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Juan Gavasa

Nabateros

Nabateros

El viernes se inaugura la Expo de Zaragoza y Severino Pallaruelo ha publicado en Prames un necesario libro sobre la historia de las nabatas y los nabateros. Con ese trabajo metódico de recopilación y reflexión, mostrado ya en libros imprescindibles como "Pastores del Pirineo, "José. Un hombre del Pirineo" o la "Guía de Aragón", Severino aporta un estudio riguroso pero agradablemente ameno sobre la historia de los hombres que usaron durante siglos los ríos del Pirineo como caminos. En pleno jolgorio de la fiesta del agua, este libro es una serena aportación que nace de la experiencia anónima de cientos de pirenaicos. Está planteado también como un justo homenaje a su memoria y tiene la vocación de reivindicar unos modos de vida que cayeron fulminados cuando el rayo del progreso reventó de pleno en las montañas. Pero no lo hace con melancolía ni nostalgia. Severino Pallaruelo no ha caído en la tentación de otros historiadores de mirar al pasado con frustración, como si su tiempo fuera el que nunca llegó a conocer. La historia es una secuencia de acontecimientos que sólo se puede alcanzar a analizar desde su globalidad, sin pervertir la lógica de la relación causa efecto.

Y en este sentido Pallaruelo no se cansa de relativizar el mito romantico de las montañas, construido sobre lugares comunes y una sobrecarga de teoría y literatura fantástica. Lo que ocurrió en el Pirineo a mediados del siglo pasado -la crisis del mundo rural y el éxodo a las ciudades- fue la consecuencia de un conjunto de elementos y circunstancias que no pueden ser segmentados. Hubo una parte de displicencia y otro de catarsis necesaria; un abandono forzado y también un camino abierto entre matorrales hacia la modernidad. Todo ocurrió demasiado rápido, pero la velocidad no puede errar el objetivo del análisis. En su libro sobre los nabateros Severino ofrece la crónica del fin de una época y, como todos los profundos cambios, fue una traumática experiencia en la que se colapsó el sentido de la vida y el tradicional pausado ritmo de los acontecimientos.

He rescatado un artículo que nos escribió Severino Pallaruelo hace 8 años para el monográfico de la revista "El Mundo de los Pirineos" que dedicamos al siglo XX; la centuria de la revolución pirenaica. Es un evocador artículo sobre las nabatas y los nabateros, un texto de corte periodístico sobre el comienzo del fin. Severino, que es hijo de nabatero, lo narra con la fuerza y el crédito del testigo presencial. Ocurrió hace casi cien años pero la crónica parece extraída del diario de ayer.

"Al comenzar el siglo XX había grandes planes para los ríos pirenaicos. En los despachos de la Administración  y en las sedes de las grandes compañías, entre datos pluviométricos y medidas de aforos, bullían los proyectos hidráulicos: presas, canales, centrales eléctricas, regadíos... Nadie parecía acordarse de que los ríos eran también caminos. Se estaba planificando cómo cerrarlos y cómo sacar el agua de sus cauces naturales sin que una sola voz se alzara para recordar que por los ríos navegaban los troncos y que mucha gente, en los Pirineos, se ganaba la vida conduciendo madera desde los bosques de las montañas hasta las ciudades de las riberas y hasta las puertas del mar. Los llamaban almadieros en Navarra y en la parte occidental de Aragón, nabateros en el Cinca y raiers en Catalunya, pero los tres nombres definían un mismo oficio: el de los hombres que, erguidos sobre grandes plataformas de madera atados con ramas de avellano o de sauce, guiaban la madera mediante remos muy largos sobre las aguas que nacían de las nieves pirenaicas. Para construir presas había que hacer túneles que desviaban el caudal hacia las entrañas de la roca, dejando libre el viejo cauce. A los hombres del río no les dijeron nada. Un año, al descender con sus almadias,  en mayo, vieron gente que medía algo y examinaba las rocas del acantilado donde el valle se estrechaba en un desfiladero imponente. Al año siguiente, cuando volvieron a descender, en primavera, ya no pudieron pasar por el camino fluvial que habían seguido ellos y sus padres desde tiempo inmemorial: les hicieron entrar con sus nabatas por un túnel al que llegaba el caudal describiendo un quiebro dificilísimo. Alguien pagó con la vida el nuevo camino. Pero nadie les dijo nada. No importaban: eran seres del pasado. Su futuro era oscuro como el túnel.

            En los años veinte no se hacían sólo obras hidráulicas. El ferrocarril estaba llegando a las entrañas de los Pirineos. Donde llegaba el tren desaparecía la almadía. En el río Gállego se abandonaron al comenzar el siglo. En la cabecera del Aragón pocos años después el ferrocarril de Canfranc acabó con el transporte fluvial. Lo mismo sucedía con las carreteras: su apertura traía el abandono del camino del río. En los años del dictador Primo de Rivera la fiebre de las carreteras llegó a todas partes. Los camiones pudieron acceder a los principales valles y los almadieron, impotentes, tuvieron que dejar su viejo oficio.

            Agonizaban sin sufrir la más pequeña evolución técnica. Los dibujos del siglo XVI muestran nabatas y herramientas de nabateros que son exactamente iguales a las que se empleaban en 1930, cuando el oficio de raier se extinguió en Catalunya y, en Navarra, los almadierons dejaban de conducir madera por el agua, camino del Ebro. Tras la Guerra Civil, el proceso de ruralización que se dio en toda España, y la escasez de combustibles aun forzaron una cierta revitalización del viejo oficio del río, que todavía resistió una década. Los que más aguantaron fueron los más aislados, los que no tenían ferrocarriles ni camiones, aquellos a los que habían obligado en 1915 a pasar con sus troncos  por un túnel tenebroso. Los nabateros del Cinca cerraron la página del transporte fluvial en los ríos pirenaicos: en julio de 1949, con madera procedente de los montes del Sobrarbe, llegaron a Tortosa los últimos nabateros. El asfalto había ganado. Los ríos ya no eran caminos". 

1 comentario

Mikel -

Hace como un mes asistí en Burgui a la fiesta de los Almadieros, tenia curiosidad en observar como estaban construidas esas balsas entrelazando troncos con ramas y cortezas de sauce y como con técnicas básicas de navegación fluvial guiaban esas plataformas rió abajo, salvando obstáculos con unas grandes palas a modo de remos.
Quería hacer una introspección al pasado, intentando retrotraer mis emociones y sentimientos a las circunstancias y los momentos que obligaban a esos personajes hechos duros a si mismos a realizar tales hazañas épicas.
Me preguntaba constantemente sobre todos los riesgos que esas gestas aventureras conllevaban: como podian estar todo el dia con los pies mojados, si se caian al agua con esos trajes no podrían nadar y se ahogarian, seguro que cogian todo el dia humedos pulmonías, y si se les mojaba la comida...etc.
Mientras estaba intentando viajar al pasado un olor a chistorrra y migas, una charanga, un autobús del inserso, unos africanos vendiendo cinturones, y unos neo hippies fumándose un porro de maria a mi lado, me trasladaron a la realidad de nuestros días.
Estamos hablando no de la prehistoria sino de hace 59 años. Ahora convertido en un espectáculo cómico-turístico, como cuando Bufalo Bill se exhibía en un circo con los indios de las reservas.