El planeta del pop "glocal"
Carlos Galilea en El País (24/08/09)
La cadena Borders pide a Barack Obama una lista de cinco obras para ver, leer o escuchar: el presidente incluye Kulanjan, un magnífico disco de Taj Mahal y Toumani Diabaté de 1999. Doce años antes de esa grabación de un guitarrista de blues residente en Hawai y de un maestro africano de la kora, se citaron en un local de Londres responsables de varias discográficas independientes británicas. Su problema: llegaban discos de las más insospechadas procedencias y no sabían cómo colocarlos en las tiendas. Y buscaron un término que pudiera servir para identificar todo aquel material. Nacía la world music: "Nuevos sonidos para una cultura aburrida", dijo el productor Joe Boyd.
Conviene situarse: el presidente de EE UU era entonces Ronald Reagan. Faltaban un par de años para la primera web y algunos más para que comenzara el intercambio de ficheros musicales entre ordenadores. David Byrne, conocido por redescubrir a un grupo psicodélico como Os Mutantes o rescatar a Tom Zé, sorprendió al escribir un artículo titulado Odio la world music. Para él, la expresión era "el modo de despreciar a los artistas encajando sus músicas en una categoría exótica, y muy cómoda, porque lo exótico es hermoso, pero insignificante. Así se apoya la idea de que ellos no son como nosotros".Los encuentros entre músicos de distintos continentes no han dejado de producirse desde tiempos remotos. Sin ir más lejos, George Harrison se enamoró del sitar y viajó a India; Ginger Baker fue a Nigeria para iniciarse en los tambores yorubas y los Stones quedaron fascinados por músicos de Jajouka durante sus excursiones por Marruecos. Encuentros desde el respeto entre iguales o simple pillaje de materias primas. Ejemplo reciente de lo primero, la complicidad del grupo británico The Heliocentrics con el multiinstrumentista Mulatu Astatke, que vivió los años gloriosos de la capital de Etiopía, cuando se la conocía como Swinging Addis por su intensa vida nocturna. De los saqueos...
El Gobierno británico ha declarado que no se necesitan ya músicos extranjeros en Reino Unido. Como respuesta, Damon Albarn organiza los conciertos de Africa Express en Londres, Liverpool o Glastonbury, pero también en Bamako y Lagos. Franz Ferdinand actúa con el senegalés Baaba Maal y el maliense Bassekou Kouyaté, y Johnny Marr, guitarrista de los Smiths, toca con los ciegos Amadou y Mariam. Con The Good, The Bad and The Queen, acompañando a Damon Albarn, Paul Simonon y Simon Tong, está el nigeriano Tony Allen, al que Albarn homenajeó en una canción de Blur y de cuya batería decía Fela Kuti que valía por cuatro.
La apertura sonora, además del supuesto interés por otras culturas, una salida para una industria y un pop anglosajón exangüe, situó en el mapa a figuras como Mariza, Cesaria Evora, Khaled, Youssou N'Dour... Y siguen produciéndose descubrimientos estimulantes como el de esa improbable banda de parapléjicos que se mueven por las calles de Kinshasa en bicicletas motorizadas (Staff Benda Bilili). Signo de los tiempos, a los angoleños de Konono Nº1, con sus likembés -pianos de pulgar- distorsionados, o a Buraka Som Sistema, con su sexual kuduro (literalmente, culo duro) -ritmo llevado de los guetos de Luanda a Lisboa-, no sólo los programan ya en España festivales como La Mar de Músicas o Pirineos Sur sino también el Sónar.
Hace meses la revista neoyorquina The Fader dedicó su portada a The Very Best, grupo que forman en Londres un cantante nacido en Malawi, Esau Mwamwaya, y Radioclit, dúo parisiense y sueco de dj y productores. Mwamwaya sobrevivía en un barrio del este de la capital con una tiendecita de objetos de segunda mano a la que acudieron Radioclit. Y New Musical Express encabeza su artículo sobre ellos con una frase reveladora: "Todo el mundo habla de cómo la world music, por primera vez, está siendo cool".
También en Londres se dio a conocer la multifacética Maya Arulpragasam, hija de un revolucionario tamil, que desembarcó en Gran Bretaña con 10 años sin hablar inglés. Su nombre artístico, M.I.A., vendría tanto de missing in action (desaparecida en combate) como de missing in Acton, por el barrio londinense donde creció. Supo sacarle partido a una red de socialización como MySpace y asegura que para ser hoy artista basta con estar alerta y saber reciclar. "Estás expuesto a todo. Soy una máquina de mezclas ambulante", decía en The Observer. Gente como M.I.A., su amiga Santogold o Diplo -que suele grabar en Río de Janeiro y se siente cómodo con grupos como Bonde do Role- permiten hablar de una orgía entre hip-hop, drum and bass, dancehall jamaicano, funk carioca, grime londinense, cumbia porteña, kwaito surafricano o coupé-décalé costamarfileño. Para una juventud urbana, y mezclada, 2.0.
En el recopilatorio del 21º aniversario del sello de David Byrne se afirma que el universo de la música indie se ha movido hacia lo que hace Luaka Bop. La etiqueta world music parece ir dejando paso a una realidad que se percibe más compleja. Lo anticipó Gilberto Gil en 1993: "Los mercaderes del ritmo partieron con sus nuevas caravanas, transportadas por neonavegaciones, vía películas, radio, disco y televisión, satélites y ordenadores, y en los últimos 50 años establecieron un intenso tráfico musical entre las últimas fronteras del planeta y el centro euroamericano, creando una música del mundo industrial que va mucho más allá de la world music".
Para británicos y estadounidenses, world music era toda la que no hacían ellos. Colonialismo: una forma de reafirmar la hegemonía de la cultura pop occidental y el dominio aplastante de la música anglosajona. Hoy, todo, o casi todo, está al alcance de unos movimientos de ratón y en una pantalla. El planeta parece haber encogido y, a través de Internet, se reformulan las músicas del mundo. La revista suiza Vibrations ha acuñado el término "antropopfágico" para estos inicios del siglo XXI. Pop glocal: global con influencias locales. La nueva world music sería un laboratorio de intensos y amplios intercambios que modela estéticas y sensibilidades musicales aún por venir. Gil decía que es "una paradoja contemporánea: un mundo heideggeriano, donde todos somos víctimas y verdugos, controlados y controladores. Sin darnos cuenta de eso, trabajamos para la unidad del planeta y, viceversa, para el crecimiento y proliferación de la diversidad local. Pertenecemos al mundo y el mundo nos pertenece, formamos parte de todo y estamos en todas partes".
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