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Juan Gavasa

El mundo habla catalán

Decía recientemente en una entrevista Joan Garriga, el líder de La Troba Kung-Fú, que los gitanos catalanes utilizan la música “como un instrumento para darle vida a la vida”. Ese sentido hedonista de la música, esa forma desacomplejada de afrontar la existencia y, por lo tanto, la propia idea de uno mismo es parte consustancial de la genética de la rumba, sonido mestizo y promiscuo que nació con Peret en la calle de Cera de Barcelona. La rumba, como expresión de identidad catalana pero al mismo tiempo de universalidad que mama de músicas de aquí y de allá aventadas por el ventilador de las mixturas, ha vivido en la última década una época gloriosa.

Regresó Peret después de años de recogimiento espiritual y con él una pléyade de alumnos aventajados que reinventaron la rumba y le incorporaron la tecnología y la electrónica para mayor gloria de la fiesta. Hicieron lo mismo que sus mentores; mezclar y sumar para que la cosa no pare, para que siga sonando actual y guasona. En definitiva; para que siga siendo una música de nuestro tiempo, no un almacén de la nostalgia y un recuerdo casposo de una España que ya no es.

La rumba de la Troba Kung-Fú es hija de su tiempo y heredera del espíritu bastardo que la etiquetó el pasado siglo como una música sin identidades posibles. Joan Garriga, antiguo componente de la mítica banda catalana Dusminguet, encabezó en la noche del viernes en el auditorio de Lanuza un concierto de alto voltaje acompañado de un extraordinario grupo de músicos que comparten la misma idea sobre el espectáculo y la fiesta. Ellos se encargaron de cerrar una noche que había abierto el pop lineal, entre festivo e intimista, de Antonia Font, de quien el crítico musical Luis Hidalgo ha dicho que “más que un grupo de evidencias lo es de estimulantes equívocos”. Peliaguda empresa la de definir a los mallorquines que lidera el brillante letrista Joan Miquel Oliver.

La noche estaba dedicada a Cataluña, o mejor dicho, al ámbito cultural catalán, que excede los límites geográficos y políticos. Y en ese espacio cohabita una fuerte identidad nacional con el cosmopolitismo de las tierras abiertas al mar. Esa idea de diversidad, que entronca con el espíritu de las Tribus Ibéricas que quiere mostrar la XX edición de Pirineos Sur, quedó perfectamente definida el viernes en Lanuza. Un concepto de la cultura alejado de dogmas monolíticos y veleidades identitarias. La Troba Kung-Fú, que es catalana, canta en catalán y se proyecta al exterior desde Cataluña, es en realidad una banda del mundo con una versatilidad deslumbrante. Hacen rumba, cumbia, hip-hop, cajun, rancheras o reggae, mezclado con dub, blues o boogie-woogie. A veces son los Red Hot Chilli Peppers, otras los Balfa Brothers o Los Tigres del Norte. Y cuando el público (más de 1.500 personas se dieron cita en Lanuza), entra en ebullición pueden transformase en la orquesta de la verbena del pueblo. Fiesta y sarao a cargo de unos músicos dirigidos magistralmente por el acordeón de Garriga, que no se limitan a mezclar estilos como quien mezcla los condimentos de la ensalada, sino que buscan el camino más complejo para lograr lo más difícil; que la gente lo pase bien. Y a tenor de lo ocurrido en Lanuza desde la primera canción, “Petit Rumbero”, el público de Pirineos Sur no olvidará la noche del viernes.

Es verdad que previamente había actuado un grupo que juega en la Champions League. Antonia Font está considerada una de las mejores bandas de pop de la escena nacional. Alabados por público y crítica, que sostiene una extraña unanimidad, los mallorquines llevan quince años de sólida y coherente trayectoria. Muchos los identifican con un grupo verbenero e intrascendente, rescoldo de unos inicios titubeantes y rumbosos. Pero bajo la personalidad de su líder, Joan Miquel Oliver, se esconde un universo que transita entre el realismo mágico y el intimismo casi introspectivo. Sus letras carecen de obviedad y de lugares comunes y su sonido vive una época de madurez que en directo adquiere nuevas dimensiones. Ante la primera impresión de sencillez vaporosa surge una segunda de aires barrocos con un fondo acústico complejo y abigarrado. En este caso, la primera impresión no es la que queda.

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