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Juan Gavasa

Paivio, el último brigadista candiense

Paivio, el último brigadista candiense

Jules Paivio, un joven canadiense de 19 años, había hecho un largo camino desde su casa, en un bosque al norte de Ontario para alcanzar España.  Estaba dispuesto a afrontar la muerte. Sabía cuando se ofreció como voluntario para luchar en la Guerra Civil Española, en el otoño de 1936, que probablemente no regresaría con vida.

De pie hombro con hombro, Paivio y varios compañeros levantaron sus puños en señal de desafío. Sin embargo, un golpe de suerte repentino le salvó la vida. Jules Paivio sobrevivió y regresó ileso a Canadá. Hoy, él es el último superviviente canadiense de los brigadistas, aquellos hombres y mujeres que vinieron de todo el mundo para defender la amenazada república española por el fascista general Francisco Franco.

Más de 1.500 canadienses se unieron a estas Brigadas Internacionales, pero durante décadas han recibido escaso reconocimiento en su propio país. Habían peleado en un conflicto en el que su gobierno no tomó ninguna parte, y la mayoría de los socialistas comprometidos fue observada con recelo durante la Guerra Fría. Incluso hoy en día sus contribuciones a una de las grandes batallas del siglo XX contra la tiranía es a menudo obviada en Canadá.

Pero España no se ha olvidado. El jueves cumplió una deuda pendiente con Jules Paivio, concediéndole la ciudadanía en una ceremonia celebrada en Toronto. "Él arriesgó su vida por nosotros y nuestro sistema democrático,  estamos en deuda con él", dijo el cónsul general Francisco Pascual de la Parte. "Ahora, la gente se pelea por dinero o petróleo, pero él luchó por razones ideológicas". Paivio, de 94 años de edad, extremadamente delgado y modesto, vive retirado en una casa al norte de Toronto. En el acto afirmó que su decisión de participar en la guerra española se debió también a motivos humanitarios: “La gente en Madrid estaba siendo bombardeada, tenía que hacer algo al respecto", ha señalado.

Paivio se crió en Port Arthur (ahora Thunder Bay) y Sudbury. Hijo de inmigrantes finlandeses que le inculcaron sus ideas políticas progresistas, a los 18 años ya estaba trabajando en el departamento de ferretería de Eaton, cuando estalló la guerra en España. Por un lado estaban los republicanos; una coalición de liberales, socialistas, comunistas y anarquistas que había ganado constituida como Frente Popular las elecciones de febrero de 1936. Por el otro, los nacionales, encabezados por el general Franco y con el apoyo de los ejércitos de la Alemania nazi y la Italia fascista.

Paivio viajó a Le Havre con voluntarios estadounidenses que cruzaron a España a través de los Pirineos en medio de una gran nevada. La primera experiencia de combate fue brutal. Él saltó de una trinchera, sólo para ver al hombre que había sido alcanzado por una bala unos segundos antes. "Como yo estaba arrastrándome en nuestra zanja poco profunda, un estadounidense miró hacia afuera. Una bala fue directa a su cabeza", dijo.

Cuando fueron numerosos los voluntarios canadienses, formaron una brigada propia a la que bautizaron con los nombres de “William Lyon Mackenzie y Louis-Joseph Papineau”, los revolucionarios más famosos de su país de origen. Al poco tiempo Paivio alcanzó el grado de capitán.

Un día, mientras dirigía la colocación de una batería de ametralladoras para crear una línea defensiva, dos soldados italianos surgieron sobre una colina. Él y doce brigadistas más fueron detenidos y llevados a una granja. Los situaron ante un muro frente a un pelotón de fusilamiento. Los italianos cargaron las armas. En ese momento irrumpió un general italiano y ordenó detener el fusilamiento porque vivos podrían tener más valor ante un hipotético intercambio de prisioneros.

El grupo fue trasladado al norte de San Pedro de Cardeña, un campo de prisioneros de guerra  situado en una antigua abadía. Sobrevivieron en unas condiciones dramáticas a base de sopa de pescado. Compartían un grifo de agua. Paivio enfermó de escorbuto. Los fascistas les castigaban frecuentemente con sesiones de látigo reforzado con plomo. Hubo ejecuciones sumarias.

En Navidad, los presos republicanos decidieron organizar un concierto y tuvieron la osadía de invitar a sus carceleros a la representación. Estos, sorprendentemente, aceptaron. Pavio cuenta que un  grupo de alemanes comenzó a cantar villancicos  y muchos se emocionaron. “Fue conmovedor y eficaz al mismo tiempo. Todo el mundo se puso de pie y recuperamos por unos instantes el ánimo y la esperanza. Un momento de humanidad” rememora Jules Paivio.

Después de un año de reclusión en el campo de concentración, y tal como había aventurado aquel general italiano, los prisioneros fueron intercambiados. En tren fueron conducidos a Francia. Nuevamente en Canadá, Pavio se especializó durante la II Guerra Mundial en la lectura de mapas y topografía en CFB Petawawa. Se casó, tuvo hijos y desarrolló una fructífera carrera como arquitecto y profesor.

El gobierno canadiense siempre se mostró reacio a honrar la figura de los brigadistas canadienses en España. "No son tan bien conocidos en Canadá como deberían serlo. Muchos de los voluntarios eran inmigrantes, bastante pobres. Ninguno de los voluntarios fue reconocido de forma apropiada pero especialmente en el caso de los canadienses no recibieron el reconocimiento que creo que se merecen porque el gobierno los consideraba fundamentalmente comunistas", señala el periodista Michael Petrou, autor de un libro sobre la experiencia de los brigadistas canadienses en España.

Tan solo algunos pequeños gestos quebraron esta política del olvido. En el año 2011 el entonces gobernador general de Ottawa, Adrienne Clarckson, les dedicó un monumento en la capital canadiense. Se trata de una hoja de cobre en la que está recortada la silueta de un miliciano. Además están inscritos los nombres de los 1.541 integrantes de la brigada Mackenzie-Papineau. Canadá, porcentualmente,  fue el país que más voluntarios envió a luchar a la Guerra Civil española con el bando republicano. Ahora el gobierno español ha concedido la nacionalidad española a todos los veteranos, entre ellos a Jules Paivio.

Traducción del artículo públicado en Globe and Mail

6 comentarios

Juan -

Me alegro de saber de ti, compañero. ¿Cómo va todo por Jaca? Por aquí poco a poco vamos recuperando la condición de ciudadanos. Estoy bien, extraño todavía en un país extraño, pero bien.
Te escribiré a tu email.
Un abrazo.

J.

Carlos J -

Bonita y muy emocionante historia.- Espero hayas pasado los primeros tragos, que son los peores y todo marche bien.- Feliz año y muchos recuerdos desde tu pueblo

Juan -

Emilioooo... eso digo yo. ¡Por fín! ¿Ya has regresado de Argentina? ¿Qué es de tu vida? ¿Cuéntame?
Me alegro muchísimo de saber de ti.
Por aquí bien, adaptándome poco a poco a este país, tan inhóspito como fascinante.

Juan -

Pili, me alegro de que te haya gustado la historia. Es una más sobre el drama de la Guerra Civil pero cuando la descubres y la conoces tan lejos de tu país, sientes una emoción mayor.

Emilio -

Por fin

Pilar Amparo Ortega Gómez -

Siempre me emociona hasta las lágrimas las historias de estas personas generosas hasta con lo más preciado que tenemos: la vida Y el poco reconocimiento que se ha hecho a estas mujeres y hombres, da la medida de la moral dominante. Es justa la comparación de por lo que peleamos hoy: solo por dinero y todo lo que ello implica.
Gracias por recordarnos grandes figuras para la humanidad como el SEÑOR JULES PAIVIO. Y dale un beso de parte de una española que agradece su lucha si te lo vuelves a encontrar.
Pili Amparo