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Juan Gavasa

Historia de una foto

Historia de una foto

El 5 de septiembre de 1936, un mes y medio después de que comenzara la Guerra Civil, un miliciano anarquista de 25 años, algo bravucón, murió en un cerrillo cordobés de un balazo disparado por un francotirador marroquí. A muy pocos metros, metido en una trinchera, un fotógrafo húngaro de 23 años que nació con un dedo meñique de más, simpático, mujeriego y valiente, disparaba su cámara en el mismo segundo, apuntando al mismo soldado. El miliciano, Federico Borrell, murió en el aire; el fotógrafo, Robert Capa, se escondió en la trinchera sin saber que acababa de hacer la foto más famosa de la Guerra Civil y se volvió a levantar poco después para, jugándose el pellejo, retratar a otro anarquista que también moriría en el mismo sitio un minuto después.

La fotografía de Borrell, conocida a partir de entonces como El soldado caído, estaba destinada a convertirse en un icono de la Guerra Civil y de cualquier guerra gracias a su incomparable potencia simbólica. También a arrastrar la duda de haber sido falseada, debido, entre otras cosas, a su extraña y visceral perfección, a su oportunidad inaudita al retratar el instante mismo de la muerte del soldado en un soleado páramo español.

Una exposición que será inaugurada el 17 de octubre en Londres bajo el título de Esto es la guerra, Robert Capa trabajando, aporta nuevas fotografías encaminadas a zanjar la cuestión. Una de ellas es reveladora: muestra el cadáver del segundo miliciano retratado por Capa, tendido en el cerro. El contacto fue encontrado hace un par de años por el biógrafo oficial de Robert Capa, Richard Whelan, junto con otras decenas de negativos perdidos hasta entonces pertenecientes a la desordenada herencia del fotógrafo. Gracias a estos contactos se sabe ahora mejor lo que ocurrió antes y después de la foto en aquel atardecer en Cerro Muriano.

Federico Borrell García, Taino, había nacido en Benilloba, un pueblo de la sierra alicantina. Fue el quinto de seis hermanos de una familia pobre. Su padre, Vicente Borrell, Batallón, labrador, murió cuando Federico contaba seis años. La madre, María García, La Taña, decidió emigrar a la cercana e industriosa Alcoy con toda la prole cuando consiguió un trabajo de criada. Federico aprendió a leer y a escribir y se hizo tejedor. Como otros muchos jóvenes de la zona, también era anarquista. Era presumido, echado para adelante, amigo de figurar. Tenía los pómulos muy marcados, un rasgo físico peculiar que compartía con su padre y su hermano. El concienzudo y tenaz historiador local Miguel Pascual ha reunido ésta y otras informaciones tras rastrear archivos de Alcoy y preguntar a los testigos o recordar lo que éstos dijeron en su época. "Mi abuelo le conoció", explica Pascual Mira, "y me contaba que Taino era algo alocado".

El 1 de septiembre, días después de asaltar el cuartel de Infantería de Alcoy y hacerse con armamento ligero, munición y correajes, una columna miliciana anarquista compuesta por unos 300 hombres parte hacia el frente andaluz, dispuestos a colaborar en el intento republicano de contener a las tropas del general Varela, acuartelado en Córdoba. Entre ellos figura Taino. La vida le va bien por entonces: está a punto de casarse con su novia Marina. Ha dejado guardado en Alcoy un traje recién comprado para la boda. En la columna va también su hermano Evaristo, cinco años menor, y un adolescente llamado Mario Brotons que con el tiempo jugará un importante papel en esta historia.

Taino y sus compañeros suben a Cerro Muriano, una aldea situada a pocos kilómetros de Córdoba al amanecer del día 5. Se despliegan por el terreno, ocupan las trincheras. No hay que pensar en un ejército organizado, bien armado y coordinado, sino más bien en un puñado de "civiles con escopetas", en expresión del historiador Francisco Moreno Gómez. Sus oponentes sí componen un ejército profesional con experiencia.

Ese día, el general Varela inicia una ofensiva por la sierra cordobesa. Los cañonazos que resuenan demasiado cerca aterrorizan a los habitantes de Cerro Muriano, que salen de sus casas y escapan a la carrera en busca de un lugar más seguro. A la hora de la siesta, cuando por el flanco izquierdo del frente avanza en silencio una columna nacional de marroquíes bajo el mando del coronel Sáenz de Buruaga, los milicianos de Alcoy reciben una visita inesperada. "Aquel día llegaron a Cerro Muriano al menos tres vehículos de periodistas", escribe Moreno Gómez en su libro 1936, el genocidio franquista en Córdoba (Crítica), que se publicará este mes. En uno de los coches viaja Robert Capa y su novia, la también fotógrafa de guerra Gerda Taro.

El frente está tranquilo a esa hora. Capa aprovecha para captar a un grupo de milicianos en una trinchera, con los fusiles en alto, saludando. El hombre de la camisa clara de la izquierda que sonríe mirando hacia un lado es Federico Borrell y morirá en un rato. El tercero por la izquierda, con bigote, también.

A partir de aquí las versiones no coinciden. El historiador Gómez Moreno, basándose en un detallado estudio de los movimientos de tropas, concluye que Taino y los suyos se vieron sorprendidos por el ataque de los regulares de Sáenz de Buruaga y que acudieron, corriendo ladera abajo, a taponar el flanco. "Todo un negro panorama que hace impensable que Robert Capa tuviera ni tiempo ni oportunidad para ensayar fotomontajes", afirma. En la batalla muere Borrell.

El biógrafo oficial del fotógrafo, Richard Welham, fallecido en 2007, en un artículo publicado tres años atrás en la revista Aperture, reconstruye esa tarde de una forma un poco diferente. Este estudioso coincide en situar la llegada de Capa y el resto de los corresponsales al inicio de la tarde. Como la zona estaba tranquila, Capa convence a los milicianos para que posen para él con sus armas. Éstos se prestan. Y desarrollan varias maniobras de avance en grupo, de salto de trincheras, de tiro.... Los 40 negativos expuestos ahora en la exposición de Londres así lo confirman. Cynthia Young, responsable de la exposición y que ha examinado cuidadosamente todas las fotografías añade: "Es evidente que mientras Capa y Taro hacen las fotografías no están en el corazón de ninguna batalla".

Pero estas maniobras aparentemente inofensivas atrajeron al enemigo. O, de creer al historiador Moreno Gómez, fue entonces cuando llegó la columna de Sáenz de Buruaga. El caso es que el ejercicio se volvió trágico. Welham lo ha reconstruido así: Capa se encontraba en una hondonada o una trinchera. Al pie de ella, estaba Federico Borrell. A unos metros a su derecha, el otro miliciano de bigote. Es en ese preciso momento cuando una bala impacta contra Taino. Capa se agacha en la trinchera. El miliciano de bigote, que jamás ha sido identificado, se pone de rodillas para ofrecer menos blanco, coge a Borrell por las axilas y, ayudado por sus compañeros, conduce a Federico a la trinchera. Después, cuando está recogiendo su fusil, es abatido a su vez, casi en el mismo sitio que Federico. Capa retrata también ese momento. Y asimismo, su cadáver, en una tercera foto que no se había visto hasta ahora.

Al día siguiente, el hermano pequeño, Evaristo Borrell, dejaba el frente y regresaba a Alcoy para informar a sus hermanas de que Federico había muerto. Su hija, Empar Borrell, la sobrina de Federico, recordaba el lunes pasado que su padre guardó para siempre una idea particular y penosa de ese día de guerra: "Ya no se volvió a presentar voluntario. Es más, siempre nos aconsejó que no nos presentáramos voluntarios para nada en la vida". Años después, Evaristo se casaría con el traje de boda que Federico había dejado sin estrenar. "Por entonces había muy poco dinero y no era cosa de desaprovecharlo", explica Empar con una sonrisa. El rastro de la novia de Federico se desvaneció para siempre: "De Marina no sabemos qué vida llevó o qué hizo: mi padre perdió el contacto para siempre".

También el rastro de la historia de Federico y de Evaristo y de la columna anarquista de Alcoy se fue perdiendo salvo para los familiares y los historiadores locales. Mientras tanto, la foto del miliciano se convertía en un icono planetario y se reproducía en todas las revistas y periódicos del mundo. También de Alcoy. Un día, Mario Brotons, aquel adolescente que con 14 años había luchado en Cerro Muriano, convertido ya en un hombre de 75 y tras escribir un libro en el que relataba su aventura en la columna anarquista, Retazos de una época de inquietudes, aseguraba que su paisano Taino era el miliciano derrumbado en la foto. La madre de Empar, la cuñada de Federico, que aún vivía entonces, lo confirmó. El biógrafo Welham lo dio por bueno.

Con todo, El soldado caído sigue concitando interpretaciones encontradas. Hay dos documentales que lo corroboran. Uno de ellos, Los héroes nunca mueren, estrenado en 2004 y dirigido por Jan Arnold, reconstruye los hechos acaecidos en Cerro Muriano y localiza el lugar exacto en el que Borrell caía abatido, denominado Cerro de la Coja. Arnold no cree que la foto de Capa sea un montaje: "Él estuvo en muchas guerras, muy cerca de la línea de fuego. Y jamás tuvo necesidad de falsear ninguna foto. No entiendo por qué lo tenía que hacer entonces".

El otro documental, La sombra del iceberg, dirigido por Hugo Doménech y Raúl M. Riebenbauer y premiado en 2007 en el Festival de la Ciudad de México, cuestiona tanto la veracidad de la foto como el hecho de que sea Taino el que aparece en la imagen. También el historiador Miguel Pascual, basándose en sus propias investigaciones, está convencido de que la foto es un montaje y de que Borrell murió en otro momento de la batalla.

Young, la organizadora de la exposición, cree que la polémica no acabará jamás. A pesar de la aparición de los nuevos negativos que se exhibirán a partir del día 17. A pesar de la foto del cadáver. "Que haya gente que desconfíe es inevitable. No se ha encontrado la secuencia entera de los negativos. Tal vez se perdió. Tal vez no aparezca nunca. O sí. Pero lo que hay de nuevo da información relevante, que corrobora lo que sostenía el biógrafo Whelan".

No se sabe dónde ni quién enterró a Federico Borrell. No hay ninguna inscripción en ningún registro. Lo más seguro es que su cuerpo, junto con el del segundo miliciano, estén en el cementerio de Villaharta, a pocos kilómetros de Cerro Muriano, donde acabaron muchos cadáveres de la batalla. De ser así, de ser todo cierto, ahí se encontrará también la bala que atravesó su corazón en el instante mismo en que Capa apretaba el obturador de su cámara Leica.

Artículo publicado en El País, en su edición del 5 de octubre de 2008

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