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Juan Gavasa

Julieta Venegas, música y compromiso social

Julieta Venegas, música y compromiso social

Preguntada hace dos años en una revista española por el mejor escenario en el que había actuado a lo largo de su carrera, Julieta Venegas respondió directa: “Pirineos Sur”. Fue en 2001 junto con Amaral, Atercipelados y Gabriela Epumer, presentando el proyecto “Fémina Rock” que ese año giró por varias ciudades españolas. Una noche intensa y especial la de aquel concierto, en la que la mexicana se enfrentó por primera vez a los retos imprevisibles de un auditorio que igual gime por los aullidos del viento del norte que tirita por un gélido frío invernal en pleno julio. La menuda y tímida Julieta de Tijuana triunfó y quedó atrapada por la exuberancia de ese escenario onírico varado en las aguas pirenaicas, tan extraño al paisaje de la Baja California.

Una década después regresa a Pirineos Sur la cantante y compositora mexicana. Es otra artista y otra mujer; reconocida tanto por su obra artística como por su fuerte compromiso social y político en su país natal, expresado durante las recientes elecciones presidenciales en su apoyo al movimiento estudiantil “YoSoy132”, que reclama una profunda regeneración democrática.

La Julieta crítica y honesta, escandalizada con la violencia diaria en las calles de México, valiente para afirmar que su país es “corrupto e inmaduro”, se ha convertido en un fenómeno de masas universal con más de seis millones de discos vendidos, varios Grammys y una carga de respeto en el displicente ámbito anglosajón. El mismísimo Prince confesó sentir fascinación por la mexicana y su tema “Lento”, y le invitó en una noche de verano de 2008 a cenar en su mansión de Los Ángeles junto a la moto con la que posó para la portada de “Purple Rain”; memorable momento que la mexicana cuenta todavía incrédula.

Ese año Julieta probó la ambrosía reservada tan solo a las verdaderas figuras del mainstream: la grabación de un Unplugged para la MTV en la que colaboraron entre otros La Mala, Marisa Monte y Gustavo Santaolalla. 

El pasado año fue madre y aunque ella asegura que la maternidad no ha influido directamente en la madurez de sus canciones, lo cierto es que la Julieta de hoy es más sosegada e introspectiva que la que debutó en 1997 con “Aquí”. Y es definitivamente irreconocible en aquella casi adolescente que despuntaba haciendo SKA con la mítica ”Tijuana No” a finales de los 80. El camino transitado en estos veinte años –con cinco discos entre medio- ha sido como la paleta de un pintor; repleta de colores que se van convirtiendo sobre el lienzo en capas que mudan de una textura a otra para convertirse al final en la consecuencia de infinitas mixturas y trazos.

Julieta Venegas ha fijado las formas de una fuerte personalidad musical al tiempo que ha ido dirigiendo sus sonoridades paulatinamente hacia un espacio de cierta comodidad pop en el que dice encontrarse a gusto. Sigue flirteando con la tradición de su país y mantiene colaboraciones con gente como Café Tacuba, Anita Tijoux o Gabriel Santaolalla –productor de sus primeros discos-,  pero ahora se trata de un sello de origen impreso en su música que poco tiene que ver con los derroteros que ha tomado su creatividad.

Desde el Unplugged grabado para la MTV la producción de sus discos ha puesto el acento en los arreglos electrónicos, las percusiones y los sintetizadores como base rítmica. De vez en cuando se cuela un contrabajo, un ukelele o su inseparable acordeón para conservar la atmósfera de los desiertos de Tijuana. Y de esa textura original y bien modelada brota la voz de Julieta, cada vez más educada y poderosa, que marida con todo en un ejercicio sublime de elasticidad. La noche del sábado en Lanuza la mexicana presentará las canciones de su último disco “Otra Cosa”, que le está llevando de gira por Francia, España y Alemania. En mayo estuvo tocando en su país junto a Bunbury, Calle 13 y Café Tacuba, los tres también programados en Pirineos Sur en los últimos años y compañeros todos de viejos proyectos musicales y cinematográficos.

Y como hizo entonces, Julieta Venegas también se dará una vuelta por sus clásicos más populares, que siguen asombrando por su compleja sencillez. Armonías y estribillos tan redondos que habrá que pensar que lo comercial a veces no es el camino más fácil, pese a las apariencias. Son canciones que hablan de amor y de historias que acaban mal, visiones femeninas que ironizan con el irresuelto problema del desencuentro y con el misterio del hombre.  “Lento”, “Eres para mí”, “Limón y sal”, “Andar conmigo”, “Bien o mal” o el probable colofón de “Me voy” son himnos ya de una generación que aprendió con Julieta que México es algo más que rancheras y narcocorridos.

“Bomba Estereo”, la explosión cubana

Colombia es pura efervescencia musical en los últimos años. Si la literatura había empujado el carro del famoso “boom latinoamericano” y había situado sus letras en una esfera de reconocimiento universal, la música se recluyó en cuestiones domésticas bien cargadas de tópicos. Hace años que en Colombia están pasando cosas muy interesantes en el ámbito de la música y, por suerte, festivales como Pirineos Sur han ayudado a divulgarlo.

Como señala el periodista Rubén Caravaca, especialista en músicas latinoamericanas, Colombia “es musicalmente una potencia que perfectamente puede equipararse a las de Brasil, Cuba o Argentina”. En Pirineos Sur ha habido buenos ejemplos a lo largo de los últimos años, sobre todo en la edición de 2010 dedicada al bicentenario de las independencias en Latinoamérica. Ese año pisaron los escenarios del Festival Pernett, Totó La Monposina, Aterciopelados, La Mojarra Eléctrica, Erika Muñoz y La 33. Con esa munición a nadie le quedaron argumentos para la duda. En Colombia arriban todas las influencias que hoy nutren la escena musical de Sudamérica. Y la “Bomba Estéreo”, la banda  de Bogotá que dirige Simón Mejía desde 2006, es el mejor ejemplo.

Sin renunciar al folclor del país, el grupo heredero de los legendarios Sidestepper es indefinible en tanto que diverso y urbano. Aunque en una primera audición puede intuirse un peso desmedido de ritmos tropicales tan reconocibles como la cumbia o la champeta, enseguida esa percepción se resquebraja en una contorsión de sonidos desbocados que se pisan entre sí; se retan y se yuxtaponen. Reggae, hip hop, rock o dub se mezclan en un cocktail explosivo que en directo adquiere una dimensión nueva con la intensa voz de Liliana Saumet.

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