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Juan Gavasa

Jánovas (2)

Jánovas (2)

Sigo estos días a medio camino entre Sallent de Gállego y Jaca sin perder de vista lo que ocurre con la reversión de Jánovas. En la última semana se ha publicado en toda la prensa una larga serie de entregas informativas que permiten intuir que el asunto no va a ser ni sencillo ni rápido de resolver. Pero almenos sí que he percibido que el sentido común tiende a imponerse sobre el despropósito legal y cada vez son más las voces que exigen un tratamiento especial que no se someta a la tiranía administrativa sino al poder de la razón y el valor intangible del drama humano. Porque como escribía hoy Jánovas no rebla: "tan expropiados creo que debe considerarse en justicia a los que lo fueron legalmente como a los que vendieron creyendo que no tenían más alternativa". Y creo que aquí está el nudo gordiano de la cosa, la poderosa e irrebatible reflexión que explica la necesidad de que la administración sea por una vez un ente al servicio del ciudadano y sea capaz de estar a su altura. Sobre todo porque fue la administración (la franquista), la que promovió un proyecto y lo llevó adelante a sabiendas del grave perjuicio que estaba ocasionando sobre la población afectada. ¿No es más lógico que sea la administración la que indemnice a los ciudadanos perjudicados y asuma las responsabilidades del fracaso social y económico de un proyecto que nunca se llegó a hacer? ¿No sería de justicia que el estado pidiera un perdón simbólico a quienes arrancó de sus tierras sin otro equipaje que la incertidumbre y la desazón en esa España abisal de los 50 del pasado siglo? ¿No sería un inmenso acto de redención que el estado costeara la recuperación piedra por piedra del pueblo que arruinó a golpe de dinamita? Almenos en lo material la administración tiene la capacidad de corregir el desaguisado que cometió. En lo espiritual y sentimental cavó una sima impenetrable de la que muchos sobrarbenses ya nunca podrán salir. Y eso ya no lo puede remediar nadie. El estado es poderoso pero el alma rota de sus ciudadanos es impermeable. Son estas cosas las que no aparecen en los expedientes de expropiación. No hay un apéndice para levantar acta notarial de la estulticia de nuestros políticos.

Como estos días no tengo demasiado tiempo para escribir posts en condiciones, voy recuperando cosas que publiqué hace tiempo y que de repente han adquirido un tono actual sorprendente. Esto me recuerda un aserto que me lanzó hace ya muchos años un periodista jaqués: "para ejercer esta profesión en Aragón hay que manejar tres o cuatro temas porque no hay mas, son los mismos de siempre, nunca se solucionarion y probablemente nunca se solucionarán. Si manejas bien estos temas no tendrás problemas para prosperar". El agua y el problema hidráulico era uno de ellos. El texto que cuelgo a continuación se titula "La tercera transición" y fue publicado en la desaparecida y añorada Trébede en octubre de 2001, pocas semanas después de anunciarse el informe negativo del estudio de impacto ambiental que descartaba definitivamente el pantano de Jánovas. Han pasado siete años y aquí seguimos hablando y escribiendo de lo mismo. Esta tierra es Aragón, tenía razón mi amigo.

Hubo un tiempo en que el Pirineo se desangraba a borbotones como consecuencia de las profundas heridas que le provocaba el desarrollismo, los pantanos y la despoblación. La gente huía o la expulsaban de sus tierras y en su triste marcha dejaban también el orgullo montañés y la conciencia de pueblo entre casas espaldadas, campos yermos y valles inundados. Los sesenta cultivaron en el Pirineo un sentimiento derrotista y un complejo de inferioridad que perduró en el tiempo al albur de estúpidos estereotipos urbanos convenientemente fomentados por la sociedad capitalista. Comarcas como el Sobrarbe iniciaron el siglo XX con 23. 000 habitantes y lo han acabado con 6.000.  Nunca se valorará convenientemente en Aragón la brutal dimensión de la emigración que ha sufrido la montaña en las últimas décadas en beneficio de un confuso desarrollo.

Muchos de los que se quedaron cultivaron cierto furtivismo sentimental, una especie de discreta militancia pirenaica no exenta de razonables dudas sobre la conveniencia de perseverar  o claudicar como lo habían hecho los que se fueron. Vivir cautivos en la tierra que amaban se convirtió en el gran conflicto interno, en la eterna duda existencial. Más tarde llegaron antropólogos e historiadores como Rafael Andolz, Julio Gavín, Durán Gudiol, Enrique Satué o Severino Pallaruelo, que reivindicaron la pervivencia de una valiosa cultura milenaria y alarmaron sobre los riesgos de su decadencia definitiva. Sus libros e investigaciones golpearon en la conciencia de quienes rehuían de sus orígenes por pudor o por simple desconocimiento, y de quienes desde la lejanía oteaban el horizonte montañoso con desdén e indiferencia.

El Pirineo se convirtió entonces en un producto turístico; muy lejos, desde luego, de las inquietudes que habían incitado el trabajo de aquellos estudiosos. Satué decía hace siete años que “el Pirineo está de moda. Lo está como estuvieron las playas del Mediterráneo hasta que se depreciaron por el caos y la contaminación. Pero la montaña es algo más que un sumatorio de especies a extinguir”. En este escenario surgieron los engendros urbanísticos de Jaca y sus sucedáneos, la obsesión por hacer unos cuantos Salous para los zaragozanos en invierno y la manía de meter la mano en cada palmo de tierra. Por desgracia seguimos en esta tesitura porque aquel “clan del hormigón” que defendía con ardor un veterano político oscense hace unos meses sigue marcando el ritmo de los acontecimientos.

Pero no todo está perdido. La máxima de “cuanto peor, mejor” ha obrado en el Pirineo el renacimiento de la abandonada conciencia de pueblo, la recuperación de un orgullo por la tierra que se fortalece en la misma proporción en que se multiplican las agresiones externas. El rechazo a los proyectos hidráulicos ha sido el estandarte de esa unión que ha hecho posible manifestaciones populares inéditas en la montaña como el paro general del 25 de octubre pasado. “Queremos vivir en el Pirineo” se ha convertido en la proclama que resume todo, en la justa consigna que mueve a “esa minoría”, como le gusta denominar a Marcelino Iglesias.

Los conciertos de La Ronda de Boltaña, elevada a símbolo de la montaña aragonesa,  han adquirido en los últimos tiempos un clima reivindicativo que recuerda ese aire de entusiasmo que envolvió a las actuaciones de los cantautores de la transición española. Quizá hoy los pirenaicos, enfrentados a los mismos problemas y a las mismas amenazas que hace cincuenta años, sentimos que nuestra transición a la democracia todavía no ha concluido. Por eso, el definitivo descarte del pantano de Jánovas ha sido un soplo de esperanza. Aunque “nos hemos hecho viejos esperando”, como lamentó Emilio Garcés, el último de Jánovas, al conocer la noticia. 

La foto es de Juan Pulido Velasco y la he tomado prestada de Jánovas no rebla

 

1 comentario

Inde -

Querido Juan, la tiranía administrativa se impone, como siempre, a "pocarropa", como se dice en mi pueblo: esto es, al débil. Si se empleara la tiranía administrativa con todos, a Endesa le estarían dando sopas con onda. Pero, aunque las leyes son las mismas para todos, su aplicación no suele serlo (¿dónde habré leído yo esto?). A la gran hidroeléctrica hay que correr a compensarla ya no por sus pérdidas, sino por sus no-ganancias; a los que sufrieron verdadero daño, sin embargo, se les pide pasta...

Me encocoro, me atabalo, de verdad. ajjj...