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Juan Gavasa

Cerler

Cerler

Cerler ya estaba antes de que llegara la estación de esquí en 1970. En los libros de historia apenas se localizan referencias y los viajeros decimonónicos parece que nunca se interesaron por su existencia, pero el origen de esta pequeña aldea está documentado en el siglo IX. Ahora Cerler sólo es el nombre de uno de los centros invernales más pujantes del estado, pero en medio de un urbanismo estereotipado sobrevive el núcleo histórico, apiñado y protegido de los golpes de aire del desarrollo.

La imagen de Cerler se ha ido moldeando en las últimas décadas a base de tópicos y lugares comunes que, de tanto usarse, han acabado transformándose en un trasunto de su historia real. Las duras rampas del mítico Ampriú que hay que ascender para alcanzar el pueblo han sido escenario tradicional de la épica ciclista nacional. Todavía son muchos los que se sorprenden al descubrir que junto a la estación de esquí hay un pequeño núcleo de casas ajeno a las nuevas urbanizaciones. Y tan eterno como intrascendente será el debate sobre si Cerler es el pueblo más alto del Pirineo o el honor lo tiene que discutir con la cercana Villarrué.

“La verdad es que Cerler casi se ha tenido que reinventar a sí mismo y escribir una nueva historia. Poco se sabe del pueblo porque en la Guerra Civil todos los archivos fueron destruidos y casi toda nuestra historia se fue con ellos” apunta Luis Cornell, concejal pedáneo de Cerler (el núcleo pertenece al ayuntamiento de Benasque), y propietario de Casa Cornell, probablemente el edificio más antiguo y de mayor valor arquitectónico que se conserva en el pueblo.

La antigua residencia de Pedro Cornell, Obispo de Tarazona en el siglo XV, es hoy un coqueto hotel que conserva la casa-patio como ejemplo casi paradigmático de planta baja protegida por un pórtico abierto al patio descubierto del interior. Los Cornell son una estirpe de tradición centenaria en el valle. Hidalgos, curas, militares e incluso un ministro jalonan el árbol genealógico de una de las familias más influyentes de la zona.

“Su importancia se extendía al otro lado del Pirineo –señala el arqueólogo José Luis Ona-. Está documentado que durante siglos los grandiosos rebaños de la familia, compuestos por cerca de cuatro mil ovejas, cruzaban los puertos a más de 2.400 metros de altitud y pastaban en la vertiente norte en Luchon, a diferencia del resto de ganaderías que bajaban en invierno al llano. Se sabe que uno de los Cornell pleiteó incluso con la Orden de Malta francesa en los tribunales parisinos por los derechos de uso de los pastos”.

La anécdota histórica pone de relieve el peso económico que tuvo Cerler en su entorno durante varios siglos, aunque como reconoce Ona, “ha sido siempre una aldea de Benasque y siempre estuvo a la sombra de ésta, por eso su arquitectura es sencilla y austera”. El caso es que el casco urbano se erige casi intacto en contraste con las urbanizaciones de dudoso gusto que se levantaron al noreste en la década de los 70 del pasado siglo al calor de la estación de esquí.

Las normas urbanísticas llegaron a tiempo para proteger el pasado y aislarlo de las veleidades arquitectónicas posteriores. Casa Betrán, Santa Maria, Pepe, Casalero, Antondos, Barbero, Marta y Caballé componen el itinerario obligado que repasa la austeridad formal de la arquitectura popular de la zona. Una ortodoxia de piedra, forja, madera y pizarra que se repite de forma invariable por sus calles.

La del Obispo es la principal, atraviesa el pueblo desde la entrada hasta la plaza Mayor y recibe como afluentes otras vías menores de factura impecable: La Fuente, Fuendemuro, Camino Benasque... Y es que hasta que llegaron los remontes a Cerler, el único acceso al pueblo era un camino de herradura que costaba transitar casi una hora y que partía desde el puesto de la Cruz Roja de Benasque. Merece la pena echarle un vistazo ahora y convenir que treinta años no son nada.

Eugenio Saura sabe bien lo que es el aislamiento. Durante muchos años se dedicó a la cría de mulas como otros muchos del pueblo. De hecho,  Cerler tenía fama de ser el lugar donde mejor se domaba la cabaña mular. “Las domábamos durante tres o cuatro años y luego las vendíamos en las ferias de Barbastro y Graus. Íbamos andando durante tres días en pleno diciembre, era tremendo”.

Las cosas han cambiado tanto que la narración de Eugenio parece inmersa en plena edad media. Hoy el perfecto empredrado de las calles de Cerler sólo sostiene el paso de los turistas y las furgonetas de las empresas de construcción. En el valle se han creado decenas y no llegan a todos los tajos que les demandan. Las antiguas casas y los edificios agropecuarios han mudado sus usos añejos y se reinventan como hoteles, viviendas de turismo rural y restaurantes. En Cerler hay una oferta gastronómica envidiable.

José Solana, de 85 años, es un buen ejemplo. Ha convertido la soberbia casa familiar en un alojamiento turístico con vistas privilegiadas a todo el valle en plena plaza Mayor, frente a la iglesia. “todos hemos tenido que adaptarnos. Las cosas cambiaron muchísimo cuando llegó la estación y ahora está claro que el turismo es nuestra economía”. Sólo casa Paulo y Casa Poca tienen vacas y en casa Caballé y Batista todavía conservan pequeños rebaños de ovejas. Son los últimos de una larga tradición ganadera en vías de extinción. Cerler ya es sólo nieve.

El pueblo Estación

La historia de Cerler está inevitablemente unida a la estación de esquí creada en 1970. Hasta entonces el pequeño pueblo encaramado sobre Benasque no era más que un conjunto de casas apiñadas de difícil acceso e improbable futuro. Situado a 1540 metros de altitud, el núcleo se forjó en una economía de subsistencia  expresada tanto en su arquitectura como en su proyección exterior. A mediados del pasado siglo explotó una cercana mina de pirita que no fue capaz de alterar el retroceso demográfico.

            Tras la crisis de los años 80, la entrada de la sociedad mixta ARAMON en el accionariado de la estación de esquí ha provocado un renacimiento del centro invernal y de las expectativas de desarrollo de todo el valle. En la última década Cerler ha visto duplicada su población estable hasta alcanzar los 300 habitantes, un fenómeno que rompe la tendencia general del resto del Pirineo. Hace 8 años reabrió su escuela después de décadas de silencio y este curso tiene dos aulas de infantil y primaria. 

Este reportaje publicado en el número 55 de la revista El Mundo de los Pirineos recibió el primer premio de registros periodísticos del Certamen Literario "Villa de Benasque" fallado el pasado sábado.

3 comentarios

Inde -

¡Enhorabuena, Juan! Mereces ese premio y otros 18 u 20 más. Hala, a por ellos.

¡Un beso!

39escalones -

Uno de los más hermosos rincones de Aragón.
Saludos.