha sido la salvación del pueblo”.

 

            Las callejuelas de Cadaqués son estrechas, empedradas y empinadas. La pronunciada inclinación de alguna de ellas se debe al promontorio rocoso de 23 metros de altitud sobre el que se extiende el casco viejo, el más auténtico y evocador de la localidad. Pequeñas tiendas, galerías de arte, cafés y bares jalonan un recorrido que antiguamente estuvo rodeado por una gran muralla. Todavía se conserva el antiguo portal de entrada  y la torre del Baluarte al inicio de la calle Des Call, por donde accederemos a la iglesia de Santa Maria de Cadaqués, un monumental edificio construido a mediados del siglo XVI bajo los patrones del gótico tardío. En su interior se conserva un retablo barroco de gran valor: está tallado en madera y dorado con una lámina. Mide 23 metros de alto y 12 de ancho y está dedicado a la Virgen de la Esperanza. Desde la plazoleta que se abre en la fachada principal  de la iglesia tenemos una vista espléndida de todo el casco urbano de Cadaqués y del mar.

 

            El callejero de la localidad es laberíntico y confuso. La homogénea arquitectura y el blanco generalizado de las fachadas pueden despistar en un paseo sin rumbo fijo. Pero es otro de los alicientes de Cadaqués: su capacidad para sorprender en cada rincón. Dentro del casco podemos apreciar algunos brotes de arquitectura modernista como Casa Serinyana, el Casino de L’Amistat, Mas de la Sala y la Escola Pública Caritat Sernyana, una donación de la acaudalada familia vinculada al lugar para usos educativos. En la calle Narcis Monturiol, que cierra por arriba el casco viejo, abre sus puertas el Museu de Cadaqués, dedicado a ofrecer exposiciones temporales en torno a Dalí. La imagen del pintor catalán se reproduce con insistencia por toda la localidad. Los famosos bigotes del excéntrico genio son el verdadero blasón de Cadaqués.

 

            Desde el pequeño paseo marítimo tenemos una vista general del pueblo que se amplía conforme avanzamos por la Riba Nemesi hacia la Plaja Portdoguer. Un buen punto para fotografiar el perfil de Cadaqués es la Punta des Baluard. Desde aquí se aprecian los dos barrios que componen la localidad, perfectamente divididos por la Avinguda Caritat Serinyana, que atraviesa todo el núcleo hasta desembocar en la Plaja Des Portal. A la izquierda queda al casco viejo con la iglesia de Santa María, y a la derecha la zona sensiblemente más alterada con el Castell de Sant Jaume como referente. A escasos kilómetros de Cadaqués por la carretera que conduce al Cap de Creus se encuentra la pequeña cala de Portlligat, donde Salvador Dalí estableció su residencia convertida hoy en museo. El pintor vivió parte de su infancia en esta recóndita bahía de pescadores. En 1930 compró varias barracas que reconstruyó junto a Gala para transformarlas en una original vivienda con el inconfundible sello de su universo creativo. Fue su única residencia estable hasta que tras la muerte de Gala en 1982 decidió trasladarse al castillo de Púbol. Hoy es uno de los museos más visitados de Catalunya.

 

Historia: El pueblo de pescadores

Cadaqués siempre fue un pueblo pesquero con régimen propio desde el siglo XVI. Su aislamiento propició una fuerte autonomía articulada a través de diversos reglamentos de orden interno que afectaban, principalmente, a su actividad pesquera. Esa lejanía de los ejes de comunicación obligó a sus habitantes a mirar constantemente al mar como único recurso posible para prosperar. La montaña del Puig de Paní a sus espaldas fue siempre una barrera natural infranqueable hasta que llegó la carretera. Muchos se dedicaban a la pesca y otros tantos decidían aventurarse en busca del horizonte marítimo. Por el contrario, el pueblo recibió constantemente las visitas foráneas: hace más de 2.000 años llegaron los griegos para explorar los minerales escondidos bajo las aguas. Siglos después serían barcos de piratas y contrabandistas que mercadeaban con otros productos como el tabaco. Este constante trasiego de gentes y mentes debió de influir en el carácter expansivo  de Cadaqués y, como consecuencia, en su predisposición a acoger nuevas ideas por extrovertidas que fueran. La historia ya se sabe como acaba: Salvador Dalí arrastró hasta este perdido rincón del Pirineo catalán a una pléyade de talentosos artistas que lograron mitificar el lugar.

            Cadaqués, que seguramente proviene de “Cap de quers” o cabo de rocas, tuvo hasta finales del siglo XIX una industria de salazones que actualmente apenas es un residuo antropológico de su pasado fabril. El cultivo de los olivos, que fue otro de los recursos económicos de sus gentes desde la Edad Media, se abandonó en el fatídico 1956, año que se recuerda por las terribles heladas que arrasaron los campos. Esta circunstancia y el inevitable desmoronamiento del mundo rural acabaron con otro de los escasos medios de subsistencia de la economía local. Así las cosas, sólo quedaba el turismo como asidero posible. Al principio tan sólo Cadaqués absorbió la tímida llegada de visitantes, que buscaban paisajes vírgenes y una atmósfera de absoluta tranquilidad. Más tarde descubrieron parajes más recónditos en el perímetro del Cap de Creus y se amplió el territorio colonizado. Pero se hizo de manera respetuosa y prudente, por eso en la actualidad apenas se pueden ver en Cadaqués edificios que rompan con la armonía del entorno. Las necesidades urbanísticas y de infraestructuras de la localidad se han concentrado en la retaguardia, lejos de la primera línea de playa.

           

Una visita. Casa Museo de Salvador Dali

La Casa Museo de Salvador Dalí en Portlligat es uno de los grandes alicientes del Cap de Creus. La laberíntica vivienda es el resultado del trabajo de restauración realizado durante varios años por el propio Dali y Gala a partir de la adquisición en 1930 de una modesta barraca de pescadores. La casa es, por lo tanto, la esencia del universo de Dalí, un compendio de su inescrutable personalidad y de su ilimitado ingenio. El Museo se inauguró en el año 1977 y desde entonces recibe miles de visitas anuales. Está dividido en tres espacios: el primero dedicado a la vida íntima de los Dalí, el segundo relacionado con los ámbitos de su trabajo y el tercero pensado para la representación y actuación pública, en el que se incluyen el comedor de verano, el patio y la piscina,

            Dalí vivió de niño y en la adolescencia en esta pequeña cala pegada a Cadaqués, donde había nacido su padre. El paisaje mediterráneo formaba parte indisoluble de sus referentes infantiles y después los expresó en multitud de sus obras. Principalmente la fantasiosa geología del Cap de Creus formada por la acción del viento, el agua y la sal durante miles de años. Ese paisaje fue el que arrastró también hasta aquí a otros creadores que conocían la pasión de Dalí. Su casa de Portlligat fue creciendo paulatinamente desde que se instalaran durante la primavera de 1930. Dos años después habían adquirido una nueva barraca y un pequeño anexo que se vería nuevamente ampliado en 1935. Gala y Dali pasaron doce años en Estados Unidos y tras regresar en 1948 decidieron fijar su residencia en Portlligat.

            En la casa que habían estado moldeando durante años Dalí se entregó a su trabajo creativo pero también se dedicó a ordenar y almacenar todo el material acumulado durante décadas. Pronto los espacios se quedaron pequeños y la pareja emprendió nuevas ampliaciones que facilitaran la labor del artista, inmerso en pinturas de gran formato. En ese tiempo se construyó el estudio, la biblioteca, la sala oval, el comedor de verano y la piscina, finalizada en 1971. Como consecuencia de todas las reformas, la casa de Dalí y Gala es una especie de laberinto formado por pequeños espacios, pasillos estrechos, desniveles y recorridos sin salida. La decoración dice mucho de la personalidad de sus propietarios: muebles antiguos, tapices, animales disecados e infinidad de objetos de desigual gusto y valor. En la restauración realizada en los años previos a la apertura del museo se recuperaron pequeñas piezas escultóricas muy deterioradas como el Cristo de los escombros y la barca instalada junto al ciprés.

2 comentarios

Cris -

Fantástico blog;
Podéis ver mas información del entorno de Cap de Creus en http://www.capdecreus.es
Saludos

Marta -

Hola!! Me ha encantado tu escrito sobre Cadaqués, yo también soy una enamorada de este pequeño rincón del mundo. Puedes pasarte por mi blog, si quieres: http://totcadaques.wordpress.com/