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Juan Gavasa

Orquesta Astillero, tango de ruptura

Al gran Astor Piazolla la ortodoxia tanguera le acusó directamente de asesinar el tango con las innovaciones que introdujo en el género a mediados del pasado siglo. Él se defendía argumentando que lo que hacía era “música contemporánea” de Buenos Aires. A lo largo de la historia de la música los innovadores han sufrido siempre el azote del inmovilismo estilístico, incómodo y hostil con los cambios y la evolución. “La leyenda del tiempo” de Camarón fue considerada una herejía por los puristas del flamenco cuando apareció en 1979. Nadie de la “vieja guardia” tomó en serio el jazz modal que Miles Davis estrenó en “Kind of blue” (1959) y que acabaría modernizando el colapsado be bop. Unos y otros revolucionaron la música y abrieron un nuevo tiempo que permanece vigente y que sigue influyendo en las nuevas generaciones de creadores. Pero en su momento tuvieron que enfrentarse a los entredichos y a la sospecha por no seguir corrientes genuflexas con la convención.

La Orquesta Astillero de Buenos Aires vive instalada desde su fundación en 2005 en el mismo fuego cruzado entre modernidad y tradición. Por supuesto, todavía está lejos de alcanzar la grandeza de los Piazolla y compañía pero, como ellos, ha apostado por inaugurar nuevas vías de creación que la prensa argentina rápidamente ha etiquetado como “tango de ruptura”.  El proyecto que dirige el pianista Julián Peralta ha conseguido en este tiempo una gran repercusión internacional gracias a una nueva relectura del tango basada en una premisa irrenunciable: “crear e interpretar sólo música nueva”. La periodista bonaerense Teresa Gattio ha dicho que es “un tango nuevo y a la vez originario” y en defensa del trabajo de Astillero ha recordado que “la falta de renovación de ciertas poéticas y estéticas ha sido la causa de la desaparición de algunos géneros mayores que luego cayeron en el olvido”.

Federico Macochi, contrabajista del grupo, abunda en esa línea argumental cuando reivindica que Astillero se formó “para recuperar el tango y el tiempo perdido”. Es un debate de gran calado en un país como Argentina, donde el mundo de la cultura y de la creación está sostenido por fuertes convicciones emocionales y un peso determinante de las voces clásicas. En este sentido, Macochi esgrime en la revista argentina “Puesta en escena” una idea que parece común en muchos especialistas del género argentino por excelencia: “por razones sociopolíticas el tango dejó de ser música popular para convertirse solamente en souvenir para turistas. Se dejó de componer tango nuevo y la gente joven dejó de escucharlo”.

Y ahora muchos se preguntan en Argentina si lo que hace Astillero es realmente tango. Pero el popular periodista argentino Carlos Zito matiza a continuación que son las mismas prevenciones que acompañaron a figuras como Piazzola a lo largo de su vida. El gran bandeonista bonaerense Anibal Troilo solía zanjar este tipo de estériles debates de manera taxativa: “no hay tangos viejos ni tangos jóvenes, lo que hay son tangos buenos o tangos malos”. Y si atendemos a la voz de la experiencia de figuras tangueras del calibre de Juan José Mosalini, “Astillero es la mejor orquesta de los últimos tiempos”. La altura de las discusiones, en todo caso, refleja el impacto que ha tenido la orquesta de Buenos Aires en la escena musical argentina.

Los críticos musicales Jaime Galeano e Ignacio Portela han dicho del grupo surgido en el histórico barrio de San Telmo que interpretan “tangos en clave actual con una poética y una mirada de este siglo”. Es una manera de expresar la filosofía que tantas veces ha argumentado Julián Peralta, cuando preguntado una y otra vez por la conexión de su orquesta con los clásicos del tango argentino afirma invariablemente que “hacemos lo mismo que ellos pero nosotros representamos nuestra época y nuestro contexto”. En resumen: comparten con los clásicos una manera de pensar y una filosofía de vida, pero musicalmente podría decirse que son autogestionarios.

Astillero es, principalmente, un encuentro de formidables músicos con orígenes estilísticos en el rock y la música clásica. Sin embargo, todos comparten una pasión común por el tango, que ejercitaban en la conocida Orquesta Fernández Fierro. Allí fue donde comenzaron a reflexionar sobre la involución del género y su depreciación a la categoría de objeto de consumo turístico, como lo son las camisetas de Maradona o la carne de La Pampa. Pensaban que la irremediable metamorfosis pasaba por crear de nuevo y renovar de arriba a abajo para sacar al tango de su estado exánime.

Así surgió el grupo, después de un proceso de investigación sobre la morfología que debía de adquirir el nuevo tango, que de algún modo tenía que ser respetuosa con el legado de compositores referenciales como Villoldo, Troilo, Pugliesse o Piazzolla; es decir, los músicos que habían escrito la historia del tango durante el siglo XX. “Conocer primero el género y después hagamos lo que tengamos ganas”, resumió en cierta ocasión Julián Peralta. Y ese impulso revolucionario con sólida base intelectual se ha materializado en una propuesta de tango valiente y moderna sobre la que también, cómo no, se han armado encendidas batallas dialécticas. El periodista argentino Manuel González ha escrito que este nuevo tango es “áspero, con mucha fuerza, crudeza y violencia en su sonido”. Carlos Zito ha replicado razonando que la música de Astillero “no es violenta, es urgente y tirante, sin melodías demagógicas”.

Sea como fuere, la orquesta ofrece un nuevo concepto del tango en el que convergen sonidos e identidades propias de otras músicas como el tecno, el electro o el jazz; atrevidos arreglos y una puesta en escena vanguardista con la combinación de música e imágenes. No tiene nada que ver con grupos coyunturales como Gotan Project, Bajo Fondo o Tango Fusión, que lejos de contribuir a renovar el tango se han aprovechado de él para inventar un sonido con obsolescencia. Astillero es algo serio, es el tango del siglo XXI con una actitud rockera en el escenario y una sonoridad envolvente que causa desgarros en el alma. Verdaderamente suenan más ácidos y agresivos que el género tradicional, y es en la vehemencia interpretativa de su música donde se encuentra la explicación a su nombre: un espacio donde se trabaja con maquinaria pesada, dura y fuerte. Astillero además imprime una emoción y una intensidad casi somáticas, que han llevado por medio mundo y han plasmado en sus dos discos grabados hasta el momento (“Tango de ruptura” y “Sin descanso en Bratislava”), que presentarán mañana en Pirineos Sur.

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