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Juan Gavasa

Otra historia de Javier Fernández

Otra historia de Javier Fernández

Desde mi primer encuentro con Javier Fernández en Toronto a mediados de enero ha transcurrido un mes. En este breve espacio de tiempo el patinador ha ganado el Campeonato de Europa de Zagreb; ha dejado de ser el talento que auguraba grandes cosas para consagrarse como uno de los cinco mejores patinadores del mundo. Es ya una realidad.

Confieso que estoy expectante: en las últimas cuatro semanas a mí no me ha pasado nada emocionante pero a Javier probablemente le ha cambiado la vida, ahora es una estrella mundial del deporte. ¿Cómo calibrar ese evidente desequilibrio? El periodista cree haberse armado de recursos para adaptarse a las nuevas circunstancias, consciente de que prematuramente Javier está ya de vuelta de todo. Dicen que cuando eso pasa los deportistas suelen volverse desconfiados, displicentes e impermeables. Es el mecanismo natural que se activa para modular todo el ruido generado a su alrededor. El periodista cuenta con ello.

La primera evidencia: el teléfono móvil de Javier suena más a menudo y sus conversaciones en inglés o en castellano tratan de saciar el repentino interés que su figura ha despertado en la prensa deportiva mundial. Mientras le espero en la cafetería del “Cricket, Skating & Curling Club” de Toronto, el selecto club en el que entrena a diario, habla con una emisora de radio de Boston (USA) y en su relato surgen nombres familiares: Jordi Lafarga, Mikel García, Alexei Mishin… todos ellos vinculados con su etapa jaquesa, a la que se refiere con detalle. En la pista de hielo cuelga ahora en un lugar bien visible una gran pancarta con su foto y un expresivo “Good luck Javier”. Acoger a un campeón continental, aunque sea español, merece ser promocionado convenientemente y en eso los canadienses son unos artistas.

Pero el patinador madrileño no ha perdido el anonimato de Toronto ni el desaliño de los días morosos. Acude a la nueva cita con aspecto cansado, enfundado en el chándal del equipo español y parapetado tras unas gruesas gafas que delatan una acusada miopía (4,5 más astigmatismo), inverosímil cuando se eleva y rota cuatro veces sobre el aire antes de aterrizar nuevamente en el hielo con precisión quirúrgica. Se encoge de hombros cuando le confieso que me emocioné viéndole ejecutar el programa largo en el Europeo de Zagreb con la música de Chaplin. Ha debido de escuchar tantas veces la misma cantinela en las últimas semanas que ya no se preocupa en mostrar empatía: es el Campeón de Europa, sobran los cumplidos.

En el encuentro que mantuvimos tan solo dos días antes de viajar a Zagreb Javier me confesó que se conformaba con quedar entre los cinco primeros. Ahora le pregunto si iba de farol, intentando retar su orgullo de campeón, pero me desarma con una respuesta que revela su madurez: “nunca quiero ponerme más retos de los que debo. En el patinaje ganar depende tanto de lo que tú hagas como de lo que hagan tus rivales”. Es un razonamiento que ha repetido de manera insistente en las últimas semanas, como si necesitara aclarar al confundido público español que en patinaje no se suele ganar “sin bajar del autobús” y que nadie logra convertir la victoria en una rutina. La exigencia es máxima y la presión constante. Solo hace falta echar un vistazo al historial de los JJOO o de los Campeonatos del Mundo para comprobar que para ganar hacer falta algo más que regularidad. No existen los reinados de larga duración. La suerte, la inspiración, el error ajeno o la generosidad de los jueces pueden influir más que los méritos propios. “Si el canadiense Patrick Chan, que es el actual Campeón del Mundo, lo hace perfecto yo poco puedo hacer para ganarle”, añade.

En un deporte que se califica según criterios subjetivos nada es seguro. Javier lo aprendió hace muchos años y por eso la prudencia suele imponerse en un discurso en el que, sin embargo, a veces se cuela algo de su natural carácter díscolo y descarado. “Dame tiempo, si gano el Mundial ahora ¿qué me quedará por hacer?”, me responde divertido cuando le digo que tiene muchas posibilidades de ganar el Campeonato del Mundo que se celebra en marzo en London (Ontario), a escasos kilómetros de donde él vive y entrena. Este tipo de respuestas, que lanza con cierta insolencia y despreocupación, es la representación verbal de ese carisma que todos los entendidos coinciden en señalar como una de sus principales virtudes. El carisma para competir y para interpretar, para ponerse en la piel del Capitán Sparrow o de Charles Chaplin con la misma determinación y convicción. Para emocionar en directo a una comentarista glaciar como Paloma del Río, algo que probablemente no ha conseguido ningún otro deportista español.

Cuando Sonia Lafuente conquistó el oro en la competición femenina de patinaje artístico del FOJE de Jaca en 2007, en el mundillo del patinaje nacional se habló más, sin embargo, del cuarto puesto de Javier –a tan solo unas centésimas del bronce-, y del brillante programa que había ejecutado en la abarrotada vieja pista jaquesa, su casa durante casi dos años. Fue la primera vez que oí hablar del madrileño como una futura estrella. Al acabar esa temporada, con 17 años, se fue a New Jersey a entrenar con el preparador ruso Nikolai Morozov y ahí comenzó el relato de su ascenso a la élite mundial. El primer tramo de aquel viaje lo hizo con Mikel García, entrenador del Club Hielo Jaca durante muchos años. Con él compartió las soledades de los primeros meses en Estados Unidos, los engorros del idioma y las largas sesiones nocturnas montando los muebles de IKEA, anécdota que contó dicharachero en Madrid en la rueda de prensa ofrecida en el Consejo Superior de Deportes.

En esa multitudinaria puesta de largo pública en España como nuevo Campeón de Europa, Javier enseñó resuelto su otra gran dote: es un filón para los periodistas. Muchos de ellos se han acercado estas últimas semanas, obligados por las circunstancias, a un deporte absolutamente minoritario y desconocido, y se han encontrado con un chaval que habla con desparpajo, cuenta cosas interesantes y tiene unas excelentes cualidades comunicativas. Ha sido capaz de ponerle en bandeja el titular del año a Olga Viza en el Marca: “El fisio me dice que si me voy a la cama con una chica no me quite los calcetines”; y a Iñaki Gabilondo le dio pie en su popular videoblog de El País a utilizar el ejemplo de los deportistas españoles para superar la crisis del país. Casi nada. “Es que yo intento ser muy natural y a veces digo cosas sin pensar que luego pueden aparecer en un titular o tener más repercusión de la que merece”, me dice. Pero es evidente que da bien a la cámara y que siempre se le ve cómodo y con ganas de huir de banalidades. Incluso en inglés, idioma que empieza a dominar con soltura y que le permite mantener relajadas conversaciones con la popular especialista en patinaje del canal canadiense de televisión CTV, Tracy Wilson.

Porque cuando Javier se suelta, cuando se quita cierta pereza de hábitos, es difícil ver más allá del chaval de 22 años que se transforma con unos patines sobre el hielo. Es el Javier que habla de Madrid y de sus colegas, de las comidas de su madre,  de su novia canadiense y de la gata que ésta le regaló para hacerle compañía y que le está destrozando a arañazos los patines con los que ganó en Zagreb. Los mismos patines que la compañía aérea extravió cuando llegó a Croacia. Su vida condensada en un par de botines negros y cuchillas suizas.

Este segundo encuentro con Javier prosigue en su apartamento, ubicado a escasos metros del club. Como tantos bloques de viviendas de los suburbios de Toronto, por fuera es anodino y austero, pensado para el frío canadiense, pero por dentro se distribuye en estancias elegantes, amplias y funcionales. En algunos barrios de la ciudad la arquitectura racionalista recuerda a la tradición soviética. Uno tiene la sospecha de que en cualquier momento va a toparse con un desfile del Ejército Rojo. La nieve del invierno torontiano contribuye a cincelar un paisaje de grises celajes y cielos cenizos.

La conversación deriva nuevamente al FOJE de Jaca, donde logró su primer gran éxito internacional. Lo hace entre brumas, como un recuerdo remoto que a Javier le cuesta fijar porque, matiza, “me han pasado muchas cosas desde entonces”. Hablamos de una entrevista que la periodista Ainhoa Camino le hizo en el verano de 2005 para la revista oficial. Él inauguró la sección de contraportada dedicada a los deportistas españoles que aspiraban a lograr una medalla en el Festival Olímpico. Tenía entonces 14 años y acababa de volver a ponerse los patines después de unos meses de dudas. Era la época de las largas melenas y la rebeldía juvenil, años convulsos. En aquel FOJE de Jaca su hermana Laura, la pionera de la familia, también tuvo su cuota de protagonismo: fue la Pirene de la leyenda pirenaica en la hermosa coreografía diseñada por Iván Saez para la ceremonia inaugural.

¿Qué ha cambiado desde aquel Javier casi adolescente a este que ha revolucionado el mundo del patinaje? “Los que me conocen saben que soy el de siempre y que nada va a cambiar. No me guío por nada de lo que consigo. Es verdad que ahora los medios se interesan más por mi y que la gente quizá me va a mirar con otros ojos pero yo no voy a cambiar”. Y lo cierto es que la vida en una ciudad gigantesca como Toronto le va a ayudar a alejarse del ruido mediático español. Lo sabe bien y es consciente de que ahora le van a pedir mucho más porque en España la distancia entre el éxito y el fracaso es una delgada línea. “Estoy muy tranquilo y no tengo ninguna presión de nadie para volver a ganar. Nadie me lo pide. En el Mundial intentaré quedar entre los 5 primeros pero pase lo que pase esta temporada ya será la mejor de mi carrera”.

Tampoco le presiona su entrenador Brian Orser, un mito del patinaje canadiense, Campeón del Mundo en 1987 y dos veces medalla de plata en los JJOO de Sarajevo y Calgary. Él es la principal razón por la que Javier Fernández está en Toronto. En 2011 decidió apartarse de Nikolai Morozov, con quien acabó tirándose los trastos, y buscar otro entrenador que le ayudara a progresar. El ruso no había disimulado sus preferencias por su otro pupilo, el francés Florent Amodio, y Javier interpretó de inmediato que para seguir creciendo había que escapar de esa encerrona. El destino, que tan pesado se pone a veces con la justicia poética, quiso que en Zagreb Javier ganara el oro por delante de Amodio. Por primera vez después de dos años de feos y desprecios, Morozov se dignó a saludar a su antiguo alumno cuando bajaba del podio con el oro colgando del cuello. La venganza es un plato que se sirve frio, dicen.

Desde su llegada a Canadá Javier es otro patinador. Su crecimiento ha sido imparable. En noviembre ganó el prestigioso Skate Canada en Windsor (Ontario), por delante del actual Campeón del Mundo, el canadiense Patrick Chan; en 2011 alcanzó la plata en la misma prueba y el bronce en el Grand Prix, donde sólo participan los 6 mejores del mundo. Antes ya había patinado en los JJOO de Vancouver de 2010, siendo el primer español que lo lograba desde la lejana y anecdótica participación de Darío Villalba en 1956. Las cosas han cambiado mucho desde entonces; ahora Javier es uno de los favoritos para conseguir el oro en los JJOO olímpicos de Sochi el próximo año. Su prestigio y fama no paran de crecer, espoleados por el hecho de ser uno de los pocos patinadores de la historia capaz de hacer tres cuádruples en un mismo programa. Ahora, tras el oro continental, Javier Fernández se ha ganado un hueco en la historia del patinaje junto a figuras legendarias como John Curry, Ilia Kulik, Yagudin, Joubert o Plushenko.  Y la sensación general es que sólo acaba de empezar. “Llevo muchos años compitiendo y la gente del patinaje ya sabía de mis posibilidades. Ahora me conoce otro público y espero que eso ayude a que crezca la afición al patinaje en España”.

Artículo publicado en el número 239 de la revista "Jacetania"

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