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Juan Gavasa

Bruce

Bruce

A Sara la primera hora no le gustó. Decía que Bruce estaba entretenido en otros asuntos ajenos a la música, perdido entre los toqueteos de los privilegiados que ocuparon la primera fila del concierto. Decía que la E Street Band andaba perdida y algo torpe, descreída por el acceso mesiánico del Jefe. A Carlos a Grosem y a mi no nos convenció la argumentación de Sara. En verdad a nosotros nada nos puede convencer de lo contrario; ni la peor de la sonorizaciones posibles ni el Bruce menos inspirado. Somos militantes y como tales no admitimos ni la disidencia ni la crítica, aunque sea constructiva. No cabe el quebranto en nuestro espíritu, somos fanáticos y hasta nos ponemos un poco burros cuando alguien osa mentar el nombre de Bruce en vano. Sara lo hizo y las recibió de todos los colores. ¡qué osadía! ¡a nosotros! En "Orquesta Club Virginia" un taxista sirio aseguraba que las naranjas de su país eran mejores que las valencianas. Sus pasajeros españoles -Quique San Francisco y compañía- le destrozaron el coche embrutecidos. Bruce es nuestra naranja valenciana, más o menos.

En Barcelona este sábado el Boss exprimió todas las naranjas y el zumo que nos dio era exactamente el que le habíamos pedido. No nos decepcionó pero tampoco nos sorprendió, fue lo esperado. Pero como su oficio está en unos niveles de coherencia y calidad  insuperables, cada rutina de sus conciertos es un momento extraordinario para la historia de la música. Un instante que pasa por ser tres horas de intensa emoción e iconos sonoros de nuestras vidas. En una semana he vibrado con dos tipos de 73 y 58 años; uno el rey del universo rumbero y el otro del rock contemporáneo. O me estoy haciendo muy mayor y tiendo a la nostalgia o realmente el panorama actual de la industria musical es un páramo creativo. Al igual que el eterno debate sobre la muerte de la novela, en el rock hace muchos años que todo se dejó inventado y lo que vino después fue una reinterpretación de los esquemas fijados. Sobre estas estructuras musicales se ha reinventado la industria una y otra vez a partir de maquillajes aditivos.

No hay mas que comprobar que hoy en día sólo cuatro músicos -todos ellos por encima de los 50 años- son capaces de llenar un estadio de 75.000 espectadores como el Camp Nou. Si fuera malicioso y radical optaría por pensar que en las dos últimas décadas no ha surgido nadie que merezca realmente la pena. Pero no creo que sea así. Sin embargo sí que pienso que esta cuestión biológica tiene algo que ver con la degradación del producto músical y su transformación en un bien efímero. Como he comentado en alguna otra ocasión, hasta no hace mucho la adquisición de un disco era un acontecimiento de relevancia en la trayectoria personal de cada uno. Marcaba de algún modo la trazabilidad en el proceso de construcción de la personalidad y los gustos. Ahora eso se ha relativizado hasta el punto de que los discos ya no se compran sino que se descargan algunas de sus canciones y cuando se han sobado demasiado se borran para dar paso a unas nuevas. Esas canciones, como los besos, se pierden en algún oscuro rincón del olvido.

Los dinosaurios que llenan los estadios pertenecen a un tiempo en el que la trayectoria y la solidez profesional se valoraban como un elemento indispensable para construir los mitos. Los advenedizos y oprtunistas caían por su propio peso y sólo se hacían grandes quienes realmente lo eran. Aunque el divismo es intrínseco a la música, ahora la industria comete frecuentemente el error de construir estrellas de papel que se tiran al primer signo de agotamiento. Pero mientras dura el invento estas estrellas de cartón piedra se vuelven arrogantes y pretenciosos, y se olvidan de que su profesión es la música. ¿Alguien cree que a Bruce se le ha olvidado su trabajo? Leonard Cohen y Morrisey han sido los otros dos grandes triunfadores del fin de semana en el FIb de Benicassim. Demasiada casualidad. El director de un conocido festival de música me decía recientemente que tras diecisiete años de experiencia podía asegurar que las estrellas más rutilantes eran siempre las más cercanas y normales. Los "jóvenes valores" eran los que, por el contrario, le solían tocar las narices con mil exigencias de niño consentido.

Bruce es la coherencia y el sentido de la responsabilidad. Principalmente con la música y con su público, al que le ofrece tres horas de ensueño convencido de que es lo mínimo que puede hacer por quienes han pagado una pasta por verle actuar. De nuevo en Barcelona reeditó el idilio iniciado un 21 de abril de 1981, cuando ofreció el mejor concierto de su vida, según el crítico musical Dave Marsh. Yo no soy especialmente mitómano (tiendo a imaginármelos sentados en la taza del baño como cualquier mortal), pero reconozco que Springsteen me tiene encandilado y siento por él un profundo respeto; no sólo porque me emocionan sus canciones, sino porque sigo creyendo que cree en lo que hace. Aunque Sara siga pensando que flojeó en la primera hora. Puede que sea así, pero yo no me di cuenta.  

2 comentarios

grosem -

Decía Stevie Van Zandt el otro día que los "toqueteos" de la primera hora eran el regalo que Bruce hacía a sus fans más entregados. Anécdota aparte, la noche fue brutal, el repertorio espléndido y el ambiente, como siempre, único (aunque parezca una contradición).
Ese "Because the night" nos dejó aturdidos...

Tu prima -

Han pasado casi 3 días desde que estuve en ese concierto y todavía estoy como "sonada", con la sensación de haber estado en mucho más que un concierto, buscando fragmentos grabados con móvil en el YouTube para revivir ese "momento extraordinario", lo has llamado. Sin duda lo fue.