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Juan Gavasa

No tengo respuesta

No tengo respuesta

Últimamente me resulta complicado explicar en Canadá qué le pasa a España. Sospecho que no logro ser convincente cuando argumento que el mío es un país democrático en el que los derechos individuales están garantizados. La realidad proyecta lo contrario. Las imágenes de las manifestaciones de la semana pasada en Madrid han sido reproducidas insistentemente por las cadenas de televisión canadienses y los medios digitales como paradigma de la fractura social en que ha derivado la crisis económica europea. En un país socialmente poco conflictivo y moderado en sus expresiones públicas, lo sucedido en Madrid se ha observado con profunda preocupación y desconcierto.

Pocas veces se habla de España en Canadá, lo que probablemente se ha podido interpretar durante los últimos años como un positivo síntoma de normalidad. Sólo el deporte, asunto capital para la sociedad norteamericana, ha puesto el foco de interés en nuestro país con la admiración que producen los éxitos de Nadal, Alonso y, sobre todo, la selección española de fútbol. Era, por lo tanto, la proyección de una imagen moderna y triunfal de un país que lograba situar a sus deportistas en una esfera universal inalcanzable para Canadá. La victoria de España en la reciente Eurocopa de fútbol fue noticia de portada en todos los diarios canadienses apoyada por una catarata de elogios que corría incluso el riesgo de abrumar. El deporte pues, como indicador de desarrollo y progreso, ha situado a España en un ficticio liderazgo mundial junto al grueso de países avanzados. Sobra decir que este status obraba en el subconsciente colectivo y no en la realidad. Pero generalmente ese impulso emocional tiene tanta fuerza como los tópicos que se manejan sobre un país y que son los que cargan nuestros prejuicios y presupuestos. Los hechos, generalmente, casi nunca logran alterar esa idea preconcebida.

España es además para los canadienses un paraíso turístico, un destino sólo al alcance de grandes rentas, un lugar mitificado por la perdurable visión romántica de las leyendas medievales y el atractivo irresistible de los pueblos con pasado milenario. Todavía sigue vigente en cierta medida ese estigma de los viajeros decimonónicos anglosajones, más como constatación del desconocimiento que se tiene sobre el país que como una desdeñosa caracterización. Canadá se fundó en 1867. Ese dato es suficiente para entender que aquí la dimensión de la historia se mide en décadas. Por eso, como en USA, fascina la vieja Europa de reyes, palacios, catedrales, castillos y aldeas centenarias. Y España, en ese fértil imaginario, representa todas esas cosas y además el talento creativo, que divulga modernidad, de figuras universales como Picasso, Miró, Calatrava, Mariscal o Adrià, todas ellas frecuentemente reconocidas en Canadá.

Pero desde hace algunos meses las noticias sobre la crisis económica se suceden a diario acompañadas de documentados análisis sobre lo que esconden las imágenes, las cifras y las estadísticas. Las informaciones sobre la situación de España y las consecuencias que su caída podría tener en la Unión Europea y por extensión en la propia Canadá han alterado por completo la abstracción que representaba la “marca España”. Casi a diario amigos canadienses me preguntan sobre el enigma de nuestro país. Lo que ven en la tele y lo que leen en la prensa no coincide con la idea que ellos habían madurado durante años. ¿Por qué esa violencia? ¿Es verdad que la gente tiene que recoger comida en la basura? ¿Se hunde el país? ¿Cómo es posible tener un 25% de parados? La constatación de esta nueva realidad ha causado un hondo impacto en la sociedad canadiense porque quizá lleva implícita la insinuación de que ya nadie está a salvo. Y ese miedo, representado en el caso español, ha encendido todas las alarmas porque hasta hace muy poco nuestro país era el ejemplo del “milagro económico” y de la determinación de una sociedad para ser dueña de su propio destino después de cuarenta años de dictadura.

La deriva independentista de Catalunya, asunto especialmente delicado en un país que tiene el mismo problema con Quebec, ha acabado de desfigurar el supuesto modelo español. Cuando ayer Romney se refirió a España, precisamente a España y no a Grecia o a Portugal o a Irlanda, para ejemplificar el fracaso económico de un país, lo hizo de manera consciente, sabiendo que la crisis española era la medida exacta para explicar la magnitud del problema mundial. Le importaban poco los datos –se olvidó de que la media del gasto público en la UE es mayor que en España-, solo buscaba el impacto de una referencia conocida para hacer pedagogía del miedo. Canadá, que en cierta medida es una prolongación social y económica de USA, comparte esa visión de nosotros como triste ejemplo del drama de la crisis.

Abbdulah era matemático en Kabul y me pregunta si en España la policía protege al ciudadano. Lara, que era economista en Kiev, me pregunta si nuestros políticos son tan corruptos como los ucranianos. Masomeh, que huyó de Irán con la revolución de Jomeini, me pregunta si en mi país existe el derecho a la libertad de expresión. Me reúno con ellos una vez a la semana para conversar. Ellos ven la televisión, reciben información de lo que ocurre en España y con esos datos intentan construir una idea de mi país. Me preguntan y compruebo desazonado que sus dudas y sus preguntas son las mismas que yo me hago a diario. Hace un tiempo tenía una respuesta, ahora no.

4 comentarios

Inde -

¿Has visto las fotos de las lluvias en Jaca, Canfranc, Broto...? ¿Has visto cómo bajan el Aragón y el Ara? ¿Y el Riguel en Sádaba? Madre míaaa...

Inde -

Vuelvo. Y solo se me ocurre decir que esa imagen que proyecta España de conflicto social debería ser interpretada como la muestra de que la gente en este país comienza a rebelarse, a luchar por su dignidad y a mostrar su oposición a todo lo que está pasando. Debería ser aplaudida y alentada, apoyada por los ciudadanos de a pie de los demás países, no mirada de manera medrosa y asustadiza. En Canadá deberían dejar de fijarse en los futbolistas y los grandes cocineros, en la "imagen de España", y observar qué es este país en la realidad. Y no es más que un país que, como cualquier otro, cuando las cosas vienen bien dadas proyecta alegría, y cuando vienen mal dadas reacciona (poco, para mi gusto).

Te recomiendo este artículo de Susan George: http://idh.uv.es/PDF/Entrevista%20Susan%20George.%20Levante%20EMV.pdf
Ella mira las cosas de manera más global. No es un problema de España. Dices que en Canadá empiezan a alarmarse. ¿Cómo reaccionará su policía el día en que allí haya manifestaciones por motivos de tanto calado como los que tenemos aquí? No se trata de la policía española ni de los políticos españoles, sino de cómo reaccionan, en cualquier lugar, los poderosos cuando ven que la gente se les echa encima, o que puede hacerlo.

Un besazo, Juan.

Juan -

Buenas explicaciones Mari, muy buenas. Pero cualquier respuesta nos sigue dejando la misma duda. ¿Qué está ocurriendo? Espero que estés muy bien.

Inde -

A las preguntas concretas que te hacen tus amigos, yo tengo algunas respuestas:

--sí, la policía protege al ciudadano excepto cuando recibe órdenes, en las manifestaciones, para machacarlo; la lástima es que, como sigan recibiendo órdenes de esas tan a menudo, no sé si acabarán engrosando mayoritariamente la (hasta ahora) baja tasa de policías chulescos que se creen yo que sé qué.

--no sé cómo son de corruptos los políticos ucranianos, pero sí, los nuestros son corruptos en un porcentaje bochornoso. Y lo peor, con ser malo, no es eso, sino que son impunes.

--sí, en este país existe la libertad de expresión... pero solo hasta cierto punto. En eso, vamos hacia atrás y es espeluznante. Pero me temo que no es solo cosa de este país, sino que en muchos otros países "civilizados" la deriva es la misma. Que eso llame la atención o no, habría que hacérselo mirar.

Para lo que no sé qué decir (entre otras muchas cosas), al menos todavía, es para el precioso artículo que has escrito, en su conjunto. Me hará falta releérmelo y pensarlo, remugarlo bien, para tener el impulso de comentar.

Un besazo, y hasta pronto